Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

lunes, 31 de octubre de 2011

Replanteamiento del Canon Pupita 2011


Bueno, bueno, bueno! Yessir: es esa época del año otra vez. De nuevo toca replantearse el Canon Pupita, tantos y tan graves son los acontecimientos con que nos viene azotando la actualidad en las nalgas de un tiempo a esta parte. Publicidades agresivas (por lo estultas), metidas de dedos en ojos, conferencias “de paz” infames, videoclips “faraónicos”… Ya iba siendo hora de renovar los Personajes Pupita, porque urge incorporar nuevos nombres y a lo mejor también hay alguno que se ha redimido.

Explico algunas cosas (como Neruda). Lo primero que urge, empero, es dar una explicación, como Neruda, como el alcalde de Villar del Río. El buen Malatesta me echaba en cara –con encomiable criterio- la ausencia entre el ramillete de candidatos propuestos para acceder al Olimpo Pupita de la siempre impresentable Concha Buika. Su inclusión hubiese estado harto justificada, aunque solo fuera por su lamentable (en el sentido literal) contribución a la última de Almodóvar. En su día, tras el visionado de la peli anuncié por Twitter que la consideraba objetivo: cierto.


Pero la actualidad manda, y desde entonces, Chuché Mourinho le ha metido el dedo en el ojo a un andoba (la gota que colma el vaso de su reprochabilidad, really), Kofi Annan se ha ido a pupitear al País Vasco (“Europe's last armed conflict”, etc) y Bunbury se ha ido a Los Ángeles a grabar un videoclip dizque faraónico, para ilustrar su –cuando menos- sospechoso nuevo álbum, por temible nombre Lisensiado Cantinas. El 4º Jinete del Despropósito-calipsis es el incalificable Willy Toledo, actor extraordinaire, príncipe canalla, marinero en tierra de flotillas saharauis, líder de acampadas, candidato de IU por El Coronil (Sevilla) y agit-prop man en general.

La votación ha sido reñida, ya lo sabéis, aunque una vez más se ha impuesto vuestra cordura y el resultado ha sido el que yo quería. Juro que no ha habido trampa ni cartón por mi parte. Bunbury os ha caído bien, a Kofi Annan le habéis perdonado y los ganadores ex aequo han sido Mourinho y el Toledo. Todos los infames vienen siempre con un pan debajo del brazo: a obras como Licenciado Cantinflas o la Conferencia de Aiete, el simpar Toledo suma su libro Razones para la rebeldía (parodia del nuevo eslogan del PP? Sería tan enternecedor…), el cual no he leído (ni pienso leer).


Por tanto, no voy a opinar sobre el libro, pero sí diré de él lo que decía mi abuelo, que es “como el ojo del culo, que aunque no me lo veo, me lo figuro.” A medida que pasa el tiempo, Mourinho no se vuelve más simpático, ni acumula amigos. La verdad es que he estado varias veces a punto de escribir un post titulado “Hasta la po de Mou”, pero en la tesitura del empate creo que va a ganar por la mínima (llamadlo “flotilla average”, si queréis) vuestro actor favorito con nombre de ciudad.

Queda así la cosa: Willy Toledo, nuevo Personaje Pupita (y merecido como pocos). Dicho esto, quedaba el peliagudo asunto de a quién libramos del canon, puesto que el número de los elegidos para la infamia ha de permanecer siempre inmutable. Iba a sacar a “El Bicho”, pero me he enterado de que ha sacado disco nuevo, bajo el nombre de Miguel Campello (lástima: con lo callado que estaba…).


Melendi y Bebe ya sabéis que son perennes, y que deben permanecer preventivamente. Miguel Bosé? Lady Gaga? Por razones históricas, parece más lógico sacar a Lady Gaga, que en realidad no ha insultado tanto nuestra inteligencia. (Vestir un traje de carne puntúa menos que disfrazarse de Indiana Jones.) Libre queda, pues, la Gaga, pero con la condicional. He dicho.

viernes, 28 de octubre de 2011

The Great English Houses


En una ocasión leí que vuestro admirado Winston Churchill (Premio Nobel de Literatura, vous vous souvenez), durante los tenebrosos días de la 2ª Guerra Mundial, gustaba de irse a dormir leyendo a Jane Austen, autora brillante donde las haya. Decía que al igual que Austen había sido capaz durante su vida de abstraerse de las convulsiones del tiempo que le tocó vivir (Revolución Francesa, guerras Napoléonicas, Congreso de Viena, Revolución Industrial, advenimiento de la Pax Britannica) y escribir sobre familias inglesas, jovencitas casaderas y líos matrimoniales de pueblo, él quería escapar de los horrores y preocupaciones diarios de una guerra mundial acudiendo a esa ficción escapista de la Austen.

Parece un buen plan, por lo que yo también opto por huir del careto de los batasunos, Patxi López et alii, de la deuda soberana y de su soberana madre, de Grecia, de la ETA y de la EPA, optando por la literatura y la ficción televisiva de evasión. Y por una casualidad de la vida acudo a Inglaterra, al periodo entreguerras, a la vida muelle de las clases altas terratenientes y sus relaciones con el servicio. Casualidad? No tal. En realidad lo que ocurre es que –sin haber plan determinado- la cabra tira al monte y uno acude siempre a lo que más le llama la atención.


Cuando me he querido dar cuenta, me había leído La señora Dalloway (1925) de Virginia Woolf, Los restos del día (1989) de Kazuo Ishiguro y Tío Fred en primavera (1939) de P. G. Wodehouse, amén de ver la peli Lo que queda del día (1993) y seis episodios de la segunda temporada de Downton Abbey (2010- ). Resulta fascinante asomarse a esta vida de las “grandes casas” inglesas, donde llegar tarde a la cena se consideraba pecado y donde había un mayordomo y siete lacayos con librea para servirte a todas horas salvo a la del desayuno, que había que servirse uno mismo. Reglas sociales y costumbres, o más bien, usos y costumbres elevados al rango de leyes sociales de cuya observación o no dependía la inclusión o no en el grupo de gente que contaba, nobles de más o menos abolengo, ricos industriales, diplomáticos, políticos, algún que otro artista encumbrado…

Un mundo que recibió el golpe de gracia tras la Primera Guerra Mundial y el Certificado de Defunción tras la Segunda, precisamente por lo cual quiero ver en el periodo entreguerras su auténtica Edad de Oro y canto del cisne. Porque, admitámoslo, esta época y estilo de vida nos fascinan por lo exótico, a lo mejor en Gran Bretaña tienen el sabor de la nostalgia pero aquí en España el de la ciencia ficción. Hablando de escapismo y de una época suspendida en el tiempo, el maestro de esto es el humorista P.G. Wodehouse, del que tantas veces he hablado.


A su obra Tío Fred en primavera, primera que me leo de la “saga del Castillo de Blandings”, llegué por el descacharrante personaje de Tío Fred, una de cuyas aventuras figuraba en el volumen Jovencitos con botines (1936), del que ya hablé aquí. Otros varios personajes del Club de los Zánganos pululan por estas páginas, en las que duques, condes y herederos se codean con otros tipos de menor lustre, y cómo no!, con mayordomos, secretarios, chóferes y doncellas, en una imposible trama de impostores y planes alocados a las que Wodehouse nos tiene tan bien acostumbrados.

Pero volvamos al realismo. Pocas veces hemos visto ese mundo que Philip Larkin evocara en su poema “MCMXIV”, de “sirvientes vestidos de manera diferente” y limusinas cogiendo polvo, tan bien representado como en la segunda temporada de Downton Abbey (comenzó a emitirse en Gran Bretaña el 18 de septiembre pasado), que lleva seis episodios y en el último nos mostró la celebración del Armisticio del 11/11/1918.


Por su construcción de personajes, sus tramas con solo el melodrama necesario y su recreación de época y ambiente, esta serie nos ha cautivado a todos, y cualquier caserón, servicio de mayordomos y doncellas o cacería del zorro que veamos a partir de ahora nos parecerá –forzosamente- una mierda comparados con los de la serie de Julian Fellowes. A mí me pasó la semana pasada, viendo algunos capítulos de Retorno a Brideshead (1981) –ah, se me olvidó nombrarla arriba- y la peli, por otra parte fantástica, de James Avory: Lo que queda del día. Quién no recuerda ese duelo interpretativo de contención y mesura que protagonizaban el mayordomo-robot-minusválido-emocional Anthony Hopkins y el ama de llaves Emma Thompson.

La peli está genial, pero una vez más resulta solo una pálida fotocopia del obrón maestro que fue Los restos del día (caretas fuera: libro y peli comparten título en inglés: The Remains of the Day), la novela que consagró a Kazuo Ishiguro como artista de las letras. Nacido en Japón en los años 50, pocos parecían a priori peor posicionados para meterse en la mente de un anciano mayordomo inglés de la vieja escuela, pero el trabajo que Ishiguro realizó en esta novela solo puede calificarse como sobresaliente. Qué me gusta un narrador poco fiable, Dios!


Muchas veces, a fuerza de leer lo que otros nos quieren hacer pasar por verdadero, somos concientes de las mentiras, exageraciones, omisiones etc, más o menos involuntarias que los seres humanos nos permitimos para poder sobrevivir. La reina de este rollo de tratar de reflejar lo que ocurre dentro de la cabeza de los personajes (el máximo realismo en teoría, pero el más alienante y artificial para el lector en la práctica) fue Virginia Woolf, quien con La señora Dalloway fijó el canon de lo que era el estilo indirecto libre. En esta ocasión no es la mente de un mayordomo la que penetramos, sino la de una señora de clase alta, además de otros personajes secundarios muy interesantes.

El esnobismo y la frivolidad de la señora Dalloway (me vais a permitir que crea que son un trasunto de los de la propia Woolf) y de otros miembros de su clase (políticos, médicos, empresarios, damas intrigantes) contrastan brutalmente con la vida de las criadas, dependientas y veteranos rasos de la 1ª Guerra Mundial, conformando uno de los frescos más vivos de la prosa en inglés del siglo XX. Un CLÁSICO por los cuatro costados. En más de una ocasión Mrs. Dalloway se pregunta qué sería de ella –y por extensión, de su estilo de vida- sin una servidumbre que la llevara entre algodones. Algo que la mayoría de los mortales solo nos podemos imaginar cómo sería, menos mal que tenemos estas obritas para hacerlo.

domingo, 23 de octubre de 2011

¡Que viene el coco!


Ayer al mediodía, queridos amigos, pude cumplir por fin tras años de zozobra uno de mis sueños cinematográficos. Nada menos que ver (en el canal Somos, lo más grande) la mítica película de Mariano Ozores de título ¡Que vienen los socialistas! (1982) Sí, soy fan de los hermanos Ozores, de todos, y de su cine, español y landista. Cómo olvidar joyones del calibre de ¡Cómo está el servicio! (1968), Cuatro noches de boda (1969), Los bingueros (1979) o Es peligroso casarse a los 60 (1980). Esta de ¡Que vienen… cuenta en su elenco con José Sacristán, Luis Escobar, Antonio Garisa y Alfonso del Real (vale, y Raúl Sender!), auténticas glorias del cine patrio. Pero os ahorro el suspense: mal que me pese admitirlo, la película es una puta mierda.

Entre primeros planos de escotes, chistes sobre follar y dobles sentidos con la palabra “cuernos”, sé adivinar –empero- una suerte de poesía interna, un ritmo político de fondo que en 1982 era extrañamente similar al de los telediarios de este final del 2011. Trataré de explicarlo.


Interior, noche. Corría febrero de 1995 cuando –joven estudiante- acudí a una conferencia de Javier Pérez Royo sobre "El estado de las autonomías”. Este Pérez Royo (son varios hermanos, como los Ozores) fue rector, es catedrático de Derecho Constitucional, redactor de estatutos autonómicos y comentarista de El País y la SER. Con esto quiero decir que él sabe y es sociata, no? Pues bien, de aquella conferencia básicamente recuerdo dos cosas que dijo: 1) Que en España el modelo autonómico fue una chapuza para buscar el consenso y que habría de explotar (se ha cumplido) y 2) Que para normalizar la Democracia era imprescindible que gobernara la derecha y se viera “que no pasaba nada” (también se cumplió).

Y qué iba a pasar? Pues lo que usted sabe, señora: que iban a quitar las pensiones, a privatizar hasta los pensamientos, a entregarle el Estado a la Iglesia, a meter en la cárcel a los rojos y a ponernos a todos a desfilar. Al final pasó lo contrario, que quitaron la mili, y por bien o mal que lo hicieran, como todo gobierno sacaron muchas cosas buenas adelante y metieron la pata en muchas otras. Ya cada uno que haga el balance a su gusto.


Estos días en la prensa detecto un tonito casandresco en los candidatos del PSOE, es la recklessness de quien conduce cuesta abajo una bicicleta sin manos (o un tráiler) y sabe que, pase lo que pase, otro será el que venga detrás a arrear con las consecuencias. Al PP le encantaba que España fuera mal porque así podía echarle la culpa al gobierno. Y ahora al PSOE se le hace la boca agua con todos los recortes y sablazos de bienestar que está implementando el PP (en las regiones), porque es como decir: “Votarlos, votarlos, que esto es lo que os espera en toda España.” Seguramente tengan razón. La duda que me queda es, ¿acaso Rubalcaba y cía no tomarían las mismas medidas caso de resultar vencedores?

Supongo que en lo único en que todos los políticos y analistas se ponen de acuerdo es que España es una puta ruina y que falta dinero (llámese crédito, déficit, deuda…) de manera dramática. El truco está en que no todos piensan en los mismos sitios a la hora de sacarlo. Recortes en Educación? Sanidad? No mola. Sobre todo con tanto coche oficial y dispendio institucional, y esos sueldazos, indemnizaciones y pensiones que se llevan los del sector bancario, tras haber sido dizque “reflotados”. Lo siento pero no lo explican bien, y da coraje.


Me da la sensación de que esta campaña electoral es como la fábula esa de Iriarte:

«[S]in aliento llego...; dos pícaros galgos me vienen siguiendo». «Sí», replica el otro, «por allí los veo, pero no son galgos». «¿Pues qué son?» «Podencos».

Aquí dos conejos se lían a discutir sobre la naturaleza exacta de una amenaza acuciante y al final –por inoperantes- caen en las fauces de los perros. Pues así veo yo a Rubalcaba y a González Pons, por ejemplo (aunque esos dos siempre me han cuadrado más de dóbermans, vous comprenez).

El PP juega la carta de mirar al pasado: “El PSOE lo ha hecho mal”“Esta es la España que nos deja ZP”“En su momento se negó la crisis”… parece que le va a dar réditos electorales, como dicen los periodistas. El PSOE, en cambio, juega a agitar fantasmas del futuro, valga la paradoja, pero modelados también en épocas pretéritas. Tienen dos canciones: 1) Nosotros tenemos las fórmulas para sacar a este país de la crisis (y por qué no la habéis empezado a aplicar ya, cabrones?) y 2) En el futuro, vendrá el PP malo y os quitará derechos, como ya está haciendo en la regiones.


La Santa Wikipedia nos da una perfecta sinopsis de la peli de Mariano Ozores a la que aludí al comienzo de la entrada. Leámosla:

“En España, en el año 1982, las encuestas dan por sentada la victoria del Partido Socialista en las elecciones que están a punto de convocarse. En un pequeño pueblo, cunde el pánico entre los representantes de los partidos políticos de centro y derecha, que temen perder sus prebendas y privilegios, por lo que comienza una frenética carrera para ganarse la alianza y simpatías del delegado socialista en la localidad.”


Cambiad “1982” por “2011” y “Partido Socialista” por el otro y ya tenéis montada la película más de moda de este otoño. En 1982, cuando el PSOE llegó al poder, fue la primera vez en décadas que la izquierda gobernaba y no pasó nada malo. Ni quemaron iglesias, ni expropiaron a los ricos, ni nacionalizaron las farmacias ni nada raro. Si acaso, modernizaron España y nos metieron en Europa y en la OTAN. Si ahora llega el PP, no creo que ocurra nada tan drástico ni tan terrible, como no ocurrió en el ’96, ni en 2004 cuando entró Zapatero. Habrá gente asqueada (como siempre) y otros que vivirán más felices (como cuando se quitó la mili, se permitió las bodas gays o se prohibió fumar en los bares). Es el turnismo, amigos: está todo inventado. Lo que hace falta es que no nos gobiernen unos sinvergüenzas.

viernes, 21 de octubre de 2011

El fin del mundo menos factible para la ciencia


Al rebufo de una increíble noticia de ABC, digna más bien de BBT (Bing Bang Theory), vuelvo a pensar que en realidad el tan cacareado Fin del Mundo, Apocalipsis, the Rapture o el Fin de los Tiempos ya ha comenzado, y hace un tiempo que se está desarrollando. Algunos nos hemos dado cuenta (F. Arrabal, Bunbury, yo), y siento en mis carnes como deber ineludible la obligación de advertir y ejemplificar. Eso que los modernos llamáis pedagogía. El mundo ya se está acabando, o eso o si no no se explica la que nos están dando los publicistas últimamente.

No bastaba con lo de las tarifas “gatuitas” de Vodafone (JAJOTA: he estado a punto de darme de baja de Vodafone), o aquellas campañas de MiXta, en los últimos tiempos estamos asistiendo a una absolutamente IN-SO-POR-TA-BLE sarta de chanzonetas promocionales que no dejarán indiferente a nadie a) no sordo, b) con alma. Recuerdo que hace tres años se conjuraron en nuestras pantallas ciertas horribles músicas de anuncios compuestas por el Diablo mismo y ya quedaron aquí reseñadas. Pues bien: esta es la Fase II del proyecto de destrucción publicitario-musical de nuestros cerebros.


Culpable #1: Agua Lanjarón. Era necesario –señoras y señores del Jurado, yo les pregunto- rimar “habitación” con “salón”, con “balcón”, con “hidratación”, con “campeón”, con “mogollón”, con “montón”, con “excursión” y con Lanjarón? “Qué frescura de agua pura”? Really? No hay más preguntas, señoría.

Culpable #2: Movistar. Habéis visto el anuncio, no digáis que no. Es el de la oferta de noséqué telefonazo por 15€ al mes. Con esa tonada pseudoeslava sin letra (al menos!...) que dice algo así como “Ayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayayay!” Crueldad? Error de Dios? Había que poner un jingle tan irritante, que además nos recordara a aquel infame “Trololó” soviético? De verdad esperaban que me hiciera de Movistar después de esto? Por cierto, que agua Lanjarón tampoco bebo: a partir de ahora solo calimocho.


Culpable #3: Seguros Santa Lucía. Es un hecho universalmente aceptado que los osos polares gigantes son un recurso publicitario cojonudo. Mirad si no la Coca-Cola, la que nos lleva dando. Seguros Santa Lucía, otros que llevan tiempo subidos al carro de los plantígrados de asaz infame modo. Ahora vuelven a lo grande, nada menos que con un atroz oso mecánico que esconde dentro a un gordo -afogarado- con una careta. Y mientras tanto, una estética imposiblemente indie, como de peli de Zooey Deschanel, y una chanzoneta diríase que obra de un grupo indie de subnormales, o de Papá Topo (os dejo a vosotros acabar el chiste…) “¿Y a ti, quién te da la mano?” Una hostia de padre, con la mano abierta, es lo que yo les daba a todos los que han pergeñado esto!!!

Culpable #4:IKEA. Culpable y gordo: YO ACUSO. Basta ya de campañas mongoloides y buenrrollistas! Que sí, que ya sabemos que vuestros muebles son guachis del Paraguay, que todos los tenemos y los compramos (y los montamos, more to the point). Que hasta Toteking os nombra en sus canciones. Pero dejad de torturarnos con vuestros anuncios nórdicos donde salen o bien señores con acento extranjero lanzando coníferas por las ventanas o películas pseudofamiliares en Super 8 (es imprescindible que un crío mellado se ponga una cacerola en la cabeza para crear sensación de hogar?)


Primero fue aquello de “Eso no se hace, eso no se toca…”, que tenía cierta gracia (sería por el homenaje a Serrat). Este verano nos daban la monserga con “Tengo derecho a mi fiesta porque todo va mal” (logiquísimo, por otra parte). No contentos, ahora les ha dado a los suecos por asesinarnos las siestas con esa canción inspiradora de terrores infantiles, la de “Duerme mamá… duerme papá…” que parece invitar la continuación “que la cabeza mientras duermes te voy a cortar…” Creo que la han grabado a dúo Prin’ La Lá y la niña de Poltergeist, tengo que mirarlo.

Para finalizar, he aquí mi ruego. Señores publicitarios -o publicistas, o como se llamen-: estoy dispuesto a poner en peligro mi patrimonio emocional, arriesgándome a recordar alguno de sus infames anuncios cada vez que escuche mis canciones favoritas. Se las regalo. Cojan para sus anuncios temas de los Beatles, Beach Boys, Buffalo Springfield (como ya han hecho otras veces) pero por lo que más quieran… no hagan jingles.

jueves, 13 de octubre de 2011

Primeras tardes con Coradino


No ha mucho que el buen José M. López recomendaba pasar una tarde con Faulkner (porque hay que leer a Faulkner, vous savez), con la excusa de un delicioso relato que se acaba de reeditar. Yo me permito parafrasear a vuestro admirado Juan Marsé y recomendaros encarecidamente que paséis una tarde con Coradino Vega, joven talento literario que está haciendo mucho ruido con su primera novela El hijo del futbolista (2010). No sé si lo he soñado o próximamente habrá nueva entrega del señor Vega, pero mientras tanto la lectura de este debut es muy pero que muy recomendable.

Por no decir obligada para todos aquellos que solo tienen recuerdos de la Democracia, aquellos hijos de la Constitución del 78 y del Mundial 82. Lo que otro novelista joven, Daniel Ruiz García, llamó de un modo off-the-cuff, la Generación Fanta. Gente que vio la Expo y las Olimpiadas de Barcelona, que escuchaba Nirvana y Guns N’ Roses durante el BUP, que se palotizaba con Sabrina y Diana la de V (1983-85). Todo el mundo entiende de qué estoy hablando, todo el mundo entenderá de qué habla Coradino Vega en El hijo del futbolista.


Somos los adultescentes, se nos acusa de no haber abandonado la adolescencia hasta muy tarde (if at all), de resistirnos a asumir las responsabilidades de la edad adulta. Así y todo, pese a leer tebeos, pese a ver dibujos animados en la tele, pese a coleccionar figuritas articuladas, somos los médicos, abogados, ingenieros, periodistas, farmacéuticos, informáticos, ejecutivos y profesores de hoy, no se llame usted a engaño, señora. El Hijo del futbolista teje hábilmente las dos facetas clave de la vida adolescente: la pública (el instituto, la que ven los papis, de puertas para afuera) y la privada (la íntima que cantaba Brian Wilson en “In My Room”, la de los colegas y los ligues).

El futbolista a que hace mención el título es el padre del narrador-protagonista. Un jugador de fútbol a punto de romper, eterno aspirante al triunfo, o –dicho en un lenguaje menos piadoso- eterno fracasado. Porque no llegó a jugar en la Primera División ni a forrarse, pese a ser un honrado padre de familia que lucha y provee. Esta condición de hijo de una casi figura del balón marca al prota, de modo que todo lo que él haga o deje de hacer (en el fútbol y en cualquier otro ámbito) será juzgado en relación a lo que hizo su padre. Otros antepasados: los abuelos del chico, cuya problemática relación con la Compañía minera de Riotinto proporciona el telón de fondo contextual de la novela.


Con una sorprendentemente fresca mirada sobre el tan manido tema de la Memoria Histórica, Coradino Vega logra fintar las palabras grandilocuentes y los gestos políticos para dibujar el verdadero impacto de la historia y la memoria en las vidas pequeñas de la gente de a pie. La peculiar situación del pueblo onubense de Minas de Riotinto y su explotación minera a manos de los ingleses (si no saben del caso infórmense) sirve de excusa para pintar un Bildungsroman más que decente, en el que las ansias por conocer del chaval protagonista se canalizan en una búsqueda de la enturbiada verdad de su pasado.

En cuanto a la esfera de lo privado, la bebida de litronas, las trastadas, los besos y magreos inaugurales, pienso que el autor encuentra la nota justa. Y si el discurso suena en ocasiones un pelín naíf y/o envarado –como he escuchado decir-, yo lo achaco a que todo adolescente que se precie siempre suele darse una importancia desmedida, como debe ser.


Para ser una primera novela, no se me ocurre un debut más prometedor y -dada su brevedad- que te deje con ganas de más. Le reconforta a uno que alguien tan joven bucee con tanta ilusión en el pasado de su tierra, entrando con luz y escoba en el cuartito de las telarañas de los mitos. Y siempre mola (al menos a los de mi quinta) un libro con coordenadas temporales tan precisas, algo que comparte con otros de su generación como Pablo Gutiérrez. Yo me lo leí de una sentada, en una tarde-noche. Esperemos que este autor nos depare muchas más de deleite.

martes, 11 de octubre de 2011

La burbuja gintónica


“Bebes gintonics porque está de moda”… esta acusación –la más artera, falsa y maledicente que imaginarse pueda- debemos sufrirla los fans de la ginebra cada vez que nos mandamos un gustazo (digo, un copazo). Esto es debido a que ahora, según parece ser, beber gintonics está de moda en España. I wouldn’t know, está claro, porque lo mío no es fruto de la casualidad ni de la moda. Releo este párrafo y parezco un apóstol de la ginebra: tranquilos, que no me voy a poner a fabricarla clandestinamente en mi casa (como hacían los ingleses en el siglo XVIII) ni a elevarle un altar. Tranquila, mamá, que solo la tomo de vez en cuando.

Pero esas veces hay que cuidarlas (“Santificarás las fiestas”, se lee en el Libro Sagrado), no puede uno ir por ahí bebiendo cualquier cosa irresponsablemente, sin criterio. Digo lo de que no soy el azaroso títere de una moda porque ya aquí dejé constancia hace años de lo que significaba un gintonic para Estatuas Verdes. Se dice “Gin & T”, Porerror. Ya lo sé señora! Pero como escribo en español, seguiré escribiendo gintonic, no sea que la gente se crea que estamos hablando de infusiones de té.


Las paparruchadas acerca de este cóctel se acumulan a diario en la prensa, la publicidad y la hostelería. Que si el verdadero gintonic no lleva hielo (a lo mejor el original no lo llevaba, pero…), que si no lleva limón (la pulpa, al menos) para que el ácido cítrico no reaccione con el carbónico de la tónica y colapse la ciencia, que si hay que acompañarlo con pepino, bayas de enebro, regaliz o pétalos de rosa… BASTA! El esnobismo no conoce límites y, a poco que me hayáis leído ya sabréis que esto me encanta y que lo abrazo con el denodado entusiasmo que me caracteriza.

Dicho esto, y sin tener que ver con nada, os contaré como quien no quiere la cosa que el sábado pasado me encontraba en el Bristol Bar de la calle Almirante (Madrid) y me vi francamente abrumado por la copia de marcas de ginebra diferentes que allí se ofrecían. La primera persona que me habló del sitio fue el buen Nacho Camino (digámoslo), pero credit where it’s due, la encargada de llevarme allí finalmente ha sido la buena Elisa. Elisa se las da de experta en ginebra (que os cuente lo de los pétalos de rosa, lo de los doblones de la Hendricks, etc) y verdaderamente me demostró que controla el tema. Lástima que de café no sepa tanto.


Saboreando un vaso de Martin Miller’s (con hielo, con cáscaras de limón y de naranja) y tónica Schweppes (“Tenemos tal, tenemos cual…”, “Sí, sí!... Usted vaya trayéndome tónica Schweppes, la de toda la vida, la del siglo XVIII, la que está rica”), otro amigo, el buen Carlos, comentaba: “En España está de moda beber gintonics, no?” “Ofú!” –pensé. Desde su póster en blanco y negro Churchill nos miraba severo. La reina Boudica (otra que ambientaba el local), arqueó la ceja, a las riendas de su carro. Entonces se reflexionó allí y la tertulia concluyó que sí, que de un tiempo a esta parte en España se consume una cantidad desmesurada de ginebra, de gintonics, vamos, y que en un momento dado todos parecemos ser gourmets del tema. O sumilleres, o como se diga con las bebidas espirituosas.

No es normal la cantidad de gin clubs que han proliferado en las ciudades españolas, en cualquier bar de pueblo tienen mínimo diez marcas de ginebra. Vas al Carrefour y te abruman las marcas de ginebra Premium y Superpremium. Que si el gintonic perfecto, que si hielo de Speyside, que si el alambique de mi abuelo… Y concluimos que España está aquejada de una burbuja, una fama irreal, que acabará por explotar: primero fue lo de las punto-com, luego la burbuja inmobiliaria, y ahora (“España es el país del mundo donde más ginebra se consume per cápita” –la carta del Bristol Bar dixit) tarde o temprano habrá de estallar la burbuja gintónica. Al tiempo.

martes, 4 de octubre de 2011

Consider the Palm Tree


“Grande, lo que me pasó a mí cuando me saqué el carnet de conducir” –intervino Harvest-. “Me tocó examinarme del práctico en el barrio de Heliópolis, cerca del campo del Betis, y cuando doblé una esquina apareció por la acera el equipo entero, trotando. Corría el año 96 y el examinador, que resultó ser muy bético, se puso contentísimo. Mira a Finidi, ahí van haciendo footing, etc. Yo creo que por eso me aprobó a la primera.”

Tengo un amigo que es medio español medio británico: nacido aquí, es hijo de dos británicos pero se ha criado a caballo entre los dos sitios y cuando se hizo adulto prefirió venirse a España. Muchos de los lectores lo conocéis, me refiero al buen Jan Jo. Gracias a él, desde pequeñito estoy acostumbrado a que haya gente que cene por la tarde y viste con ropa de color morado. Gracias a él, el niño que fui abrió su mente y comprendió que no existe una única manera posible de hacer las cosas.


Sabido es que soy fan del F.C. Barcelona, y aunque el fútbol no me enloquece no le hago ascos a un partido en el campo. Pero llevaba mucho tiempo sin acudir a un terreno de juego, creo que desde la última vez que la Selección jugó en Miciudad. El detalle-obra-maestra del cuentito que os traigo radica en que mi amigo Jan Jo y su padre, todo un señor inglés, son ambos socios del Real Betis. Ese es el espíritu del beticismo, de la afición verdiblanca que tanto han cantado los medios, desde la “Abuela del Betis” al andoba del Tetra-Brik fúnebre, pasando por Lopera y la UVI (cuando Lopera era bueno, etc.)

Pues bien, me llama el buen Jan Jo y me invita a acompañarlo al fútbol con su padre, porque les sobra un carnet. Diecinueve años hacía que no pisaba un campo, pero el domingo pasado fui al Benito Villamarín (en Sevilla), a ver jugar al líder de 1ª División. Sí, ya lo sé: perdió el Betis: no quiero que hagáis chistes fáciles. Eso es a la postre lo de menos. Parafraseando el afamado cántico: “Girasol! Girasol! Girasol, girasol, girasol! Hemos venido a comer pipas… el resultado nos da igual.”


La verdad es que tenía harta curiosidad por conocer el nuevo Villamarín (se ha tirado 10 años llamándose Ruiz de Lopera, leo), el viejo lo conocí en la infancia. Me acerco a él por la Avenida de la Palmera (“la acolapsada”, me recuerda Jan Jo), a ese “platillo volante” (Lopera dixit) que impresionaría más si estuviese terminada la obra, las cosas como son. Así y todo, me siento un poco como el jodido Marcelo Scornik cuando de niño conoció el Estadio Azteca: “[M]e aplastó ver al gigante,/ de grande me volvió a pasar lo mismo,/ pero ya estaba duro mucho antes.”

Es una pena que la obra no se concluyera: el campo se ha quedado cojo. Pero visto el embrollo de trampas, intervenciones concursales y fábulas legales en que se encuentra inmerso el Betis, se comprende perfectamente que no se gaste un duro más en algo que a lo mejor no es prioritario. Lo que le falta en glamour y comodidades (inútil comparar el Villamarín con el campo de béisbol de los Cleveland Indians o el pabellón de baloncesto de la universidad de Chapel Hill, ni siquiera con el Bernabeu) este estadio lo suple con leyenda.


Me recorre un escalofrío cuando el speaker canta la alineación bética y cuando, poco después, suena una canción por los altavoces y los casi 37.000 aficionados la entonan mientras a su ritmo ostentan las bufandas y banderas verdiblancas que han traído (mis amigos ingleses, los primeros). En esos momentos, recuerdo a mis demás amigos béticos clásicos: el buen Josemari, a quien pongo un sms contándole dónde estoy y me contesta: “Joputa!”, Alejandro, socio que me han dicho se sienta por allí cerca pero hoy anda en un bautizo, y sobre todo Pablo, científico de oro que sé que está viendo el partido en directo desde Los Ángeles (allí son las 7 a.m.)

El Betis perdió contra el Levante (ahora va el 6º en la tabla, creo) pero a mí me dio igual porque me lo pasé pipa (o eso, o me comí un paquete de ídems saladas). Solo eché en falta poder cantar gol en el Villamarín, santificar la fiesta, que como me dijo el buen Jan Jo al acceder -domingo por la tarde- a la grada: “Esta es nuestra iglesia.”
 
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