Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

martes, 8 de enero de 2008

Hay que leer a Faulkner... ¿no?


Hoy escribo desde la más absoluta ignorancia, lo que resulta muy liberador. Pero tenía ganas, ya que siempre estoy “he leído esto o aquello”, de hablar de lo que no he leído. Y lo que no he leído, en este caso es la obra del escritor norteamericano William Faulkner (1897-1962). Sé que es un indiscutible Grande del siglo XX, renovador del lenguaje y la forma, e imprescindible no solo en la literatura americana sino en la universal. En la anterior frase he estado a punto de poner el adjetivo “yanqui”, pero ¡nooooo!: he recordado a tiempo que Faulkner es el máximo exponente del Sur de los Estados Unidos (al menos del Sur mítico).

Lo que me pasa con Faulkner es que tiene fama de difícil, o de imposible, y como sus temas no me llaman mucho la atención, pues me da pereza acometerlo. Sé que en este mismo blog he defendido la literatura que requiere esfuerzo por parte del lector, pero como dijo Juan Manuel de Prada, “la vida es demasiado corta y hay demasiados libros para andar leyendo lo que no nos gusta”. Faulkner me intimida, lo admito, me da miedo. Miedo, por ejemplo, de comenzar uno de sus libros y tener que dejarlo porque no me entero de nada. O porque me aburre soberanamente. Hay que tener cuidadín con estos monstruos de la prosa, que te la pueden meter doblada en cualquier momento. A mí me ha pasado leyendo a Joyce y a Proust, que me han parecido insoportables. Kafka, por el contrario, me ha encantado, y es que nunca se sabe.

Ni siquiera durante la carrera me hicieron leer a Faulkner, y así me libré. Bueno, admito que un año había que leer un cuento suyo titulado “A Rose for Emily”, pero yo me escaqueé. Como entonces no sabía que ese era el título de una canción del disco Odessey & Oracle (1968) de The Zombies, ni siquiera tuve curiosidad por el relato. Yo solo vi FAULKNER en letras de fuego sobre la página y dije: “¡Uuuuuhhh!” Paradójicamente, un amigo muy lector me recomendó el otro día con entusiasmo los cuentos de Faulkner como la mejor manera de introducirse en el autor. Como ya conté aquí, ahora leo muchísimos cuentos, así que igual me animo.

Lo que parece poco probable es que me vaya a poner con alguno de sus novelones: El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Santuario (1931), Luz de agosto (1932) o ¡Absalom, Absalom! (1936). Y que conste que no lo estoy atacando para nada: este hombre es uno de los maestros del monólogo interior, inventor de una región ficticia (Condado de Yoknapatawpha) como hicieron luego García Márquez o Juan Benet, ganó dos Pulitzers y dos National Book Awards, le dieron el Premio Nobel en 1949… otra cosa es que a uno le apetezca leerlo.

Su magisterio es indudable, sé que influyó en los ya citados más en Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, Alejo Carpentier, Isabel Allende, David Trueba o Félix Grande, por citar solo los de lengua española. Y más allá. Siempre recordaré una irónica escena de Amanece que no es poco (José Luis Cuerda, 1988), película que se desarrolla en un poblacho castellano muy surrealista. El pueblo es rural y agrícola, pero cuando llega a él un argentino que escribe “novelas famosas”, lo que no le perdonan en la vida es que haya plagiado Luz de agosto. “¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?” – le increpa el cabo de la Guardia Civil, interpretado nada menos que por José Sazatornil.

Bromas aparte, está claro que el escritor de Mississippi no quedará como autor best-seller en plan Ken Follett, ni falta que le hace. Antes he mentido al decir que no conocía nada de la obra de Faulkner: ahí están sus guiones para las pelis El sueño eterno (1946) y Tener o no tener (1944), que sí he visto. Quizás sea el aspecto más mediático de su obra, porque los libros... El propio Faulkner, en una ya clásica entrevista que concedió en 1956 a The Paris Review, da la receta para acercarse a su literatura:

Entrevistador: “Algunas personas dicen que no entienden lo que escribe, incluso después de leerlo dos o tres veces. ¿Qué les sugeriría que hicieran?”

Wiliam Faulkner: “Que lo leyeran cuatro veces”.

1 comentario:

Fran G. Matute dijo...

Emily, Emily... Can't You See There's Nothing You Can Do?

 
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