Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Replanteamiento del Canon Oro 2011


Tal que vuestra admirada Lina Morgan, hállome “agradecido y emocionado” por vuestras muestras de cariño y aliento por el post-aniversario del viernes pasado. Pero el mundo gira, España ha cambiado –dicen- y ya va siendo hora de volver a injuriar. O a dar jabón, tal vez, en este caso. Mi determinación no ha cambiado: ya es hora de renovar el Canon Oro.

Sabido es que el pueblo español ha votado, y que el resultado de este ejercicio democrático es inapelable. Y el triunfador indiscutible ha sido: Umberto Eco. Correcto! Para que quede constancia de mi inquebrantable voluntad de democracia (con extra de bacon), solo os diré que ese no era el personaje que yo deseaba que saliera. Creo que no será necesario llamar a Sherlock Holmes para saber a quién me estoy refiriendo, pero el pueblo ha hablado, ha ganado Umberto Eco y Eco se queda Personaje Oro.

Que ya lo era, por otra parte, como sabéis (creo que no necesita presentación). El segundo personaje más votado ha sido la simpar periodista Susanna Griso, a quien algunos tenéis la suerte de ver en Espejo Público los viernes a primera hora y me ponéis los dientes largos, pero yo la veo los jueves, la vi tras #eldebate y no puedo por menos que reafirmarme en mi homenaje por sus 1000 programas. No la habéis votado lo suficiente, porque os gusta hacer daño, pero aprovecho para revelaros un primiciote.

En la noche de ayer, sin duda excitada por la emoción electoral, la buena Mariolaprofe me preguntaba si haría de Susanna Griso una lectora de Estatuas Verdes. No lo preguntara! No pensaba anunciarlo hasta fin de año, pero ya que estamos aquí, lo digo: inicio una campaña similar a la que hubo con Conchita, de tan fausto resultado. Por tanto: NO DESCANSARÉ HASTA QUE SUSANNA GRISO SEA LECTORA DE ESTATUAS VERDES. (Ahí lo lleváis).

De los otros dos candidatos a Personaje Oro, también es necesario dar noticia. Empiezo con Ariel Rot: Personaje Oro donde los haya, de hecho ya que no de derecho, al que desde siempre admiramos. Pablo Chiapella no sé si sabéis quién es pero… y si os digo Amador “el Cuqui”? “Vividor follador”, monologuista, caricato, Centurión Chape… los personajes y las identidades secretas se le acumulan a este fenomenal manchego, verdadero candidato maverick a Personaje Oro cuya carrera seguiremos muy de cerca.

Aclarado el nuevo inquilino del Olimpo Oro, queda la siempre espinosa cuestión de a ver a quién quitamos para que el número de los elegidos permanezca constante, como debe. Chiquito de la Calzada es perpetuo, todo el mundo entenderá por qué. Creo que ni aunque fuera alcalde de Miciudad, aunque presentara El Hormiguero, aunque sacara un disco country, el gran Chiquito dejaría de velar por nosotros desde su trono del humor absurdo.

Paul Simon está de máxima actualidad, tampoco puedo quitarlo: aparte de triunfar con su nuevo recopilatorio (que se está vendiendo hasta en España), últimamente a mí me ha dado por repasar su discografía en solitario y es para quedarse con la boca abierta. Meryl Streep anda muy callada en estos tiempos, y aunque se presiente su regreso a lo grande con esa peli biopic que ha hecho sobre Margaret Thatcher, no le he visto este año ninguna cosa. A David Trueba tampoco, pero a él lo dejaré con el beneficio de la duda. Y Arrabal? Demasiado grande para retirarlo de su sitio, aunque es verdad que tampoco nos está dando muchas alegrías últimamente, que se ande con ojo.

De modo y manera que: como no hay más remedio que dejar espacio para Umberto Eco saco a Meryl Streep del Canon Oro. Enhorabuena a los premiados!!!

viernes, 18 de noviembre de 2011

Cuatro años de Estatuas Verdes


Diréis lo que queráis sobre la tele por cable, pero a mí me está proporcionando unos gozos increíbles. Hoy, por ejemplo, he cumplido uno de mis sueños infantiles al ver –en no sé qué canal- la película de 1984 Amanecer rojo, acerca de una hipotética invasión de los Estados Unidos por parte de tropas soviéticas, nicaragüenses y cubanas. Una película que por razones obvias en mi infancia no pude ver (tendría 6 ó 7 años cuando la estrenaron) pero cuyo tráiler, cuajado de escenas bélicas, reproducíamos mis amigos y yo religiosamente cada vez que jugábamos en el patio de mi abuela.

Dios mío, cómo pasa el tiempo! En estas estábamos cuando caigo en la cuenta de que ya hace cuatro años que inauguré Estatuas Verdes. Ha habido años en que marqué la efemérides, otros que pasé de largo pero la jugada siempre anda fresca en mi memoria: aquel inoportuno esguince que me ancló en un sofá y aquella sed por incorporarme al mágico mundo de las nuevas tecnologías. Ahora parece que los blogs han muerto, algo que ya se discutió aquí, y que ha llegado la hora de la web 3.0, el Twitter y montones de cosas de las que ni usted señora ni yo habremos siquiera oído hablar, pero que ya serán el chip nuestro de cada día en Shibuya o Silicon Valley.


En estos años he cumplido muchos sueños, más sustanciosos que ver a Patrick Swayze y Charlie Sheen vestidos de partisanos hostigando columnas blindadas rusas. En estos años ha muerto Patrick Swayze, y el personaje de Charlie Sheen en Dos hombres y medio (2003- ), para que veáis cómo pasa el tiempo. Perdonad si estoy un poco picueto con lo del tiempo, es que vengo de ver recitar a Caballero Bonald y Pere Gimferrer y me he quedado completamente chocolate (ellos han pontificado sobre el Tiempo, pero además…). En estos años he tenido la suerte de subir a las torres de Notre Dame y ver de cerca las Estatuas Verdes, de modo que la actual foto “oficial” del blog la hice yo mismo este verano, después de tenerme que conformar con verlas desde abajo varias veces y usar otras fotos (mejores que las mías: por ejemplo la de Nando, que preside esta entrada) que gentilmente me enviaban algunos lectores cuando iban a París y se acordaban del blog.

Durante el mes de agosto, digo, vi las Estatuas desde muy cerca y decidí que la cosa era clara: el blog seguía adelante, pese a (ya lo dije aquí y no fue mentira) haber estado a un tris de darle carpetazo este verano. Pero van pasando los días y no paro de recibir señales positivas, de nueva gente que comenta (aunque los “clásicos” hayan dejado de hacerlo), otros que dejan su opinión por Facebook o te la dicen de viva voz cuando te ven. Si me dieran un euro por cada vez que escucho “Yo te leo siempre, aunque nunca comente” probablemente sería capaz de cancelar la deuda de Grecia.



Atrás quedaron varias crisis en que me planteaba qué sería el blog, a dónde iría y qué esperaba conseguir con él. La verdad es que a día de hoy me da igual, casi tanto como cuando lo empecé, porque estoy muy agradecido por la respuesta recibida y nunca pensé que tuviera un canal de comunicación con otra gente durante tanto tiempo y de una manera tan agradable (y todavía se suman lectores nuevos, eh?... también me consta).

Rotas ya en multitud de ocasiones las dos únicas reglas que me impuse el 18 de noviembre de 2007, no hablar de política ni de fútbol en Estatuas Verdes (más que nada para no aburrir, pero también para no alienar a nadie), se ha comprobado que la realidad sigue su curso propio e impone su lógica interna: en otras palabras: que fútbol y política me han proporcionado temas bizarros para posts como los que más, de manera que bienvenidos sean.


La injuria y la desvergüenza seguirán siendo –espero- las señas de identidad de Estatuas Verdes, aunque me arriesgue a desdecirme (dejad de gritarme, ahora me hace gracia Bing Bang Theory) o a que me partan las piernas los miembros del grupo indie Pony Bravo, por decir que son malos. Me sigue mereciendo la pena: el contacto directo con los lectores, cuando los he conocido, la respuesta positiva de personajes oro como Ellos, Francisco Nixon y Richie, Susanna Griso, Conchita o las telediarias de Antena 3, compensa con creces disgustos como los que sufro cada vez que hay videoclip nuevo de El Barrio.

Ya me conocéis, amigos: aquí no hay engaño. Soy demagogo, caprichoso, arbitrario, hiperbólico en mis alabanzas, injurioso en los ataques, intento equilibrar el tópico con la audacia y –eso sí- siempre siempre siempre… ando un paso por detrás de la actualidad. Que Dios os conserve mucho tiempo el criterio por leer Estatuas Verdes desde hace cuatro años.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Ventajas de viajar en tren


El pasado jueves, mi colega José María Moraga presentó en Sevilla la reedición de la novela de Antonio Orejudo Ventajas de viajar en tren (2000). Orejudo dio una lección magistral de creación literaria como él sabe: con humor (no diré “inteligente”, que se enfada) y me da la sensación de que el público se quedó con un muy buen sabor de boca tras la charla de Antonio con el presentador y con los asistentes. Y es que, ya se sabe: a la hora de viajar en tren no es lo mismo ir en AVE que en la cafetera de Los hermanos Marx en el oeste. Por petición popular, publico aquí el texto que el buen José María leyó al principio del acto, esperando sea de vuestro agrado.




Presentar una novela de Antonio Orejudo es ante todo un gran placer. A la hora de acometer la tarea no sabía bien cómo hacer para resultar a la vez informativo, ameno y digno de Antonio, que –ahora que no nos está escuchando nadie- es uno de mis escritores españoles favoritos. Sé que no está bien que a un crítico se le noten esas inclinaciones (y sé también que es en condición de reseñador de Estado Crítico, un blog literario en el que admiramos mucho a Antonio, que hoy estoy yo aquí) pero debo confesar que me resulta de todo punto imposible despojarme de los ropajes de fan a la hora de hacer de telonero de Antonio Orejudo.

Después de esta captatio benevolentiae, tengo que contemplar la posibilidad remota de que haya alguien en la sala que no conozca la trayectoria como novelista de Antonio Orejudo. Desde su primera novela Fabulosas narraciones por historias hasta la última Un momento de descanso, pasando por Reconstrucción, cualquier lector de Antonio puede tener clarísimas dos cosas: que este tipo es un embaucador, un mentiroso, y que es uno de los grandes humoristas de nuestra prosa. Voy a intentar explicar las dos acusaciones.

Si, como decía el inglés Coleridge en su Biographia Literaria, “la suspensión voluntaria de la incredulidad” por parte del lector es la base del pacto de la literatura (él lo usaba para la poesía, pero hoy día es un tópico extendido a todos los géneros), podemos afirmar que como novelista de su tiempo, Antonio Orejudo es un absoluto trilero, que en sus obras se salta a la torera este pacto una y otra vez, de modo que el lector, engañado, no tiene más remedio que cambiar las reglas del juego del libro que se estaba leyendo, las cuales es probable que Antonio vuelva a dinamitar pocas páginas después.

Tal vez la novela de Orejudo donde esto se haga más patente sea esta Ventajas de viajar en tren que hoy nos ocupa, originalmente aparecida en el año 2000 y reeditada ahora por Tusquets con su mismo texto original (si no me equivoco). Durante años, un libro difícil de encontrar, que todos los lectores debemos alegrarnos de que vuelva a estar disponible, igual que ocurrió con aquellas Fabulosas narraciones, su primera novela. Ventajas de viajar en tren fue la segunda, pertenece a otra época (solo os digo que Antonio firmaba entonces con sus dos apellidos, Orejudo Utrilla). El “tren” en el que el autor nos propone viajar es la ficción, son los escritos, y al acabar el libro no le queda a uno duda alguna de lo ventajoso que resulta este viaje. Pero no está exento de trampas.

Casi al final de la novela, uno de los personajes le reprocha a otro que ha sido engañado, y –en lo que me parece uno de los parlamentos claves del libro- el acusado se defiende: “¿Acaso hubo entre ustedes un pacto tácito (…) o un acuerdo explícito de sinceridad que le impidiera a él juguetear o inventarse su vida?”. El pacto –si lo hubo- es el que decía Coleridge, pero como buen novelista postmoderno (perdón por el palabro, Antonio), nuestro Orejudo sabe bien reírse de las convenciones y jugar con las expectativas del lector: en otras palabras, amigos lectores, este autor nos hace cosas que no están bonitas, como decirnos que A es A para acto seguido decir que es B, y al cerrar el libro todavía nos sigue quedando la duda de si no sería en realidad C o D.

Explicado esto, aún podemos no estar convencidos si no decimos “de qué va” Ventajas de viajar en tren. Siempre que hago la sinopsis de una obra, me gusta como broma comenzar diciendo que “la historia es simple”. En este caso, una mujer que llega a casa comprueba que su marido se ha vuelto loco, lo ingresa en un psiquiátrico y al regresar –cómo no, en tren- coincide con un doctor del mismo psiquiátrico, quien empieza a contarle su vida y a hablarle de cómo los esquizofrénicos son excelentes contadores de historias, y cuánto se puede aprender de ellos leyendo las cosas que escriben. Todo muy normal, si obviamos que el nombre de la señora protagonista es Helga Pato, que las croquetas tienen un papel muy importante en la trama y que en el libro se revela cómo los camiones de la basura son en realidad sofisticados mecanismos diseñados por los poderes fácticos para controlar nuestras vidas. Por no decir nada de las descacharrantes historias escritas por los enfermos mentales, que también tenemos el privilegio de leer.

Y he aquí la segunda característica sobresaliente de la obra de Antonio a la que antes hacía referencia: el humor. Decimos “humor” porque somos cultos y hemos venido aquí a hablar de libros. Si estuviésemos con una cerveza en la mano probablemente diríamos “la poca vergüenza”. Como todas las demás novelas de Orejudo, Ventajas de viajar en tren rebosa de humor negro, humor disparatado, humor del que te hace reírte a carcajadas y hace que los demás pregunten “¿Qué estás leyendo?” si estás acompañado. Tal vez por ser la menos sesuda, Ventajas de viajar en tren sea la novela suya que exhibe un humor más bestia (no sé si Antonio estará de acuerdo). También me gustaría que explicara el autor otra cosa. Él dice que su primera novela “gusta a los que han estudiado o han leído mucho” (No es de extrañar, al estar ambientada en el mundillo de la Generación del 27, la Edad de Plata y la Residencia de Estudiantes), que la tercera gusta “a los lectores más clásicos” (tal vez por ser histórica), mientras que Ventajas de viajar en tren ha gustado “normalmente, a los chicos jóvenes y a las mujeres”.

En Estado Crítico –el blog literario que represento- también estamos al tanto de las andanzas de Antonio gracias a otro blog, el de su amigo, el también escritor Rafael Reig, quien hace poco estuvo en esta misma sala presentado su novela Todo está perdonado. Para los que no lo sepáis, Rafael Reig siempre acusa a Antonio Orejudo en su blog de adelantársele en todo (de hecho, Rafael acuñó el eslogan “Antonio Orejudo estuvo antes ahí”), pero en esta ocasión él te ha precedido y hace poco contaba que su tía y un nutrido comité de señoras (que hasta tienen grupo propio en Facebook: “Señoras de Tarazona que leen a Antonio Orejudo”) iban a hacer de groupies tuyas hace un par de días en Barcelona. También nos gustaría que nos comentases este episodio, Antonio.

Ya para terminar –no se me va de la cabeza que lo más interesante será lo que Antonio mismo nos quiera contar sobre su libro- me gustaría referirme a otro pasaje de Ventajas de viajar en tren, en el que un personaje airado ajusta cuentas con la literatura y dice: “Cuántas veces me hubiera gustado tener al autor frente a mí para pedirle que me explicara mejor un párrafo o para sugerirle que se callara.” Bueno, pues ni lo uno ni lo otro, Antonio, aquí tenemos hoy el privilegio de tenerte delante para que nos digas lo que tú quieras, porque nosotros, mientras sigas engañándonos con tantísima gracia, estamos completamente dispuestos a creérnoslo.

martes, 8 de noviembre de 2011

Appeasement


-“Era el amanecer, las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga.”
(Jorge Luis Borges)




Gente de la caterva de Joaquín Sabina, Estopa, Roberto Álamo y vuestro admirado Willy Toledo hicieron que hace 10 ó 15 años se pusiera de moda la palabra “canalla” en una acepción benigna, un canalla (porque “una canalla” no, verdad? si acaso una loba) era alguien caradura pero simpático, un truhán encantador, como esos crápulas de anuncio de Rives, con barba de tres días. Un asiduo a los bares, un ligón que no se casa con nadie, sospecho que no se bate en duelos porque quedaron proscritos en la Constitución de 1978.

Sin embargo, si acudís al DRAE o a cualquier diccionario veréis que en origen “canalla” tiene un sentido muy distinto. De hecho, creo que servidor aprendió la palabra de niño, al escuchársela a mi tío utilizada para calificar al dictador paraguayo Stroessner (“Para qué? –Paraguayo”). En estos días, conviene estar muy atentos a los grandes canallas de nuestra época, que hay muchos, y no me estoy refiriendo a los media sonrisa que te entran en un discopub con un cubata en la mano…


Una cosa son Personajes Pupita y otra los canallas: los etarras (en estos días se está juzgando a Txapote, por ejemplo), los violadores y asesinos de niñas (ver el juicio sobre Marta del Castillo basta para deprimirlo a uno), esos que maltratan e incluso matan a sus parejas cada dos telediarios, los terroristas islámicos que ya son parte de nuestro paisaje, dictadores como el sirio Al Assad o el libio Gaddafi (y la turba que lo linchó)… como veis, no andamos escasos de ejemplos.

Hace tiempo quedó establecido en el imaginario colectivo (incluso aquí) que el mayor canalla que los siglos han contemplado fue Adolph Hitler, algo que por sabido puede quedar amortizado hasta el punto de insensibilizarnos. A menudo se citan el Holocausto y el comportamiento de las Fuerzas Armadas alemanas en el frente ruso como los peores exponentes de la infamia nazi; sin duda lo son, pero no está de más de vez en cuando fijar la lupa sobre otros episodios más o menos siniestros y altamente ilustrativos. Con ser lo peor del nazismo, la Solución Final y la criminalización de la Wehrmacht no fueron obra exclusiva de Hitler, necesitaron del concurso de muchísima gente.


Otras maquinaciones, sin embargo, parecen llevar más claramente el sello personal de hijoputismo del Führer, coadyuvado por su camarilla más fiel (Goering, Himmler, Heydrich…). Lo que me ha sugerido el post de hoy es la lectura de la novela HHhH (2010), de Laurent Binet, que narra –entre otras cosas- el atentado que en 1942 acabó con Reinhard Heydrich, jefe del espionaje nazi, nº 2 de las SS, ideador de “genialidades” como el distintivo-estrella obligatorio para los judíos o la propia Solución Final. A la sazón gobernador militar en Praga, Heydrich fue liquidado por un comando checoslovaco patrocinado por los británicos.

El libro de Binet cuenta esta historia, yo no llevo ni la mitad (me lo estoy leyendo en francés, vous comprenez) pero hoy se me ha revuelto el estómago al leer los pasajes sobre la conquista de Checoslovaquia por parte de la Gran Alemania, y ver cómo actuó la canallesca maquinaria diplomática del III Reich. Desmembrada, objeto de bullying primero, abandonada a su suerte por las democracias occidentales, invadida sin pegar un solo tiro, Checoslovaquia simplemente dejó de existir en 1939. Tras apenas 20 años de invento (era un producto post Imperio Austrohúngaro de la 1ª Guerra), en 1938-39 fue el títere en manos de Hitler, para después de 1945 caer en la órbita soviética (sobre esto recomiendo la peli Un mundo azul oscuro, 2001).


Hitler, Goering, Himmler, Heydrich, von Ribbentrop, Keitel… a cual más canalla, el traidor presidente checo Hácha (cuya posición tampoco era envidiable, desde luego), los pusilánimes Chamberlain y Daladier… Actualmente es posible ver en la ciudad de Praga algunas huellas de la ocupación nazi, y en el Imperial War Museum se conserva la famosa papela con los bochornosos acuerdos que agitó Chamberlain al regresar de Múnich en 1938, cuando creía haber apaciguado a la bestia nazi, que se rió de todo el mundo. Es lo que suelen hacer los canallas, llámense Hitler, Carcaño u Otegui: mucho cuidadito con el apaciguamiento, pues.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Generación M


Amigos, sabido es que la letra M tiene mucho prestigio. Ahí están si no M, el jefe de James Bond, el cantante francés –M-, la canción “M” de Los Piratas, su uso como símbolo del prefijo “mega”, el número 1000 romano, el famoso hotel EME de Sevilla, M, el vampiro de Düsseldorf… para atestiguarlo. Pero también es sabido que nuestra querida decimotercera letra del abecedario (sobre todo en mayúscula) es sinónimo de una mierda gorda.

En el ámbito anglosajón hace tiempo ya que se habla de la Generación Z (y no me refiero a los tan de moda ahora zombies), después de las Y y X de rigor. La X fue tal vez la Generación que más ha capturado la imaginación mediática aquí en España, merced tal vez al afamado libro de Douglas Coupland Generación X (1991), a productos culturales como el grunge o la peli Bocados de realidad (1994) y a un par de reportajes bien colados en su momento en El País de las tentaciones. Otras “generaciones” parece que no han cuajado tanto (el mismo Coupland trató de hacernos comulgar hace dos años con la A, dando ya la Z por pasada, como hizo Kurt Vonnegut), pero el tema del apelativo no es en realidad tan importante.


Yo, amigos, hasta ahora no sabía a qué Generación pertenecía, a la X no, desde luego, aunque la prensa y la publicidad me lo inculcaran. Servidor en 1991 estaba en 7º y 8º de EGB, escuchaba a Mecano en vez de a Nirvana y si llevaba camisas de cuadros no era desde luego por hacer una revolución cultural. Además, en Seattle dicen que llueve 200 días al año y en Miciudad no para de hacer sol. “Ayer llovió!”. Gracias, por el dato, señora: puede usted volver a su sitio.

Pero hoy me ha dado por pensar, tal vez debido a una conjunción casual de elementos, que mi generación bien podría ser intitulada como Generación M, al menos en España, habida cuenta de una serie de razones que trataré de exponer. Es un hecho que no admite discusión que somos la primera generación en la historia de España que hubo de rendir respeto a sus mayores y que no puede esperar el mismo trato de los niños pequeños. Yo llamaba “usted” a todos los adultos y aún lo hago con los desconocidos y no digamos los ancianos. Bien, pues hoy el tuteo se ha impuesto de forma falsamente democrática, como si todos fuésemos camaradas milicianos o yo no sé qué cojones, y ya no puede uno esperar que le traten de “usted” en ningún lado.


El miércoles pasado, en clase de francés, la profe abroncaba a dos compañeros por haber representado un dialoguito sito en una agencia de viajes ficticia y haberse tuteado empleado y cliente. “No lo hagáis nunca, porque eso en Francia está muy mal visto”. “Y aquí”-pensé yo, para inmediatamente darme cuenta de que es muy probable que ella no lo perciba así. Que mi profe vea que aquí camareros tutean a ancianos, dependientes a clientas, funcionarios al Lucero del Alba y así sucesivamente. Y en clase… yo cuando entraba un profesor me ponía de pie, y siempre me dirigía a ellos (en el cole, en el instituto, en la universidad) de “usted”. Hoy en día me cuenta Harvest que eso es impensable.

No basta con no esperar ese trato, es que aún hay gente que se te rebota y te mira raro si les tratas de “usted” para marcar distancias, como si fueras un clasista, un antiguo o un aristócrata venido a menos. Se me dirá que esto del “usted” (y las formas verbales de “usted”) es una tontería: riquísimo, gracias. Pero si lo era, por qué hube yo de tener ese miramiento con mis mayores? El tratamiento es lo de menos, yo me refiero a la educación, la cortesía, a ceder un asiento en el transporte público, a sujetar una puerta, a retener un ascensor, a llevarle las bolsas a una señora… si todo eso es una tontería, por qué mi generación tenía que hacerlo a la espera de llegar con la edad a esa posición de respeto... solo para descubrir que en realidad lo que tiene que hacer es comerse una M?


Muy a menudo se escucha ahora en los medios españoles que la generación actual va a ser la primera que va a tener que vivir en peores condiciones materiales que la de sus padres. Cuántas veces no habremos escuchado de boca de nuestros mayores que no teníamos derecho a quejarnos porque… en el pueblo se cocinaba con leña? … para tener agua potable había que andar no sé cuántos kilómetros? … la ropa se heredaba de los hermanos?, etc, etc. Parece claro que en España antes éramos pobres y en el plazo de cincuenta años hemos pasado de haber un solo teléfono en el pueblo a tener cada niño un portátil regalado por el Gobierno (niños que -además- ya no viven en pueblos, para empezar).

Pues bien, ahora resulta que no éramos tan ricos como nos habían hecho pensar (porque el dinero público, en contra de lo que decía la Ministra Calvo Poyato, sí es de alguien: nuestro) y que todo lo que recibíamos “gratis”, sean prestaciones, infraestructuras, mejora de condiciones laborales y salariales, servicios sociales, en realidad no lo vamos a poder seguir manteniendo. Por las razones que sean, la culpa la podemos analizar otro día, lo único cierto es que, como dijo en la radio Fernando Trías de Bes, “No se trata de lo que es justo o injusto, sino de lo que nos podemos permitir”. Cuántas veces no escuchamos estos días en los medios la dichosa frase de “Se acabó la fiesta”. Ah, pero había una fiesta? O sea, que trabajar y pagar impuestos con una nómina era estar de fiesta? Haberme avisao!


Lo único cierto es que nos va a tocar tragar cosas muy desagradables en el futuro, que la manguera de merengue se ha trocado en un cañón de mierda que nos está salpicando a todos. Que esas familias de clase media de asalariados que en el curso de una vida acumulaban un piso para cada hijo van a ser cada vez más raras (bueno, a mí eso tampoco me ha tocado, eh?).

Probablemente, los niños de hoy y de mañana se críen acostumbrados a que la Sanidad no es gratis, encima sean muy maleducados y a sus padres ya no les importe. Ellos usarán el teléfono móvil en clase y serán mileuristas, pero escribirán su propio guión, porque están despreciando el legado cultural de sus mayores. Pero a los de nuestra generación, los que tuvimos que atenernos a las reglas que otros habían escrito, nos la han colado doblada, amigos.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Democracia con extra de bacon


Ayer ponía la radio –Julia en la Onda, Onda Cero- y escuchaba una frase que me ponía los pelitos de punta. “Cómo va a decidir un pizzero griego el futuro de millones de europeos?” La sangre se me helaba. “O un camarero de Mikonos!” –apostillaba otro tertuliano con tono de estar soltando una evidencia. El argumento es viejo y el catálogo podría seguir: un fontanero polaco, una cajera de supermercado belga, un desempleado portugués, o usted, señora, cómo van a decidir nada de nada si no tienen ni idea de política, economía, sociedad (y si me apuran ni de cultura)?

Cómo va a decidir esa gentuza sobre unos temas que afectan a millones de personas, sobre presupuestos de trillones de euros, sobre Sanidad, Educación, Defensa, Política Exterior… si ellos no entienden? Todo esto era a cuento del polémico –ahora no, ahora sí, ahora no…- referéndum griego acerca del plan de rescate, convocado por su primer ministro Papandreu, (“que estudió en la London School of Economics y en Harvard” –nos informa un tertuliano de JELO). Pues si él (que estudió, y en esos sitios no regalan los títulos, verdad?) no tiene ni puta idea de cómo meterle mano a tan peliagudos temas... cómo se las va a maravillar un simple pizzero de Atenas?


Hace poco me encontraba –en dos libros muy diferentes- con dos escenas muy parecidas. En El hijo del futbolista (2010), un gerente de la mina llama a un obrero y lo interroga sobre “la caída del cobre en los mercados internacionales”, “el cierre de la fundición Bessemer” y “la renovación de las perforadoras neumáticas”, y el pobre hombre responde perplejo que “ustedes sabrán mejor que yo de esas cosas”, para regocijo del jefazo, quien se reafirma en su idea de no delegar decisiones en los obreros.

En Los restos del día (1989), un señorito pregunta de igual modo al mayordomo Mr. Stevens acerca de temas tan complicados como la deuda americana y su impacto en el comercio, el patrón oro, la venta de armas a los bolcheviques o la política exterior francesa en el norte de África. El mayordomo –ni que decir tiene- se queda picueto, a lo que el señorito concluye que eso es lo natural, y no que insistamos en dejar en manos de millones de hombres como él las decisiones sobre temas de los que no tienen ni la más repajolera idea.


Esto nos lleva a una pregunta de mayor calado: por qué millones de personas sin formación, o con una formación deficiente o irrelevante para los temas en cuestión han de tener poder decisorio (aunque sea diluido en una votación o referéndum)? No sería mejor que solo decidieran los que entienden, los que saben? Según le dé la luz a la pregunta, yo mismo estaría de acuerdo. El problema surge al plantearse la siguiente cuestión: Quiénes serían esas supuestas lumbreras con poder decisorio? Y quién las elegiría, ahora que la sangre y el derecho divino no están de moda?

Problemón habemus. Habrían de ser solo una parte de la sociedad? Los licenciados? Los doctores? Los guapos? Los que tuvieran a partir de un cierto nivel de ingresos? Los más sabios? Y entonces, quién es más sabio: Eduardo Punset o Rafa Nadal? Sánchez Dragó o Arguiñano? Todavía me hago pipí encima algunas noches recordando aquellos ínclitos “consejos de sabios” que organizaba ZP en los tiempos más dulces de su legislatura…


Y en cuanto a buscar una solución cultural o monetaria… el sufragio censitario ya existió, de hecho durante décadas solo lo ejercitaban ciertos hombres, propietarios, rentistas, nobles, en fin, que es una solución que no me convence: se supone que la Humanidad se llevó siglos de lucha para acabar con eso. La masa es tonta y hay mucho impresentable por ahí, pero… se os ocurre una solución mejor? No será que venga un dictador, verdad? Lo mismo me da Franco que Fidel Castro o Gaddafi. Se imagináis que Rajoy se hace presidente perpetuo onda Chávez y nos obliga a todos a dejarnos barba por decreto? O Rubalcaba, y multa a los que no se queden calvos? Demencial.

Lo siento, pero todas esas soluciones no cuelan: no cuela la aristocracia, porque no sería “el gobierno de los mejores”, porque sería imposible ponerse de acuerdo en quiénes son los mejores. Y entonces sobreviene la putada: como no pueden decidir solamente los mejores, decidamos todos, que al menos tenemos en común que tenemos que compartir el espacio en el que vivimos y las reglas del juego. Y a mí claro que me da coraje que mi voto valga lo mismo que el del cani que me grita en el semáforo, seguro que al presidente de la RAE le joderá que su sufragio cuente igual que el de Belén Esteban (aunque no lo admita el público). Pero tenemos que conformarnos, a falta de solución mejor.


El truco está en que si los gobernantes no lo hacen bien se supone que se los puede cambiar. Y claro que no va a gobernar siempre quien tú quieres, y aunque sí no van a hacer lo que tú quieres, pero al menos te queda la tranquilidad –el consuelo de tontos, si queréis- de que harán lo que quiere la mayoría de la gente (o la minoría mejor organizada, pero ese es otro tema).

De modo que ya sabéis, quizás ahí esté la legitimidad para que gente de a pie decida sobre cosas que tal vez les superen pero les afectan. Solo cabe esperar que la peña se ponga las pilas y se forme, que la gente esté cada vez más preparada, como deseaba aquí hace poco (tal vez un poco ingenuamente), y los demás, a votar y a rezar que Dios nos coja confesados. Y en respuesta al ínclito tertuliano de Julia Otero (creo que era Antón Reixa): que un pizzero de Atenas decida sobre el futuro de toda Europa? Indignante! Si fuera de Nápoles, todavía…

martes, 1 de noviembre de 2011

Mis neuronas de viaje de estudios


La verdad es que con las movidas estas de la Educación no sabe uno a qué carta quedarse, amigos. Parece claro que para un país una de las cosas más interesantes es tener una educación de calidad, a ser posible pública y gratuita, para garantizar el máximo desarrollo del potencial talento y como mecanismo nivelador de las desigualdades. También hay una tercera razón, pensada así, a vuelapluma. Mientras más educada esté una población, más sociable será, menos marginalidad, delincuencia, etc., deberá haber (en teoría). Dejando atrás las posibles manipulaciones y/o agendas ocultas de los gobiernos y los partidos políticos que los informan, parecería claro que empeorar la educación en un país a sabiendas sería un poquito como hacerse el harakiri.

En estas estábamos, cuando Harvest (él es profe de instituto, recordad), me cuenta algunas anécdotas sobre su día a día. “Tienes la voz ronca”-le digo. “De gritarle a los niños, hijo mío.” Indignante, a la par que lamentable. Me cuenta que ayer mismo se le asomaron por la ventana de un aula de la planta baja dos homínidos adolescentes que empezaron a increparle, a dar golpetazos en la ventana, a no dejarle dar clase. Que uno de ellos le dijo que no se iba “porque no me sale de los huevos”, y que se los iba a meter (los oeufs) por la boca. “Esto es nuevo” –le contesto. “Normalmente son los de dentro del aula los que no te dejan dar clase, no?”. Por toda respuesta, él me miró con pena y me dijo que era la 4ª vez que tenía que llamar a la Guardia Civil al instituto desde el inicio de curso (no hace ni dos meses).

También me cuenta que el jueves pasado se tiró media hora consolando a un alumno de los pequeños, quien con los ojos vidriosos le confesó que otro se había cagado en sus muertos y eso le había dolido porque su abuela había fallecido recientemente. Él lo sacó del aula, obligó a pedir perdón al injurista, pasó la mano por el lomo al injuriado, le habló de la vida y la muerte, y se aseguró de dejarlo tranquilizándose fuera, al cargo de dos profesores. Luego escuchó que el angelito iba por ahí diciendo que “El maestro [Harvest, que es licenciado] no le había hecho caso.”

Un poco por aliviar el tono y por evadirse de estos infiernos cotidianos, me cuenta Harvest que durante ciertas reuniones se dedica a idear pastiches literarios, muy del gusto de sus compañeros. "Hace cuatro años, una tarde, en un curso de pedagogía obligatorio, escribí un pastiche de relato de Juan Rulfo ambientado en un instituto de Secundaria que me valió hartas palmadas en la espalda.” Lástima que el texto se ha perdido. Hace unas semanillas –me cuenta- le dio por “reescribir” comienzos de afamadas obras de la literatura en clave docente o educativa, con gran jolgorio para compañeros y amigos de Facebook. Tanto es así que, por petición popular, hoy los cuelgo en Estatuas Verdes, por si a alguno aprovecharen.

Para la ocasión, Harvest ha incluido un texto inédito, que ha hecho esta tarde (que no tenía ganas de corregir). No creo que os resulte difícil identificar los originales, espero que os arranquen –como a mí- una sonrisa, tan necesaria para el trabajo de profesor como para cualquier otro. Va por ustedes.




“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el profesor de Enseñanza Secundaria Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a su primera Evaluación Inicial.”


“MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:
-Lectura y aprobación del acta del claustro anterior.”


“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró en la sala de profesores convertido en tutor.”


“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Entra a tercera los martes. Mi madre me lo dijo.”


“Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy pronto celebraría su cumpleaños centésimo decimoprimero con una ETCP de especial magnificencia, hubo muchos comentarios y excitación en el IES Hobbiton.”


“Nos gustaba el instituto porque aparte de espacioso y antiguo (hoy que los IES antiguos sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros claustros, el inspector, nuestros conserjes y toda la directiva.”


“Yo, señor inspector, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cursos tenemos todos los mortales en septiembre y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: las Competencias Básicas.”
 
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