Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

viernes, 29 de abril de 2011

Cuándo hay boda...?


-“Así que comprobé todos los datos históricos registrados/
y me dio un shock cuando descubrí avergonzado/
que soy el décimo octavo descendiente lejano/
de no sé qué reina.”

(The Smiths)





Me cuenta el buen Harvest que no hay nada más infalible para hacer reír a un norteamericano que hacerle escuchar a alguien hablando inglés con acento británico. Es un hecho universalmente aceptado que los americanos solo asocian el inglés británico a dos cosas: los villanos -sea una peli Disney o El patriota (2000)- y el humor –de los Monty Python a Mr. Bean. Otro hecho universalmente etc. es lo que le gusta a todo el mundo una Boda Real, sobre todo a los norteamericanos. Pour quoi? Será porque allí no hay de eso, no hay reyes, ellos creen que tampoco clases sociales y entonces todo el mundo es democrático, nadie lleva coronas en la cabeza, los únicos reyes son Elvis Presley, Michael Jackson y Larry King.

Sin embargo, ya hace casi doscientos años escribió Alexis de Tocqueville (y él entendía de América, no?) que “la democracia que ha echado abajo el sistema feudal y derrotado a los reyes se retirará ante los comerciantes y capitalistas”. La Boda Real es un evento de primera magnitud a nivel informativo y económico, pongo el ejemplo de los USA porque sé que allí se ha seguido con especial interés (aunque solo sea a juzgar por el despliegue de medios periodísticos que han hecho los yanquis), pero como dije en el párrafo anterior la Boda Real le gusta a todo el mundo (hasta a los republicanos), salvo a los aguafiestas y a un señor de Nairobi que llamó ayer por teléfono a un programa de la BBC para decir que le daba igual. Pero que a su mujer le había encantado.


Precisely my point. A quién no le gusta una Boda Real, si eso es una cosa de mucho gustar, más o menos como un baptisterio romano del siglo I? Ayer era el día de seguir la boda entre el príncipe William de Inglaterra y su “novia de toda la vida” (qué me gusta el periodismo, DIOS!!!), la señorita Kate Middleton, a la que a partir de ahora hay que referirse como Catherine (o Catalina, según las maravillas de la traducción, ya que él es Guillermo también de toda la vida). Ayer estaban algunas de mis compañeras de trabajo revolucionadas, que si el traje, que si los invitados, que si la flema británica. Tres horas después, la buena Cuidadora me confesaba: “El pueblo británico ha disfrutado mucho, ya sabía yo que ellos en realidad no eran flemáticos”. Touché! Yo también participé de la emoción, de ver en marcha toda la maquinaria de pompa y boato que es capaz de desplegar la Corona británica (admitámoslo), la de más caché del Globo.

Me gustó ver las escenas de la boda –en diferido, eh?- y luego me tragué en directo toda la postboda, besos de los novios en el balcón de Buckingham Palace incluidos. Por poco me mareo viendo el espantoso traje de la Reina (“es que son anglosajones, son otra cultura: allí los colores simbolizan otra cosa…” –decía apologéticamente un gurú de la moda en TVE1 a propósito del atentado estético de Isabel II). Me hizo gracia que el joven William se casará con uniforme de la Guardia Irlandesa (os fijasteis en los tréboles dorados que llevaba bordados al cuello?), porque sí, amigos, los coches oficiales y todo el ornato de la boda exhibían ese bonito escudo del Reino Unido que tiene cuatro partes: Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda.


El vestido de la novia también me gustó, aunque esos temas no me encandilan. Lo que sí me encandiló fue el vuelo sobre Londres de un bombardero Lancaster y dos cazas Spitfire de la 2ª Guerra Mundial, para homenajear a los recién casados y rendir tributo a la Batalla de Inglaterra, que permitió –entre otras cosas- que estos pavos se casaran ayer y hubiera decenas de fiestas callejeras programadas por todas las islas, en vez de estar bebiendo cerveza y comiendo salchichas como hacen los alemanes (Porerror, psst! Que los británicos también se la pasan bebiendo cerveza y comiendo salchichas!)… er... perdón, en vez de estar escribiendo filosofía y liderando la economía europea como hacen los alemanes.

Las cifras de la boda son mareantes: 1.500 militares y 5.000 policías (o fue al revés?) para la seguridad, la broma salió por 23 millones de euros pero se esperaba recaudar 700 (“Ganarán dinero, como en todas las bodas” –apostilló una compañera de trabajo), había no sé cuántos árboles dentro de la Abadía de Westminster, y 1.900 invitados, que luego se quedaron en 600 para el cóctel y en 300 para la cena, o algo así. Deos igual si las cifras no son exactas: aquí lo bonito es la fantasía y la ilusión. El flanco friki quedaba bien representado por los personajes “del pueblo” que pululaban entre la muchedumbre, que si un pavo vestido de caballero medieval, que si uno con un sombrero alegórico hecho con muñequitos, que si un colombiano que se había acostado a las 5 de la mañana confeccionando una pancarta de mierda para Kate, que él lucía orgulloso…


Todos desfilaban henchidos de satisfacción ante las cámaras de la BBC: desde los compañeros de William de la RAF en la isla de Anglesey hasta el historiador Simon Schama, pasando por tropeles de niños o unos que habían hecho una pancarta que rezaba: “Jaque mate, Kate: Te has comido al Rey”. El flanco metafriki lo cubrían –cómo no- los invitados. Elton John y señor, primum inter pares. Rowan Atkinson no podía faltar, aunque solo fuera para hacer reír a los americanos (se estaría riendo él durante la ceremonia pensando en las injurias a los reyes de Inglaterra que perpetró haciendo la serie La Víbora Negra (1983-89)?) Polémica al parche: no estaban los sociatas Tony Blair ni Gordon Brown, “por no pertenecer a la Orden de la Jarretera” (cosa que John Major y la Thatcher sí). Ah, que como mérito no bastaba haber sido Primer Ministro de Gran Bretaña? Copón!

A media mañana el buen Nacho Camino me lanza una bola curva: también están invitados los jerifaltes de Porcelanosa, misterios del capitalismo y la realeza, que diría Tocqueville. La sensación al final de todo el circo mediático es una mezcla de hartazgo y satisfacción por el deber cumplido. Todo el mundo cumplió su papel ayer: los novios casándose, que es lo que tenían que hacer, el pueblo enfervorizado en las calles o en Twitter (incluido el keniata que llamó para cajarse en la boda, tiene que haber disidencia, amigos) y Estatuas Verdes –siempre un paso por detrás de la actualidad-, estando aquí para contároslo.

martes, 26 de abril de 2011

Shiny Happy People


-“Gente radiante de felicidad cogida de la mano.”
(R.E.M.)








Shiny. Hablemos de Josemi Rodríguez-Sieiro, y hablemos ya! Antes de que se acumulen las señales del apocalipsis. Este entrañable personaje, “comunicador” a falta de otro oficio conocido, lleva años en nuestras vidas ejerciendo de árbitro de la elegancia, como lo hizo Petronio en Roma en el siglo I de nuestra era. Claro que Petronio no contó con el apoyo de María Teresa Campos ni de Carlos Herrera (otros dos personajes que despiertan lealtades encontradas entre mi lectorado) y seguro que tampoco tenía la voz tan desagradable como este señor.

Desde sus intervenciones en tertulias televisivas y el programa Herrera en la Onda, lo que más me fascina de Josemi es su estoicismo, cómo es capaz de zafarse de las más cativas celadas, de los compromisos en que le ponen con el único fin de mofarse de sus conocimientos sobre etiqueta (“Josemi, tengo una duda, ¿es correcto eructar en misa?”, “¿Se admite llevar corbata con unas bermudas a cuadros?”… y todo de ese porte). Desde hoy el buen Josemi, con sus impertinencias y esnobismos, con sus reglas sociales imposibles de cumplir pero admirables por lo ornamentales, inaugura una nueva categoría a caballo entre la Pupita y el Oro. Josemi Rodríguez-Sieiro: Personaje Anfótero!


Happy. En su extravagancia de listín telefónico pijo, hoy Josemi ha sentado cátedra en el programa de Carlos Herrera acerca del personaje del momento: en otras palabras, la J.E.Q.U.E.S.A. No podía ser de otra manera, hoy el telediario de Antena 3 ha abierto con una imagen de la Jequesa, título imposible, pero que mola casi tanto como la “choferesa” negra de Camilo José Cela. Ahora que Gadafi y su guardia personal ya no molan, el cupo de la bizarría árabe lo puede cubrir esta personaja, tercera esposa del Emir de Catar (habéis visto cómo respeto las reglas de la RAE?) cuyo vestuario es una mezcla entre los de Rania de Jordania y Jackie Kennedy.

La Jequesa (no me canso de decir esta palabra) es, además de icono de la moda, una lumbrera: licenciada en sociología (o era en ciencias políticas?), doctora honoris causa por cuatro universidades, inventora del chicle, además lleva siempre en la cabeza un turbante “hipnótico” –según El País- , pero lo mejor es su sofisticado nombre: Mozah Bint Nasser al Missned. Este personaje es absolutamente fascinante, no creéis? Así y todo, no será el personaje de la semana en Estatuas Verdes.


People. El que ha acaparado más neuronas en mi cabeza, el que se ha ganado por derecho propio el título de “Jeque de la Bizarría”, el fijo de Antena 3 por los siglos de los siglos es Sergio Ramos, amigos… por razones obvias. Salir de copas con Sergio Ramos y acabar por los suelos… Si en vez de Rafiki a Simba lo hubiera levantado Sergio Ramos la película duraría cinco minutos… Copas del Rey que prefieren suicidarse antes que acabar en el Bernabéu… las gracejadas y los grupos de Facebook se suceden a velocidad de vértigo… y yo no puedo parar de reír.

Por más que anteriormente el muchacho fuera conocido por parecerse a un indio, por comer huevos fritos con tomate cerca de su pueblo, por ser campeón del mundo (las mejores copas desde las que servía Casillas en el autobús de la Selección…), ya Sergio Ramos quedará para siempre en nuestro imaginario colectivo como el tipo que dejó caer/tiró la Copa del Rey a las ruedas de un autobús. El mayor fiasco con bus desde lo de Jesús Vázquez. Shiny happy people holding hands…



lunes, 25 de abril de 2011

Troubles (y II)


Decir “the Troubles” en Gran Bretaña es mentar a la bicha. Por eso se acuñó el eufemismo, “los problemas”, esas dificultades que hay en Irlanda del Norte, ay vaya por Dios! Hace un mes una amiga inglesa (descendiente de irlandeses, por cierto) me miraba incrédula cuando le contaba que durante esta Semana Santa pasada en Irlanda pensaba acercarme a Belfast. “Bueno, supongo que tiene sentido” –me dijo tras reflexionar- “ahora que la guerra de allí ya está más que terminada”. Ah, pero ¿había una guerra?


El tema de Irlanda del Norte nunca me había interesado especialmente, el nacionalismo irlandés me parece –como todos- una patraña decimonónica, con sus arados, sus estrellas y todas esas cosas. El nacionalismo británico ya es para echarle de comer aparte: tiene la fea costumbre de mutar en Imperialismo. Pero el Jueves Santo estuve en Belfast, y perdonadme la demagogia, mas si de verdad Cristo murió en la Cruz y resucitó por nosotros, no sé qué pensará al ver cómo sus hijos se odian de la manera en que lo hacen las comunidades republicana/católica y unionista/protestante de Irlanda del Norte. Todos en su nombre, aunque eso sea solo una excusa, bien claro está.



Como si fueran jodidos hugonotes de la Edad Moderna, como si de una de esas antiguas guerras de religión se tratara, la peña se odia y se agrede (hasta hace poco con inusitada virulencia) aquí al lado, como quien dice, en la Unión Europea, en una parte de Irlanda que es Gran Bretaña. Hasta hace poco no estaba muy informado sobre estos temas pero tras un somero barniz histórico-cultural y una inspección sobre el terreno, me quedan claras dos cosas: 1) que Irlanda del Norte es, geográfica y culturalmente Irlanda, se pongan como se pongan los británicos y 2) que pertenece a Gran Bretaña, se pongan como se pongan los irlandeses.


El gran debate es si debería o no debería pertenecer, es como lo de Gibraltar casi. Solo que aquí hay más de un millón y medio de habitantes, el 3% de la población del Reino Unido pero casi un tercio de la gente que vive en la isla de Irlanda. A los irlandeses les gusta referirse al territorio como “el norte” o “los seis condados” (son seis de los nueve condados que componían la provincia del Ulster); a los británicos como el Ulster o Irlanda del Norte, su nombre oficial al cual me adhiero para ser objetivo. Como en el siglo XVI tocaban mucho los huevos, los ingleses dijeron ¿sí?, pues os vamos a colonizar en gordo. Y en el siglo XVII acometieron una campaña sistemática de “plantaciones”, esto es, darles tierras a protestantes ingleses y escoceses para que fuesen allí, implantaran la lengua inglesa y acabaran con los levantiscos irlandeses autóctonos.




Hasta aquí todo claro. Ahora vaya usted a decirle al tatara-tataranieto de uno de aquellos colonos británicos que él no es irlandés porque habla inglés y es protestante, o que no es británico porque bebe Guinness. Pero claro, vaya usted a decirle al resto de Irlanda, y a la minoría católica de la zona que no tienen derecho a aspirar a llegar a ser un país unido (no a volver a serlo, porque nunca lo han sido). Problemones gordos. Una buena amiga tenía un novio “irlandés con pasaporte británico”, y me explicaba algunas cosas. Me decía que no era ni mucho menos solo un problema de creencias religiosas, sino que había entremezcladas cuestiones sociales y económicas (ricos vs. pobres, anglos vs. irlandeses)… son muchos siglos de odios y de enconamiento.

Pero igual ha habido problemas así en otras partes, lo interesante para mí es su repercusión actual. El hecho de que esta reivindicación norirlandesa en contra de la marginación reviviera al calor los movimientos del 68 (París, Praga, Méjico…) y los derechos civiles (Martin Luther King, etc). Los disturbios del 68 en Irlanda del Norte dieron lugar a batallas campales en el 69 y aquí los nombres de ciudades como Belfast o Derry/Londonderry (según el bando) se hicieron tristemente célebres: un fijo en los telediarios. La expresión “the Troubles” se acuñó para referirse eufemísticamente al problema de violencia surgido en Irlanda del Norte a finales de los 60, que continuó en los 70, 80 y hasta el año 1998.



Mi amiga me explicó que el tema no era solo el IRA contra el Ejército Británico, sino que los unionistas (partidarios de mantener y reforzar la unión con Gran Bretaña) también tenían sus propias bandas paramilitares como el UVF o el UDA, que se consideraban deudoras de quienes habían luchado para la Reina Victoria o Jorge V, lo mismo que el IRA de los años 60 en delante se consideraba heredero del que consiguió la independencia del resto de Irlanda. Las fuerzas británicas llegaron con la idea de mantener la paz y evitar que las otras dos facciones se mataran entre ellas, pero claro, al estar ideológica y políticamente más cercanas a los unionistas protestantes, a menudo actuaron en connivencia con estos últimos.


Mi amiga fue la primera en enseñarme fotos de los murales de Belfast: paredes de casas con pintadas “políticas”, alusivas al conflicto. Las tienen ambos bandos y van desde la conmemoración de la construcción del Titanic o el futbolista George Best (como símbolos británicos) a la glorificación de asesinos encapuchados y armados o de terroristas presos. Es muy fuerte, amigos, verse algo así: pintadas de encapuchados con ametralladoras y agresivos eslóganes, conviviendo con un carrito de bebé o la frutería de la esquina. Para más INRI (hoy estamos cristológicos, se ve) las pintadas de ambos bandos están a un paso de distancia porque ambas comunidades enfrentadas viven en barrios vecinos.




Y esto es quizás lo que más me ha impresionado de mi viaje a Irlanda: comprobar in situ cómo dos comunidades vecinas, con iguales derechos a vivir y trabajar en su patria coexisten a un paso separadas por un brutal muro onda Berlín o Gaza, eufemísticamente llamado “el muro de la paz”. Para evitar que se maten, vaya. Imaginaos crecer frente a una muralla de hormigón, tela metálica y alambrada, con carros blindados patrullando las calles y pintadas de asesinos confesos en la puerta. Creo que desde que visité Auschwitz, nada me había emocionado tanto.


No quiero daros la brasa, espero que este post os haya resultado interesante, al menos que os haga pensar. En cuanto volví de Irlanda, me tiré como un lobo a por dos productos culturales que consumí hace años pero que ahora se hace urgente revisar: la novela Mentiras del silencio (1990) de Brian Moore (no os digo el argumento porque la destripo, baste saber que trata este tema y te deja helado) y la peli de Jim Sheridan En el nombre del padre (1993). Por la noche me meto en la cama y todavía veo imágenes de esos pasamontañas del horror, y yo en un autobús turístico-postmoderno, me gustaría decir que ajeno a todo pero esto es como uno de esos libros de Baudrillard, en plan Jesús en Disneylandia. Yo me vine, pero esa gente sigue viviendo allí, y hagan lo que hagan con sus vidas, su futuro depende de ellos.

domingo, 24 de abril de 2011

Troubles (I)


-“Es la misma canción desde 1916”
(The Cranberries)




Mañana es Lunes de Pascua, no sé si seréis mucho de celebrar la Resurrección de Cristo o no. Mañana en Irlanda, además de la fiesta religiosa (en un país donde las toman en serio: por ejemplo, el Viernes Santo no se vende alcohol) se conmemora una importante efemérides, el Easter Rising de 1916, que cayó en 24 de abril, Lunes de Pascua. No me convence “Alzamiento” ni “Levantamiento” ni “Rebelión” de Pascua, de modo que lo dejamos en Easter Rising.

¿Qué ocurrió este día y por qué se conmemora? En palabras de W.B. Yeats, el poeta Premio Nobel dublinés, nació “una terrible belleza”. Este fue el día elegido por los rebeldes nacionalistas irlandeses para proclamar una República Irlandesa, independiente del Imperio Británico. El sueño de una gran parte de irlandeses desde hacía siglos, una Irlanda independiente y libre. El resultado ya lo sabéis todos: la revuelta fracasó, en el sentido de que el levantamiento fue aplastado y sus cabecillas ajusticiados, pero la mecha de la independencia había prendido irremediablemente en la sociedad irlandesa y los acontecimientos de 1916 llevarían a la larga a la consecución del Estado Libre Irlandés en 1922, con sus altibajos y cambios de nombre, tras una guerra de independencia y otra civil.


Simplificando las facciones, grupos y grupúsculos que actuaron en estas guerras y el propio prólogo del Easter Rising, los contendientes fueron tal que así: Irlanda contra el Imperio Británico. Del lado de este último estaban el Ejército Británico (el que luchó contra el Kaiser y contra Hitler, el que usted y yo conocemos, señora) y varios cuerpos de “gendarmería” irlandesa bajo bandera británica, entre ellos los famosos Black and Tans (negros y marrones, por el color de su uniforme), formados a partir de veteranos irlandeses de la 1ª Guerra Mundial. Del otro lado estaba el Ejército Republicano Irlandés, más conocido como IRA. (¿El IRA que tú y yo conocemos, Porerror? ¿El que ponía las bombas?...)


Shshshshshshsh! Desde 1916 el IRA luchó contra Gran Bretaña, con tácticas de guerrilla, hasta el punto de que durante la Guerra de Independencia fue reconocido como el ejército oficial por el primer parlamento irlandés. Desde que se declaró la independencia y se aceptó la partición de la isla (ya sabéis, seis de los condados del Ulster se quedaron en Gran Bretaña y esa parte se llamó Irlanda del Norte), el IRA se desgajó en dos, los que dieron por buena la nueva situación y los que no la aceptaban, que fueron los que mataron a Liam Neeson, digo, a Michael Collins.

Bajo una forma u otra, el IRA ha continuado luchando por la libertad/unificación de Irlanda o aterrorizando y cometiendo actos criminales, según se mire. De lo que no cabe duda alguna es de que para cuando se revivió el conflicto en Irlanda del Norte a finales de los años 60, el IRA era una organización casi extinta, y que diferentes grupos terroristas adoptaron su nombre para legitimarse como directos sucesores de los que en su época habían conseguido una república irlandesa por las armas.


En abril de 2011 ha habido algunos atentados de una nueva facción del IRA, y el jueves pasado la prensa irlandesa se hacía eco de una amenaza de ese grupúsculo contra la Boda Real de Guillermo y Kate Middleton. Es curioso comprobar cómo unas situaciones históricas llevan a otras, y más aún cómo se van construyendo las narrativas. Cómo una historia de opresión que duraba ocho siglos, con injusticias, racismo, puteos varios, inflamada por el nacionalismo decimonónico, dio lugar a un país que está mutilado. Cómo el miembro que le falta se ha estado desangrando durante treinta años, y solo ahora parece haber encontrado la “paz” –tensa, difícil.

Cómo los chicos de los pasamontañas y los AK-47 nos quieren hacer creer que son un “ejército invicto” en vez de una banda terrorista. Cómo para una nación orgullosa y joven, la república de Irlanda, 1916 marca el comienzo de un sueño de independecia, mientras que para Gran Bretaña la fecha supone una alta traición en un crítico momento de Guerra Mundial (igual que Serbia no quería formar parte del Imperio Austrohúngaro, Irlanda se quería desgajar del británico).


Hoy día es posible comprar un libro de la editorial Osprey sobre el Easter Rising de 1916, como si fuera una campaña más, como las batallas del Somme o de Jutlandia. También un tebeo para niños que explica el levantamiento y su brutal represión, en términos de “buenos y malos”: la República la fundaron una serie de poetas, profesores, soñadores… el IRA en realidad no quería disparar (no exagero: hay una viñeta en la que un suboficial le dice a un pelotón literalmente “¡Os he dicho que no abráis fuego!”). Irónicamente, el tebeo viene escrito en inglés, la lengua del opresor, la del reverso de esa cultura céltica y católica, que los irlandeses no se pueden sacudir, porque la llevan a cuestas como la otra cara de una moneda que fueran. Y ese es su destino trágico.

domingo, 10 de abril de 2011

Mis domingos con Wilder



Decía Gil de Biedma que “quizá tienen razón los días laborables”: yo por si acaso siempre he desconfiado del domingo, y más últimamente, que por avatares de la vida me los he de pasar trabajando. Pero para que no se me salte la hiel también me permito algunos caprichos, y este es el segundo domingo consecutivo en que me desayuno con una comedia de Billy Wilder. Esta vez ha sido Aquí un amigo (1981), última película del director, que –por decirlo piadosamente- no fue bien recibida por la crítica.

Pero a mí me da igual (“Siempre un paso por detrás de la actualidad”, etc.) porque cuando veo la peli no sé qué recepción crítica tuvo, solo sé que estoy viendo una cosa escrita, dirigida e interpretada por los mismos que nos dieron En bandeja de plata (1966) o Primera plana (1974), por limitarme a las pelis que repiten elenco, pues ya sabéis que la nómina de Wilder e I.A.L Diamond como guionistas es para dejar a uno sin resuello. Los protagonistas de esta son Jack Lemmon y Walter Matthau (amén de secundarios Paula Prentiss y Klaus Kinski), listados así supongo que en orden alfabético, ya que si me preguntáis a mí pienso que la peli se la lleva de calle Walter Matthau.


Aquí hace de un cruel asesino a sueldo cuyo trabajo se ve dificultado por un buen hombre/chalado de amor (Jack Lemmon) quien –tras una serie de malentendidos- ve en el hitman a una bellísima persona, hasta el punto de considerarlo su mejor amigo: no se da cuenta de que el otro a él no lo puede soportar. La historia está adaptada de otra del franserl Francis Veber, a quien asociaréis con La cena de los idiotas (1998), Salir del armario (2000) o El juego de los idiotas (2006). De hecho, en 2008 se hizo un remake de la original francesa, escrito y dirigido por Veber bajo el título de Querido asesino.

Doy estos datos porque al parecer, el propio Wilder y los actores se avergonzaron de Aquí un amigo, hasta el punto que hay quien no considera la peli “digna de Wilder” (leo en Wikipedia que Klaus Kinski llegó a negarla, en plan San Pedro). A mí en cambio me ha parecido divertidísima, qué queréis que os diga. Toda la comicidad de Wilder y la química entre Matthau y Lemmon sigue ahí, es una película de enredo, una obra de teatro rodada pero amplificándola, una eficaz dirección de actores, hay humor negro, diálogo ágil… no sé dónde está el problema.


Tal vez el rechazo de parte de crítica y público haya que entenderlo dado que en su momento Aquí un amigo pudiera haber parecido “pasada de rosca” o el producto terminal de una forma de hacer cine (diré de “hacer comedia” para no ser pedante) que ya había entrado en vía muerta. A lo mejor, tras cosas como Serpico (1973) o Tarde de perros (1975) –por citar al azar solo dos del fallecido Lumet- ya no era posible enganchar al público con cuentos bobos sobre asesinos simpáticos y policías de tebeo antiguo. A lo mejor Lemmon y Matthau tendrían que esperar a un JFK (1991) para coincidir otra vez en una peli sobre francotiradores-desde-el-edificio-de-enfrente que sí resultara creíble.

Al igual que en la cuasi naíf Ariane (1956), Aquí un amigo es una peli de puertas cerradas y de habitaciones de hotel. Y aunque aquí la muerte y el adulterio también son tratados con ligereza, el buen gusto que exhibían Eros y Thanatos en aquella peli en esta se ha trocado en sexo explícito y lenguaje malsonante. La traducción española lo dulcifica (“estupideces” por “this shit”, “¡Largo!” por “Fuck off!”, etc) pero es cierto que durante toda la película las palabrotas campan por sus respetos.


Es normal, los tiempos cambian: igual que hay maletines electrónicos y vídeos Beta –a fin de cuentas en 1981 E.T. estaba a punto de aterrizar en nuestras pantallas, no?- también hay New Age de pacotilla, policías fumando porros, chistes sobre Henry Kissinger o referencias a Apocalypse Now (1979). Pero el tema del sexo es el leitmoiv de la película, con mención de putas desnudas, consejos sobre eyaculación precoz dignos de Woody Allen, muñecas hinchables y piscinas nudistas (y no se tapan el culo! No es como una de esas pelis del Inspector Clouseau…)

Todo muy bien traído pero también –digámoslo- todo impropio de Wilder. Una vez más: Wilder pushing the envelope, partiendo la pana. Y además es graciosa. ¿No son razones suficientes para verla?

domingo, 3 de abril de 2011

Ariane: Amor por la tarde


Dice el descacharrante Daniel Ruiz García (qué os gusta un ditirambo!) que en la literatura española actual, el humor de Rafael Reig sería los hermanos Marx mientras que el de Antonio Orejudo sería Billy Wilder. Curioso, porque soy fanático de Orejudo y de los Marx, y hace un par de años me gané una –inmerecida- reputación como injuriador de Billy Wilder. Motivo? Por decir (y lo mantengo) que Irma la dulce es una mierda de película: ñoña, falsa, tramposa, de cartón piedra… ya hablé de todo aquello, y comenté que me encantó En bandeja de plata (1966). También en otra fría noche cosiquesa vi Primera plana (1974) el año pasado y me quedé flipado.

El buen Mojaquero –paladín de Wilder extraordinaire- me hace entrega por mi cumpleaños de otra comedia del maestro que no conocía. Ariane (1957) es una historia reciclada de una peli anterior a su vez basada en una novela, pero lo que importa aquí –como siempre en el cine- es el resultado. Comedia de situaciones, de enredo, con toques Lubitsch (perdónenme los entendidos en cine: a mí me lo ha recordado), en dos palabras A.L.T.A. C.O.M.E.D.I.A. Lo que me fascina es la clase de la película, lo que me lleva a recordar esa frase tan socorrida de que “Ya no se hacen pelis como las de antes.”


La historia es simple: la hija de un detective parisino “huelebraguetas” acude en ayuda de un playboy cuya vida corre peligro y cae rendida a sus pies. Fascinada, se enamora y trata de enamorar al consumado donjuán, mientras el padre intenta en vano mantener a su hija al margen de su sórdido trabajo de infidelidades y escándalos. Toda la peli gira en torno al amor ilícito, al sexo, al palotismo, pero no recibimos ni la más mínima impresión desagradable o fuera de tono, merced al refinamiento de los guionistas (el propio Wilder e I.A.L. Diamond).

Ariane, a diferencia de Irma la dulce, sí está rodada en París, lo cual confiere a la peli un aire mayor de verosimilitud, menor olor a naftalina. No estamos viendo una jodida obra de teatro rodada dentro de un estudio, o a lo mejor sí, pero al menos uno de los actores es francés (Maurice Chevalier). Otro puntazo de esta película es que está rodada “en glorioso blanco y negro”, como decía Pumares. El guión es todo lo irreal que una comedia romántica de los años 50 permitía, baste como muestra comentar que en Ariane se trata el tema del adulterio con una ligereza y superficialidad que ya no eran posible en digamos, La piel suave (1964) de Truffaut –otra peli en blanco y negro ambientada en Francia.


¿Queréis otro argumento para ir corriendo a verla? El trío actoral, prácticamente exclusivo (hay pocos secundarios, pero qué bien quedan, los jodíos) compuesto por el citado Chevalier, Gary Cooper (que estás en los cielos) y Audrey Hepburn (que estás en el merchandising). Sus actuaciones son encantadoras, aunque he admitir que la pareja Cooper-Hepburn tiene menos química que el libro de escolaridad de un estudiante de Humanidades. Pero a estas alturas, qué más da? Basta saber que el guión, sólidamente redactado y lleno de florituras verbales y de anzuelos que luego se recogen, va llevando poco a poco a los protagonistas de esta historia en volandas hasta la única conclusión posible, que no por previsible resulta menos deliciosa.

Si nos paramos a analizar la moraleja de la historia quedaremos paralizados: apología del amor limpio y casto, y de la vida conyugal (leo que Wilder se vio obligado a modificar el final para no escandalizar a los yanquis de 1957), de la obediencia debida a la figura paterna y de la honestidad. Descrédito de la frivolidad, la concupiscencia, las malas artes. Un mensaje tan conservador que en 2011 resulta subversivo. Viva Wilder!
 
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