Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Luis


En noches como la de hoy conviene acordarse de los amigos. A lo largo del día he tenido que decirles a cinco personas que no podía quedar con ellos, debido a una innombrable infección de garganta. “Decirles” no es, quizás, la palabra, más bien “escribirles”, porque lo primero que me ha dicho el médico es que ni intente hablar. Algo de lo que ya me había dado cuenta yo solito. La culpa de estar así la tiene en parte un reciente viaje a Granada, ya se sabe que el frío y la música alta de los bares no casan bien con las gargantas frágiles.

De las muchas peripecias acaecidas en Granada destaco aquí una: el reencuentro con Luis, personaje de metal precioso a quien hacía ocho o más años que no veía, pero con el que mantengo contacto por el Facebook (aparte de saber de él gracias a su hermana y a otros amigos). Veo a Luis aparecer y me entra una alegría genuina. Media hora después ya sé que voy a dedicarle un post.


No llevamos ni un minuto hablando cuando me pregunta: “Sigues diciendo lo de ‘oro’?” Ya he hablado aquí de los blasts from the past lingüísticos, “Es prácticamente la única palabra que pronuncio estos días.” Es verdad, amigos: la digo en casa, en el trabajo, a mi familia, a amigos, a los clientes… Y dónde me dejáis a los Personajes Oro? Así están las cosas. En el siguiente bar, me cuenta Luis: Porerror, has de saber que entre mis colegas de Viena [donde reside] circula una anécdota de vuestra pandilla.” Tiemblo solo de pensar a qué puede referirse, se me ocurren al menos media docena de ocurrencias bochornosas, de aquellos tiempos.

“Es aquella de ‘Mamá, estoy loco!’
–va y me aclara. Demasiado bizarra para reproducirla aquí (solo pensad “rodaja de chopped”, “poster guarro” y “madre abriendo una puerta en mal momento”), la anécdota es apócrifa, pero cómo negar su trascendencia entre mi grupo de amigos. Seguro que en Estatuas Verdes he dicho más de una vez lo de “Estoy loco”. Lo que me emociona es que Luis todavía se acuerda de aquello, también se acuerda de un viaje que compartimos hace once años, de hecho recuerda muchos más detalles y con más precisión que yo (y os aseguro que un Interail por Chequia y Polonia a los 25 años no se olvida así como así).


A partir de ahí, mis charlas con Luis van en línea ascendente de risión: repasos al legado del grunge, injuria a la clase política actual, reflexiones históricas… En un momento extemporáneo de la noche inquiere de mí con gesto serio: “Tengo una pregunta importante que hacerte: el canario de La Hora Chanante… es oro o pupita?” Entonces le cuento que le voy a dedicar un post. Con Luis la magia vuelve a los bares: cualquier tipo con la camisa por fuera y un pendiente puede ser un diputado de Bildu, cualquier edificio renacentista puede ser la sede de la Inquisición, un perroflauta con rastas es automáticamente Melendi, incluso Chris Cornell podría ser Marc Anthony (algo que su hermana Elisa corrobora).

Luis me invita a visitarlo a Viena, y aunque hace cuatro horas había manifestado su intención de irse, todos sabíamos que en realidad pensaba aguantar hasta el final. Él tampoco tiene que trabajar mañana, ni pasado, pero pronto habrá de volverse a Mitteleuropa (con sus nazis, con sus husitas), uno de los primeros emigrantes –bien que voluntario- de una España que se permite dejar escapar a sus mejores mentes jóvenes. Al menos, Luis pronto se casará con una austriaca: vaya mi felicitación afónica!!!

viernes, 16 de diciembre de 2011

Jonathan Franzen: El rey plúmbeo


-“Al Gore, Al Gore, Al Gore, Al Gore, me robaron las elecciones, cambio climático.” (Muchachada Nui)




A veces lo traigo gordo y a veces lo traigo fino, señora! Y en esta ocasión me toca hablar de uno de los fenómenos editoriales y supuestamente literarios del año en medio mundo. Me refiero a la novela Libertad (2010) de Jonathan Franzen, publicada en 2011 en España y otros países, como Francia. Toda la juventud la lee, es número uno de ventas a ambos lados del Atlántico (esta semana en España todavía ha sido el 6º libro más vendido), los escritores y los libreros me preguntan por él… irresistible la presión mediática.

Esto normalmente me daría igual: también se da mucha caña con El tiempo entre costuras (2009) o los libros “de hielo y fuego” de George R. R. Martin y no soy yo persona de ponerse a leerlos. Ah, pero este de Franzen viene envuelto en un peligroso cebo: la pretensión de calidad literaria, el marchamo de obra de arte por encima de best-seller (los ditirambos se acumulan en todas las publicaciones imaginables), la cualidad de novela americana total, definitoria de una época, ya que no solo reflejo de ella. Irresistible, para un freak filoyanki como servidor. Si además sumamos el prestigio de Jonathan Franzen con su anterior obra Las correcciones (2001), que pasa por ser la novela de la última década…


No he leído Las correcciones, pero voces autorizadas me aseguran que comparte muchos rasgos temáticos y estilísticos con esta de Libertad. Dios nos coja confesados! Todo el mundo alaba Las correcciones, no puedo hablar, pero tomada individualmente, Libertad me ha parecido el mayor ejemplo de “buñuelo de aire” (término acuñado por el gran Manolo Haro) que la mercadotecnia y el poder de la promoción actual puedan concebir. El interés de Libertad como best-seller, como folletín (por no decir “culebrón”) satisfactorio puede quedar ampliamente justificado, si a usted le van ese tipo de novelas, enredos de familia, historias realistas alargadas a base de páginas y más páginas de anécdotas insulsas.

Pero a mí me da la sensación de que lo que Libertad cuenta en más de 600 páginas podía haberse perfectamente resumido en apenas 100. De hecho, los chicos de Muchachada Nui lo resumieron en un sketch de cuatro minutos sobre el cambio climático y les quedó la mar de gracioso. El mensaje de Libertad? Me avengo a encontrarle tres. #1: Si somos libres para elegir cómo vivimos, no podemos culpar a los demás de nada de lo que nos pase (de ahí el leitmotiv libertario que llega al título). #2: El capitalismo es malo y el Hombre Blanco malo se está cargando a Mama Chierra (Macaco estaría orgulloso: sabéis si sabe leer?) #3: La familia es lo primero. Este último mensaje me resulta, de los tres, el más irritante por lo obvio: es algo que ya Pepe Isbert nos dejó claro hace unas cinco décadas.


Y además me inrita porque al terminar de leer la novela le invade a uno una estúpida sensación de bienestar (Fran G. Matute lo llamó “buenrrollismo”) que es frontalmente opuesta al mensaje central que te han estado intentando vender durante todo el libro. Al final resulta que la historia de una familia liberal USA (recordemos que en USA “liberal” = “de izquierdas”, al revés que aquí) encierra el mensaje más absolutamente conservador y reaccionario del mundo: cada oveja con su pareja, a casarse y a procrear, porque fuera de la familia solo hay chaladuras, dolor, injusticia, gente borracha, intentos de suicidio, accidentes de coche, esguinces…

Estilísticamente, no veo el mérito artístico de Libertad por ninguna parte, la verdad. No digo que su historia no me haya interesado a ratos (en 600 páginas da tiempo a tantas cosas…) y que no contenga sus dosis justas de humor o personajes bien dibujados, pero la manera de presentar la historia (y quedamos que de eso iba la literatura, no?) no deja de ser la de un best-seller fácil y cómodo, ordenado cronológicamente, sin ningún riesgo narrativo y escrito en un inglés americano ramplón de principios del siglo XXI.


Los intentos de Franzen por conectar con su época o de “inscribir” esta novela en un contexto me han resultado burdos por lo explícitos. Igual que en esas pelis de la guerra de Vietnam siempre tiene que sonar la Creedence y haber un negro que fuma marihuana, parece que Franzen hubiera querido dejar un testimonio de las últimas décadas USA a base de introducir “a pellizcos” en la vida de una familia media lo que todos estamos hartos de ver en los telediarios: a Clinton se la chupó su becaria, Bush es malo, en Irak no había armas de destrucción masiva, el 11-S, la crisis de las subprime, el country alternativo…

Cuando no está ejerciendo de Gran Cronista de su Época, Jonathan Franzen se lanza a escribir un roman a l’eau de rose, subsección Alta fidelidad. Novela de campus por cojones (se narra el paso por la universidad de dos generaciones de una familia), que no por atributos, salpimentada de referencias absurdas al punk, a Wilco, a Bright Eyes, a White Stripes, a tomar drogas… todo para hacerlo más molón, supongo. En cuanto a la historia de amor que vertebra toda la novela, lo mejor que puedo decir es que resultan meritorios los intentos del autor por mantener el interés de los lectores, pese a narrar episodios tan apasionantes como que la madre cocina un pollo al horno, el padre va al trabajo en bicicleta, la hija es un poco fea y el hijo se folla a su novia escuchando a U2.


Sinceramente, he dedicado a la lectura de este libro casi un mes y ahora me siento como si me hubieran robado el dinero (menos mal que me costó menos de 5 € en Amazon.es). No niego que por momentos no haya habido pasajes que atrajeran mi atención, repito, pero vista en su conjunto, me parece que Libertad tiene solo un papel que jugar dentro de la gran tradición de la novela norteamericana: a su lado, las soporíferas obras de Melville, Hawthorne y Thoreau resultan francamente entretenidas.

martes, 6 de diciembre de 2011

La espera


“Aquí seguro que nos buscamos un gato, o algo, somos así” –me dice una persona de mi entorno mientras vemos las imágenes de la última manifestación/huelga general/whatever venida de Grecia con extra de bacon. Motivo? Porque las imágenes que Euronews estaba sirviendo incluían –cómo no- al afamado perro “anarca” de Grecia, sí, ya sabéis cuál os digo: el que sale desde hace meses en todas las manifestaciones. No me digáis que no os habíais dado cuenta. “El perro de Grecia”… enorme: me recuerda a “El monstruo de Atenas”, ese símbolo tan querido de la última novela de Jonathan Franzen, que por supuesto todos estáis leyendo.

Esto venía a cuento de la espera que estamos viviendo en España, hoy Rajoy ha hablado (ha dicho tres frases), tanto que le están criticando su mutismo. Qué esperan que diga? Yo no espero que diga nada, más bien que haga, a ver con qué barrabasadas nos viene el de la barba, cuando tomen posesión él y sus ministros, a ver qué tal, es la espera la que me mata. Veremos aquí al gato de Madrid (los de Madrid no se llamaban “gatos”?) igual que tienen en Atenas a su perrito? Asistiremos aquí a la ceremonia de la protesta tras una brutal bajada de nuestro nivel de vida o prestaciones sociales? Mi entorno, por ejemplo, está convencido de que sí. A mí lo que me mata es la espera.


Pero no quería hoy hablar de eso. De la espera sí, no de economía, curioso cómo la palabra “esperar” tiene en inglés al menos tres traducciones: “wait”, esperar puro y simple, “hope” , esperar esperanzado (valga la renfunflancia) y “expect”, que viene a ser algo así como verse algo venir. De la confusión de estos sentidos de la palabra en español es de donde vienen no pocas escenas de sufrimiento.

“Debemos ser realistas sobre las expectativas” –está diciendo ahora mismo en la tele Ban Ki Moon. Él se refiere al cambio climático, pero a mí me gustaría aplicarlo a cualquier ámbito. He ahí una de las claves para no desesperarse. Para no frustrase, vaya. Hace un momento, hablando con una amiga, hemos comentado uno de esos casos de expectativas erróneas o desmesuradas entre personas, tan frecuentes en otras épocas y en otras biografías. Aquello de esperar algo de alguien y si no lo hace frustrase, sufrir, desesperarse, sentirse triste y todo lo demás, cuando es posible que la otra parte ni siquiera se esté dando por aludida.


Estás hablando de ligoteo, Porerror? Shshshshshshshs! Señora: que cada cual lo interprete como le haga falta. Estoy seguro de que todo el mundo puede remitirse a un episodio conocido en el que esto le ha pasado. Cuidadito con los compromisos, cuidadito con las cesiones y con los regalos (intencionados o no, si son percibidos como tales…). El que nada espera, de nada se sentirá privado cuando no lo tiene. Yo siempre pongo el ejemplo de los concursos de la tele.

Ahora parece que proliferan de nuevo, hubo unos años que no pero desde luego cuando yo era chico estaban en su máximo apogeo. Había premios fabulosos: un coche, apartamentos en afamadas localidades de Levante, sumas astronómicas (todavía recuerdo el día que en el Un, dos, tres ofrecieron 10.000.000 de pesetas “cortesía” de Endesa). En fin, lo más normal era que los concursantes no se llevaran siempre el premio gordo. A punto estaban de conseguirlo, cada concurso tenía su mecánica, pero al final si no lograban acceder a él, el presentador indefectiblemente les decía: “Ooooohhhh! Qué pena! Han perdido ustedes un apartamento en Torrevieja…” Y a mí, francamente, de haber sido uno de los concursantes, siempre me entraban ganas de replicar: “Yo no he perdido nada, amigo, nada tenía cuando llegué. No es que me hayan quitado ustedes mi casa. Lo que sí han perdido ustedes es la posibilidad de que un concursante se fuera satisfecho del programa.”


Os parece triste? Descreído tal vez? No sé qué cursi cineasta o literato decía aquello de que “la vida mancha” o más castizamente, “los años no pasan en balde.” Es posible que la abrasión, la exposición continua a los elementos haga de nosotros instrumentos un poquitín menos afilados, pero también así se van asentando nuestros auténticos perfiles. Y aunque de nada se sale indemne, no preconizo la insensibilidad, nada más lejos: solo tal vez la sensatez. Tranquilos, que no me voy a convertir en el protagonista de “I Am a Rock” de Paul Simon... pero tampoco voy a ir con “El alma al aire” como Alejandro Sanz.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Nuestro baile del jueves


-“Nunca digas frases demasiado trascendentales.”
(Hombres G)




Es un hecho universalmente aceptado que alguna gente se toma los jueves como si fueran parte del fin de semana. Gentuza trabajadora, estudiantes, profesores interinos en pueblos perdidos, peña que está deseando borrarse el viernes pero que no quiere renunciar a un poquito de convivialité en el sitio donde viven entre semana con la gente con la que comparten sus fatigas. Yo era uno de esos cuando vivía en Cosica, todos recordaréis las afamadas “cenas de los jueves”.

Afortunadamente para todos (salvo para el interés del blog, me lo confesó el buen Migue), yo ya no vivo en Cosica desde hace año y medio. Pero este año las cosas están queriendo que tenga muchas actividades los jueves por la tarde-noche, no en plan escapista, más bien son actividades culturales, pero la verdad es que casi al final de la semana ya van entrando de puta madre. Allá donde haya una feria del libro, la presentación de una novela, un recital poético, una mesa redonda (o cuadrada), una tertulia, una firma de libros o discos, etc, allá que me voy yo normalmente acompañado de mis amigos más culturetas. Y es una delicia, no os lo voy a negar.


Las más de las veces se acaba “tomando un vaso” (maravillosa expresión que le robo a Alejandro Luque), y no es casualidad que “cultureta” rime con “croqueta”, ya me entendéis… Pero es lo que ya he dicho siempre, una reunión de esa naturaleza no quiere decir que se la pase uno todo el día hablando de serventesios, antes al contrario, se hablará de culos y de noticias de la prensa, pero es verdad que da un placer hablar –EL PURO PLACER DE CHARLAR, POR DIOS- con gente amiga, con gente competente, que habla, que escucha, que tiene cosas que decir: que no grita, que no insulta, que sabe hilar dos frases seguidas con una conjunción… es todo tan diferente de mi trabajo…

Ayer escuchaba al afamado banco ING Direct pediros vuestro dinero y anunciaban que no cobraban comisiones, y que la palabra “comisión” pasaría al “contenedor de las palabras inútiles” [sic] “como equinodermo, inane o mayéutica. La verdad es que poco me faltó para tener un accidente con el coche, de la pena, el shock y el susto que me invadieron al escuchar este anuncio. Promoción desvergonzada de la incultura y la pobreza léxica, VIVA! “Caretas fuera!”, como dijo el otro día Fito Páez en la presentación de su disco nuevo. A qué fingir que nos importa hablar bien, conocer palabras nuevas (di-fí-ci-les), de uso menos frecuente? Si lo que importa es que usted ingrese su dinero en mi banco, señora!


En estas estábamos cuando el jueves pasado por la tarde, en un espacio menor a 1 km cuadrado, me encontré en Miciudad a Carlos Moyá, Manolo García, Los del Río y Luis Alberto de Cuenca. Adivinad a quién me dirigía a ver yo. Todos mis amigos saben que “conmigo se ven famosos”, eso es así, y qué alegría da, este post me está recordando a aquellos de alivio y júbilo derivados de mi mudanza de nuevo a la ciudad del asfalto y los pasos de cebra, a los mostradores, a los anaqueles de las librerías, a un activista radical que se desgañita cantando un temazo de Horacio Guarany mientras a su alrededor la ciudad, a punto de las compras navideñas, lo ignora entre brutal y perezosa.

Pero yo no te ignoro, amigo, yo te escucho alto y claro: “si se calla el cantor calla la vida”, mis compadres y yo sintonizamos con tu canto inútil y a lo mejor, si tuviéramos dos huevos, nos iríamos a recitar contigo, ese poema de Luis Alberto de Cuenca que dice “Navidad: horror inexplicable/ con que los astros dan por terminado el año”.
 
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