Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Replanteamiento del Canon Pupita 2010


La “mejor noche del año”, ¿eh? Ya están vuestras madres lavando las uvas, ya ha dicho el telediario de Antena 3 lo que se va a cenar hoy en cada sitio (en Valencia merluza, en Galicia centolla, en Sevilla gambas, en Valladolid lechazo, etc.etc.) Ya están las castañas asándose en el fuego, como cantaba Nat King Cole (¿o eso era en Navidad?)… y ya creíais vosotros que Estatuas Verdes os iba a dejar sin un post de fin de 2010 para felicitaros.

Por diversas razones, en 2010 este blog ha ido un poco lento (por citar a Jeff Bridges), pero pese a haber bajado el ritmo de producción estoy bastante orgulloso, ya que Estatuas Verdes ha aguantado a pesar de las numerosas crisis: dos averías de mi portátil, baja del contrato de wi-fi, ominosos carteles en el trabajo urgiéndonos a usar los equipos informáticos exclusivamente para temas laborales (…the nerve!), el ataque de los monos nadadores, una bajada de sueldo, varias mudanzas


Pero no hay mejor manera de cambiar de año que renovando de nuevo el Canon Pupita, que ya tocaba. Una exitosa encuesta ha revelado una vez más lo que os gusta hacer daño, pero vayamos por partes y paso a explicar la encuesta. José Mota ha podido ser Personaje Pupita, aún mientras escribo esto está saliendo en La Sexta, diciendo que “las cosas, por decirse en inglés, no tienen que significar nada”. Sobre todo si las dices tú, José. Esta noche recordad este post y recordad también, mientras cenáis merluza/centolla/gambas/lechazo (táchese lo que no proceda), que cada minuto del especial de Nochevieja de este hombre os ha costado 12.000 euros.


Lucía Etxebarría, écrivaine extraordinaire, cuyos libros –sin duda de mucho mérito- no he tenido ocasión de leer, aunque dudo mucho que lo haga. En palabras de mi abuelo materno, para mí los libros de esa mujer son “como el ojo del culo: que aunque no me lo veo, me lo figuro”. ¿Por qué? Porque me cae mal. ¿Por qué? Porque las opiniones que vierte en la tertulia de Julia Otero son siempre demagógicas, deficientemente argumentadas, sectarias, venenosas, dogmáticas y arbitrarias. Y -¿a qué ocultarlo, amigos?- sistemáticamente opuestas a las mías.

Esto no me pasaba desde Pilar Bardem (lo de opinar siempre lo contrario que alguien), pero dejaré a Lucía en paz, puesto que hay personajes que concitan más mi irritación (y mi Pupita). Estoy hablando de José Luís Figuereo, alias El Barrio, un cantante de melodramas aflamencados, que se permite dar lecciones de divismo, de pureza del arte (inciso para los no andaluces, en Andalucía, cuando la gente dice “arte” quiere decir lo que en el resto de España cuando decís “flamenco”). Por si esto fuera poco, leí en una entrevista cómo El Barrio se permitía burlarse de Juan Pardo, a quien se consideraba infinitamente superior. Como comprenderéis, esto lo convirtió automáticamente en enemigo de Estatuas Verdes (de por vida).


Cómo hecho de menos aquellos cafés durante los que el buen Luis Manuel Ruiz y yo nos descojonábamos haciendo comentarios de texto de las canciones de El Barrio! Pero claro, ni Luis ni yo somos andaluces, ni entendemos de arte, ni llevamos sombrero. Pese a lo duro de la competencia y pese a las claras opciones que tenía El Barrio, él tampoco será Personaje Pupi porque la que ha ganado por goleada ha sido la siempre chocante Lady Gaga. Y hasta ahí puedo leer, porque Lady Gaga (solo teclear su nombre ya me provoca sonrojo) tendrá pronto post propio.

Y ¿quién, prithee, saldrá del Canon Pupita para dejar paso a la impresentable Lady Gaga? Solo Javier Bardem ha mantenido durante los últimos dos años un perfil de desfachatez lo suficientemente bajo como para ser relevado del oprobio. Una vez más, queridos lectores, no me habéis defraudado con vuestros votos (porque sabéis que al final aquí se pone a quien a mí me da la gana, así que esta vez no olerá a tongo). Por todo ello, y por vuestra fidelidad, os agradezco y os deseo Feliz Año.

martes, 21 de diciembre de 2010

Lotería de Navidad: ¿El gran fraude? 2010


Lo siento amigos: pero este año tampoco os va a tocar la lotería. Que de qué hablo? En efecto, señora, del post tradicional sobre la Lotería de Navidad, the Spanish Lotto, Loterie Nationale (jouer et gagner), etc, etc, etc… Quitémonos la careta y aseveremos algo indudable bien que bastante triste: las dos únicas cosas que en España proporcionan la cohesión nacional son las 12 uvas de Nochevieja y la lotería de navidad (lo pondré con minúscula ahora para congraciarme con la RAE).

Ya en el lejano mes de agosto me vi en la tesitura de explicarle a una adolescente francesa, ávida por absorber nuestra cultura, lo que era el Gordo de la Navidad. Ante un cartel anunciador de que ya estaba a la venta, un Papá Noel estaba a punto de descendre du ciel sobre una piscina repleta de bañistas, recordáis el póster? Esta chica de 14 años, quien proclamaba su intención de ser profa de español en el futuro, no comprendía qué hacía un dibujo de Papá Noel en bañador en pleno agosto. Yo tampoco –vaya por delante- pero se lo expliqué.


El buen Harvest también les hablaba a sus alumnos yanquis acerca de la importancia simbólica de este premio. Aunque, en palabras de Oscar Wilde, “eso hoy día, señora, no es garantía de nada”: ya ni siquiera el Gordo es lo que era. Hoy escucho en la radio, entre el aluvión de trivia sobre el sorteo, que me fascina y espanta cada año a partes iguales, la equivalencia de El Gordo en poder adquisitivo a lo largo de la historia. Al parecer, hoy día los 300.000 euros del premio dan para comprarte una casa y dos o tres coches, mientras que hace solo diez años daban para dos casas y varios coches más. Y en 1920 el monto alcanzaba para comprarte una decena de inmuebles, una docena de haigas y sufragar un golpe de estado en un país sudamericano pequeño.

Más trivia del sorteo: este año por primera vez el evento se mueve del Salón de Sorteos para pasar al Palacio de Congresos. Motivo? Para que quepan más periodistas. Pero los locutores de Antena 3 (que daban la noticia hace semanas) nos tranquilizaban: aparecerán los personajes de siempre, los reyes de los botones, el del traje confeccionado con décimos… Los siempre estomagantes “Niños de San Ildefonso” habrán de cantar el dato, tras durísimas clases de 20 minutos de duración (escuchado en Onda Cero) en las que aprenden a atildar la voz y sonar repipis repartiendo una lluvia de millones que ya la querría Gaspar Zarrías para la comunidad autónoma andaluza.


Con la crisis, la peña el año pasado se privó y las ventas cayeron no sé si un tres o un cinco por ciento. En 2010 remontan, pero sin alcanzar las cifras de 2008. Yo mismo juego este año un 33% menos, que no está el dinerito como para irlo tirando por el váter. Pero donde la Lotería de Navidad no levanta cabeza es –definitivamente- en lo que a su publicidad se refiere. En palabras de la buena Cuidadora, “Desde que se fue el calvo, ya no es lo mismo”. Amén, amigos, nada más que añadir a esta lacónica aunque expresiva frase.

Sin embargo, la Providencia es generosa y no se podía olvidar de sus hijos los amigos de lo bizarro. Por eso, aunque los anuncios para televisión sean una mierda (con versiones blandengues de cuentos infantiles), sus counterparts radiofónicos nos han dejado dos perlas. 1) La voz del inmortal Pepe Carabias haciendo de Gato con Botas y 2) la de un locutor lamioso diciendo “El veintidor de diciembre”. No es una errata, escuchadlo: dice “veintidor”. Escuchadlo y partíos conmigo y luego reflexionad seriamente porque este año tampoco os va a tocar la lotería.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Lopico


“-A este Lopico, lo pico.”
(Luis de Góngora)




No veáis cómo estamos con Lope de Vega, amigos! Fénix de los Ingenios and all that. Un hombre de letras, de todas las letras, y si lo dejan acaba con todo el papel y la tinta de España, el hijo-de-la-gran-puta. Fama es que escribió varios cientos de obras de teatro, ya nada más eso mola, aunque sea mentira. Por no mentar las novelas, sonetos, romances, églogas, epopeyas y poemas de todos los colores. Un hombre que escribía a tope en una época tosca, en la que no había RAE ni SGAE (un poquito de demagogia dedicada al buen Migue).

Tope de Vega. Pero no hagáis caso a todo lo que oigáis por ahí, como esa leyenda urbana… de que un buen día el buen Mojaquero me invitó a su casa a cenar porque tenía una paletilla y una botella de Rioja. Y que acabamos cantando por Paco Ibáñez, Iván Ferreiro y otros los clásicos de la lírica patria. Y que aquello se coronó con Félix Lope de Vega y Carpio, el fenómeno. Eran los tiempos de la película Lope (2010), que no fui a ver, me dijeron que era maravillosa, me dijeron que era una mierda.


El Mojaquero, que sí la vio, me contaba: “La vida de Lope es flipante: primero se folla a todas esas tías y luego se hace cura, el nota.” Lo mismo hizo el poeta inglés John Donne, un coetáneo al que merece muchísimo la pena acercarse. Otro coetáneo fue Góngora, con quien mantuvo una bien documentada enemistad. En palabras de Elias L. Rivers, en Poesía lírica del Siglo de Oro (1994): “Sin las innovaciones estilísticas de un Góngora, Lope cultivó variadas tradiciones populares y cultas con mucha facilidad y con intensas emociones dulces y fuertes.” Traducción: que, a diferencia de Góngora, a Lope no hace falta que venga Dámaso Alonso detrás a traducírnoslo al español.

Lope de Vega mola, molan sus obras. Molan El caballero de Olmedo, Fuenteovejuna, Peribáñez y el comendador de Ocaña… mola su lírica, como aquel famoso “Soneto de repente”, metapoético. O aquella con que mi madre me recuerda mis procrastinations: “Mañana le abriremos –respondía-,/ para lo mismo responder mañana!” O esa “Pobre barquilla mía,/ entre peñascos rota”: el alma del poeta. En mi casa siempre se decía que si los americanos tuvieran un Lope de Vega o un Cervantes, lo habrían explotado en Hollywood hasta la saciedad. Aquí recordamos la bonita El perro del hortelano (1995), de la admirada/denostada Pilar Miró. También la adaptación de La dama boba (2006) de Manuel Iborra.


Ayer hablé de nuevo con el Mojaquero, que me contaba: “Fui a ver El castigo sin venganza de Lope. Qué regalito, tío! Estuve paladeando cada verso.” Empieza a explicarme cómo era la obra y yo lo corto: “No sigas; yo la vi el día antes.” Y la verdad es que lo primero que pensé cuando empezó fue “Cómo mola, está en verso!” Una obra de Shakespeare es una cosa de mucho gustar, pero claro, el verso nos lo perdemos. Mientras que viendo al buen Lope, en V.O., podemos paladear sus octosílabos y endecasílabos cuales caramelos. “Estás midiendo los versos!” –me dijo ilusionada mi acompañante al descubrirme tamborilear los dedos. Y así era.

Si uno va a Madrid puede visitar la Casa-Museo de Lope de Vega, qué más da que los muebles no sean los originales? Está bien ambientada y eso gusta. Debemos un respeto a nuestros clásicos, aunque sea solo porque llevaron sobre sus hombros el relevo de una lengua que hoy nos toca a nosotros, más o menos dignamente. Mucha gente escribió en español en el siglo XVII, pero solo nos acordamos de unos cuantos. Lope de Vega, ¿eh? “El secreto mejor guardado de las letras españolas.” Qué dice usted, señora? Ya, ya, ya… shshshshshsh!

martes, 14 de diciembre de 2010

¿A qué temperatura arde el papel?


Disclaimer: …que no digo yo que no haya que tener libros electrónicos, que sin duda son maravillosos (ya me lo contaréis vosotros), pero atended…




Aunque varios grandes de las letras me la aconsejan a todas horas, la verdad es que no conozco mucho sobre la ciencia-ficción. Los géneros, en general, me dan pupita. Seguro que la literatura fantástica, policiaca o de marcianos han dado inmortales páginas, pero de entre todas solo me acerco a aquellas que se han considerado clásicas. Ya se sabe que las obras de arte segundonas son las que marcan el tono, pero también se sabe que las de primera fila trascienden géneros, épocas, contextos…

El domingo completé mi trilogía imaginaria de ciencia-ficción con la lectura de Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury. Llevaba siguiéndole la pista mucho tiempo (traducción: la tenía comprada hace 6 años), y debo decir que se me ha antojado una obra fun-da-men-tal. Las otras dos obras científico-fictivas de esta trilogía arbitraria serían Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley y 1984 (1949) de George Orwell.


Un mundo feliz me pareció una fantochada, aunque a lo mejor es porque me lo leí con 15 años. Así y todo, me alegré mucho de leerlo, porque te proporciona un gran crédito cultural, con eso del “Mundo feliz”, el soma, el adoctrinamiento en sueños, etc. Más crédito aún proporciona 1984 (el Gran Hermano, el Ministerio del Amor, la habitación 101…), novela que sí que me impactó y ocupa un lugar muy caro entre mis favoritas. Digamos que estaría entre los 2000 libros que me llevaría a una isla desierta (aproximadamente en el puesto 1984).

Ahora, Fahrenheit 451 me ha parecido de una vigencia y una clarividencia que no tienen los otros dos. De acuerdo, tomamos droga (“soma”) y hay un programa que se llama Gran Hermano. Sin embargo, las distopías que Huxley y Orwell idearon se alejan bastante de la marca: afortunadamente, el futuro no se parece nada a aquello (si bien es verdad que como advertencia y como mito ambas fábulas han resultado cojonudas). Pero hay muchos elementos de Fahrenheit 451 que me parecen completamente reales, vigentes, incluso urgentes, diría yo. Vale, los bomberos no van por ahí con lanzallamas quemando libros, pero estamos asistiendo a una persecución de la palabra impresa que a mí personalmente me deprime bastante.


¿A cuántos funerales del libro habremos de asistir antes de que los gurús 2.0 (y sus corifeos, los periodistas 2.0) se conciencien de que los libros no van a desaparecer? Los libros –tal y como los conocemos- molan. ¿Cuántos gadgets chiripitifláuticos onda e-book, kindle, Google book o como se llamen habrán de ser presentados por millonarios en mangas de camisa antes de que se den cuenta de que lo que mola de un libro no es solo lo que pone dentro (a veces ni eso)?

Ayer me comentaba una compi de trabajo: “Yo a mis hijos los llevo a la biblioteca municipal, sacamos libros, los leemos juntos, se los regalo por su cumple y ellos me dicen: “Mamá, qué bien huelen!” . Curiosamente, Bradbury hace decir a uno de sus personajes lo peculiarmente bien que huelen los libros. No quiero ser elitista ni esnob, pero el que no entienda esto seguramente será de los que acercarían una cerilla a una estantería Billy. Por todas partes debo aguantar absurdas claims de que “Los libros son absurdos”, “Los libros están obsoletos”, “Los libros ocupan mucho espacio”, “Los libros bla bla bla…”, “Los libros muerte”.


Uno se reconcilia con la cultura en que nació cuando ve cosas como la librería donde trabaja el protagonista de Todas las canciones hablan de mí. A todo esto, estoy dando por sentado que todos conocéis de qué va la novela de Ray Bradbury. La historia es simple: en un futuro cercano de sociedad del espectáculo y felicidad obligatoria, los libros son perseguidos como algo turbador y subversivo, hasta el punto de que el cuerpo de bomberos se encarga de quemarlos. Todo marcha bien hasta que a uno de los bomberos le da por echar un ojo a lo que está quemando…

¡Leed Fahrenheit 451, todavía estáis a tiempo! Habla de gente sin alma que ve la tele a todas horas, de hipnotizantes espectáculos sin sentido, de publicidad taladracerebros, del desprecio por la reflexión. Habla de lo peligroso que resulta informarse y empezar a pensar por uno mismo. Habla de elecciones inútiles con candidatos cual detergentes. Recordadlo la próxima vez que alguien os anuncie “la muerte del libro”.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Todas las canciones hablan de mí


Los más viejos del lugar se acordarán de un amigo (al que últimamente veo poco, sin motivo aparente), que con quince años acababa de descubrir la canción “For No One” de los Beatles. Indignado, la novieta lo acababa de dejar y comentaba “Esa canción la escribieron los Beatles pensando en mí”. “Sin duda”, le contesté no sin sorna, pero añadí “De todos modos no te vayas a emocionar demasiado, todo el mundo piensa que “For No One” se la escribieron a él…” “No, no, no, no, pero es que tú no entiendes: esa canción la escribió Paul McCartney pensando en mí personalmente!!!” - replicó él mientras me zarandeaba.

Dejando a un lado el detalle de que mi amigo no había nacido en 1966, su friki-reacción ocultaba una gran verdad de los fans: en cualquier momento, sea triste, alegre, íntimo, expansivo, amargo, dulce, salado, ácido o
umami, ¿quién no ha pensado que tal o cual canción le estaba retratando? Cuenta la leyenda que Roberta Flack lo pensó cuando escuchó a Don McLean, y que de ahí salió aquello de “Killing me softly with his song”. Por eso me resultaba imprescindible ver una peli que se estrenó el pasado viernes, to wit: Todas las canciones hablan de mí (2010), de Jonás Trueba, sí, hijo de Fernando Trueba y sobrino del Personaje Oro David ídem.

Durante la peli disfruté y me aburrí a partes casi iguales, la verdad es que no la cubriría de gloria pero no puedo dejarla ir de mi cabeza (
y hace 48 horas que la vi), lo cual ya es algo. Esa es la razón de que escriba hoy con vuestra venia un pequeño experimento, llevo todo el fin de semana trabajando, he aquí mi(s) crítica(s) sobre la peli, Todas las canciones hablan de mí… y de mí, claro.



Lo peor desde la bombona de butano!

¿Quién se ha creído Jonás Trueba, un chavalín de 29 años, que con un currículum basado en el nepotismo nos presenta su ópera prima? Todas las canciones hablan de mí supone un engaño comenzando por el título mismo, misleading a más no poder. Uno espera que una peli así, vendida como una comedia romántica, sea eso, cómica, romántica (esto sí lo es) y que con ese título el prota sea un enfermo musical, que vea a su chica en el rastro de las letras de canciones… pero solo se nos da un inkling de lo que digo, sí, se le ve una vez sufriendo con un disco, “Pobrecitos mis recuerdos” de Bola de Nieve.

Más le hubiera valido a esta peli intitularse Todos los libros hablan de mí, ya que lo que cimenta el imaginario del prota es la literatura: Filólogo Hispánico, empleado en una librería de viejo, aspirante a poeta, lector compulsivo… la peli nos deja con algunas perlas de Alejandra Pizarnik, Milan Kundera, Carmen Martín Gaite y otros de esos autores que tanto os gustan. Pero lo siento, amigo, voy a darle una noticia: igual que un montón de ladrillos no es una casa, la acumulación de citas culturetoides y la inclusión de canciones de Nacho Vegas no aseguran la profundidad intelectual a una película.

Lo demás: costumbrismo español de bar, cama, más bar, más cama, pandilla de amigos disfuncionales, atardeceres en Madrid y viejóvenes mirándose el ombligo. Dicen que la peli es deudora de la nouvelle vague francesa, que tiene no sé cuáles planos calcados de una de Truffaut (espero que no sea ese de una mesa con los restos del desayuno que el director aguanta varios segundos: creo que las magdalenas ya estaban agotadas como fuente de significado desde Marcel Proust). Si tenéis veintimuchos o treintipocos y no sabéis para dónde tirar con vuestras vidas hacedme caso: corred a verla que lo vais a flipar.



Lo mejor desde el chicle!

Jonás Trueba, debutante de 29 años, nos presenta su flamante ópera prima, que debe demostrar el doble de cosas por contar con la mixed blessing del apellido familiar (sí, David Trueba hace un cameo, me alegro de que me lo hayáis preguntado). “Cuando le puse el título, tuve miedo de que los espectadores pensaran que esto era lo que no es” –fueron las valientes declaraciones del director acerca de esta peli, y estaba claro: ¿quién necesitaba un Alta fidelidad a la española? Así y todo, la película viene convenientemente puntuada por temazos de Nacho Vegas, Christina Rosenvinge o …ejem… Franco Battiato.

La historia es simple: el prota es un joven licenciado en Hispánicas atrapado en un mundo que se mueve demasiado deprisa para él (las mentes malpensantes dirán que a la peli le falta ritmo, que es L.E.N.T.A.) mientras intenta poner en orden su vida y en especial recuperar a su amor perdido, una chica con la que estuvo viviendo seis años hasta que ella rompió la relación y lo relegó de nuevo a casa de su madre. Ellos se ven, quedan, hablan de libros, y en paralelo asistimos a cómo el prota es incapaz de superar la ruptura, ni siquiera follando con otras culturetas como una ex compi de facul o una niñata que admira sus poemas.

La peli no está contada en orden cronológico, nos presenta escenas que conforman capítulos de esos de letrerito, sí, señora, como Tarantino. Pero Tarantino lo hacía en homenaje a la nouvelle vague francesa, y es precisamente ese el clima que intenta capturar Todas las canciones hablan de mí, ¿he oído Rohmer, Truffaut, Godard? El prota y su mundo de amiguetes disfuncionales, tratando de imponer sentido a su vida, comiendo flá-golosinas, leyendo culturetadas, refugiándose en bares del glorioso “Madrid de los Austrias”. Y luego está ese final, que me muero por revelaros pero nunca lo haría, ese final tan impactante que me dejó los pelos de punta. Si tenéis veintimuchos o treintipocos y no sabéis para dónde tirar con vuestras vidas hacedme caso: corred a verla que lo vais a flipar.

martes, 7 de diciembre de 2010

Tamara Drewe me deja un poco Frears


Bien sabéis que el médico me tiene prohibidísimos esos novelones decimonónicos que tanto os gustan. Por eso no he leído Lejos del mundanal ruido (1874) de Thomas Hardy (aparte de que el médico me tiene a Hardy prohibido específicamente, hasta su poesía). Para que os hagáis una idea, no he sido capaz de terminarme ni la sinopsis de la novela que da Wikipedia. Por eso poco tenía como marco de referencia cuando leí que Tamara Drewe (2010), la nueva peli de Stephen Frears, era una supuesta “adaptación” del susodicho libro.

Si lo es, lo será como Fuera de Onda (1996) lo fue de Emma (1815) de Jane Austen, o algo así, porque a lo poco que he entrevisto en Wikipedia, ambos productos no tienen nada que ver (salvo que se desarrollan en el campo, y sale un perro). De lo que sí es una adaptación Tamara Drewe es de Tamara Drewe (2005-2007), una novela gráfica –ahora les llamáis así a los tebeos, ¿no?- de la periodista Posy Simmonds. Stephen Frears mola porque su cine es garantía de cosas interesantes, ahí están Las amistades peligrosas, Los timadores, Héroe por accidente, Café irlandés, La camioneta, Alta fidelidad o La Reina para atestiguarlo… (no pongo los años para no aburriros).


Hang on, Porerror! Vas ya por el tercer párrafo y todavía no has dicho nada de la peli en sí? Uyuyuy… Ya, ya, señora…shshshshshshsh! Cállese, que me hunde usted el chiringo. Tamara Drewe, ¿eh? Debéis ir a verla? Ni sí ni no, sino todo lo contrario. La película tiene virtudes innegables, y hablo siempre desde el punto de vista cultural y narrativo, no cinematográfico, que ignoro. La película trasciende géneros (es una comedia negra, podríamos concluir), presenta personajes interesantísimos, juega con las convenciones para luego hacerlas polvo para luego reforzarlas, tiene un leve barniz cultureta a la par que es chabacana, lo que la hace posmoderna, en la mentalidad al menos…

Y sin embargo la suma de todas estas atractivas piezas no me termina por encajar. La resolución de la trama, for one thing, me deja frío y más insatisfecho que el final de Perdidos. Los personajes, tan vivos, tan bien dibujados, interaccionan pero en un momento dado se ponen a hacer cosas que no les pegan para nada. Es que han e.v.o.l.u.c.i.o.n.a.d.o., Porerror, pero tú no te has dado cuenta. Aaaaaaahhh! Luego está la estupenda ambientación en una Inglaterra rural de gallinas Buff Orpington, de scones con nata y mermelada y de festivales indies, adobada con el festival de acentos si la vais a ver en V.O., lo que le añade muchos enteros.


Durante la peli te ríes, porque te tienes que reír, pero es más una sonrisa que una risa, es la complicidad nudge nudge de quien se reconoce miembro de esa élite cultureta (porque a nosotros la campiña de Thomas Hardy no nos dice nada… o sí?). En Tamara Drewe hay una escena de váter pero no son los hermanos Farrelly, y hay varias cenas literiaroides, pero no es Woody Allen, no sé si me explico. Ni como comedia elevada ni como farsa me llega a mí la cosa a funcionar del todo, o en palabras de la buena T-Girl: “la película no llega a explotar”.

Así y todo, no puedo desestimar esta peli como algo malo sin más: durante el 90% de su metraje pasé un rato agradabilísimo viéndola. Hay sátira, hay enredo, hay personajes excéntricos (es Inglaterra, ¿no?), hay cama, hay cirugía estética, hay música indie, hay firmas de libros, hay comentario social. Pero qué queréis que os diga, hijos míos, la película pretende abarcar tanto… Nada puedo decir de si le hace justicia o no al cómic original, eso os lo dejo a ustedes. Pero como producto en sí mismo… no sé, id a verla at your own peril (o sea: si os da la gana).

viernes, 3 de diciembre de 2010

Yo confieso: Soy adicto a Onda Cero


-“Vamos a poner a Alsina, ¿no?”
(Cuidadora)





La buena Sab me lo echaba en cara esta mañana: “Tu querido Federico ha incitado hoy en su columna al golpe de estado”. Ignoro de qué me habla: le explico que hace ya años que a Federico Jiménez-Losantos me lo prohibió el médico, solo lo aguanto en pequeñísimas dosis. Ahora escucho a Carlos Herrera. Es el único que me arranca una sonrisa a determinadas horas de la mañana, y poco a poco su programa y su espacio se han ido ganando un hueco en mis avatares mañaneros.

Carlos Herrera, su enciclopédico conocimiento de la música, su socarronería, su -¿por qué no?: tiene gracia!- autosuficiencia, su cercanía tan lejana… pero también he aprendido a paladear los diversos ingredientes de “Herrera en la onda”. La tertulia, con esa intro sacada de El virginiano (1962-71) y sus ataques de indios (últimamente ha incorporado hasta a las wagnerianas valkirias…), con la colaboración de Arcadi Espada, de David Gistau, de Ignacio Camacho, de Pilar Cernuda, con su sindicalista (José María Fidalgo), con su sociata de guardia (Antonio Casado), con su intelectual (Amando de Miguel), su sociata de verdad (Joaquín Leguina), su PPero (Miguel Ángel Rodríguez)…



Y esos comentarios de Antonio García-Barbeito (a/k/a “la alegría de la huerta”), de Fernando Ónega, la météo que da “El Borrascas”, la lectura de titulares de Santi “Majetón” García, las noticias económicas del inefable Dr. Rodríguez Braun, los deportes (o no) de Naranjo, y esos corresponsales tan lindos desde Washington, desde Bruselas y desde no sé dónde, que no sé su nombre pero que son para comérselos.

Por no hablar de luego: el protocolo y las bizarrías de Josemi Rodríguez Sieiro, las culturetadas de Lorenzo Díaz, los libros Greats de Alfonso Rodríguez Galinier (ex profe chocarrero de inglés), etc.. etc.. etc… Pero esto no merecería un post si no me hubiera dado cuenta de que cada día más la programación de Onda Cero se va colando en mi vida: va ganando terreno. Como si de un relato de Cortázar se tratara (qué os gu…!), Onda Cero va “tomando” poco a poco mi existencia. Explico.


Por las tardes, camino del francés, escucho entre estupefacto y sedado el programa de Julia Otero (lo mejor que ha hecho desde “3 x 4”, ¿eh?), locutora de la voz sensual que nunca llega a ser sensual, y su parada de freaks en esa tertulia que han dado en llamar “El gabinete”. En ella militan (atiende qué disfraz!) Elisa Beni (esposa del juez del 11-M), Espido Freire, Antón Reixa (sí, el que estáis pensando), Javier Sardá, Juan Adriansens y una fulgurante estrella que cada vez se postula más claramente como “Personaje Pupita” de Estatuas Verdes: Lucía Etxebarría, quien cada vez que abre la boca se encarece el pan. “Es que Julia Otero tiene a unos tertulianos muy malhumorados” –me dice la buena Natalia, y no le falta razón.

Pero es que escucho ya hasta el programa deportivo, el que habla de fútbol, me nutro de todos los boletines horarios, me empiezo a interesar por las noticias regionales y –oh, cielos- locales (pero poquito), he picoteado en insomnio “La parroquia del monaguillo”, “Gente viajera” los fines de semana, hasta a la Gemio: socorrro! Pero entre toda esta vorágine destaca y brilla con luz propia y brilla y destaca con luz propia el programa de la noche: “La brújula”, conducida por Carlos Alsina.


A la vuelta del francés me toca siempre la sección de economía, con lo que no entiendo nada, pero qué gusto da oírlos hablar del “riesgo país”, del “diferencial de la deuda” y de la Reserva Federal (que ellos y yo llamamos “Fed”, señora), entre otras cosas. Alsina cuenta con un elenco de colaboradores nada desdeñables, los cuales aún no tengo bien cartografiados y por eso os vais a librar de que os plante aquí la lista. “Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, la Virgen María y el Espíritu Santo”, reza una conocida oracioncilla infantil. Pues yo con Onda Cero, amigos.
 
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