Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Compañeros. Buenos.

Hace casi ocho años empecé en una empresa en la que a día de hoy continúo trabajando (toquemos madera). Aunque estuve un cuatrimestre de prácticas en una oficina de Miciudad, mi auténtico bautismo en la compañía tuvo lugar en 2006, cuando me incorporé a una sucursal de un cercano pueblo, a tan solo 3 km de donde vivía. Allí empecé a aprender de verdad el trabajo que aún hoy desempeño, y aunque decía León Felipe que “no sabiendo los oficios los haremos con respeto”, debo decir que mientras más aprendo más me doy cuenta de que menos sé y cada vez le tengo más respeto a mi profesión, casi tan denostada por la sociedad como la de entrenador de fútbol.

Casi ocho años después trabajo mucho más por mucho menos sueldo y (lo que me irrita e entristece a partes iguales) en mucho peores condiciones laborales. Esto me irrita y entristece porque yo cada año se supone que soy mejor profesional, que lo hago mejor, que sé desenvolverme con más soltura, que he dejado atrás las inseguridades y los titubeos iniciales. A veces recuerdo mis comienzos en aquella primera oficina: me encontré con un grupo de compañeros de talla excepcional, muchos de ellos en mi misma situación de novato, y puedo decir con orgullo que a día de hoy algunos de ellos se cuentan entre mis amigos. Hemos ido juntos a bautizos, bodas, funerales, hemos hecho viajes, hemos compartido cuitas y alegrías, y estamos bastante al tanto de la vida de los otros, más allá de las típicas cervezas a la salida del curro.


Además de estos amigos, 4 ó 5, imposible que fueran más, guardo un excelente recuerdo de los demás compañeros, cada uno con sus peculiaridades me enseñó algo y me hizo crecer como trabajador y –por qué no decirlo- como persona. En total seríamos unos cuarenta y tantos, de la mayoría me acuerdo bien. Mis amigos de entonces y ahora y el resto de compis teníamos una relación envidiable, la verdad es que ya por aquella época éramos algo conscientes de estar viviendo un momento especial, pero no podíamos calibrar del todo el impacto que aquellos dos primeros años formativos iban a tener en nuestras vidas. Todavía no hace 25 años de aquello ni nada por el estilo pero, me creeríais si os dijera que anoche, por un segundo, sentí esa emoción de la que siempre abjuro: la nostalgia?

Uno de aquellos compañeros, con los que más estrechamente colaboré, era un hombre bueno “en el buen sentido de la palabra”, que diría Machado. Hace varios años enfermó de cáncer y aunque la preocupación se nos dibujó a todos en el rostro él lo llevaba con admirable entereza. Fuimos a visitarlo cuando se dio de baja, sufrió los cambios físicos de la enfermedad, pero nunca nos negaba su sonrisa y su bonhomía, porque sé que suena a buenrrollismo barato, pero pocas veces me he encontrado con una persona tan buena sin aristas, sin una agenda oculta, tan generoso y entregado. Se llamaba Gaspar.



Supe de él, tras mi traslado a Cosica, que parecía haber remontado, que se había vuelto a incorporar al trabajo, cosa que me dio mucha alegría. Hará cosa de un año lo vi por la calle y estuvimos hablando. Este pasado mes de julio me encontraba en Lieja, visitando iglesias y comiendo kebabs, cuando me llegó una noticia por wasap que me obligó a sentarme en un banco público: mi compañero Gaspar había fallecido. Me dio una pena inmensa, os confieso que en su día, años atrás, incluso le había dedicado un poema (que nadie ha leído). Me afectó mucho la noticia. 

“No somos nadie”, etc., pero es que en realidad no somos nadie. Pasó el verano y unas emociones fueron sepultando a otras, hasta que ayer al mediodía recibí la sorpresa de una convocatoria a misa en recuerdo de nuestro compañero Gaspar. Por supuesto que acudiría, en seguida continué la cadena de avisos, y por la tarde-noche asistí al acto, emotivo y triste, como corresponde. Pero Dios me perdonará si digo que salí de la iglesia contento. Contento de ver a tantas caras conocidas, compañeros de la primera época que (mejorando lo presente) son los mejores que he tenido. Contento de ver cómo personas a las que hacía años que no veía y de las que no sabía nada se alegraban de verme, rememoraban viejos tiempos, protestaban porque nunca nos reuniésemos los que coincidimos durante aquella época. Las típicas promesas se hicieron en voz alta, yo sé que eran sinceras igual que sé que difícilmente se cumplirán. 


Pero ese es el rito del contacto humano, fuimos compañeros, guardamos buenos recuerdos los unos de los otros, ya es mucho. Durante la misa, entre los bancos de la iglesia descubría tal o cual cara y esta me retrotraía a una determinada anécdota. Estaba en un estado de franca emoción, luego a la salida me pasé más de media hora saludando, dando abrazos y besos. Una de mis compañeras, de las que ahora son amigas, me espetó semiperpleja: “Te puedes creer que estoy sintiendo nostalgia, tío?” (Como queriéndome decir “que soy gilipollas?”) Tan solo pude contestarle la verdad, claro: “Y yo también.”

martes, 25 de septiembre de 2012

Holmes & Watson. Madrid Days: Jelou?

-“Hooostia. Pero, ¿por qué?”
(Luis Manuel Ruiz)

Queridos lectores, tras un paréntesis estival más largo de la cuenta del que pensaba regresar con otros temas, gravísimos acontecimientos me obligan a escribir este post, a saber: EL GARCI HA ESTRENADO UNA PELÍCULA SOBRE SHERLOCK HOLMES. Ba, ba, ba, ba… ahora resulta que todos lo sabíais, que todos habíais visto las portadas de ABC con Gallardón figurando de Albéniz (shshshshshsh!!!), etc… pero lo que más me ha dolido es que se me hubiera ocultado que el encargado de interpretar a Sherlock Holmes no es otro que Raymond Douglas Davies, el afamado cantante de los Kinks. O eso, o era Gary Piquer.

Hace dos semanas voy en mi coche camino del trabajo, circulando por una afamada recta en la que es notorio que multa la Guardia Civil, cuando me quedo paralizado al volante. Frío. Motivo? José Luis Garci es invitado al programa de Carlos Herrera (ese que me gustaba tanto, recordáis?) para promocionar su última obra: una peli “postal” (Nacho Camino dixit) decimonónica sobre aquel Madrid que se nos fue, galdosiano, barojiano, previo al 98, ese “prisionero en la Arcadia del presente” (por citar a vuestro admirado Antonio Machado)… ese Madrid de los cocidos de Lhardy, las porras en la Chocolatería San Ginés, el agua, los azucarillos y el aguardiente. 


Hasta ahí, todo normal. Garci, el grande. Garci, el gran director de cine cuya mejor obra fue un programa de televisión. Garci, el del Oscar. Garci, el amigo del Prada, de Torres-Dulce, del Cuenca… el retratista de esa España en sepia, el nostálgico mal que le pese de los Años Bárbaros del Franquismo. El devoto de Howard Hawks, John Ford y Frank Capra, por poner tres ejemplos. Lo novedoso, lo que cuaja la sangre, es que también al parecer es Garci el holmesiano. Y no se le ha ocurrido otra cosa que ambientar una aventura de Holmes en Madrid, algo por supuesto apócrifo y ajeno al canon de Arthur Conan-Doyle. Pero de Holmes ya se ha dicho de todo. 

Si hasta se dejó entender que era maricón! Si Holmes puede ser un zorro de dibujos animados, o un fantoche con teléfono móvil, o Robert Downey, Jr. disfrazado de sofá, si hasta Billy Wilder (otro santo de la devoción de Garci) se atrevió a hacer una peli sobre Holmes en la que creo recordar salía un submarino… por qué no iba a poder recrear a Holmes nuestro director de cine más clasicón? Holmes & Watson. Madrid Days: lo sé. Solo el título debería ser constitutivo de delito, pero aún así servidor de ustedes acudió a verla. ¿Por qué? Si de verdad necesitáis que os responda a esta pregunta no sois lectores de Estatuas Verdes.

Yo no leí todo el canon holmesiano y vi de chico El secreto de la pirámide para esto! Como también he leído a Baroja y a Galdós y he escuchado a Albéniz (bueno, a los Doors, al menos…) tenía que ver esta peli. Voy a verla y paso un estupendo rato. Poden ustedes los vicios del Garci, excesivo recreo en un preciosismo que puede llegar a aburrir, diálogos largos y complicados (eso sí, muy bien pensados)… y lo que tienen es una dignísima película no me atrevería decir que de acción ni de aventuras, pero sí que pasan cosas, oiga, y están interesantes.


Y hay misterio. Y está rodada con tanto gusto y tanto mimo que es imposible burlarse de ella. A excepción de las postales sepia coloreadas que sirven para separar escenas. O de Alberto Ruiz Gallardón con un gato por barba haciendo de Isaac Albéniz. O de un Londres de guardarropía recreado en el Parque de El Capricho. Pero maldades aparte, el esfuerzo de documentación y de recreación es muy notable… yo no sé qué aspecto tenían Lhardy o la consulta de un médico en el siglo XIX, pero veo esta peli de Garci y me lo creo. También alabo la apuesta lingüística de esta película: entre ellos, Holmes, Watson y todos los personajes británicos hablan un correctísimo español, convención a la que estamos más que acostumbrados en el cine USA, en el que dando igual de qué país se sea todo el mundo se expresa en inglés. Así y todo, por mor de un cierto decoro, cuando Holmes y Watson están en España se menciona que los dos saben hablar español, y Watson comete algunas incorrecciones para recordarnos que no se está expresando en su lengua materna.


La época fin de siècle que Garci ha querido retratar la doy por bien retratada: de hecho, uno de los temas de la película es la sensación de que el futuro se nos viene encima, de fin de una etapa y comienzo de una modernidad brutal y complicada, al menos para los que se habían criado en otra cosa (entre los que se incluyen los protagonistas). Holmes y sus monografías absurdas sobre puros contra el Marqués de Salamanca. El violín Stradivarius contra el ferrocarril. Etc. Otro gran tema es el amor, en cuanto a que se supone el único gran aspecto del alma humana en el que Holmes nunca llegó a penetrar (salvo que, con Billy Wilder, creamos que era mariquita). Aquí el love interest de Holmes es Irene Adler, cómo no, la socorrida aventurera yanqui de “Escándalo en Bohemia” y más allá. Sobre el tratamiento de este tema no estoy tan seguro, aparte del “amor” de Holmes están el de Watson por su esposa –aunque le ponga más una falda que a un tonto un lápiz- y el de un gacetillero por una cupletista, interpretados estupendamente por Víctor Clavijo y Macarena Gómez…pero creo que no está tan conseguido como el otro tema de la decadencia. 


Por lo demás, lo de siempre: guión a cuatro manos con Torres-Dulce, cameos de Chencho Arias y Luis Alberto de Cuenca, chistes sobre toreo y formol… Para, para, para, Porerror! Es que no piensas decirnos por qué cojones viajan Holmes y Watson a Madrid a investigar? Para eso vaya usted a ver la película, señora, que se la recomiendo. Holmes & Watson. Madrid Days, eh? Ya lo dijo Ray Davies: “Thank you for the days…”
 
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