Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

jueves, 28 de febrero de 2008

Cuesta


El título de la entrada de hoy no hace referencia a una elevación del terreno ni al señor presidente de “esta nuestra comunidad”, sino al hecho comprobado de que a veces, algo tan simple como levantarse por la mañana y empezar a funcionar requiere un esfuerzo considerable. O sea, que cuesta.

Los más ancianos de entre vosotros ya lo intuíamos cuando de chicos ponían en la tele Fama, y salía esa profesora de baile negra, Lydia Grant, diciendo “Pero la fama cuesta… y aquí os vais a jartar de sudar” (eso era Fama, y no el programa ese que ponen ahora en Cuatro con unos tipos ambiguos y unas tipas muy tetonas dando brincos). Lo que cuesta no es solo la fama, si fuera eso… lo malo es que lo que más cuesta es ser una persona normal.

Tengo amigos pagando hipotecas (no uno ni dos), y aquí ya entramos en otra acepción más pupita del verbo “costar”. Yo todavía no he alcanzado tamaño estado de gracia (aunque ayer me ofrecieron hasta dos casas a la venta por no-sé-cuántos-mil euros: debe ser efecto de la crisis inmobiliaria). Tengo amigos pagando coches -bueno, ¿a quién voy a engañar?, el mío todavía no está pagado del todo-, y por resumir diré que tengo amigos pasando todo tipo de fatiguitas.

Pero mi idea al escribir esto hoy no es hacer un balance de la desaceleración económica (vivan los políticos y sus eufemismos: cuando se muera alguien ¿qué dirán, que ha desnacido?). Para eso ya están los analistas, expertos y gurús, y a unas malas pues los propios políticos. Yo quería referirme a lo que cuestan las cosas, no es fácil vivir, perdonad que me ponga tan filosófico. A cambio, también quería hablar de las pequeñas compensaciones que hay en la vida.

Si a alguno de mis lectores no le gusta la poesía le advierto que mejor no siga leyendo. No porque yo pretenda que lo que sigue sea poético, sino porque directamente me voy a ir de cursi. Hablemos de las pequeñas cosas buenas del día a día. Son los soportes, son como andamios que nos van llevando para evitar que nos caigamos. Si alguien alguna vez anduvo con muletas ya podrá entenderme sin problemas.

Están los grandes soportes: creencias, fe religiosa, familia, pareja, AMOR (con mayúsculas), o lo que cada uno elija. Hasta el más ateo o el más cínico los tiene en su haber, incluso aunque se trate solo de la certeza de que Dios no existe y el regocijo de esperar la cara de tonto que se le va a quedar a Dios cuando uno suba al cielo y le informe de ello. ¿Tú que haces aquí? ¿No te has enterado de que no existes!

Pero luego están los pequeños andamios, los que nos hacen más viable el día a día, que en mi caso son la música, la literatura, el cine… aquí cabe todo lo del campo de las aficiones. Para este será el deporte, para aquel las pizzas con anchoas. Para el otro las sin anchoas, preferirá el de más allá pintar maquetas. Y no se trata de materialismo, ni de afanes triviales. Las cosas pequeñas –las que más ilusión nos hacen- cobran en nosotros una importante dimensión espiritual. De acuerdo con que nadie va a vivir de un hobby o de esperar que su equipo gane la liga, pero es innegable el bien que a esa persona le hace cada lunes encontrarse con un partido ganado.

En mi caso, ya lo he dicho, son los discos, los libros, las pelis, la TV, las noticias bizarras… todo lo que forma parte del universo de este blog. Y más de uno se andará preguntando ¿a qué viene este post? Vosotros dejadme, que yo sé por qué lo escribo. Hay días en que se tienen experiencias duras, cosas que te hacen enfrentarte con lo más triste de tu vida. Y menos mal que tenemos ayuditas para distraernos. Yo por ejemplo todas las tardes miro con ilusión si habéis dejado algún comentario en Estatuas Verdes.

Hay días en que no todo pueden ser risas, ji ji y ja ja. Y cuesta. ¡A fe mía que cuesta!

miércoles, 27 de febrero de 2008

Nuestro autor favorito saca libro


A lo mejor lo hemos visto en una reseña o en la sección cultural de algún periódico. Puede que nos haya saltado a la vista desde el estante de una librería, o como en mi caso, desde un escaparate. Es mucho mejor si no lo esperábamos, si el hallazgo nos pilla por sorpresa. A lo mejor vamos andando deprisa camino de casa, a las diez de la noche, un poquito arrebujados por el fresco. Vamos pensando en nuestras cosas, deseosos de llegar a casa tras una jornada de trabajo y eventos sociales, caminamos por una calle de nuestro barrio sin mirar a nada ni a nadie. Entonces llegamos a la manzana en la que sabemos que hay una librería, esa tienda que ha resistido los embates de los grandes supermercados del libro y que se ha negado a cerrar.


En el barrio ya han cerrado varias librerías en el último par de años, esa a la que íbamos todos los fines de curso para que mamá nos comprara un par de novelas que tenían que durarnos hasta septiembre pero que nos acabábamos en una semana. Aquella otra en la que leíamos de pie los tebeos de Tintín, para enfado del dependiente. Pero esta no, esta sigue abierta y mantiene un escaparate iluminado incluso a esas horas de la noche. No es el escaparate de la lujosa pastelería de enfrente (hoy un banco), no es el de las tiendas de moda que la rodean. Este es mortecino y acumula un pelín de polvo, todo lo cual le confiere –si cabe- una pátina romántica.


A la altura de esta librería no podemos sustraernos a mirar su escaparate, nunca se sabe lo que podríamos encontrar. El ochenta por ciento de los libros no nos interesan: novelas de autores rusos, manuales de autoayuda, un libro de fotos de un viejo grupo musical. De pronto, en el rincón de las novedades, agazapada entre varios ejemplares de los muy publicitados premios literarios, nos salta al ojo la sorpresa. ¡No puede ser! Nos detenemos, volvemos a mirar el libro y a leer su título. Luego el nombre del autor… correcto. No nos habíamos equivocado. Repasamos mentalmente nuestro archivo para cerciorarnos de que se trata de una novedad, y no de una simple reedición para sacar dinero. No hay duda, estamos ante una novela completamente nueva, acabada de publicar, de uno de nuestros autores favoritos.


Nuestro primer impulso es entrar a comprarla, al menos a hojearla. Pero caemos: son las diez de la noche pasadas, habrá que esperar pues. El día siguiente en el trabajo deviene en un tormento. Un pequeño pero molesto tormento de anticipación, como en un cuento de Villiers de L’Isle Adam. Pasan las horas y llega la de la salida, pero asuntos nos detienen, no podemos acudir a la tienda. Tenemos que comprar, que llevar a un sitio a un pariente –se lo hemos prometido-, que ir a recoger un paquete a otra parte de la ciudad. Pasan las horas y el tiempo (con la posibilidad de la ilusión) se nos escapa. Un par de horas más tarde, volvemos a mirar el reloj y nos acordamos del libro, que nuestro quehacer había apartado de la memoria.



Queda una hora para que cierren los comercios, tal vez menos en el caso de una pequeña librería de barrio. Mañana partimos de viaje, hasta dentro de cinco días no podremos volver a por el libro. Impensable adquirirlo en otra parte: ha de ser en la misma tienda donde lo descubrimos, aunque solo sea para agradecerles el instante de felicidad gratuita que la noche antes nos proporcionaron. Al día siguiente partimos de viaje: qué gran placer sería poder contar con esa novela en nuestras manos para amenizarnos el trayecto y los ratos muertos. Lo hemos leído todo del autor, nos lo debe y se lo debemos. Calculamos mentalmente el tiempo -¡sí- aún hay margen para aventurarse en una razzia. Andamos a buen paso hacia la tienda, no nos vayan a cerrar. Por el camino hablamos por teléfono con alguien para explicarle que posponemos ese último compromiso (no revelamos la verdadera razón, sería ridículo), lo que nos ha permitido llegar a la librería justo cuando la librera se disponía a echar el cierre.


Entramos con alivio en la cueva de los libros, buscamos con la vista el objeto deseado. Lo agarramos, lo poseemos, entre sonrisas se produce la transacción económica. Una bolsa de plástico y a volar a casa, con la cálida sensación en el bolsillo de quien acaba de comprar churros o algo muy valioso y recién hecho.


Señoras y señores: David Trueba ha sacado un libro nuevo y esta noche comienzo a leérmelo.

martes, 26 de febrero de 2008

No veas cómo estamos con los Texas Tornados


Hasta hace bien poquito mi único conocimiento sobre la cultura Tex-Mex provenía de los supuestos restaurantes de este tipo que hay en mi ciudad. El mejor sin duda es el Texas Lone Star Saloon, regentado por un tejano ex marine cuyo hijo era compañero mío en el colegio. Además de unas hamburguesas de meter miedo, en este local sirven un postre llamado “Texas Tornado” consistente en un brownie acompañado de nata montada y una bola de helado. Pensad en ello y dejadlo ahí.

Es fascinante el enorme latrocinio territorial perpetrado por los USA contra Méjico a lo largo de todo el siglo XIX. Aparte de la Independencia de la “República de Tejas” (ríase usted de Kosovo) que enseguida se anexionó a EEUU, ahí queda esa guerra entre 1846-48 que culminó con el ominoso “Tratado de Guadalupe Hidalgo”. Resultado: el 50% del territorio mejicano pasó a manos gringas en un abrir y cerrar de ojos. Por eso, niños y niñas, hay tantísimos topónimos españoles en el Sur de los Estados Unidos, por eso hay estados llamados Tejas o Nuevo Méjico y por eso en la serie de Chuck Norris Texas Walker Ranger (1993-2001) sonaba una canción que decía “Hey, baby, ¿qué paso?... won’t you give me un beso?"

Esa canción es de un señor llamado Freddie Fender, que murió en 2006 y era un histórico del country (sección tex-mex). Con esta ola de tejanismo que nos azota (ver No es país para viejos), quizá sea bueno recordar cómo en la peli Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005) sonaba otro tema de Fender que fue número uno en listas pop y country en 1975, la balada “Before the Next Teardrop Falls”. A los diez años debutó en la radio cantando una de los Rolling Stones, y luego se dedicó a versionear a Elvis Presley en español. En 1990 la fortuna le volvió a sonreír al formar parte de un supergrupo Tex-Mex llamado los Texas Tornados (como el postre de mi amigo), que eran los que cantaban “Hey Baby Que Paso”.

El resto de este supergrupo lo componían el acordeonista Flaco Jiménez (no es moco de pavo: tiene Grammys en solitario y con grupo y ha tocado con Bob Dylan o Ry Cooder) y dos personajes que merecen mención aparte. Me refiero a Doug Sahm y a Augie Myers, ex componentes del legendario grupo de garaje de los sesenta Sir Douglas Quintet. Comenzaron como un gran fraude, haciendo creer que eran británicos (era la moda, de ahí su apelativo), pero nada más oír lo que tocaban se les veía el cartón. Su tema “She’s About a Mover” (1966) es un clásico nugget en toda regla pero además (raro en el género) sus álbumes enteros merecen la pena.

Hace pocas semanas me invitaron a casa de un amigo a ver vídeos musicales y a poner discos, y me llevé mi ejemplar en vinilo de Mendocino (1969) de Sir Douglas Quintet. El anfitrión, aficionado al country rock y la música con raíces, no los conocía, y quedó mareado al escucharlos. También ha un par de meses que estuve en una pinchada de unos poperos modernos, donde sonaron muchos clásicos de los sesenta, y yo le pedí al DJ el tema “She’s About a Mover” pero él no lo conocía. Le recomendé al grupo, el tema en cuestión suena como si los Beatles tocaran “She’s a Woman” con una indigestión de frijoles.

Sus dos primeros discos (el fraudulentamente titulado The Best of Sir Douglas Quintet, de 1966 y el The Sir Douglas Quintet Is Back! de… ¿1967? ¡Qué más da!) mezclan soul, pop, Tex-Mex, country, música Cajun, rock and roll y lo que haga falta. Lo mismo tocaban la historia de John Hardy (como la Carter Family), que un tema imitación Beatles que el clásico ese de Leadbelly que décadas después versionara Nirvana en su Unplugged In New York (la del grito al final). Y este es el espíritu que preside la producción de los Texas Tornados, a los que hay que añadir una debilidad por el blues eléctrico y por la música norteña mejicana.

Esta semana ha caído en mis manos un disco en directo de los Tornados, y lo que más me impresiona de ellos es su versatilidad. Todo lo tocan y todo lo hacen propio: no hay impostura en ningún momento. Además, tengo debilidad por el Spanglish, y las letras son acojonantes. En este concierto, grabado en Austin, TX en 1990, aparecen los citados clásicos de Fender, de Sir Douglas Quintet y nuevos temas de los Tornados (“Laredo Rose”, “Dinero”, “She Never Spoke Spanish to Me”), y hasta el “96 Tears” de ? And the Mysterians como propina. Conclusión: la próxima vez que vaya a hincarle la cuchara a ese brownie con esa nata por encima y ese helado le preguntaré al postre “Hey, baby, ¿qué pasó?”

lunes, 25 de febrero de 2008

No es película para yanquis


Vale, sí… Expiación (2007) no ha ganado ningún Oscar, ¡dejad de gritarme! Bueno, ya, que ha ganado uno, el de “Mejor banda sonora original”, que era precisamente el único que yo no quería que ganase porque había un español nominado (Alberto Iglesias, por la de las “Cometas en Kabul”, o como se llame). Algo he oído de que hay otro español que sí ha ganado un premio, ¿no? De eso no sé nada, la verdad.

Me da coraje que en casi todas las galas de los Oscars tenga que haber una peli que sea “la gran derrotada”, y me da coraje que este año este papel le haya tocado a Expiación, a mi parecer una de las mejores del año, con larga diferencia (evidentemente otro gallo estaría cantando si se hubiera llevado los seis galardones que se tenía que haber llevado). Y pensar que un truño soberano como El señor de los anillos III: El retorno del rey (2003) consiguió 11 estatuillas… se me ponen los pelos de punta. A mí me da igual, para mí Expiación seguirá siendo, como mínimo, la mejor peli de las que estaban nominadas, el mejor guión adaptado y ya no hablemos de cosas como dirección artística, fotografía y vestuario (el traje verde de Kiera Knightley frente a los oropeles vacuos de la feísima Reina Isabel I de Inglaterra… ¡¡estoy que echo chispas!!). A mí me da igual, conozco a alguien que va a Londres este fin de semana y ya le tengo encargada la novela de Ian McEwan.

La “gran triunfadora” de este año ha sido claramente No es país para viejos (2007) de los hermanos Coen. Vaya por delante que soy megafan de este tándem cinematográfico. Se lo compro todo: desde Sangre fácil (1985) hasta ese remake flojote de El quinteto de la muerte (Ladykillers, 2004) pasando por una de mis biblias, El gran Lebowski (1998). Ahora por lo visto están rodando la última novela de Michael Chabon, The Yiddish Policemen’s Union (2007), veremos en qué queda. A lo que iba es a que me gustan los Coen, y por eso me tiré como una fiera para ver No es país para viejos el día de su estreno.

La película me gustó, me gustó mucho, pero me dejó un regusto tan contradictorio que no quise ni comentarla en este blog, porque sabía que iba a tener que hablar mal de ella y no estaba seguro de saber expresar exactamente cómo me había parecido. En el blog Almanaque de Otoño leí luego una crítica que me pareció muy acertada, y que amplificó la sensación de insatisfacción y perplejidad que la peli me había producido (amén de un gran impacto positivo en lo visual, todo hay que decirlo). Luego hablando y hablando, con muchos amigos que saben de cine mucho más que yo, todo el mundo coincide en lo mismo, en que la peli te deja un poco chafado, y que el final no te llena.

Gente que ha leído a Cormac McCarthy (autor de la novela en que se basa el film) me ha dado ciertas claves para interpretarla… que si es un tempo muy lento, que si el estilo se basa en que aparentemente no pasa nada… todo lo que ustedes quieran. Para mí, cuando a una obra (sea peli, libro, disco o cuadro) hay que ir detrás poniéndole paños calientes y pidiendo perdón para explicarla, malo. Es verdad que hay cosas que van creciendo, que crecen dentro de uno y que solo toman su verdadera dimensión con el tiempo. Pero a mí no me está pasando con No es país para viejos. La sigo recordando con gusto, pero dista mucho de parecerme redonda.

El crítico inglés John Berra (autor del libro Declaraciones de independencia: El cine americano y la parcialidad de la producción independiente, 2008) ha dicho de ella que es “un impresionante retrato de la penetración del mal en el mundo y la incapacidad de los mortales para huir de él o comprenderlo”, pero yo por si acaso me he apuntado en Facebook a un grupo de discusión creado por un colega y que lleva por título “Estaba pensando en otra cosa durante la última escena de No es país para viejos. Esto fue justamente lo que me pasó a mí: el final me cogió con el pie cambiado, me dejó frío frío.



Entiendo que a lo mejor parte del problema es mi horizonte cultural, ya que (por sensibilidad y formación) me encuentro infinitamente más cercano a una historia que se desarrolla en Inglaterra durante los años 30 y 40 que a otra fronteriza de Tejas en los años 80. Los premios BAFTA (del cine británico) sí que reconocieron a Expiación como la mejor peli del año -qué menos-, y tal vez sea comprensible (haciendo una aventurada conjetura) que en los USA se prefiera esa historia de los Coen con desiertos, sombreros de cowboy y gente que vive en caravanas antes que esta otra en la que los pollos pera beben güisqui y las niñitas perversas escriben cursis obras de teatro mientras sus hermanas se follan al servicio.

domingo, 24 de febrero de 2008

Doble ración de venganza

Entrantes. De pequeñito, leyendo el tebeo Tintín y los Pícaros, aprendí una famosa sentencia que me impresionó. Decía: “La venganza es un plato que se come frío”. También quisiera compartiros el siguiente chiste:
Un amigo ve acercarse a otro que viene sangrando y con la ropa destrozada, y le pregunta:
-Compadre, ¿qué te ha pasado?
-Nada, compadre, que me he metido en una refriega; me insultaron, yo contesté y entre cuatro me brearon a hostias.
-¿Y no te vengaste?
-Es que si no me vengo me matan.


Primer plato. Este fin de semana ha ido la cosa de venganza, primero la película de Tim Burton Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (2007). Protagonizada por el camaleónico Johnny Depp (nominado al Oscar por este papel) y Helena Bonham-Carter (la esposa del director –“monesca”, según su avatar chanante), esta peli es la adaptación de un musical de Broadway. El peculiar universo visual de Burton viene aquí que ni pintado para reflejar el típico ambiente patibulario del Londres victoriano. Niebla, muelles sórdidos, policías corruptos, huerfanitos explotados, mendigos, desocupados, rufianes…

El tema central de la película (musical, no lo olvidemos) es la venganza. Esta es la fuerza motriz tras todas y cada una de las acciones del barbero Depp/Todd, la que pone en marcha la trama y la que precipita el trágico desenlace. Benjamin Barker, joven barbero felizmente casado y con una hijita, es injustamente condenado por un juez corrupto que busca beneficiarse a su esposa, y que no lo consigue pero se rapta a la hija de ambos. Retornado bajo falsa identidad, el barbero se dispone a rebanarle el gaznate a los culpables de su ruina y su condena, y de paso a todo aquel que decida ir a afeitarse a su establecimiento (¿Y nadie se daba cuenta, Dios mío?). Con la chicha de los cadáveres medra el negocio de una vecina que se dedica a fabricar y vender empanadas de carne, convirtiendo a todo el barrio en caníbales insospechados.

La venganza ciega a Sweeney Todd, o más bien le ilumina, le traza su camino. Es un hombre desprovisto de sentimientos que no sean el odio y el deseo de venganza, incapaz de vivir su presente ni su pasado. No quiero revelar el final, pero sí diré que sus mecánicas acciones no traen precisamente la felicidad a su entorno (ni siquiera la paz que se supone que la venganza proporciona).


Segundo plato. Se ha hablado mucho del concepto calderoniano del honor. Esto hace referencia a ese valor que hasta hace no tanto era supremo: el de la honra u honor entendidos no como fama sino como preservación del buen nombre en tanto que limpieza de mancha sexual. En este sentido, las depositarias del honor de la sociedad eran las mujeres, tanto del propio como del de sus padres, hermanos o esposos. Traducción: si tu hija o mujer tenía una relación sexual no permitida (o sea, cualquiera fuera del matrimonio; bastaba estar a solas en una habitación con un hombre para quedar manchada) tú quedabas deshonrado. Y claro, te tenías que vengar matando.

La tragedia de Calderón de la Barca El pintor de su deshonra (¿1648/50?) cuenta la historia de uno de estos “casos de honor”, que desembocan en muerte. El caso es tanto más trágico cuanto que aquí no hay deshonra real sino solo percibida. El adulterio no llega a consumarse, la supuesta guarra se resiste incluso. Pero basta que haya dudas para que el marido, ultrajado, deba derramar sangre. A diferencia de Sweeney Todd, el Don Juan Roca de Calderón es un vengador reticente: se resiste a matar por honor. Él no se siente insultado, pero sabe que si no se venga afrontará la deshonra de cara a la sociedad. Los plebeyos no tenían honor, vivían más felices, pero los nobles tenían una obligación impuesta por un código que Don Juan conoce y decide acatar (aun a su pesar). Como será el tema que los padres de todos a los que acaba matando, lejos de enfadarse, sienten que el noble marido ha hecho muy bien vengándose.

Dudando aún si cometer el asesinato que restablezca su honor, Don Juan se lamenta de que la sociedad le exija dar el paso: Mal haya el primero, amen/ que hizo ley tan rigurosa.

Postre. En el mundo de hoy, no exento de atrocidades y de crímenes supuestamente “pasionales” (casi siempre contra mujeres), ambas manifestaciones se me antojan igual de fantásticas y ajenas a la mentalidad actual. La peli de Tim Burton por ser una fábula gótica salpicada de salsa de tomate. Sus personajes son de cuento, como cuento que es. La obra de Calderón podría tal vez releerse a la luz de esta ola de violencia doméstica que nos azota, pero a mí no me conmueve como lo haría, digamos, una obra más realista. Por muy español y católico que sean el fondo de Calderón y el nuestro (aunque sea sin quererlo) no puedo evitar sentir que su mentalidad es de otra época, de otro planeta. Afortunadamente.

sábado, 23 de febrero de 2008

Oda a la barbacoa


A mis compañeros de trabajo les gusta comer sano. A mis amigos también, y a mí tampoco. El motivo de que escriba este post, que tenía pensado desde hace muchas semanas, es que por fin ayer se celebró en mi trabajo la barbacoa anual de team building conocida como “Jornada del colesterol”. Lluvia de ideas: 20 kilos de carne de cerdo ibérico, una paletilla de idem, tres bandejas de pasteles, una docena de botellas de tinto de Rioja y Ribera del Duero… y una ensaladita. El año pasado ya fui testigo (y partícipe) de semejante atentado al aparato digestivo, y lo único que puedo decir es… que solamente fuimos capaces de terminarnos tal cantidad de comida a base de barras de pan para empujar.

Entres mis grupos de amistades también se suele fomentar el tema de la carnaca a la parrilla: legendarios son los costillares de cochino que se consumen en el campo de un buen amigo, las barbacoas en la playa en Cádiz, las inauguraciones de hogar de los recién casados o las chuletadas de cordero en el campo de mi novia. También hemos hecho barbacoas en la azotea del piso de otro amigo, y últimamente fui invitado a degustar unas brochetazas y unos lomitos en la casa de campo de un colega diferente, cuya barbacoa consistía en un tambor de lavadora agujereado. Yo no soy quisquilloso, lo mismo me da un tambor de lavadora, una barbacoa de obra, una parilla de usar y tirar (como las que gastábamos los estudiantes en Inglaterra) o uno de esos hornos cerámicos que cocinan la carne durante mucho tiempo a baja temperatura.

Tengo amigos bastante nazis en esto de las barbacoas, de los que no te dejan ni acercarte mientras ellos la preparan (no digamos ya coger unas pinzas y tocar el género), y aun uno que se autoproclama “sibarita de la carne”. La verdad es que no sé preparar bien la carne a la parrilla (tampoco es física cuántica, ¿eh?), pero siempre agradezco cuando alguno de los expertos me explica cómo lo está haciendo para que todo quede tan delicioso.

En el tema de la barbacoa una vez más no tengo más remedio que rendirme ante los estadounidenses, en cuyo país es una verdadera religión. Me cuentan que en Australia es todavía peor, pero sobre ese extremo no tengo datos. Sobre la B-B-Q en USA sí: ¿alguien vio Planet Terror (Robert Rodríguez, 2007)? Pues de ahí para arriba. La barbacoa yanqui presenta dos estilos bien diferenciados: la carne a la parrilla (grill), cuya meca es Kansas City y la carne hecha a baja temperatura durante horas y horas. Esta última es la que se veía en Planet Terror y también era el “plato nacional” de Carolina del Norte (donde yo estuve) y de todo el Sur de los EEUU. La parrillada es lo que hacemos aquí, el otro sistema es menos conocido en España.


La carne queda en realidad asada, cuando se hace bien se encuentra superjugosa porque se le añade líquido, y se puede aromatizar, ahumándola con todo tipo de hierbas y de maderas especiales. Si queréis probar exactamente lo que es un sándwich de barbacoa USA id al Hard Rock Café y pedid el bocadillo de pulled pork (carne de cerdo en hebras), ahumado al aroma de hickory (nogal americano). Esta carne así en filamentos (parecida a la carne del cocido) se come dentro de un pan redondo de hamburguesa, y si está en su punto resulta tan jugosa y tan rica que no es necesario sazonarla con ninguna salsa ni ningún aderezo.

Madre mía, qué rico. Hará unos meses tuve la suerte de volver a probar la carne hecha así casera, al estilo sureño, pero sin tener que viajar a Estados Unidos. Para cocinarla hizo falta tenerla durante más de doce horas dentro de un aparato especial, llamado “El gran huevo verde” (ver foto), que no es una barbacoa al uso sino más bien un horno. Yo valoro mucho las cosas hechas con mimo y con interés, y permitidme que os diga que si alguien está pendiente de una carne durante más de doce horas, esto merece mi más agradecido respeto. Ya sea un pulled pork sandwich, una buena hamburguesa o brocheta, presa ibérica, pluma (de la que mis amigos se toman para postre), solomillo, costillas, chuletas… incluso he oído decir que hay gente tan friki que en las barbacoas lo que asan son pescados… dadme una buena barbacoa y otro día ya si eso hablamos de dietética.

jueves, 21 de febrero de 2008

Porta lo parte


Hace unos meses me envía un amigo que se las da de erudito del rap un email con un enlace de YouTube, diciendo “escucha esto que tiene mucho flow. ¡Ofú! -pienso, pero veo el vídeo y, aunque el tema se llama “Dragon Ball Rap” y no me dice nada (no conozco Bola de Dragón), tengo que admitir que el flow del chaval que rapea es impresionante. Me encandilan su frescura y su dominio de la métrica –esto último a mi humilde juicio es la gran asignatura pendiente de los MCs españoles: ¡ah! Cuánto mejor le iría a este país si los raperos se sacaran el título de la ESO…

Aquel joven rapero se llamaba Porta, venía de Barcelona y tenía 18 años. Sabíamos de él que tenía un par de maquetas de distribución exclusiva por Internet, de donde habían sido destacados los temas “Dragon Ball Rap” y “Las niñas de hoy en día son todas unas guarras”. Su primer álbum, por título En boca de tantos (2008), era una de las bombas musicales más esperadas del año, y por fin se puso a la venta hará cosa de una semana. Antes aún se podía bajar en iTunes, y muchísima gente lo tenía ya de modo ilegal. El disco está en la calle, Porta ha hablado, y lo que nos encontramos es una obra de tal calidad y envergadura que me atrevería decir que no parece rap español.

El hip-hop patrio (admitámoslo) es regular solamente. Se salvan un par de nombres solo: apenas SFDK, Violadores, el Chojín y Tote King. Y sí, fueron muy históricos 7 Notas 7 Colores, Frank T, Madrid Zona Bruta (1994), lo que tú quieras. Bastaba escuchar temas de cualquier artista de hip-hop español y compararlos con los de –digamos- los franceses o estadounidenses para tener el sonrojo asegurado. Esto fue así hasta la década de los 2000, debido entre otras cosas al sonido cutre, las letras forzadas (mucho calco sintáctico del inglés), la métrica dislocada (¿cuántas veces hemos tenido que sufrir palabras como “comió” pronunciadas con acento en la primera sílaba?).

En esto que viene Porta y nos presenta un disco con una vocación de permanencia, de joven clásico. No sé si lo conseguirá, pero el primer paso para lograrlo es créerselo. Lo que hace falta en el hip-hop (los tópicos) él lo trae a raudales: insultar con ingenio a los oponentes, decir que su estilo es único, proclamarse callejero, exhibir currículum, meterse con los artistas comerciales… todo eso está aquí, pero es que hay mucho más. Para empezar el sonido es impecable. No entiendo de DJs ni de este tipo de producciones, pero la sensación que me provoca el disco es la de estar “rodeado” de música, una muralla, con ritmos gordísimos.

Otros temas que Porta incluye en su disco son la misoginia (revisita en “Sobre el famoso tema” lo de que “las chicas de hoy en día son todas unas guarras”), su creciente fama debida al “boca a boca” (“En boca de tantos”), sus logros materiales (“Tengo”), los rigores de los conciertos (“Directo tras directo”) o la política española en “Una sociedad un tanto rara” (dando caña por igual a Aznar, Zapatero, a Rajoy, y si se encarta, al Rey; por cierto, que esta canción empieza nombrando a Hitler, por algún motivo). Confieso que llevo todo el día con la tentación de salpimentar este post con citas de las canciones de Porta. En las últimas 24 horas he escuchado el disco tres veces para apuntar las mejores perlas, pero a última hora he decidido que mejor no, que mejor que los temas de Porta hablen por sí mismos. Entre otras cosas porque si no, el post hubiera consistido en una cita tras otra del rapero, y no es plan.

Detecto en Porta un nuevo nivel en las letras, aparte de su excelente encaje métrico y su incontinente flow, este chaval maneja un léxico y un universo de referencias frikis solo comparables a los de Tote King. Y además no es tan crudo en el insulto como Kase-O o el Zatu, aunque –claro está- no le hace ascos a las palabras malsonantes. Sus colaboradores también tienen bastante desparpajo (no los conocía, mea culpa: dejé de estar al día de la escena rap española en 2005), y en fin, todo hace presagiar que nos encontramos ante el nacimiento de un nuevo prodigio. Él mismo comenta que “pretende crear una obra”. Tiene labia, tiene flow, buenas rimas y talento, tiene estilo, tiene pose, producción, y por-tan-to, Por-ta-es-un-por-ten-to. Estatuas Verdes… dos mil ocho… en tu puto careto.

miércoles, 20 de febrero de 2008

El beso de la mujer araña


Preside este post una foto de la gran actriz de cine mudo Gloria Swanson (sí, la que en El crepúsculo de los dioses estaba “lista para su primer plano”) porque es la misma que aparece en la portada del libro del que hoy voy a hablar. La Swanson/Norma Desmond dice también que en el cine de su época no hacían falta diálogos porque tenían los rostros. Irónico, porque en El beso de la mujer araña (Manuel Puig, 1976) el diálogo es el rey.

Sé que tiendo a la hipérbole y que me entusiasmo enseguida con las cosas pero vaya por delante: El beso de la mujer araña es LA MEJOR NOVELA CON DIFERENCIA desde que comencé este blog. Sí, amigos, el nombre del escritor argentino Manuel Puig tal vez no diga mucho al gran público, pero se encuadra en la mejor tradición de la literatura sudamericana. Su obra se estudia en las universidades al lado de la de Borges o Cortázar (en USA es megaconocido) e incluso tuvo su momento de popularidad a nivel mediático cuando varias de sus novelas fueron adaptadas al cine, como Boquitas pintadas o la propia El beso de la mujer araña, de la que también se adaptaron una obra de teatro y un musical.

Y esto viene totalmente al pelo, porque Manuel Puig es un autor muy relacionado con el cine: escribió varios guiones (entre ellos el de la adaptación de La Mujer araña), y empezó trabajando en una filmoteca. De hecho, según la Wikipedia, su primer sueño fue el de ganarse la vida como guionista de cine y televisión. El cine aparece en sus novelas de modo recurrente (ya lo veremos), pero no solo el cine sino todos los elementos de la “cultura popular”, los tangos, los boleros, los culebrones, las revistas… Para Donald L. Shaw (Nueva narrativa hispanoamericana, 1981), el arte pop está presente en la obra de Puig de un doble modo; por un lado, usando elementos como los mencionados (canciones, pelis, etc) y por otro apropiándose de modelos literarios pop (novelas rosa, policíacas, de géneros de baja estofa).

Estos rasgos han hecho que se enmarque a Manuel Puig dentro del Postmodernismo, pero esta adscripción no está tan clara. Otros lo incluyen en la última etapa del llamado Boom latinoamericano (Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez) y aun otros en el Posboom (Isabel Allende, A. Skármeta, L.Esquivel…). La cosa se complica al entrar en juego la crítica yanqui, con su terminología (también se inscribe a Puig en el Modernism, que no es lo mismo que Modernismo en español). En cualquier caso, está claro que sus coordenadas clave son el pop pero también el compromiso (bien de izquierdas, bien de liberación homosexual) y el realismo. No hay aquí fantasmas que hablen ni personajes que se conviertan en jaguar.

Centrándonos en El beso de la mujer araña, no se me ocurre mejor resumen que el que la editorial ofrece en la portada del librito: Dos presos comparten su soledad y su miedo a la tortura en una cárcel de Buenos Aires. Uno es un homosexual corruptor de menores, el otro un activista clandestino de izquierdas. El contexto es la dictadura argentina, con su brutal (cuesta conceptualizarlo cuando se escuchan testimonios) mecanismo de represión y tortura sistemática. Para sobrellevar su cautiverio y sus miedos, ambos personajes (Valentín el activista y Molina el gay) se dedican a charlar, llegando a trabarse entre ellos una auténtica relación personal, muy rica en matices.

Toda la novela está escrita en forma de diálogo (de ahí las adaptaciones en el escenario), sin indicación de quién está hablando en cada momento: se sabe por los vocativos y por lo que dicen, claro. Molina (el gay) se dedica a contarle a Valentín películas fantásticas (a la maniera de Las mil y una noches, dejándolo a medias) mientras que el otro expone sus ideas de justicia social y lucha por la causa. Toda la crítica señala que de este modo se realiza una interesante simbiosis entre dos movimientos revolucionarios: la izquierda marxista y el de liberación homosexual.

Ahora bien, este libro, que en principio podría ser una turra argumentativa ambientada en un sórdido contexto habitado por personajes morbosos, resulta todo lo contrario a un panfleto. Se trata de una obra maestra de sutileza y humanidad, en la que dos personas aparentemente sin nada en común se van desnudando una frente a otra (y frente al lector, mirón en la intimidad de su celda compartida), mostrando su alma, y van sufriendo una evolución ideológica.
A todo esto, la novela crea una realidad paralela que aleja a los protagonistas de su encarcelamiento, envolviéndolos en una tela de araña… la de la mujer que da los besitos.

Noches de miedo


“Noche de miedoooo… thriller night!...” ¡Madre mía, qué miedo! Últimamente me ha dado por las pelis de terror, género que yo jamás había frecuentado, por resultarme desagradable. Pero este verano, con el rollo del Grindhouse (2007) y demás, me di cuenta de que tenía una laguna cinematográfica, y he visto en poco tiempo la que los críticos consideran Diabólica Trinidad del terror adolescente: Navidades negras (1974), Viernes 13 (1980) y Halloween (1978). Por cierto que las he visto como hay que verlas: solito y a oscuras. Y dan miedo, oiga.

Vale, a lo mejor ustedes ya lo tenían superado y consideran estos filmes ingenuos, pero para alguien que no ha visto nada de terror ni de gore en su vida… me he acercado a ellas como lo hizo el público hace treinta años cuando se estrenaron. Mi único referente al ver esto era el clásico Psicosis (1960), donde el miedo lo infundía una sensación de desasosiego mezcla de la brutalidad de los crímenes con el hecho de que no son inexplicables (solo que la explicación da mucha pupita).

Navidades negras tiene bastante de la peli de Hitchcock aunque según algunos inaugura un género nuevo. Se trata de una serie de asesinatos cometidos en una casa de fraternidad femenina de una universidad americana. Las chicas van cayendo una a una, hasta que solo queda la protagonista (la única con juicio), que es quien planta cara al asesino. ¿Suena tópico? Pues será porque DESPUÉS se ha copiado hasta la saciedad, pero aquí está el dato genuino. Otros hallazgos de esta peli son el uso de la cámara subjetiva (punto de vista del asesino, con su respiración tipo Darth Vader), las llamadas telefónicas inquietantes, el aislamiento de las víctimas del mundo exterior y la presencia de un asesino trastornado con problemas sexuales.

Estos son algunos “fijos” del subgénero (que en inglés se llama slasher), como también lo son el hecho de que las muertes parecen tener lugar al azar, en un corto espacio de tiempo y en un lugar concreto, y la característica presencia de atractivos jóvenes ligeros de ropa (sobre todo chavalas) y de parejas manteniendo relaciones, que suelen caer como moscas. Por no hablar del final ambiguo, donde siempre queda una puerta abierta para las secuelas (tan caras a este tipo de cine).

Elementos todos que aparecen, y amplificados, en Viernes 13. Aquí ya se hace un intento por explicar la motivación del asesino: la típica secuencia de “20 años antes”, donde ocurre alguna desgracia o protocrimen que desencadena el reguero de sangre de muchos años después, que es el que de verdad cuenta la peli. Viernes 13 tampoco puede sacudirse la influencia de Psicosis, pero con dosis de hemoglobina que alcanzan cantidades alarmantes. El escenario es un campamento veraniego a punto de ser reabierto, las víctimas sus jóvenes monitores y la muerte viene de parte de un chico dado por ahogado décadas ha: el terrible Jason.

Halloween continúa la tradición del mal rollo en las festividades (ver también otras pelis sobre San Valentín, el Día de los Inocentes, los cumpleaños o el Día de la Madre –y recordemos el falso trailer que había en Grindhouse: Acción de Gracias). El asesino es el trastornado Mike Myers, y todo transcurre en un pueblo durante la Noche de Brujas. Sin embargo, en esta película dirigida por John Carpenter se nota que ya hay otra cosa. Por un lado, el guión y la historia son mejores y se da un muy sólido intento de caracterización del asesino y sus motivaciones. Más allá de la muerte y las vísceras, Halloween presenta un magistral dominio del susto, entendido como sobresalto creado por una serie de factores: encuadre, banda sonora, tensión creciente, diálogos de mal rollo, ironía entre la aparente inocencia de las víctimas incautas y el destino de muerte que les acecha… Todo esto estaba en las otras dos, pero aquí aparece de un modo tan maduro que supone un auténtico salto cualitativo en la calidad.

Quizás con años de retraso me doy cuenta del increíble potencial que este tipo de cine tiene como elemento de diversión (proporcionando, además, una catarsis), y entiendo su enorme popularidad entre los jóvenes durante su “Edad de Oro”: los años 80. Pero también pienso que en estas tres pelis hay muchísimo material para la reflexión seria y la crítica cultural. De un lado, es curioso constatar el papel del sexo en estas pelis, algo a menudo vetado o reprimido para los adolescentes, pero que en la pantalla lo practican sin inhibiciones (¿dónde estaban los adultos en estos pueblos de Terror?). Hay un morbo omnipresente, pero es que además la mayoría de las muertes tienen lugar mientras las chicas están desnudas o las parejas haciendo la “caidita”, como si eso fuera un castigo por haber cometido un pecado (¿Follas? ¡Pues muere!). Y no olvidemos la figura de la “última chica superviviente” (casi siempre mojigatas o reprimidas sexuales), que ha hecho verter ríos de tinta a la crítica feminista.

Por otra parte, era necesario que el terror cambiase, los jóvenes ya no se podían asustar con muñecos de cartón piedra o naves espaciales de guardarropía. Estas muertes tienen por escenario lo más cercano: el hogar, el lugar de trabajo, de estudio o de diversión, y sus instrumentos no son bizarras pistolas láser o demenciales superpoderes. Son objetos cotidianos, bolsas de plástico, perchas, rastrillos, hachas para cortar leña, cubertería… Y esto, señores, sí que da cague.

lunes, 18 de febrero de 2008

El gran fraude de la historia inglesa


Estoy hasta las narices. Veo en el telediario de Antena 3 (¿dónde si no la agenda de espectáculos?) que nos llega la enésima película histórica ambientada en el Renacimiento inglés. En este caso la excusa son las hermanas Bolena (Ana y “la otra”) y su supuesta rivalidad para lograr los favores del joven y apuesto príncipe Enrique, futuro rey Enrique VIII. Esta peli se suma a otras como Elizabeth: La edad de oro (2007), Matar a un rey (2003), Elizabeth (1998), Shakespeare In Love (1998), Restauración (1995) y a las series de TV Enrique VIII (2003), La Reina Virgen (2005) o Elizabeth I (2005).

Estas representaciones culturales de la realeza y la historia inglesas son todas iguales: infernales. Pero hay que reconocer que los británicos (espoleados por el entusiasmo y la ignorancia norteamericanas, lo digo con todas las letras) se las pintan como nadie para sacarle partido a su historia y a su patrimonio. ¡Cómo te lo venden los mamones! Solo hay que realizar un tour guiado por la Torre de Londres, antiguo castillo normando de Guillermo el Conquistador, luego palacio real y prisión de –entre otros- Ana Bolena para ver cómo la visita a un monumento puede convertirse en un divertidísimo paseo repleto de anécdotas atractivas (a base de morbo y topicazos pero, ¡hey! no es un congreso de historiadores). Todo esto teniendo como guía a un sargento de los Beefeaters (los de la ginebra –y no hablo de la esposa del Rey Arturo) ataviado con el típico uniforme de gala.

Imagínense ahora cualquier visita guiada (si es que las ofrecen) a un palacio o monasterio del Patrimonio Nacional español. Sería la funcionaria malencarada de turno, vestida de azul marino y largándote una turra de datos y fechas que el 99% de los visitantes no es capaz de asimilar. O el tipo gris que habla para el cuello de su camisa y se dedica a detallarte una por una las autorías de todos y cada uno de los objetos que hay en todas y cada una de las salas (“aquí, tapiz de la escuela flamenca, de 1568, realizado en el taller de Van der Fulanitje”, “frescos de estilo italiano atribuidos a un discípulo del Maestro de la Virgen del aguamanil, activo en Génova entre 1617 y 78”…). Esto es así váyase a Madrid, Toledo, Sevilla, Córdoba, Cáceres, El Escorial o San Millán de la Cogolla.

El pasado verano tuve la suerte de visitar el palacio de Hampton Court, situado a la orilla del Támesis (por cuya entrada, por cierto, me clavaron 30 euros). La verdad es que el palacio me interesaba muchísimo: primero perteneció al poderoso Cardenal Wolsey, quien luego cayó en desgracia y se lo regalo a Enrique VIII. Allí no había tour guiado como tal: directamente se trataba de un sainete en el que una troupe de actores y actrices (todos vestidos de época) dialogaban entre ellos y con el público, y así te iban entreverando las perlas de información. También había otras visitas temáticas, tomando como excusa la dieta de palacio (y las comilonas de Enriquito Octavo), los supuestos fantasmas que lo habitan o los instrumentos musicales de la época, con demostraciones en vivo incluidas.

Otra cosa que pude ver fue una falaz exposición acerca del joven Enrique VIII (sí, el tipo repulsivo de los cuadros… ¡pues lo casaron seis veces!), donde lo pintaban como el típico caballero del Renacimiento: apuesto, galante, poeta, músico, cazador, consumado guerrero, deportista, que lo mismo era capaz de asediar una plaza en Francia que de componer una delicada pieza musical. Al pobre Enrique lo retrataban como un hombre aquejado de una vitalidad y una pasión extraordinarias, que poco menos que no tuvo más remedio que aceptar los requiebros de Ana Bolena. Traducción: estaba casado con Catalina de Aragón, gracias, y como esta era incapaz de darle un heredero varón pues la tiró como un kleenex y se fue con su amantona. Verdad es que luego se casó con la Bolena, como también es verdad que más luego todavía la mandó matar cuando se hartó de ella.

Pero… ¡cuán atractivo queda todo bien expuesto, con la selección y disposición adecuada de los contenidos! Hablo de paneles informativos, de objetos, documentos y piezas históricas que contribuyen a crear ambiente y a meterte en la época. Hablo de iluminación y de ambientación musical; hablo de cartelitos en las vitrinas lo suficientemente claros e interesantes… No dudo de que la historia inglesa es apasionante, a mí me apasiona desde luego. Pero tanto o más lo hace la española, y aquí no sabemos sacarle partido a nuestra mejor etapa (los Siglos de Oro), ni a nuestros personajes: Cervantes, Carlos V, Santa Teresa… Al final tenemos que aguantar que los extranjeros nos tachen de ignorantes por negar que el primero que dio la vuelta al mundo en barco fue Francis Drake (al que por supuesto ellos consideran un caballero y no un pirata). Ahora que lo pienso, a lo mejor lo que tengo es envidia. Sí, la tengo, pero no de su historia sino de su manera de divulgarla.

domingo, 17 de febrero de 2008

Gracias, Fito (y II)


“El tipo anda en el piso” –me dijo una compi argentina sobre Fito Páez en 2003. Le pedí que me lo tradujera y quería decir que estaba hecho polvo. Acababa de romper con Cecilia Roth y su peli Vidas privadas (2001) lo había dejado sin un chavo. Yo no sabía que semanas después de aquella conversación con mi amiga Fito sacaría su disco Naturaleza Sangre, donde cantaba al desamor, a la ruptura pero también al renacimiento de una nueva etapa, sirviéndose de los moldes pop-rock que en su día fraguaran los Beatles y los Rolling Stones (y un poquito también de la bossa nova).

El disco era algo nuevo, rompedor para Páez (no más grandilocuencia sino rock de guitarras –eléctricas y acústicas) pero no tuvo continuidad. Al año siguiente se editaron dos volúmenes en directo, y en 2005 Moda y pueblo, cuyas canciones eran versiones de temas antiguos -muchos ajenos- regrabadas con acompañamiento de cuerda. ¿Crisis creativa? Como a España no llegan noticias de Fito (desde que se enfadaron Sabina y él parece que el argentino está vetado), yo de todos estos lanzamientos me enteraba un año después, o directamente me encontraba con los discos en los estantes de las tiendas.


Ya conté cómo supe que habían salido El mundo cabe en una canción (2006) y Rodolfo (2007). Aquí tardé en encontrarlos, y resulta que en América han tenido un montón de éxito. Señores de la radio: ¿por qué siguen ustedes torturándonos con Maná y dejan de lado al disco ganador al Grammy Latino al “Mejor álbum vocal (solista)”? En 2007 este premio no recayó en Juanes ni en Julieta Venegas sino en Fito Páez. El mundo cabe supone una vuelta al Fito más ambicioso y grandilocuente, también Beatle pero aquí es más Magical Mystery Tour que Let It Be. Y la buena noticia es que funciona: se trata del mejor trabajo del artista en años. De hecho, me atrevería a decir que es el mejor desde Circo Beat (1994).

Fito no traiciona sus raíces: hay hasta un tema titulado “Sargent Maravilla”, que nos retrotrae al suboficial más famoso del rock, y no me estoy refiriendo al Sargento Mayor Barry Sadler (el de “La balada de los boinas verdes”). La canción que abre el disco y que se titula como él es la típica canción Páez expansiva, con estribillo pegadizo, arreglos enormes y vocación de libro de autoayuda (“aunque todo sea una farsa, el mundo cabe en una canción”). Luego están sus clásicas historias que oscilan entre el intimismo y el estudio de personajes: la chica sublime malograda por las drogas (“Entrance”), el paseo por las calles de su ciudad natal (“Caminando por Rosario”), la broma de los amigos que le metieron un travelo en su habitación de hotel (“Fue por amor”). Curiosa es “Rollinga o Miranda girl”, sobre una muchacha que encarna la dicotomía entre rock callejero (Rollinga, de Rolling Stones) y tecno-pop chochi (por Miranda!, el famoso friki-grupo argentino).

Vaya por delante que el uso de los adjetivos típico y clásico no es despectivo sino admirativo: sirve para constatar la solidez y fiabilidad de un artista que es el Toyota de los cantautores. Siempre me ha recordado Fito a otro Toyota musical, Elvis Costello. El clásico “Mariposa Tecknicolor” estaba modelado en “Oliver’s Army”, ambos cantantes despliegan una calidad literaria en sus textos muy superior a la media del rock, ambos han abordado el problema de las Malvinas en sus discos (cada uno desde el punto de vista de su país, los dos asqueados), Páez ha contado con el buen hacer de Pete Thomas (el sempiterno baterista de Costello), ninguno de los dos es –lo que se dice- guapo pero ambos van por el mundo como si fueran sex symbols


El parecido sigue cuando se escucha el que es (creo) el último trabajo de Páez hasta la fecha: Rodolfo (2007). Este disco está grabado solo con piano y voz, pero no en directo, hay un cuidado trabajo de estudio detrás (produce el propio músico). Si ya en Moda y pueblo algunos temas sonaban a The Juliet Letters (1993) -esa versión de “Naturaleza Sangre” por ejemplo-, aquí el paralelismo sería con el disco de Elvis Costello North (2003). Pop clasicista, aunque en el caso de Rodolfito Páez haya más sangre y más vísceras (Costello en North parecía que tenía la tensión baja). Impresionante la canción que abre el disco, “Si es amor”, auténtico tratado realista sobre el amor de pareja (“cuando vos querías un abrazo yo quería emborracharme con los flacos en el bar”). Impresionante también “Sofi fue una nena de papá”, relato en forma de canción sobre una joven encarcelada que celebra un amor lésbico. Al final nos enteramos que la chica está presa por haber matado a su padre, que abusaba sexualmente de ella, con lo que el título adquiere un nuevo y macabro significado.

Y, en fin, podría seguir; ese homenaje al rock argentino (Luis Alberto Spinetta, Lito Nebbia –el de Los Gatos-, Charly García) que escuchamos en el tema “Gracias”, otra de chica-frágil-convertida-en-drogadicta (“El verdadero amar”), y más… Todo esto configura el que posiblemente sea su mejor disco desde… ¿el anterior? Ay, Fito, como dices tú sobre tus maestros, está claro que [tus] músicas nos hacen brillar,/ [tus] músicas nos hacen cantar,/ [tus] músicas nos cuentan que algunas cosas están, están en su preciso lugar”.

viernes, 15 de febrero de 2008

"¡Cuate, aquí hay petróleo!"


Creo que voy a comenzar esta entrada sobre la película de Paul Thomas Anderson titulada Pozos de ambición (There Will Be Blood, 2007) por el final. ¿Me ha gustado la peli? La respuesta es que ni sí ni no, sino todo lo contrario. Pienso seriamente que el problema es que no la he comprendido. Y por si alguien tiene la tentación de decirme que hasta un niño de cuatro años la entendería, yo, como Groucho Marx, pido que me traigan ahora mismo a un niño de cuatro años, a ver si me la explica.

Durante la carrera tenía que leerme una novela del norteamericano Upton Sinclair (La jungla, 1906), pero me escaquée. Sé que esto ya lo dije a propósito de Faulkner, y a lo mejor diréis “¿y qué demonios se leyó este hombre durante la carrera?" Pues para que lo sepáis, en esa asignatura saqué Matrícula de Honor. El problema es que “novela” y “Naturalismo” son dos conceptos que el médico me ha prohibido mezclar. Yo soy una persona del siglo XX, gracias, y no del XIX, y por tanto no necesito que nadie emplee sesenta páginas en describirme un paisaje que me pueden enseñar en el cine de un golpe de vista.

Todo esto lo digo porque Pozos de ambición está basada en otra novela de Upton Sinclair, esta vez llamada Petróleo (1927). La película nos la han vendido como una gran epopeya norteamericana, en la línea de Gigante o Ciudadano Kane. Y en cierto modo lo es (hombre de negocios hecho a sí mismo, emprendedor en la joven América, se enfrenta a todo tipo de vicisitudes, se le va agriando el carácter…). Aquí terminan los paralelismos. Antes de poner verde esta peli vaya por delante mi admiración por el trabajo interpretativo del señor Daniel Day-Lewis, pedazo de actor que borda un pedazo de papel por el que más que seguramente le darán el Oscar.

La trama (esta vez más que nunca) es simple: un señor muy ambicioso se dedica a hacer perforaciones en busca de petróleo movido por una ambición desmesurada, y como es tan ambicioso y excava pozos, voilà le titre Pozos de ambición. El título de la peli original es más problemático: “Va a haber sangre”, podríamos traducirlo, en una predicción o promesa que el espectador no verá defraudada. También hay que decir que como el señor protagonista es tan ambicioso, se llega a cegar y a corromper por su ansia de dinero de tal modo que deja de lado todo lo que de bueno podía haber tenido en su vida. Y aquí viene mi pregunta clave: ¿era necesaria una película de casi tres horas de duración para contarnos eso? En realidad lo podemos entender durante la segunda media hora de la cinta (en la primera media hora no hay diálogo).

Siendo justos tengo que admitir que la primera mitad o así de la peli me ha encantado, la manera de presentarnos a los personajes a través de sus acciones, la economía narrativa, las morisquetas del señor Day-Lewis, todo esto aliado con la temática hacía presagiar un peliculón. La primera hora y pico es emocionante, nos encontramos a principios del siglo XX, en pleno boom de la era del petróleo. Desde que en 1859 el buen Coronel Drake encontrara oro negro en Titusville, Pennsylvania, la naciente industria del petróleo (extracción, transporte, refinación, comercialización) no dejó de crecer. Pozos se desarrolla entre 1898 y 1927, con lo que presenciamos el paso de una actividad artesanal hecha “estilo compadre” a una de las más lucrativas industrias del mundo, dominada por las grandes corporaciones. La Standard Oil de Rockefeller fue la primera y la más importante, y también aparece en la peli, como competencia de la empresa que funda el protagonista.

Y no quiero decir mucho más para no destripar la película, aunque de verdad que ya os la he contado de cabo a rabo. Hay por ahí un hijo petrolífero del magnate petrolífero, un supuesto hermano… y luego está la relación de antagonismo entre el prota y un autoproclamado pastor de la iglesia del pueblo donde encuentran petróleo. Entiendo que aquí se halla una de las claves dramáticas en las que se sostiene la película, pero encuentro que esta parte de la historia está muy mal desarrollada, como con brochazos gruesos.


El niño de cuatro añitos acaba de llegar, y me comenta que el petróleo es como una metáfora de la sangre que corre por las venas (oleoductos) de una incipiente sociedad industrialel personaje de Daniel Day-Lewis es un superhombre nietzscheano, cuya “voluntad de poder” le hace despreciar y enfrentarse a la “moral de los débiles” que encarna el fanático hombre de religión y bla, bla, bla… Mejor le digo que se guarde sus profundos análisis culturales para una peli que de verdad merezca la pena, como por ejemplo Se acabó el petróleo, aquella mítica cinta que protagonizaran en 1979 los humoristas Paco Gandía, Pepe Da Rosa y Josele.

jueves, 14 de febrero de 2008

Gracias, Fito (I)


Hay veces que las cosas se van juntando y coinciden como las piezas de un puzzle. Mis amigos lo saben, me pasa constantemente, y es entonces cuando pienso que se trata de una señal para ponerlas en el blog. Desde el mismo día en que empecé Estatuas Verdes vengo queriendo hablaros sobre uno de mis artistas musicales favoritos, el argentino Fito Páez. Nunca me decidía, pero entonces me llama mi padre para contarme que hoy se va de viaje a Buenos Aires, y me pregunta si quiero que me traiga algo. Mmmmmh… difícil pregunta para alguien que, como yo, escucha en su mp3 a Borges y a Cortázar recitando y sale a hacer footing con una camiseta de rayas blancas y azules en la que pone “10. Maradona”. Y eso sin contar con que ahora mismito me estoy leyendo una novela argentina de la que pronto os hablaré aquí.

Pero rápidamente me repongo de mi sorpresa y le encargo Moda y pueblo, un disco de Fito Páez de 2005 que he buscado por todas partes y siempre se me ha dicho que no está editado en España. Ya me pasó hará dos meses que, investigando por Internet sobre el que en mi cabeza era “el último disco de Fito Páez”, me encuentro con que el pájaro ha editado desde entonces nada menos que otros dos: El mundo cabe en una canción (2006) y Rodolfo (2007). Me ha costado encontrarlos, pero ya obran ambos en mi poder. Además, la semana pasada escucho el primer disco de Quique González, donde viene un tema titulado “Fito”, que el cantautor español dedica a Páez para agradecerle que sea tan buen cronista de los sentimientos.

No puedo de ninguna manera ser imparcial a la hora de hablar de Fito Páez, la música de este hombre me gusta tantísimo y me ha ayudado (incluso en el sentido terapéutico) de tal manera en los peores momentos de mi vida que me es imposible disociar mi opinión crítica sobre ella de mis vivencias personales. Con deciros que, cuando me copiaron en CD uno de sus álbumes hace ya años, en lugar del título y el nombre del artista pinté una gran cruz y escribí “Primeros auxilios”. Y me hace gracia recordar cómo lo conocí: fue de pura carambola. Fue que le pedí a una amiga de mi prima que me grabara el disco de Juan Antonio Canta (¿Os acordáis? El de “un limón, y medio limón…”), y como sobraba espacio en la cara B pues ella se empeñó en colocarme ahí una selección de sus canciones favoritas de Fito Páez.

¡Benditas cintas de 90! ¿Sabéis esas avispas que les inyectan sus huevos a otros insectos para que con el tiempo eclosionen y se alimenten de sus entrañas para acabar saliendo a la superficie? Pues ese efecto tuvo en mí escuchar aquella media cinta de Fito Páez, canciones que de entrada no me impresionaron demasiado, pero que al cabo de un par de años se habían hecho imprescindibles en mi vida. Mucha gente que me conoce –incluso amigos íntimos- no sabe cuán importante ha sido y es en mi vida la música de Fito Páez, pero es que es algo tan mío, tan personal que no lo suelo ir pregonando. Y es que siempre hay tiempo para que la gente le eche barro a una cosa que uno tiene muy cercana a su corazón.

Con el tiempo he ido entrando más y más en el mundo del cantante, y comprendiendo sus referencias culturales, aparte de la obvia barrera del idioma (recordemos que se trata de un argentino). Me he dado cuenta de que este hombre es un autor muy culto, de hecho se me antoja en persona un puntín pedante, pero no es su persona sino su música lo que me atañe. En sus canciones, aparte de mentar constantemente a los Beatles (con los que tiene “un pacto de amor”, parafraseando el verso de Neruda) y a los Rolling Stones, también aparecen menciones a, por ejemplo, Chico Buarque, el tango, autores como Emily Brontë o Roberto Arlt y muchas cosas de cine: Gena Rowlands, Gilda... Con todo, lo que más abunda en sus temas son referencias al callejero de Buenos Aires (Palermo, Caballito, Belgrano…) y de Rosario, su ciudad natal.

El tema de la literatura y el cine en Páez es muy interesante, su manera de escribir algunas canciones las convierte en pequeños poemas narrativos o incluso cuentos. Esto ya lo hace como nadie un, digamos, Ray Davies, pero lo que Páez aporta es un punto de vista o una voz narrativa diferentes, propias de la literatura. También suele utilizar a menudo la técnica del “flujo de consciencia”, lo que unido a una peculiar secuenciación de los hechos, las elipsis, los cambios de escena, debe muchísimo a la novela (post)moderna y a su hermano bastardo el cine. Me consta que Fito Páez escribe, y sé que dirigió una película, que creo que le arruinó. Por de pronto estuvo casado con la actriz argentina Cecilia Roth (a quien dedicó preciosas canciones) y, si os fijáis atentamente, podréis verle en Todo sobre mi madre (1999).

Y bueno, como en este post solo he hablado de mis impresiones, dejo para otro la crítica de sus últimos discazos. Me despido tomando prestadas las palabras que le dirigió Quique González: “Gracias, Fito, por decir exactamente lo que vi”.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Escuchar la radio en el ordenador


Llevo unos días acostándome a las tantonas, es como un vicio, y me da coraje. La razón, aparte de escribir en el blog, es que me he enganchado a un programa de radio vespertino. ¿El truco? Que el programa se realiza en Méjico, allí son las seis de la tarde pero en España es la una. SoundtraX, que así se llama la emisión, es un programa que dura de doce a una y media de la noche y que se emite en Radio X (www.radiox.com.mx), una cadena online. El programa trata de bandas sonoras de películas (de ahí el juego de palabras en el título), pero no esos aburridos scores instrumentales sino las canciones. Y además, cuenta con el aliciente de poder chatear en vivo con la simpática locutora Pam y con cuantos oyentes quieran.

La persona que me habló de este programa fue mi amigo Kike, quien también da caña en un espacio radiofónico, en este caso La Hora Frisky, los miércoles de siete a ocho de la tarde en Radio Alma (http://www.radioalma.be/). ¿No lo he dicho? Mi amigo hace el programa (junto a otros compañeros, que también lo hacen muy bien) desde Bruselas, y yo lo escucho en diferido con los podcasts que él me envía. Los contenidos abundan en el mundo friki: lo único coherente que hay es una agenda cultural de la capital belga. El resto, sintonía de Paco Pil, secciones de copla y de hip-hop español, entrevistas a personajes como Alejandro Jodorowsky, tertulias varias, ruido de fondo de mi amigo comiendo patatas fritas…

Comparto con este amigo además del gusto por Lorca y Arrabal, el deleite de escuchar (en pequeñas dosis) las graciosísimas barbaridades que suelta Federico Jiménez Losantos en su programa La Mañana de la Cadena COPE. A este hombre hay que escucharlo a sorbitos chicos porque si no corre uno el riesgo de crisparse. Y hay que reírse con él, eso es así. Luego, ya estará uno más o menos de acuerdo con el contenido de lo que dice, ahí ya no entro, pero lo que es la forma… La última perla que me han mandado es su comentario al episodio del Ministro de Asuntos Exteriores español, señor Moratinos, cuando fue al Congo y habló en una de sus lenguas autóctonas. Federico, como siempre, hace gala de una mala leche despiadada y de una gran creatividad verbal, aunque sea para insultar. Yo en su día no lo había escuchado (ya digo que a este hombre no lo puedo oír a diario) pero mi amigo Kike me envió un podcast con el programa entero y ¡santas pascuas!

Y hablar de Federico me lleva sin remedio a un compañero de trabajo que también lo escucha en secreto, incluso me consta que ha utilizado cortes suyos para amenizar cumpleaños, botellonas y fiestas varias (¿Nunca lo habéis probado? ¡Mejor que los remixes de Chiquito!). Este compi le habló de mí al locutor de otro programa de radio, en este caso Guille de La Noche Inventada. La noche inventada es el título de un tema de Un soplo en el corazón (1993) el único álbum del grupo indie Family, absolutamente de culto (El programa que había en Los 40 Principales, Viaje a los sueños polares, también era el nombre de una canción de ese disco). El espacio de Guille (que emite Radio Utrera) trata de cultura: cine, música, libros… si recordáis, a mí me llamaron en diciembre pasado para charlar sobre Truman Capote.

No había tenido ocasión de escuchar aquello (no vivo en Utrera), y hace muy poquito que me hicieron llegar la grabación. Pude escuchar el programa en el que intervine y varias ediciones más, y la cosa tiene muy buena pinta. Lo de La Noche Inventada no era un podcast sino un archivo mp3 normal, pero también me sirve para reflexionar acerca de la posibilidad de escuchar en la radio (eso sí, en diferido) contenidos realizados en otro tiempo (de hace unas horas o unos meses) y otro lugar (Utrera o Méjico D.F.).

Vale, en la tele hacemos esto hace trillones de años, para eso estaba el vídeo, ahora los discos duros. Y en la radio teníamos las cintas y nos arrodillábamos junto a la minicadena para grabar una canción del Pumares o de Los 40, pero no es lo mismo (solo pensad en la calidad de la grabación). Siento que los podcasts (grabaciones de programas de radio que se pueden luego descargar y escuchar gratuitamente) y las emisoras “en línea” han revolucionado el panorama de la radio, y os lo dice un enamorado del medio que, modestamente, también tuvo un programilla hace tiempo con unos colegas. Si, según los Buggles, “el vídeo mató a la estrella de la radio”, ¿quién podrá acabar con ella ahora que emite por internet?

YouTube killed the podcast star…”

martes, 12 de febrero de 2008

Física o Química


Física o Química… o Historia del Arte, o Gimnasia, o Filosofía… ¿el mismo año? ¿Qué curso estudian estos niños? Exacto. Ninguno legal en España.

Tras dos episodios de la nueva serie de Antena 3 sobre la vida de un grupo de profesores y alumnos de instituto ya me siento cualificado para opinar de ella.
Frases al azar:

Profesora A: ¿A dónde vas tú con un chico de 17 años que además es alumno tuyo?
Profesora B: Es solo sexo.

Director: Fulánez! Usted límitese a dar clase de Historia del Arte, porque para dar lecciones sobre la vida todavía le falta mucho.

Alumno A’: ¡Vaya subidón con las pastis, no?
Alumna B’: ¡Ya te digo!

Alumno C’ [a propósito de La Celestina]: El Calixto ese, mucho hablar de amor, mucho hablar de amor, y al final lo único que quiere es trajinarse a la Melibea, y por eso contrata a la vieja esa, para que le ayude con los potingues: vamos, ¡que con eso mojas fijo!

Director [al claustro]: Su cometido consiste en impartir una asignatura. No tienen ustedes que salvar ni redimir a nadie. Si entienden esto, ya habrán adelantado más del 50% de su trabajo. (Lo que queda, el 25% es mandar a callar y el otro 25% corregir exámenes, añado yo).

Aventuras, desventuras y aventurillas de los habitantes del “Colegio Zurbarán”, centro docente al que en la serie se refieren indistintamente como colegio o instituto. En el primer episodio comienza el curso, y hay menciones a que están en el mes de septiembre, pero por algún motivo todo el profesorado y el alumnado acuden a clase con jersey de lana de cuello vuelto y abriguito largo. Aparecen en escena un curioso grupo de profesores (¿seis o siete para todo el centro?): la novata pardilla, el novato enrollado, el de Educación Física buenorro, la de Inglés cascarrabias, uno con barba que no se sabe bien qué asignatura imparte… y el director dando caña a diestro y siniestro entre la severidad y el buen rollazo. Mención aparte merece el papel de profesora de Filosofía que (¿interpreta?) la impresentable Blanca Romero.


Los alumnos (y alumnas) tampoco les van a la zaga: la jipi ecologista, el emigrante, el chico-problemático, el deportista, el gracioso, la niña mona y buena (papel que hace Angy, la falsa grunge -o lo que sea- que cautivó a algunos en Factor X), la descarada ([a una profesora] Blanca, ¿tú a qué edad perdiste la virginidad?), el mariquita…

El segundo episodio ha potenciado lo peor del primero, mostrándonos a una profesora dibujando una poya en la pizarra, a un alumno chino al que insultan llamándolo “chinito de mierda”, una fiesta petting (lo que es una orgía)… pero sin sacar nada de lo bueno que tuvo el estreno. A mi parecer, el primer episodio –con ser una fantasmada completa-tuvo un atisbo de intento de reflejar la realidad de las aulas, como cuando varios alumnos se cachondean de la profesora novata de literatura y ella se ve obligada a expulsarlos. Tampoco estuvo mal, aunque pecó de exceso de sensacionalismo, el tratamiento de los problemas de drogas y movidas mentales (que condujeron a un suicidio) de algunos de los chavales.

Para mí lo más basto es la premisa de la serie: una profa de 27 tacos (el personaje estelarizado por Blanca Romero) que se encama con un pipiolo alumno suyo de 17. Me niego a debatir sobre si esto es o no posible o deseable: baste decir que SÍ creo en el amor y en todo lo que ustedes quieran, incluso en las parejas con diferencia de edad, pero que la relación de amor (o lo que sea) profesor/alumno no me parece ética. El asunto se salva explicándonos que la cosa comenzó en septiembre, antes de que ambos supieran que iban a coincidir en el colegio (un ligue y ya). Todo lo que queráis, pero en la serie el affair continúa (¿dónde el morbo si no?), y un día hasta va la madre del chico preocupada a hablar con la tutora de su hijo, que es quien se lo está pimplando.

En fin, igual tras leer esto vais a pensar que no tengo criterio (tranquilos, hay muchos que ya lo piensan: ¡con lo que yo he sido!), pero lo cierto es que a esta serie le voy a dar otra oportunidad. Tengo curiosidad. Veré el capítulo de la semana que viene (lunes a las 22:30) para ver si la serie levanta el vuelo o se termina definitivamente de hundir en el fango cual repetidor al que le quedan todas las asignaturas.

lunes, 11 de febrero de 2008

Nuevo fin de semana poético

Vuelvo a las andadas con la poesía este fin de semana. En este caso, los autores que he leído son lo bastante conocidos como para que no tenga que ponerme a contaros quiénes son. Tal vez los libros que he leído sí que no estén entre los suyos más populares, de ahí que también me haya apetecido sacarlos en Estatuas Verdes.


ESTROFA 1: Neruda. Subyugado por la reciente escucha del poema “Oda a la crítica” recitado por el Sabina (he tenido que amenazar a un compañero de trabajo que me lo ponía cada vez que me montaba en su coche pero nunca me lo grababa), me decido a pillarme las Odas elementales (1954). Este libro no está entre los más comprometidos de Pablo Neruda, y sin embargo se abre con un poema (“El hombre invisible”) en el que el poeta chileno pretende ser la voz universal que canta la vida de las personas corrientes, los trabajadores, etc, frente a esos poetas antiguos que caían en el solipsismo y de los que él se ríe.

En Odas elementales, el comunismo campa por doquier, ¿eh? No vayamos a creernos otra cosa. Me encanta la “Oda a Leningrado”, con referencias a su empaque literario de Pushkin y Dostoievski (“los estudiantes locos/ que esperaban/ con un hacha en la mano/ a la puerta/ de una anciana”), a la Revolución de Octubre (“cuando en la escalinata/ del Palacio de Invierno,/ subió la Historia/ con los pies del pueblo”) y más tarde el asedio a manos de los nazis (casi tres años duró), en que la ciudad fue “torre invencible” o “flor inquebrantable”. Qué duda cabe que Neruda se deleita con estas cosas del socialismo, como cuando habla en su “Oda al cobre” de la principal riqueza de Chile, en términos tan elogiosos para los mineros.

Hay en estas odas también algunos poemas simpatiquísmos (no es un término muy científico para hablar de literatura pero me da igual), como esa “Oda a una castaña en el suelo” o la “Oda a la alcachofa”. También le dedica odas al pan, al tomate, al verano, al aire, a los poetas populares…. la verdad es que se agradece que no todo en Neruda sean grandilocuentes versos sobre el mar y los Andes, la crítica a Estados Unidos y las alturas de Macchu-Picchu. Siempre os cuento que no me gusta la literatura comprometida y al final resulta que leo mucha. Bueno, para criticar algo hay que conocerlo antes, ¿no? Pero lejos de mí criticar a don Pablo, un poco el patrón de este blog.


ESTROFA 2: Lorca. Cuidadín: hablar de Federico (por antonomasia) me da mucha pereza por el enorme mito folclórico que envuelve su figura. No aguanto al personaje, con su pianito y sus moñadas, su peinado relamido, ¡no puedo! (lo digo públicamente), pero su obra literaria… lo mejor que he leído en español (también lo digo, y al mismo volumen). En esta ocasión, me da por buscar su libro Canciones (1921-1924), publicado en 1927 (año en que también vieron la luz el Romancero gitano y el Poema del cante jondo –libritos de nada, ¿sabéis?). Oí hablar de este libro a Rafael Alberti en una conferencia que tengo suya en CD, y me impresionó que dijera que era un libro “de madurez”, sin ser de los más conocidos.

A lo mejor el que no lo conocía era yo, porque me encuentro entre sus páginas con algunos de los poemas más recordados, como ese sin título de “El lagarto está llorando./ La lagarta está llorando.”, o la “Canción tonta” (“Mamá./ Yo quiero ser de plata./Hijo,/tendrás mucho frío.”). Me siguen fascinando las poderosas imágenes de Lorca, en mi humilde opinión nunca igualadas en lengua española. Ahí queda esta de “Canción de jinete”: “Caballito frío./¡Qué perfume de flor de cuchillo!”, que está a la altura de aquel “río de leones” del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez-Mejías o de la “vaga anatomía/ de pistolas inconcretas” del “Romance de la Guardia Civil española”.

Pues como esas, montones. ¡Ay, Lorquita! El tipo se las pinta solo en ese registro costumbrista o pseudo popularista que también encontramos en el Marinero en tierra (1924) de Alberti. Pienso que aquí radica gran parte del encanto de este libro: es falsamente naïf, cuando en realidad se trata de una lírica muy trabajada y con resultados profundos. Me apetece terminar esta entrada citando unos versos que yo sé que son muy del agrado de mi amigo Kike (el de Radio Alma, 101.9 FM). Pertenecen a la “Cancioncilla del primer deseo”, que dice así:

En la mañana verde,
quería ser corazón.
Corazón.

Y en la tarde madura
quería ser ruiseñor.
Ruiseñor.

(Alma,
ponte color naranja.
Alma,
ponte color de amor.)

domingo, 10 de febrero de 2008

En marcha por los 60

Anoche no pude dormir, atosigado por el remordimiento que me causa haber calificado a mi década favorita “los embarazosos años 60” en el post de ayer. Hoy no he comido, no me he duchado… esto hay que arreglarlo como sea. Por esa razón decido dedicar la entrada a homenajear la música de aquellos tiempos, mi preferida. ¿Y qué mejor manera de rendirle tributo que hablando sobre los grupos que también se lo rinden? No voy a escribir sobre artistas sesenteros, eso lo dejo para otro día. Hoy voy a presentaros los que, en mi opinión son Los mejores discos de música de los 60 que no se grabaron durante los años 60. (Antitítulo, ¿que no?)


Cara A. There Goes the Neighborhood: The Jet Set (1985) Comenzamos con este interesantísimo grupo británico de revival, quienes a veces me pregunto si no creían de verdad estar viviendo veinte años antes de lo que les correspondió. Llegaron a fabricar discos flexibles para felicitar la Navidad a su club de fans, chapas, tazas, muñequitos y demás parafernalia de merchandising, igual que los Beatles. Su música, además de a estos nos remite a los Kinks, los Who, los Small Faces, los Monkees… ¡casi nadie! Y cómo serán de desconocidos que no tienen ni entrada en la Wikipedia (y yo no he tenido narices de encontrar la portada del disco para colgarla aquí). Es una tontería hablar sobre ellos, lo mejor es escucharlos. Si alguna vez veis este disco en una tienda, compradlo sin dudarlo y vuestras almas tal vez tengan salvación posible. Imprescindible su “The Jet Set Theme” o aquel memorable azucarillo “Wednesday Girl”. En palabras de All Music Guide, “si nunca has escuchado a The Jet Set, nada puede prepararte para la experiencia”.



Cara B. Psonic Psunspot: Dukes of Stratosphear (1987) Los miembros del grupo nuevaolero británico XTC decidieron gastarle una broma al mundo y darse el gustazo de tener una carrera musical paralela grabando música sesentera bajo el nombre de Dukes of Stratosphear. Nos movemos aquí en terrenos más psicodélicos: una pizca de garage, un poquitín de Syd Barrett, un pellizco en el culo al Sgt. Pepper’s. En otras palabras, si el disco de The Jet Set era un falso de 1965, este hubiera debido editarse en el 67. El tema que abre el disco (“Vanishing Girl”) tiene el honor de inaugurar también la fabulosa caja Children of Nuggets (2005), además de ser una de las “25 más escuchadas” en mi ordenador, según las estadísticas de iTunes. Cuando aparecieron las primeras canciones de este grupo, los integrantes firmaban con seudónimo para fingir no ser XTC sino un genuino producto de veinte años atrás. La verdad es que si te vendan los ojos y te ponen este disco te puedes llegar a creer que es un clásico perdido.


Cara C. The Complete Pet Soul: Splitsville (2001) Cuando sacaron su cuarto álbum Splitsville (que ya hacía un lustro que se habían hecho un nombre en el rock alternativo), a mí se me fue la cabeza. Aparte de los guiños en el título al Pet Sounds (Beach Boys) y al Rubber Soul (Beatles), este disco hubiera salido en 1966. Aquí hay pop de cámara: orquestación y armonías vocales a raudales, con canciones como “Caroline Knows” o “The Love Songs of B. Douglas Wilson” (la “B” es de “Brian”, por si os quedaba alguna duda). Esta última es, según All Music Guide una “miniopereta en varias partes tipo SMiLE. Perdonad que cite tanto a esta web pero es que no se me ocurre una mejor definición. Curiosamente, el más genuino producto sixties de todo el álbum resulta también el menos retro: una power versión del clásico de Bacharach/David “I’ll Never Fall In Love Again”, grabada para la banda sonora de la peli de animadoras A por todas (Bring It On, 2000).


Cara D. The Sidelong Glances of a Pigeon Kicker: Bronco Bullfrog (2002) Empezando por el título, este álbum nos remite a la psicodelia tardía del Reino Unido en 1968-69. Hablamos de Blossom Toes, de los Who, de Small Faces, incluso de Cream. También podemos estar hablando de grupos yanquis como Fapardokly o Honeybus, a quienes por cierto Bronco Bullfrog deparan un precioso homenaje en la exquisita canción “Honeybus”. Dicen del grupo de Colin Hare y Pete Dello que “contaban la historia más dulce y cantaban el más dulce cuento”. Luego están esos personajes absurdos tipo “Matthew and Son”, “Silas Stingy” o “Mean Mr. Mustard”, tan del regusto victoriano/eduardiano del pop británico de la época. En este disco tenemos al mezquino patrón-explotador “Barnaby Slide”, o a la misteriosa bruja mala del cuento infantil “Witch’s Garbage”. Pero no todo aquí es pasteleo, ¿eh? También hay destacado espacio para temazos de guitarra con riffs como “Look at Me” o “I’m Not Getting Through”, que no desentonarían en cualquier recopilación de freakbeat. Bronco Bullfrog habían grabado antes y lo seguirían haciendo después, pero nunca con este nivel de magia.

Todos estos discos tienen en común el hecho de que podrían haber sido realizados en aquella década de los 60, y no es casualidad sino un calculado ejercicio de estilo. Llamadlos retro, eso es precisamente lo que pretendían ser. Más allá de etiquetas como indie, power pop o neogarage, queda claro que las personas que compusieron, interpretaron y grabaron estas canciones desearon haber vivido la época dorada del pop-rock de guitarras y armonías vocales. Y que aman la música.
 
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