Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Nuestro autor favorito saca libro


A lo mejor lo hemos visto en una reseña o en la sección cultural de algún periódico. Puede que nos haya saltado a la vista desde el estante de una librería, o como en mi caso, desde un escaparate. Es mucho mejor si no lo esperábamos, si el hallazgo nos pilla por sorpresa. A lo mejor vamos andando deprisa camino de casa, a las diez de la noche, un poquito arrebujados por el fresco. Vamos pensando en nuestras cosas, deseosos de llegar a casa tras una jornada de trabajo y eventos sociales, caminamos por una calle de nuestro barrio sin mirar a nada ni a nadie. Entonces llegamos a la manzana en la que sabemos que hay una librería, esa tienda que ha resistido los embates de los grandes supermercados del libro y que se ha negado a cerrar.


En el barrio ya han cerrado varias librerías en el último par de años, esa a la que íbamos todos los fines de curso para que mamá nos comprara un par de novelas que tenían que durarnos hasta septiembre pero que nos acabábamos en una semana. Aquella otra en la que leíamos de pie los tebeos de Tintín, para enfado del dependiente. Pero esta no, esta sigue abierta y mantiene un escaparate iluminado incluso a esas horas de la noche. No es el escaparate de la lujosa pastelería de enfrente (hoy un banco), no es el de las tiendas de moda que la rodean. Este es mortecino y acumula un pelín de polvo, todo lo cual le confiere –si cabe- una pátina romántica.


A la altura de esta librería no podemos sustraernos a mirar su escaparate, nunca se sabe lo que podríamos encontrar. El ochenta por ciento de los libros no nos interesan: novelas de autores rusos, manuales de autoayuda, un libro de fotos de un viejo grupo musical. De pronto, en el rincón de las novedades, agazapada entre varios ejemplares de los muy publicitados premios literarios, nos salta al ojo la sorpresa. ¡No puede ser! Nos detenemos, volvemos a mirar el libro y a leer su título. Luego el nombre del autor… correcto. No nos habíamos equivocado. Repasamos mentalmente nuestro archivo para cerciorarnos de que se trata de una novedad, y no de una simple reedición para sacar dinero. No hay duda, estamos ante una novela completamente nueva, acabada de publicar, de uno de nuestros autores favoritos.


Nuestro primer impulso es entrar a comprarla, al menos a hojearla. Pero caemos: son las diez de la noche pasadas, habrá que esperar pues. El día siguiente en el trabajo deviene en un tormento. Un pequeño pero molesto tormento de anticipación, como en un cuento de Villiers de L’Isle Adam. Pasan las horas y llega la de la salida, pero asuntos nos detienen, no podemos acudir a la tienda. Tenemos que comprar, que llevar a un sitio a un pariente –se lo hemos prometido-, que ir a recoger un paquete a otra parte de la ciudad. Pasan las horas y el tiempo (con la posibilidad de la ilusión) se nos escapa. Un par de horas más tarde, volvemos a mirar el reloj y nos acordamos del libro, que nuestro quehacer había apartado de la memoria.



Queda una hora para que cierren los comercios, tal vez menos en el caso de una pequeña librería de barrio. Mañana partimos de viaje, hasta dentro de cinco días no podremos volver a por el libro. Impensable adquirirlo en otra parte: ha de ser en la misma tienda donde lo descubrimos, aunque solo sea para agradecerles el instante de felicidad gratuita que la noche antes nos proporcionaron. Al día siguiente partimos de viaje: qué gran placer sería poder contar con esa novela en nuestras manos para amenizarnos el trayecto y los ratos muertos. Lo hemos leído todo del autor, nos lo debe y se lo debemos. Calculamos mentalmente el tiempo -¡sí- aún hay margen para aventurarse en una razzia. Andamos a buen paso hacia la tienda, no nos vayan a cerrar. Por el camino hablamos por teléfono con alguien para explicarle que posponemos ese último compromiso (no revelamos la verdadera razón, sería ridículo), lo que nos ha permitido llegar a la librería justo cuando la librera se disponía a echar el cierre.


Entramos con alivio en la cueva de los libros, buscamos con la vista el objeto deseado. Lo agarramos, lo poseemos, entre sonrisas se produce la transacción económica. Una bolsa de plástico y a volar a casa, con la cálida sensación en el bolsillo de quien acaba de comprar churros o algo muy valioso y recién hecho.


Señoras y señores: David Trueba ha sacado un libro nuevo y esta noche comienzo a leérmelo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ho ho, como me he sentido identificado con el proceso ansioso-rabioso descrito y el placer de encontrar joyitas en las librerías autónomas... magnificor!

Man.

Seño Ana dijo...

Hoy he visto una entrevista a "el autor favorito de Porerror" en la tele.Confieso que no sigo a ese señor pero al ver que era en un estadio de fútbol me chocó y la he dejado.

Me ha llamado la atención su respuesta ante el comentario del entrevistador sobre que la historia que cuenta en "Saber perder" sería durísima si no hubiese sentido del humor en la trama. Trueba ha dicho que considera el sentido del humor indispensable en la vida y que además no se fija en una obra de arte si no tiene sentido del humor.

Interesante filosofía.

 
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