Un amigo ve acercarse a otro que viene sangrando y con la ropa destrozada, y le pregunta:
-Compadre, ¿qué te ha pasado?
-Nada, compadre, que me he metido en una refriega; me insultaron, yo contesté y entre cuatro me brearon a hostias.
-¿Y no te vengaste?
-Es que si no me vengo me matan.
Primer plato. Este fin de semana ha ido la cosa de venganza, primero la película de Tim Burton Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (2007). Protagonizada por el camaleónico Johnny Depp (nominado al Oscar por este papel) y Helena Bonham-Carter (la esposa del director –“monesca”, según su avatar chanante), esta peli es la adaptación de un musical de Broadway. El peculiar universo visual de Burton viene aquí que ni pintado para reflejar el típico ambiente patibulario del Londres victoriano. Niebla, muelles sórdidos, policías corruptos, huerfanitos explotados, mendigos, desocupados, rufianes…
El tema central de la película (musical, no lo olvidemos) es la venganza. Esta es la fuerza motriz tras todas y cada una de las acciones del barbero Depp/Todd, la que pone en marcha la trama y la que precipita el trágico desenlace. Benjamin Barker, joven barbero felizmente casado y con una hijita, es injustamente condenado por un juez corrupto que busca beneficiarse a su esposa, y que no lo consigue pero se rapta a la hija de ambos. Retornado bajo falsa identidad, el barbero se dispone a rebanarle el gaznate a los culpables de su ruina y su condena, y de paso a todo aquel que decida ir a afeitarse a su establecimiento (¿Y nadie se daba cuenta, Dios mío?). Con la chicha de los cadáveres medra el negocio de una vecina que se dedica a fabricar y vender empanadas de carne, convirtiendo a todo el barrio en caníbales insospechados.
La venganza ciega a Sweeney Todd, o más bien le ilumina, le traza su camino. Es un hombre desprovisto de sentimientos que no sean el odio y el deseo de venganza, incapaz de vivir su presente ni su pasado. No quiero revelar el final, pero sí diré que sus mecánicas acciones no traen precisamente la felicidad a su entorno (ni siquiera la paz que se supone que la venganza proporciona).
Segundo plato. Se ha hablado mucho del concepto calderoniano del honor. Esto hace referencia a ese valor que hasta hace no tanto era supremo: el de la honra u honor entendidos no como fama sino como preservación del buen nombre en tanto que limpieza de mancha sexual. En este sentido, las depositarias del honor de la sociedad eran las mujeres, tanto del propio como del de sus padres, hermanos o esposos. Traducción: si tu hija o mujer tenía una relación sexual no permitida (o sea, cualquiera fuera del matrimonio; bastaba estar a solas en una habitación con un hombre para quedar manchada) tú quedabas deshonrado. Y claro, te tenías que vengar matando.
La tragedia de Calderón de la Barca El pintor de su deshonra (¿1648/50?) cuenta la historia de uno de estos “casos de honor”, que desembocan en muerte. El caso es tanto más trágico cuanto que aquí no hay deshonra real sino solo percibida. El adulterio no llega a consumarse, la supuesta guarra se resiste incluso. Pero basta que haya dudas para que el marido, ultrajado, deba derramar sangre. A diferencia de Sweeney Todd, el Don Juan Roca de Calderón es un vengador reticente: se resiste a matar por honor. Él no se siente insultado, pero sabe que si no se venga afrontará la deshonra de cara a la sociedad. Los plebeyos no tenían honor, vivían más felices, pero los nobles tenían una obligación impuesta por un código que Don Juan conoce y decide acatar (aun a su pesar). Como será el tema que los padres de todos a los que acaba matando, lejos de enfadarse, sienten que el noble marido ha hecho muy bien vengándose.
Dudando aún si cometer el asesinato que restablezca su honor, Don Juan se lamenta de que la sociedad le exija dar el paso: Mal haya el primero, amen/ que hizo ley tan rigurosa.
Postre. En el mundo de hoy, no exento de atrocidades y de crímenes supuestamente “pasionales” (casi siempre contra mujeres), ambas manifestaciones se me antojan igual de fantásticas y ajenas a la mentalidad actual. La peli de Tim Burton por ser una fábula gótica salpicada de salsa de tomate. Sus personajes son de cuento, como cuento que es. La obra de Calderón podría tal vez releerse a la luz de esta ola de violencia doméstica que nos azota, pero a mí no me conmueve como lo haría, digamos, una obra más realista. Por muy español y católico que sean el fondo de Calderón y el nuestro (aunque sea sin quererlo) no puedo evitar sentir que su mentalidad es de otra época, de otro planeta. Afortunadamente.
4 comentarios:
illo, porerror, y tú por qué crees que la situan en Fleet Street? no era ése el nucleo de librerías, editoriales y donde escritores como Samuel Johnson o Samuel Richardson vivían, y hasta hace poco, era la calle de la prensa británica? qué pinta alli un barbero? Aún no he visto la peli, pero tengo muchas ganas.
CLP
pues ahora no me ha quedado claro si ir o no a ver la peli...
Ve a verla, Rukia, es fantástica (en el doble sentido de que es magnífica y de que trata sobre fantasía). Además, cantan, y nombran al Papa. ¿Qué más se puede pedir?
CLP, como bien dices, incluso hoy día que ya no quedan sedes de periódicos allí, decir "Fleet Street" en Gran Bretaña es sinónimo de la prensa. My guess is that cuando Sondheim (el autor) tuvo que ubicar la barbería diabólica en alguna parte, la única calle de Londres que conocía era esa (no la iba a poner en Trafalgar Square, que hubiera sido muy basto).
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