Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

sábado, 26 de enero de 2008

La cuarta pared

Prólogo: En menos de una semana acudo a ver dos obras de teatro. Se trata de algo, cuando menos, poco frecuente pero que me permite encontrarme de nuevo con esta enriquecedora (y cara) afición.



Acto Primero: Del dramaturgo sueco August Strindberg veo La señorita Julia. Se trata de una obra de 1888 que pone sobre la mesa temas tan importantes como la guerra de sexos, la lucha de clases y la confusión entre el amor verdadero (si es que existe) y el deseo carnal. Lo sorprendente para mí es que la obra dé a estos temas un tratamiento tan sumamente moderno: son asuntos claves que se debatirían durante todo el siglo XX y aún hoy día están sin resolver.

Poco o nada sabía sobre Strindberg cuando fui a ver la obra, y me llevé una gratísima sorpresa. La señorita Julia es una tragedia claramente naturalista, tiene unidad de espacio, de tiempo y de acción, y el peso de la obra lo llevan dos personajes, habiendo en escena a lo sumo tres. Esto hace que todo lo que aparece en la obra cobre gran intensidad, algo que las interpretaciones de los actores ayudaron a conseguir.

Esta es la historia de una joven noble educada en el odio a los hombres por una madre feminista y un padre inhibido. La señorita quiere ser una igual a sus contemporáneos masculinos y acaba adoptando de estos sus peores vicios. Por otro lado se encuentra su sirviente Juan, un tipo ambicioso –más bien arribista- y sin escrúpulos, que se sirve del juego de la seducción para lograr su meta de ascenso social. El problema de señorita y criado es que ninguno de los dos se comporta acorde con su estatus social: ella se rebaja y él trata de medrar. Si a esta imposible pareja añadimos a la novia/amante de Juan, la cocinera de la casa (puritana e hipócrita pero que conoce muy bien su lugar en la sociedad), el cóctel está servido.

Todo lo anterior sirve de ingredientes a la tragedia: ¿Puede una mujer comportarse como un hombre en lo social, en lo económico y en lo sexual? ¿Debe hacerlo? ¿Son los privilegiados (nobles, burgueses) mejores que el pueblo llano? ¿Hasta qué punto tiene más ventajas en la sociedad un hombre de clase baja que una mujer de clase alta debido a su sexo?


Acto segundo: De José Saramago, ese Premio Nobel portugués tan comprometido, voy a ver In nomine Dei (1993). No he leído mucho de Saramago, y desconocía su producción teatral. Acudo al teatro ignorando que la obra trata sobre la revuelta anabaptista en la ciudad alemana de Münster, episodio de las guerras de religión desencadenadas por el reformismo protestante durante el siglo XVI.

Casualmente, este era el tema también de la novela de Antonio Orejudo Reconstrucción (2005), que leí hace tres años. Debido a esto ya sabía lo que iba a pasar: la obra de Saramago es muy fiel a los hechos. Están todos los personajes históricos: el predicador Rothmann, el obispo Waldeck, el burgués Knipperdolling, el iluminado Jan Mathijs, el profeta-autoproclamado rey Jan van Leiden… La historia es que la ciudad de Münster cayó en manos de los protestantes y sufrió un asedio por parte de las tropas católicas leales al obispo. Los sitiados recibieron ayuda de otros extremistas protestantes (Mathijs y Van Leiden) que pronto se hicieron con el poder, proclamaron el bautismo de adultos e instauraron una comuna teocrática (la verdad es que se les fue bastante la perola: expulsaron a católicos y luteranos, abolieron el dinero, declararon la poligamia, asesinaron a quien se les puso por delante…), todo en nombre de Dios. Y cuando los católicos tomaron la ciudad, pues hicieron lo propio, también –cómo no- in nomine Dei.

La obra de Saramago es densa como ella sola, mucha filosofía y teología, desde luego prima la exposición de ideas sobre la acción dramática. Pero se hace llevadera: el montaje es muy bueno; resulta espectacular, en cualquier momento de la obra puede haber en escena más de veinte actores. El tema cobra vigencia si pensamos en todo ello en clave actual, como una advertencia sobre los excesos de la religión y sobre la intolerancia en general. En cierto modo, la novela de Orejudo también perseguía ese fin.

Un espectador sentado detrás mía llamó al personaje de Van Leiden (un loco profeta iluminado) “Bin Leiden”, y está muy claro que ahora que hay tanto problema con el extremismo islamista, que nos parece incomprensible, conviene recordar que hace cuatro siglos Europa (la cristiandad) estaba igual. Con la posible excepción de que aquí vino luego un Racionalismo, un Empirismo, una Ilustración y una Revolución Francesa, pero eso es otro tema.

(TELÓN)

2 comentarios:

Karmen dijo...

La elección de la foto de Saramago no podía haber sido más acertada :-)

De la obra La Señorita Julia me ha llamado mucho la atención el intercambio de poderes que se produce después de la consumación del “pecado”. Es curioso porque el estatus social de la señorita Julia es más o menos parecido al de Cecilia Tallis en Expiación (también la posición de Juan, creo, se asemeja bastante a la de Robbie Turner). Sin embargo, a pesar de incumplir "la norma" ambas parejas de la misma forma, la naturaleza de sus caracteres es tan diferente que me resulta difícil imaginar a Robbie tratando a Cecilia con el mismo desprecio que Juan emplea con la señorita Julia.

Sí, el Naturalismo pesimista de Strindberg me gusta porque se me antoja más realista acerca del peso de las condiciones sociales sobre los personajes. ¿Realmente creéis que Cecilia (de haber existido) habría renunciado a todos sus privilegios sociales por Robbie? Yo no lo tuve tan claro durante los primeros 30-40 minutos de la película…

Fran G. Matute dijo...

Yo de Saramago sólo puedo aportar una anécdota, concretamente el día en el que lo ví en persona en el patio del Rectorado con un megáfono que no funcionaba lanzando una arenga a los eco-aldeanos que protestaban en tiendas de campaña por no se qué. Después de ese baño en olor de multitudes de extrema izquierda y progresistas se fue al Oriza a comer.

 
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