El párrafo de arriba me ha quedado que parece un listín telefónico, pero todo esto viene a cuento de que a veces mola leer los clásicos. Cierto es que el Nobel se lo han llevado muchos petardos, y otros muchos meritorios se han quedado sin él (Tolstoy, Ibsen, Zola, Mark Twain, Nabokov, Graham Greene, Borges, Bob Dylan… por citar a algunos que han estado nominados). Aun así, en mi inocencia me gusta pensar que este premio es en cierto modo, garantía de calidad. Esta semana me he leído un par de libritos bastante clasicotes, y da la casualidad de que los escribieron señores a los que mire usted por dónde luego les concedieron el Nobel.
De ratones: Nunca había leído a John Steinbeck, lo confieso. Las uvas de la ira (1939) me da perezona (me quedé dormido viendo la peli, además), pero desde hace años venía escuchando maravillas acerca de esa novelita corta y estupenda titulada De ratones y hombres (1937). Hace poco, viendo Perdidos, noté que un personaje se la estaba leyendo, y que luego ese y otro tienen una conversación a propósito del libro. Como soy tan esnob y tan novelero interpreté aquello como una señal y me faltó tiempo para ir por el libro.
No os voy a espoilear la historia si no la conocéis, pero baste decir que la trama es simple. Dos temporeros (uno de ellos con menos luces que una bombilla de trapo) vagan de rancho en rancho por California en los años de la Gran Depresión. Su sueño es ahorrar una mijita y establecerse por cuenta propia en un terrenito, una especie de metáfora del “sueño americano” si queréis. Sería tópico aquí reiterar lo que ya se sabe de un clásico: el autor despliega un hondo conocimiento del alma humana, la historia –pese a su localización espaciotemporal tan precisa- es universal, se te pueden caer dos lagrimones como puños leyéndola… El librito me ha dejado con la boca abierta.
De atunes: A diferencia de su compatriota Steinbeck, Ernest Hemingway (a partir de ahora “Tito Jemi”) es un viejo conocido. Será porque durante la carrera tuve que leer una de sus obras dos veces (Fiesta, 1926), porque sus cuentos son la leche en vinagre o porque su retrato del París de entreguerras ha quedado como verdad absoluta, el caso es que el tipo me parece uno de los mejores escritores del siglo XX. Sería un machista, escribiría con frases cortas, lo que ustedes quieran. El nota escribía con pasión, y eso se deja ver.
Lo mismo hablaba de las guerras (Mundiales y Civil Española) que de la caza en África, de la pesca en USA o del toreo en Pamplona. Cuando fui por De ratones y hombres me llevé también otro librito clásico de menos de cien páginas: El viejo y el mar (1952). El asunto no podría parecerme menos interesante: la pesca en Cuba. La trama es simple: un viejo (al que ayuda un niño) se enfrenta al mar y se pone a prueba a sí mismo tratando de pescar un pez espada gigante. Como acertadamente dice Greg Nagan en su hilarante La Ilíada en 5 minutos y otros clásicos instantáneos (2000), “El viejo y el mar es el Moby Dick de los pobres”.
Las excelentes referencias que tenía de esta obra me hicieron vencer las reticencias acerca de su temática, y doy gracias por ello. ¡Menudo librazo! Con haberme gustado más el de Steinbeck (me quito la careta), admito que este se lleva la palma en esa extraña actividad consistente en manchar el blanco con negro que algunos llaman Literatura. El uso del lenguaje es aquí clave, la sobriedad del estilo, y podríamos repetir todo lo que dije a propósito de De ratones y hombres en el cuarto párrafo de este post.
De hecho, el lenguaje es la clave en ambos libros. Steinbeck recurre al dialecto y la jerga de unos jornaleros incultos, tratando de reflejar ortográficamente ciertas pronunciaciones incultas o regionales. Tito Jemi, en su tónica, salpimenta su obra de expresiones españolas con idea de darle sabor (“salao”, “ay”, “gran ligas”, “bonita”…). Francamente, esto no me impresiona, lo que sí me deja patidifuso es la poesía de unas frases declarativas tan simples, de una prosa tan aparentemente tosca. El Premio Nobel de Literatura lo tiene bien merecido, ahora comprendo que, tras pasarse cien páginas llamando a los delfines “peces” no le dieran también el de Biología.