En esta época de redes sociales es harto reconfortante saber que además de las virtuales uno cuenta con las de carne y hueso, las de verdad, las que se tejen a mano y hacen que te salgan callos, claro: pero también te sujetan si te caes. Casualidades de la vida hacen que este fin de semana haya tenido dos reuniones muy distintas pero las dos muy satisfactorias. A saber, la celebración de una boda civil y una Feria del Jamón (sí, esto existe, e ignoro por qué las cámaras de Antena 3 no estaban allí).
Que me lo he pasado muy bien en ambas citas no sorprenderá a nadie, la verdad es que nada supera la buena compañía, más aún si esta viene envuelta en buen comercio y bebercio. Más vale solo que mal acompañado, desde luego, pero desde luego también que vale mil veces más bien acompañado que solo. El sábado estuve en el almuerzo de boda en una posición anfótera: yo era un invitado in my own right, pero en principio no conocía a casi nadie, aparte de los contrayentes. El tejido de la fiesta pronto nos envolvió a mi acompañante y a mí y al rato nos sentimos perfectamente integrados.
Así y todo pude ver en acción a un enorme grupo de amigos desde fuera. Y a ratos me sentí como un observador neutral. Agradecido también de poder formar parte de aquel trocito de felicidad. Pese a conocer a mucha de la gente solo desde hacía minutos, fui invitado a sus confidencias en forma de anécdotas, y tuve ocasión de comprobar cómo la familia del novio (por parte de quien yo estaba invitado) lo arropaba y compartía la alegría que rebosaban por las costuras. Me fui reconfortado, ya lo he dicho, y desde luego con envidia sana.
El domingo tocaba acudir a un pueblecito serrano al llamado de una amiga, ir también en pareja y comprobar cómo se refuerzan viejos lazos de amistad en varias direcciones. Sentirse bienvenido en una casa, en un pueblo, comer productos ibéricos como un descosido, hacerse fotos, decir chorradas, tomar café, reírse a chorros, ver a viejas amigas cotilleando… todo tan agradable que les perdono que no me dejaran llevar a cabo mi viejo y quimérico proyecto de comprar una paletilla y comérnosla allí mismo a pellizcos.
“Porerror nos cuenta su fin de semana”: el superpost, ¿eh, amigos? No se trataba de eso, sino de compartir con vosotros esta reflexión. Viendo (y viviendo) escenas como las de este fin de semana, siendo protagonista del estrechamiento de lazos de pareja, de amistad, de compañerismo, pero sobre todo siendo testigo de sutiles dinámicas de cariño entre hermanos, padres e hijos, esposos, amigas, compañeros de trabajo, vecinos, me doy cuenta de que todo este mundo virtual que se nos viene encima, que ya está encima, jamás podrá suplir al mundo auténtico. Lo siento muchísimo pero es así.
Dos niños podrán estar como locos jugando con un teléfono hecho a base de vasitos de yogur, y hablar durante horas, pero al final correrán a estar juntos para “comentar la jugada”. A lo mejor os parece un pensamiento de Perogrullo, no seré yo el que lo niegue; pero es solo que vengo de tener una especie de epifanía o rêverie, si preferís, (como dicen los entusiastas de Joyce) al respecto. Os lo dice uno que tiene 147 amigos en Facebook, y subiendo.
2 comentarios:
Chapeau, querido amigo.
Me parece estupendo que de vez en cuando te marques posts para elogiar el que la gente se quiera y se trate bien, nunca está de más!
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