Llevo algunas semanas con un ritmo de vida vertiginoso, a lo mejor no es para tanto –sería peor si fuera campeón de pinball, controlador aéreo o alguna de esas ocupaciones que admiráis- pero claro, comparado con la rutina de Cosica, los últimos seis meses o así han resultado frenéticos. Así y y todo hay una disciplina en la que no me permito flaquear. Podré no ir tan bien afeitado o restarle horas al sueño pero en estos momentos necesito más que nunca leer, amigos: y leer bien.
¿Recordáis cuando estabais en la carrera y llegaban las semanas de exámenes? Apuesto a que no había época del año en que os entrara necesidad más imperiosa de leer, en que más novelas devorarais. Yo hubo un día de 2002 que me leí por la mañana El ojo más azul (1970) de Toni Morrison y por la tarde, en desagravio, Cuna de gato (1963) de Kurt Vonnegut. Hoy mi edad y posición me impiden hacer esas barbaridades, pero sí que os vengo a presentar tres libritos que me he leído recientemente y que podemos calificar –robando el término al buen Nacho Camino- como “lecturas de una sentada”. Aunque yo me los he leído en varias sesiones, claro.
La flaqueza del bolchevique (1995), de Lorenzo Silva. Ha sido la sorpresa de la temporada. Yo no había leído nada de este autor, y era reacio porque sé que sus novelas son más o menos best-sellers. Y además porque de esta hay una peli de 2003 con Luis Tosar (personaje semi-pupita), lo cual me echaba para atrás. Pero el librito es delicioso, todo lo delicioso que puede ser un libro que trata sobre un perturbado. Pensad Lolita (1955) de Nabokov, pensad la canción “Art Lover” de los Kinks, y acertaréis. Muy bien escrito, estupenda caracterización psicológica del protagonista narrador y nada de partes rollo (genial la exposición de la trama). 185 páginas con letra grande, y una auténtica alegría de leer.
Bancos de niebla (2010), de Juan Carlos Palma. Dejad de gritarme, sí, esta es aquella que os conté de la presentación de Dani Ruiz. Una novela corta, un cuento largo, 114 páginas de escritura delicada y llena de matices. Un librito -¡qué me gusta la palabra!- cargado de melancolía, reflexiones e intuiciones, para leer en voz baja. Distintos sentimientos y las distintas épocas de una vida se mezclan en la voz de un narrador del que no te puedes fiar, como el de El Gran Gatsby (1925), que en realidad te está contando la historia de otra persona. Un relato no apto para gente sin alma, aviso.
El señor Ibrahim y las flores del Corán (2001), de Éric-Emmanuel Schmitt. Ojo al dato: confieso que este me lo he leído para la clase de francés, pero también cuenta. Como bien dijo la profesora, “cualquier libro que lleve en su título la palabra ‘Corán’ da mal rollo”, pero en este caso el miedo es injustificado. La novelita apenas llega a las 85 páginas (con letra grande!), es la adaptación que el propio autor hizo de una obra de teatro homónima. También hay por ahí una peli de 2003 con Omar Shariff (este sí mola), que conviene mucho. Pero el libro es estupendo: la dosis justa de buenrrollismo para alegrarnos el día sin hacer saltar las alarmas de nuestro lado cínico. Leedlo aunque sea para tenerlo como reservorio de aforismos, no os arrepentiréis!
¿Recordáis cuando estabais en la carrera y llegaban las semanas de exámenes? Apuesto a que no había época del año en que os entrara necesidad más imperiosa de leer, en que más novelas devorarais. Yo hubo un día de 2002 que me leí por la mañana El ojo más azul (1970) de Toni Morrison y por la tarde, en desagravio, Cuna de gato (1963) de Kurt Vonnegut. Hoy mi edad y posición me impiden hacer esas barbaridades, pero sí que os vengo a presentar tres libritos que me he leído recientemente y que podemos calificar –robando el término al buen Nacho Camino- como “lecturas de una sentada”. Aunque yo me los he leído en varias sesiones, claro.
La flaqueza del bolchevique (1995), de Lorenzo Silva. Ha sido la sorpresa de la temporada. Yo no había leído nada de este autor, y era reacio porque sé que sus novelas son más o menos best-sellers. Y además porque de esta hay una peli de 2003 con Luis Tosar (personaje semi-pupita), lo cual me echaba para atrás. Pero el librito es delicioso, todo lo delicioso que puede ser un libro que trata sobre un perturbado. Pensad Lolita (1955) de Nabokov, pensad la canción “Art Lover” de los Kinks, y acertaréis. Muy bien escrito, estupenda caracterización psicológica del protagonista narrador y nada de partes rollo (genial la exposición de la trama). 185 páginas con letra grande, y una auténtica alegría de leer.
Bancos de niebla (2010), de Juan Carlos Palma. Dejad de gritarme, sí, esta es aquella que os conté de la presentación de Dani Ruiz. Una novela corta, un cuento largo, 114 páginas de escritura delicada y llena de matices. Un librito -¡qué me gusta la palabra!- cargado de melancolía, reflexiones e intuiciones, para leer en voz baja. Distintos sentimientos y las distintas épocas de una vida se mezclan en la voz de un narrador del que no te puedes fiar, como el de El Gran Gatsby (1925), que en realidad te está contando la historia de otra persona. Un relato no apto para gente sin alma, aviso.
El señor Ibrahim y las flores del Corán (2001), de Éric-Emmanuel Schmitt. Ojo al dato: confieso que este me lo he leído para la clase de francés, pero también cuenta. Como bien dijo la profesora, “cualquier libro que lleve en su título la palabra ‘Corán’ da mal rollo”, pero en este caso el miedo es injustificado. La novelita apenas llega a las 85 páginas (con letra grande!), es la adaptación que el propio autor hizo de una obra de teatro homónima. También hay por ahí una peli de 2003 con Omar Shariff (este sí mola), que conviene mucho. Pero el libro es estupendo: la dosis justa de buenrrollismo para alegrarnos el día sin hacer saltar las alarmas de nuestro lado cínico. Leedlo aunque sea para tenerlo como reservorio de aforismos, no os arrepentiréis!
1 comentario:
Finde apasionante de letras, por lo que veo. Pues yo me terminé el tostón de Henning Mankell, que me resultó infumable. Joyita total Amo y criado, de Tolstoi, breve y profundísimo. Y maravilloso me está resultando Dublineses. Demasiado trabajo, pero siempre hay hueco para la lectura.
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