Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

martes, 1 de enero de 2013

No tengo ganas de verte cocinar. De nada.


(Dedicado al buen Primo Antonio, entusiasta lector de los que soplan bajo las alas de este blog)




Ya lo cantaban nuestros admirados Hombres G: “Por eso no, no, no, no te quiero ver” y García Lorca: “¡Que no quiero verla!” Hay cositas que no queremos ni debemos ver, al menos obligatoriamente. Usted quiere presenciar una operación de quirófano? Me consta que hay gente que se las pone en YouTube, sobre todo si les van a hacer a ellos la misma, para informarse/espeluznarse. Pero es voluntario, lo mismo que un parto, algo que a mí no me parece terrible pero hay gente que al verlo se desmaya. Acaso es usted de los que mira por detrás los tapices? De los que abre los ordenadores para ver cómo son por dentro? Salvo que se sea profesional, eso es lo raro, la verdad. Incluso aquellos simpáticos relojes de pulsera Swatch transparentes que enseñaban las tripas no pasaron de ser una novelty, porque una cosa así se puede contemplar un minuto y hace gracia, pero… de verdad se la quiere usted pasar mirando ruedecillas y engranajes si no está viendo una película de Chaplin?

Las cosas tienen dos partes, a saber: la de dentro y la de fuera. Y la de dentro (o de detrás) no se ve, gracias. Pero Estatuas Verdes, siempre a la vanguardia de la chorrada lleva unos meses constatando con preocupación una turbadorísima tendencia: los restoranes con cocina a la vista de la clientela. “Ja, ja, ja, ja! Qué buena idea!” …O no.

Ya sé lo que me vais a decir: “Se llama show cooking”. Sí, sí, sí, ya lo sé, señora: yo también veo el telediario de Antena 3. Y también sé que una cosa es que en un momento determinado –como novelería- pueda tener cierta gracia ver cómo preparan tal o cual plato, o ver cómo te fríen a la plancha lo que sea pero por lo general, cuando la comida llega a mi mesa me suele gustar que ya esté terminada, mucha gracias. Igual que me pongo un traje o me leo un libro y no soy el jodido Funes el Memorioso, no necesito imaginar ni mucho menos ver cómo se ha cultivado el algodón, se ha hilado la tela, se han cortado los patrones, se ha cosido la sisa, etc. o lo mismo para el símil del libro, que ahora no me apetece completar, pues de igual manera digo que cuando me llega una elaboración a mi puesto de comensal no quiero saber cómo ha sido elaborada.

Y si lo quisiera, ya me enteraría de la receta, o buscaría en internet las técnicas culinarias, o vería un programa de cocina en la tele, que son cojonudos y me encantan, con la posible excepción de que no estoy yo allí delante sentado esperando a que Arguiñano termine para zampármelo. Si Dios permitió que en la evolución natural la cocina y el comedor sean dos habitaciones diferenciadas, por mucho open concept, cocina americana y el programa ese de Divinity donde derriban paredes a la hora de la siesta, qué infame bromista urdió la idea de que a los clientes de un bar o restorán les apetecía ver cómo les preparaban las cosas? Sin duda, uno que no vio el episodio de Chris Peterson en el que nuestro chico se hacía Inspector de Sanidad y se le caían los ojos al suelo…

Porque una cocina no es bonita, amigos. Y lo sabéis. No es vuestra madre pelando guisantes con cariño, o un calvo venezolano preparando con sumo cariño una brunoise, como en la tele. La gente en las cocinas de verdad saca las cosas de tupperwares trasparentes, echa las salsas desde esos infames biberones que los de mi generación asociamos al kétchup y la mostaza de feria y cuando emplatan algo, lo hacen con la prisa, desgana y poca gracia de quien está trabajando, que es precisamente –oh, sorpresa- lo que están haciendo los que cocinan en bares y restaurantes a los que usted acude como cliente.

Los llamados “gastrobares” están haciendo mucho daño, digámoslo ya. Su sola existencia ha provocado cataclísmicos cambios en nuestra forma de consumir el papeo. Ahí están si no para atestiguarlo los famosos platos cuadrados o esos recurrentes debates en la radio local sevillana acerca de la “muerte de la tapa”. A algún genio debió de ocurrírsele que, si ver a cocineros orientales preparando un wok con energía o enrollando sushi mola (y ha podido molar exclusivamente por lo exótico, no nos engañemos), lo mismo molaría ver untar una tosta de paté. Pero no. Asistir a un flambeado mola, amigos, pero ver cómo un bigardo que a lo mejor no lleva las manos todo lo limpias que nos gustaría coge verde de un tupperware y nos la echa en un bol para luego regarlo con un biberón de vinagreta, pues no me apetece contemplarlo en directo a dos metros de mí, gracias.

Llamadme nazi (de hecho, lo hacéis a diario) pero este año me ha llegado a ocurrir que fui a un restorán a comer en el trabajo, me pedí salmorejo, uno de mis platos favoritos, imposible de hacer mal, y como estaba sentado enfilado con la puerta (abierta) de la cocina pude ver cómo la cocinera, con sus santos cojones, me llenaba el plato con un cucharón gigante ahondando en una tarrina de dos litros de salmorejo prefabricado. 9 euros vale el menú del día en ese sitio. Recientemente también, en un por otra parte excelente gastrobar de Miciudad, de esos de platos cuadrados de pizarra, vi –por estar la cocina al aire, detrás de la barra- cómo el cocinero recogía de la mesa unas migas de tartar de salmón que se le habían caído en la mesa en el trasvase del tupperware al plato cuadrado, y las ponía en el plato, oiga, con asaz desparpajo (“Nadie me ha visto” –vous comprenez, salvo que tu cocina no tiene paredes, chulo, parece que la ha diseñado Hillary, la decoradora del canal Divinity).

Y no es que uno sea un ingenuo y piense que en las cocinas de los bares y restoranes reina la paz como en las canciones de los Payasos de la Tele, ni que las gastrotapas las preparen los ángeles mientras los cocineros levitan (como en un jodido cuadro de Murillo); veo el programa del Chef Chicote (Respec’!) y me doy cuenta de cómo rula la cosa. Pero precisamente por eso, amigos restauradores, gastrofamilia, es que me gusta la fantasía y la alegría de que me traigan a la mesa o barra una cosita rica donde antes no había nada, es parte del encanto, que se rompe si tengo que ver a vuestras cocineras con zuecos de goma y el dedito amarillo de nicotina. Mantengamos la ilusión, no? Será todo mucho más agradable: los Reyes Magos, el Ratoncito Pérez, la extra de Navidad, las cocinas armoniosas y creativas: hay cosas que no existen pero da calorcito creer en ellas. De modo que acabo este post sobre la cocina de los locales como el clásico acababa su poema:  “¡Yo no quiero verla!”

 

7 comentarios:

patricia dijo...

yo nunca he ido a ningun show cooking de esos,pero creo que Chicote ha hecho mucha pupita con su programa,y ya me da agco cualquier cosita.habla una persona que,pese a sus principios,degustó "perro" en su viaje a China, con 2 cojones

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo! Yo no comería croquetas en ningún sitio si viera el manoseo. Y los gastrobares, ay los gastrobares. Por mi parte, no entraré por norma donde tengan la carta a tiza en una pizarra. Migue.

Fran G. Matute dijo...

Amén, querido Porerror. Asistir al proceso culinario es equivalente a estar bañandote en un precioso río rodeado de naturaleza y que te de por meter la mano y sacar un puñado del fondo.

TuCiudad está a punto de ver estallar la burbuja gastrobárica...

Jordi Santamaria dijo...

¿Me pone un gin tonic de quince euros?
¿Le pongo pepino caballero?
Me pone pepinísimo

No conozco a ningún cocinero gastrobárico que en el colegio tuviera dos luces, para dedicarse a otra cosa que no fuera la planchistería

Jordi Santamaria dijo...

(prosigo y formulo una queja desgañitada contra Cupertino por no poder editar comentarios bloguiles en sus aparatos, leñe)
a la planchistería o descubrir el Mediterráneo haciendo comidas. Show-cooking, show-system, show-Pollas. La vanguardia es ese invento de los siglos para hacer estraperlo del arte cuando no lo hay, y encima de garrafón. Estamos tan mal que la vanguardia se cuela en un plato de sopa. Hijos de la gran puta, ojalá que muráis a bolsazos de todas las abuelas del mundo que os ven como pervertidores de los bolsillos de sus hijos.
Iluminados, barrocos, y Peseteros.

natalia dijo...

jajajajajajajajajajajaja

Beatriz dijo...

Health inspector 2000

 
click here to download hit counter code
free hit counter