“Fue amor”
Si algo he aprendido durante estos tres años de Estatuas Verdes es que Fito Páez no os interesa lo más mínimo (salvo a un par de lectoras). Si algo me ha ocurrido a mí, es acrecentar mi devoción hacia la música del argentino. Por eso no os quiero infligir un post al uso sobre Fito Páez, entendedlo como un fenómeno: fijaos en lo que escribe un fan.
“Ciudad de pobres corazones”
Me desplazo a Córdoba para cumplir uno de mis sueños, ver un concierto de Fito Páez. Enmarcado en el “Festival de la Guitarra” (hecho al que Páez se refirió irónicamente, él que es famoso por tocar los teclados) fue un recital en el Gran Teatro, marco de lujo. Todos sentaditos, tranquilos, congregados para escuchar con respeto las perlas del cantante de Rosario. Escoltado por una banda de otros siete músicos (“No hacían falta tantos músicos para el sonido que quiere, se debe gastar un pastón”, me comenta mi acompañante, que es músico) aparece Fito. Traje y corbata blancos, gafas blancas, pelos largos, pose de divo, gestos, zalamerías al público (sobre todo al femenino)… ya nos tiene en el bolsillo.
“Naturaleza sangre”
A los pocos minutos del concierto constato una evidencia, que se ve confirmada. Los únicos del público que se saben todas las letras somos cuatro niñas argentinas de la fila de delante (que se la pasan el recital de pie, captando la atención de Fito) y yo. El repertorio me hace emocionarme más veces (incluso) de lo que esperaba. Siete temas de su último discazo Confiá (2010), digamos que “las buenas” y otros diecisiete clásicos, unos obvios pero otros más rebuscados. Un regalo para sus devotos.

“A rodar mi vida”
Sinceramente, no me sorprendieron “Un vestido y un amor”, “Dar es dar” o “Mariposa Tecknicolor”, lo cual no es decir que no me emocionaran. Pero por poco me da un soponcio cada vez que Fito acomete alguna de mis favoritas inesperadas: “Naturaleza sangre”, “11 y 6”, “Tumbas de la gloria”, “Polaroid de locura ordinaria”, “Llueve sobre mojado” (Gracias, Joaquín!) o “Circo Beat”. Al propio Fito se le nota a gusto, bromea sobre la belleza de las cordobesas y la temperatura de la cerveza en la ciudad. Ironiza sobre su propia pedantería (“Psicodélica star de la mística de los pobres”… ¿qué carajo será eso!) y altera algunas letras para arrancarles sonrisas a los más fieles de entre los presentes.
“La nave espacial”
Impresiona ver con qué naturalidad los temas nuevos se camuflan entre los más antiguos y conocidos. Es porque el disco nuevo es muy bueno. El sonido de la banda es excelente, son los beatles latinoamericanos. Fito canta tan bien como siempre, con sus gallos incluidos. A donde no llega su voz llegan sus gestos de director de orquesta de los Looney Tunes. El público vibra, yo más, él canta, nos levantamos del asiento. No os cuento cuántas veces se me saltaron las lágrimas durante el concierto porque luego me dice la gente que soy muy confesional en el blog.
“Mariposa Tecknicolor”
Con los bises Fito se cambia: camiseta de algodón, jeans, botines, gafas rojas. Cambia el ambiente, cercano al paroxismo. Interpreta “Dar es dar” improvisando estrofas, andando por el escenario, es mesiánico pero accesible. “La verdad es que las letras de este hombre te ayudan en la vida, ¿eh?” –me dice mi acompañante. A mí me han ayudado durante años. Para la última –“Mariposa”- es la locura. Nos acercamos corriendo al pie del escenario, nos saltamos a la torera la prohibición de hacer fotos. Cantamos a un metro de Fito la letra con devoción, como la oración que es. Él refulge de sudor, de satisfacción. La sonrisa no le cabe entre las gafas. Choca manos, saluda, sonríe, presenta a la banda. Los incondicionales le aclamamos. Él nos lo devuelve en canciones.
¿Incomprensible? ¡Pues claro! De eso se trata.
Si algo he aprendido durante estos tres años de Estatuas Verdes es que Fito Páez no os interesa lo más mínimo (salvo a un par de lectoras). Si algo me ha ocurrido a mí, es acrecentar mi devoción hacia la música del argentino. Por eso no os quiero infligir un post al uso sobre Fito Páez, entendedlo como un fenómeno: fijaos en lo que escribe un fan.
“Ciudad de pobres corazones”
Me desplazo a Córdoba para cumplir uno de mis sueños, ver un concierto de Fito Páez. Enmarcado en el “Festival de la Guitarra” (hecho al que Páez se refirió irónicamente, él que es famoso por tocar los teclados) fue un recital en el Gran Teatro, marco de lujo. Todos sentaditos, tranquilos, congregados para escuchar con respeto las perlas del cantante de Rosario. Escoltado por una banda de otros siete músicos (“No hacían falta tantos músicos para el sonido que quiere, se debe gastar un pastón”, me comenta mi acompañante, que es músico) aparece Fito. Traje y corbata blancos, gafas blancas, pelos largos, pose de divo, gestos, zalamerías al público (sobre todo al femenino)… ya nos tiene en el bolsillo.
“Naturaleza sangre”
A los pocos minutos del concierto constato una evidencia, que se ve confirmada. Los únicos del público que se saben todas las letras somos cuatro niñas argentinas de la fila de delante (que se la pasan el recital de pie, captando la atención de Fito) y yo. El repertorio me hace emocionarme más veces (incluso) de lo que esperaba. Siete temas de su último discazo Confiá (2010), digamos que “las buenas” y otros diecisiete clásicos, unos obvios pero otros más rebuscados. Un regalo para sus devotos.
“A rodar mi vida”
Sinceramente, no me sorprendieron “Un vestido y un amor”, “Dar es dar” o “Mariposa Tecknicolor”, lo cual no es decir que no me emocionaran. Pero por poco me da un soponcio cada vez que Fito acomete alguna de mis favoritas inesperadas: “Naturaleza sangre”, “11 y 6”, “Tumbas de la gloria”, “Polaroid de locura ordinaria”, “Llueve sobre mojado” (Gracias, Joaquín!) o “Circo Beat”. Al propio Fito se le nota a gusto, bromea sobre la belleza de las cordobesas y la temperatura de la cerveza en la ciudad. Ironiza sobre su propia pedantería (“Psicodélica star de la mística de los pobres”… ¿qué carajo será eso!) y altera algunas letras para arrancarles sonrisas a los más fieles de entre los presentes.
“La nave espacial”
Impresiona ver con qué naturalidad los temas nuevos se camuflan entre los más antiguos y conocidos. Es porque el disco nuevo es muy bueno. El sonido de la banda es excelente, son los beatles latinoamericanos. Fito canta tan bien como siempre, con sus gallos incluidos. A donde no llega su voz llegan sus gestos de director de orquesta de los Looney Tunes. El público vibra, yo más, él canta, nos levantamos del asiento. No os cuento cuántas veces se me saltaron las lágrimas durante el concierto porque luego me dice la gente que soy muy confesional en el blog.
“Mariposa Tecknicolor”
Con los bises Fito se cambia: camiseta de algodón, jeans, botines, gafas rojas. Cambia el ambiente, cercano al paroxismo. Interpreta “Dar es dar” improvisando estrofas, andando por el escenario, es mesiánico pero accesible. “La verdad es que las letras de este hombre te ayudan en la vida, ¿eh?” –me dice mi acompañante. A mí me han ayudado durante años. Para la última –“Mariposa”- es la locura. Nos acercamos corriendo al pie del escenario, nos saltamos a la torera la prohibición de hacer fotos. Cantamos a un metro de Fito la letra con devoción, como la oración que es. Él refulge de sudor, de satisfacción. La sonrisa no le cabe entre las gafas. Choca manos, saluda, sonríe, presenta a la banda. Los incondicionales le aclamamos. Él nos lo devuelve en canciones.
¿Incomprensible? ¡Pues claro! De eso se trata.