Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.
lunes, 27 de septiembre de 2010
ANTI-EVERYTHING
Sé que a vosotros os gusta: no lo neguéis. Pero para mí, eso que hacer la gente normal: ordenar, clasificar, tirar cosas, supone un tormento. Lo odio, lo execro, lo abomino, lo detesto (no debieron regalarme el diccionario de sinónimos, por citar a Chris Peterson). Prefiero pillarme los güevos con la tapa de un piano que ordenar un armario. Y cuando no tengo más remedio que hacerlo lo paso mal: lo llevo en los genes.
Mi mente no estaba preparada para la inmensa ola de alegría que supuso pasarme lo mejor de la tarde y la noche del viernes y el domingo ordenando cajones y tirando papeles. Ante mí desfiló mi vida: trabajos escolares de plástica, innúmeros souvenirs de otros tantos viajes, libros, CDs, libros, CDs, libros, CDs, libros, CDs, papeles, libros, CDs... No contento con colapsar mi cerebro de recuerdos infantojuveniles (os juro que por cada cajón que ordeno necesito una hora de recuperación mental en una habitación cerrada), el destino me tenía reservada otra broma cruel: la mudanza.
"Vio Dios que el hombre gozaba de tiempo libre durante el fin de semana y dijo: Démosle algo más que hacer." Así nacieron las mudanzas amateurs, de las que llevo dos en tres meses. No se lo recomiendo a nadie, ni a mi peor enemigo. Lluvia de ideas: aparcamiento lejano, montañas de cajas, montañas de bolsas, lámparas, cuadros, un joven sepultado bajo una pila de abrigos, bufandas de marca rodando por el asfalto, imprecaciones... "D'you get the picture? Yeah, we do!" (como decían las Shangri-Las).
A veces pienso que mi vida no es sino una sucesión de escenas en las que estoy sujentando la puerta de un ascensor, piso o portal. Y lo mejor de mudarse/ordenar es lo gratificante que resulta, la satisfacción que da. Ja, ja, jajota. He estado a punto de prenderle fuego a mis viejos muebles para no tener que enfrentarme a ellos.
Entendedme: sé que en la vida no todo es ocio y diversión, que hay obligaciones y cosas desagradables que es necesario hacer, pues yo las hago. En este saco meto actividades como trabajar, limpiar, tender, lavar la ropa, pagar las facturas o ir a IKEA (planchar, ¿no? No, señora, planchar no). Pero nunca he sido partidario de sufrir por sufrir, y no sabéis la tortura mental que me supone todo el rollo de ordenar las cosas. Por eso nunca lo hago si puedo evitarlo. Por eso me he propuesto en serio ser más organizado en el día a día, para así no tener que llegar a extremos de desorden tales que me obliguen a montar una "ofensiva del Tet" cada equis tiempo.
Últimamente vengo teniendo la misma pesadilla recurrente. Sentados a una mesa de comedor de IKEA están Miguel y Bimba Bosé, Melendi, Bebe y Ana Blanco, descojonándose vivos mientras me ven por una bola de cristal sujetando la puerta de un ascensor. Es fin de semana, estoy solo y en ese momento se apaga la luz del rellano. En una mano llevo una bolsa de basura que contiene -triturados- 32 años de recuerdos, en la otra una caja con 5 kg de libros. Consigo salir a la calle y en ese preciso instante se pone a llover. O yo estoy llorando, no se ve muy claro.
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5 comentarios:
LO NIEGO. NO ME GUSTA. AUNQUE ENTRE REVOLVER ENTRE CAJONES E IR A IKEA, CASI QUE ME QUEDO CON LO PRIMERO...
Mis últimas mudanzas fueron tan traumáticas que terminé decidiendo que mi vida tenía que reducirse a un disco duro y dos camisas. Es una filosofía que recomiendo.
Yo antes era de guardar mucho, las entradas de cine, las hojas informativas del Avenida o cineclub UGT, etc ... hasta que, como me gustaba hacer, se me ocurrió darle un nuevo "aire" a mi cuarto y me puse a reordenar mis cosas. Desde entonces decicí con cierto pesar que lo realmente improtante se quedaría en mi memoria, que todo lo demás podía ir a la basura del olvido y física. Solamente algunas cosas materiales debieran ser guardadas, sobre todo aquellas que pudieran usarse por más tiempo. Gracias a esa decisión, mi última mudanza de hace pocas semanas ha sido (casi) coser y cantar, porque a mí también me llovio algún día ...
HABERME AVISADO...
¿y no te da pena pasarte ahora por tu antigua casa? a mí se me saltan los lagrimones, después de todo, ha sido mi hogar durante 30 años...
inis
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