Tuve durante la carrera una profesora de Literatura Inglesa (el terror o la piedad me impiden dar su nombre aquí) que decía que todo lo que era necesario conocer acerca de la Edad Media se encontraba contenido en la película El guerrero número 13 (1999). A menudo, en noches de febril duermevela –por darme solaz- me he imaginado que su eternidad consistiría en quedarse encerrada en un ascensor con Jacques Le Goff, Umberto Eco o uno de esos, para que le pusieran la cara colorada per secula seculorum.
Me encanta la Edad Media, una época tan complejísima, y en especial me gustan su arte y su literatura. Confieso con vergüenza que leerla en castellano antiguo o inglés medieval me cuesta horrores, casi siempre accedo a ella en “traducciones” a la lengua actual. Pero la sustancia permanece. De entre toda la literatura medieval siento predilección por los cuentos, sean de coña como los fabliaux o didácticos como los exempla. Es maravilloso lo que nos enseñan aún hoy, pienso que deberían ser predicados en las aulas (cuando digo esto el buen Harvest siempre suspira y mira para el techo) porque tienen tantísimo que decir.
De acuerdo, (afortunadamente) la sociedad actual no se divide en tres órdenes, ni nuestra vida está regida por la Religión. Pero hay tantos universales en estas pequeñas historias medievales que no importa la época o el sitio: más allá del detalle accesorio nos hablan de la condición humana y por eso continúan vigentes. Quiero acordarme hoy aquí de dos de mis favoritas, la historia de “Don Pitas Payas, un pintor de Bretaña” y la de “Los burladores que fizieron el paño”.
Sacados, respectivamente, de dos monumentos del siglo XIV como son, el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita y El conde Lucanor de Don Juan Manuel, ambas historias nos hablan de temas tan universales como el sexo y la vanidad, y comparten dos subtemas: el engaño y la honra. Lo bonito es que en los dos cuentos hay granujas que engañan y cómplices necesarios, pero también hay gente demasiado dispuesta a dejarse engañar, por mor de guardar las apariencias.
Don Pitas Payas es un pintor bretón que, recién casado, marcha a Flandes a hacer negocios dejando sola a su hermosa mujer. Por preservar su honra le pinta bajo el ombligo un corderito, que a su vuelta él espera encontrar intacto. Joven e insatisfecha, la abandonada esposa fornica como una descosida y cuando oye que el marido va a volver le pide a su amante que restaure el cordero. Menos hábil, este le pinta un señor carnero con toda su cornamenta. Cuando el marido lo inspecciona se queda picueto pero ella le dice: “Señor mío, después de dos años que me habéis faltado, ¿os extraña que el corderín que pintasteis sea ya todo un carnero?”
Al otro caso me referí aquí al hablar de Barceló, es lo que se conoce en Europa como “El traje nuevo del emperador”, por la versión de Hans Christian Andersen. Un rey se deja estafar por unos tipos que dicen fabricar la tela más maravillosa y rica del mundo, con el prodigio de que quien no la ve es que no es realmente hijo de su padre. Por no quedar deshonrados, todos en la corte y en la ciudad se apresuran a decir que la ven y a ponderarla, el mismo rey antes que nadie. Y así el rey sale a un desfile en bolas, con un supuesto traje de la tela prodigiosa. Hasta que un negro bastardo (sin honra que perder) le suelta “Majestad, o yo soy ciego o vos vais desnudo”, desactivando así la mascarada.
Muchos sabrosos ejemplos podéis hallar como estos en los dos libros referidos, o en otro del siglo XIV que también os recomiendo: Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer. No me digáis que sus divertidas enseñanzas no son de plena actualidad aún hoy. Y esto reconcilia nuestras vidas con la mentalidad medieval, tan a menudo imaginada como absurda o ingenua (tal vez por las toscas figuritas del Románico o los cuadros góticos sin perspectiva), cuando no como zafia y guerrera. Los antiguos también eran listos, ¿eh? Mola!
Me encanta la Edad Media, una época tan complejísima, y en especial me gustan su arte y su literatura. Confieso con vergüenza que leerla en castellano antiguo o inglés medieval me cuesta horrores, casi siempre accedo a ella en “traducciones” a la lengua actual. Pero la sustancia permanece. De entre toda la literatura medieval siento predilección por los cuentos, sean de coña como los fabliaux o didácticos como los exempla. Es maravilloso lo que nos enseñan aún hoy, pienso que deberían ser predicados en las aulas (cuando digo esto el buen Harvest siempre suspira y mira para el techo) porque tienen tantísimo que decir.
De acuerdo, (afortunadamente) la sociedad actual no se divide en tres órdenes, ni nuestra vida está regida por la Religión. Pero hay tantos universales en estas pequeñas historias medievales que no importa la época o el sitio: más allá del detalle accesorio nos hablan de la condición humana y por eso continúan vigentes. Quiero acordarme hoy aquí de dos de mis favoritas, la historia de “Don Pitas Payas, un pintor de Bretaña” y la de “Los burladores que fizieron el paño”.
Sacados, respectivamente, de dos monumentos del siglo XIV como son, el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita y El conde Lucanor de Don Juan Manuel, ambas historias nos hablan de temas tan universales como el sexo y la vanidad, y comparten dos subtemas: el engaño y la honra. Lo bonito es que en los dos cuentos hay granujas que engañan y cómplices necesarios, pero también hay gente demasiado dispuesta a dejarse engañar, por mor de guardar las apariencias.
Don Pitas Payas es un pintor bretón que, recién casado, marcha a Flandes a hacer negocios dejando sola a su hermosa mujer. Por preservar su honra le pinta bajo el ombligo un corderito, que a su vuelta él espera encontrar intacto. Joven e insatisfecha, la abandonada esposa fornica como una descosida y cuando oye que el marido va a volver le pide a su amante que restaure el cordero. Menos hábil, este le pinta un señor carnero con toda su cornamenta. Cuando el marido lo inspecciona se queda picueto pero ella le dice: “Señor mío, después de dos años que me habéis faltado, ¿os extraña que el corderín que pintasteis sea ya todo un carnero?”
Al otro caso me referí aquí al hablar de Barceló, es lo que se conoce en Europa como “El traje nuevo del emperador”, por la versión de Hans Christian Andersen. Un rey se deja estafar por unos tipos que dicen fabricar la tela más maravillosa y rica del mundo, con el prodigio de que quien no la ve es que no es realmente hijo de su padre. Por no quedar deshonrados, todos en la corte y en la ciudad se apresuran a decir que la ven y a ponderarla, el mismo rey antes que nadie. Y así el rey sale a un desfile en bolas, con un supuesto traje de la tela prodigiosa. Hasta que un negro bastardo (sin honra que perder) le suelta “Majestad, o yo soy ciego o vos vais desnudo”, desactivando así la mascarada.
Muchos sabrosos ejemplos podéis hallar como estos en los dos libros referidos, o en otro del siglo XIV que también os recomiendo: Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer. No me digáis que sus divertidas enseñanzas no son de plena actualidad aún hoy. Y esto reconcilia nuestras vidas con la mentalidad medieval, tan a menudo imaginada como absurda o ingenua (tal vez por las toscas figuritas del Románico o los cuadros góticos sin perspectiva), cuando no como zafia y guerrera. Los antiguos también eran listos, ¿eh? Mola!
2 comentarios:
Desconozco todo de la Edad Media, pero me sorprende un poco que se tenga siempre ese concepto como de "época oscura"...la humanidad no podía ser tonta durante diez siglos enteros, no?
(Perdóname el off-topic pero tengo que contártelo: hoy lo he conseguido. He logrado aparecer en el telediario de Antena 3 haciendo una declaración insulsa. Ya me puedo morir tranquilo).
juas juas, hilarante la anécdota del cordero, no es que tenga doble sentido, sino triple o más...estoy de acuerdo totalmente contigo, me encanta esa época, te recomiendo las conquistas del Rey Jaime I El Conquistador y cualquier libro del gran Runciman.Saludos.
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