Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

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miércoles, 2 de julio de 2008

Limonada



“Son limones, ¿entiendes? LI-MO-NES”.
(Sylvester Stallone en Rocky)


Antena 3 y su ameno telediario nos lo sirvió en bandeja ayer, amigos. Los limones son el producto de alimentación que más ha subido de precio en lo que llevamos de año: en concreto un 63%. Exprimamos la noticia y saquémosle su jugo.

Esta tarde me he mareado al ir al supermercado y comprobar lo muchísimo que valía una birria de bandeja con tres limoncetes. El otro día hablando, una compañera de trabajo me recordaba aquel anuncio de Fa, ¿os acordáis?, aquel en que sacaban una rubia en tetas mientras comentaban el maravilloso “frescor de los limones del Caribe”. Hoy dicho anuncio no es que estuviera prohibido, es que resultaría prohibitivo (por el precio de los limones, se entiende).

Pocas veces me he reído más viendo Muchachada Nui que con el testimonio de Bono (¿cómo olvidar eso que decía de que cuando iba a la ONU le pedían que se quedara para hacer merienda-cena?). Bono, perpetrador de aquel atentado al buen gusto en forma de canción llamada “Lemon”, comentaba –su doble chanante comentaba- que le encantaban los polos, sobre todo los de lemoooooooon… Impagable (como los limones).

Tengo que decir que para mí el limón nunca ha sido un artículo de primera necesidad, más allá de esa fruta absurda cuyo zumo a veces se echaba por encima del pescado frito o la paella. Mi más querido limón fue Citronio, el injustamente ninguneado colega de Naranjito. Sin embargo, en el último par de años me he aficionado a dos ricas bebidas –fundamentales ambas para el sostenimiento del Imperio Británico- que necesitan absolutamente del concurso de limones: el gin-tonic y el té.

La tarde que se estrenó la nueva peli de Expediente X, perdón, de Indiana Jones, además de Nespresso tomé helado en casa de un amigo. Mi colega compró helado de limón, gesto que a mí me chocó por ser este el último sabor que yo hubiese elegido. ¡Gran error! Aquella tarde comenzó mi idilio con el helado de limón, amigos. Qué cosa más rica. Últimamente lo he vuelto a tomar un par de veces, en ocasiones especiales, en casa de mi madre, la última vez hoy. Auguro que este veranito el limón va a caer más de una vez en forma de helado.



El mundo musical, tan caro a Estatuas Verdes (casi tanto como los limones), nunca ha sido ajeno al cítrico amarillo. Aparte de la mencionada “Lemon” de U2, se me vienen a la memoria “Here We Go Round the Lemon Tree” de The Move, el tema “Green Tambourine” de The Lemon Pipers o el inconmensurable niño-cantor-yonqui Frankie Lymon (este con trampa pero, ¿quién se privaba de nombrarlo?).

Ya en español cómo olvidar la “Danza de los 40 limones” de Juan Antonio Canta, el grupo Los Limones, la copla “La niña de Puerta Oscura” (con la Piquer o la Jurado cantando aquello de “Limonar, mi limonar”), el cantante panameño Basilio con “Mi limón, mi limonero, entero me gusta más…” o aquel exquisito “Dame estrellas o limones” de los nunca suficientemente recordados Family. Con respecto a esta última canción, he de decir que siempre me cautivó su sugerente título. “Dame estrellas o limones” -pues al precio que van, xulo, casi prefiero que me vayas dando los limones.

martes, 27 de mayo de 2008

What else?


La advertencia cruzó la sala y cayó en mis oídos sin siquiera una pizca de azúcar. “Todavía estoy esperando ver mi cocina en Internet”. Lo peor de todo es que ella tenía razón.

Esta mañana lo leía en la prensa, la noticia era clara: Nespresso abrirá una boutique en mi ciudad. Inútil postergar el hablar aquí de esto, hoy toca cafelito. Incluso mi amiga cuya máquina fotografié hace más de tres meses para ilustrar el post sobre Nespresso se verá vindicada. Espero que, después de esto, me invite a (más) café.

Desde que conocí el universo Nespresso confieso que he ido retrasando el post porque su enfoque iba variando con cada novedad. Lo primero, hablar del anuncio, mejor que cualquier película de George Clooney. En él se ve a un maduro e interesante actor que malinterpreta la ansiedad de una joven -la maciza de 10.000 (2008), tengo entendido- por acercarse a él como síntoma de nerviosismo ante la presencia de la estrella, cuando lo que la pava desea es tomarse un café. Entonces se obra el milagro, de labios de Clooney: el eslogan que se ha convertido en mi frase más repetida del año. “Nespresso. What else? No existe haiku, poema de e.e. cummings o relato de Monterroso que condense mejor un sentimiento que este eslogan (por cierto, que el cuento más breve del mundo lo escribió Hemingway y no el escritor guatemalteco… investigad, investigad).

Dicen que en una rueda de prensa un periodista preguntó a Clooney por la supuesta incoherencia de, por un lado, protagonizar una peli como Syriana (2005) que da caña a las industrias globales y a los tejemanejes comerciales y, por otro, ser la imagen de una mutinacional como Nestlé (cuya filial es, what else?, Nespresso). Al parecer Clooney fingió no saber que ambas compañías estaban conectadas (él, que lo mismo te hace una campaña para salvar Darfur que conduce un coche eléctrico o insultaba a Charlton Heston), dijo que no jugaba y se levantó de la rueda de prensa. Y es que no se puede ser tan comprometido… ¡ay! Menos mal que a ningún periodista le dio por sacar a relucir los anuncios de vermú blanco (“No Martini? No party!” –otro eslogan para la poesía).





-Mmmh... y también hay Nespresso automáticas.


Volviendo al café, tengo que decir, por ir resumiendo, que el Nespresso me encanta. La semana pasada tuve oportunidad de probarlo dos veces en casa de dos amigos diferentes. La fiebre Nespresso se extiende, las maquinitas se están vendiendo como churros… y no son baratas, ¿eh? Hay doce sabores, y para los que no sepáis cómo va la historia es un mecanismo en el que metes una capsulita (exclusiva, que solo te venden ellos mismos: he aquí el negociazo), echas agua y te sale ese peasso de café muy rico y aromático. En palabras de Tarantino en Pulp Fiction (1994), “no me tienes que decir lo bueno que es el café, me encargo yo de comprarlo”.

Ronda por mi casa el catálogo de Nespresso, se prefigura como un gran regalo de Navidad (las pasadas fiestas fue el regalo estrella… hoy ya lo están dando hasta los bancos). Estoy pensando en adquirir una maquinita, pero claro, para mí solo a lo mejor es demasiado nivel la inversión. También trato de convencer a mi madre para que se compre una y así poder tomar cafelito en su casa.

Veo que con el rollo de la exclusividad, los de Nespresso se han montado un chiringuito de proporciones considerables: que si el café solo se lo puedes comprar a ellos (por rigurosos controles de calidad, dicen los cabrones), que si Club Nespresso, que si patatín o patatán… ¡pero está tan rico! Por lo visto, un problema extra es que una vez usadas, las capsulitas de aluminio no son reciclables, cosa que en países como Suiza ha constituido un tremendo escándalo pero que a mí me la trae absolutamente al pairo.

Para aquellos amigos que tienen la máquina, les recuerdo que mi sabor favorito es el Arpeggio (fuerza 9, acidez 0/3, amargor 3/3: el moradito, sabéis, ¿no?... más que nada por si estabais pensando en hacer un pedido pronto). Yo, que no soy tan gourmet del café como Quentin Tarantino, me permito echarle una mijita de leche y azúcar, con permiso también de George Clooney, who else?
 
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