Había una vez (en 1975) un disco de Supertramp que se titulaba ¿Desaceleración económica? ¿Qué desaceleración económica? Eso es lo que alguien podría pensar estos días si recorre el centro comercial de cualquier ciudad española, fijo que cualquiera. La mía, seguro, lo constaté ayer por la tarde. Vistos el ritmo y la alegría con que la gente compra, consume y gasta, nadie diría que hubiese una crisis. La persona que iba conmigo ayer me comentaba, sorprendida, “La gente no se cree que haya crisis económica”. ¿Cómo lo van a hacer, si no se lo cree ni el gobierno!
Imbuido estaba en este frenesí comercial cuando, entre peña con bolsas de Zara, Mango y H&M, vi a una persona que me resultó familiar. Enseguida reconocí a un antiguo compañero de colegio, no un íntimo pero sí alguien con quien había compartido bastantes momentos. Da la casualidad de que, tras años sin vernos, hará unos días ya me lo encontré por la calle, pero él iba en coche y yo andando y no tuvimos ocasión de ponernos al día, solo de saludarnos con la cabeza (ya se sabe: el encuentro casual…). Esta vez lo vi y se paró conmigo, y curiosamente a sus pies enredaba un niño de poco más de un añito, vestido de bebé pijo.
Mi colega no es que fuera cani o bakala, su estilo tira más bien a clásico español (campo, toros, caballos, sabéis) pero ver a ese niñito ahí, tan primoroso, no sé... fue una estampa turbadora. Mi primera reacción fue pensar “alguien ha perdido a su hijo bebé, ¡qué malos padres!”, cuando veo que, tras saludarme, mi amigo coge al niño en brazos y lo zorrococlea.
Es entonces cuando yo me quedo sin habla y le digo, por dar fe de una obviedad: “¿Es tu, es tu… ¿criatura?” Sugerencia ridícula y monstruosa para mí, pero pensemos: estoy hablando con un señor de 30 años. Sí. ¿Cómo se llama? Tal y cual… Me afano por seguir el rastro de su dedo anular a ver si le veo una cosita, veo la banda dorada y pregunto: ¿Tú te casaste, no? Sí, hace cosa de año y pico. He estado viviendo un par de años en Uruguay y ya nos hemos venido, tú sabes, por culpa de este… dice mientras señala al rico retoño.
Un sudor frío me recorre la espalada. La madre está ahí dentro, haciendo unas comprillas (haciendo como que no hay crisis, pienso yo), y señala una joyería o una tienda de zapatos. Estupendo. Le doy la enhorabuena por partida doble (boda e hijo: han cantado Bingo, amigos), él me pregunta ¿Y tú qué tal? ¿Qué es de tu vida? Le hago somero resumen de mi currículum y me despido jovial, no sin antes reiterarle mi enhorabuena al papá.
Mientras me alejo, me vienen flashbacks de mis últimas salidas en pandilla con este chaval, de mi colegio, de antes. De antes. ¿Por qué me resulta tan extraño que un tipo de mi edad, con una carrera profesional (exactamente igual que yo) esté casado y con hijos? Tengo varios amigos que ya se han casado, otros viven en pareja hace años y tan contentos, pero he aquí el dato clave, amigos: ninguno tiene descendencia. En los tiempos que corren, es lo normal, pero lo otro (a nuestra generación nos parieron con veintitantos)… ¿por qué me resulta tan chocante?
A lo mejor la respuesta la encontramos en la camiseta de Naranjito que llevo puesta ahora mismo, pero sinceramente, no me da miedo ni me preocupa. Como decían los Byrds “para cada cosa hay un momento”.
Imbuido estaba en este frenesí comercial cuando, entre peña con bolsas de Zara, Mango y H&M, vi a una persona que me resultó familiar. Enseguida reconocí a un antiguo compañero de colegio, no un íntimo pero sí alguien con quien había compartido bastantes momentos. Da la casualidad de que, tras años sin vernos, hará unos días ya me lo encontré por la calle, pero él iba en coche y yo andando y no tuvimos ocasión de ponernos al día, solo de saludarnos con la cabeza (ya se sabe: el encuentro casual…). Esta vez lo vi y se paró conmigo, y curiosamente a sus pies enredaba un niño de poco más de un añito, vestido de bebé pijo.
Mi colega no es que fuera cani o bakala, su estilo tira más bien a clásico español (campo, toros, caballos, sabéis) pero ver a ese niñito ahí, tan primoroso, no sé... fue una estampa turbadora. Mi primera reacción fue pensar “alguien ha perdido a su hijo bebé, ¡qué malos padres!”, cuando veo que, tras saludarme, mi amigo coge al niño en brazos y lo zorrococlea.
Es entonces cuando yo me quedo sin habla y le digo, por dar fe de una obviedad: “¿Es tu, es tu… ¿criatura?” Sugerencia ridícula y monstruosa para mí, pero pensemos: estoy hablando con un señor de 30 años. Sí. ¿Cómo se llama? Tal y cual… Me afano por seguir el rastro de su dedo anular a ver si le veo una cosita, veo la banda dorada y pregunto: ¿Tú te casaste, no? Sí, hace cosa de año y pico. He estado viviendo un par de años en Uruguay y ya nos hemos venido, tú sabes, por culpa de este… dice mientras señala al rico retoño.
Un sudor frío me recorre la espalada. La madre está ahí dentro, haciendo unas comprillas (haciendo como que no hay crisis, pienso yo), y señala una joyería o una tienda de zapatos. Estupendo. Le doy la enhorabuena por partida doble (boda e hijo: han cantado Bingo, amigos), él me pregunta ¿Y tú qué tal? ¿Qué es de tu vida? Le hago somero resumen de mi currículum y me despido jovial, no sin antes reiterarle mi enhorabuena al papá.
Mientras me alejo, me vienen flashbacks de mis últimas salidas en pandilla con este chaval, de mi colegio, de antes. De antes. ¿Por qué me resulta tan extraño que un tipo de mi edad, con una carrera profesional (exactamente igual que yo) esté casado y con hijos? Tengo varios amigos que ya se han casado, otros viven en pareja hace años y tan contentos, pero he aquí el dato clave, amigos: ninguno tiene descendencia. En los tiempos que corren, es lo normal, pero lo otro (a nuestra generación nos parieron con veintitantos)… ¿por qué me resulta tan chocante?
A lo mejor la respuesta la encontramos en la camiseta de Naranjito que llevo puesta ahora mismo, pero sinceramente, no me da miedo ni me preocupa. Como decían los Byrds “para cada cosa hay un momento”.
4 comentarios:
Mi madre me soltó un día: "pues a tu edad ya os tenía yo a las tres. A ver cuando me haces abuela".Y se quedó tan a gusto.
Las chicas hoy, nos debatimos entre prepararnos bien, estabilizarnos laboralmente y no dejar de lado el reloj biológico. Total, que cuando te vienes a dar cuenta estas en los treinta y tus padres achuchando para ser abuelos.
Tic, tac, tic, tac,...
P.D.: Lo que parece la canción nueva de Madonna, pretendía ser mi reloj biológico de fondo en este comentario...
En mi caso cercano a la treintena, vivo en un claro peterpanismo post-erasmus (y eso que nunca lo hice!) donde, aunque haya adquirido nuevas responsabilidades como trabajar, hacer la declaracion de la renta o lidiar con compañias de gas o con caseros impertinentes, sigo instalado en una vida donde los hijos se ven lejanos y la decision mas cercana es a que restaurante voy a ir a comer este fin de semana y que viaje voy a hacer el proximo mes... Una cosa que me consuela es que tengo amigos mas cercanos a los cuarenta que estan en situaciones muy parecidas.
MADRE MÍA,Y YO QUE ME DEBATO ENTRE COMPRARME EL ATT-VINTAGE DE STAR WARS O NO?
MIEDO ME DAS..........
Pues que adelantá he sido yo, antes de los 30 con dos churumbeles.
Mae mía, me gustaría tener vuestros problemas.
¡Quien me iba a coger ahora, si volviera atrás!
Ojo, que no cambiaria a mis dos estrellas por ná, ahora que las tengo.
Después cuando tenga nietos, me van a decir que abuela más joven. (Quién no se consuela es porque no quiere)
Ralip
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