“-¿Por qué habla usted así? ¿Acaso es catedrático, o cómico, o se cree que está en la radio?
-No, señora: soy británico.”
(El mundo está loco, loco, loco)
Siempre he sido consciente de que hablando digo muchas tonterías: no es casual. A ver si ahora os creéis que no me doy cuenta. No lo hago por dármelas de gracioso –bien lo sabe Dios- pero es cierto que sé el efecto que causan muchas de las cosas que digo en determinadas personas, que me gusta compartirlo con ellas, reírme y hacerles reír un poquito si puedo. A las muchísimas otras personas que no les hago gracia hablando, les hablo como si fuese catedrático, o cómico, o como si estuviera en la radio.
Teniendo siempre muy presente el decoro, los diferentes contextos y registros, etc, es posible que una misma persona hable de forma muy distinta cuando se encuentra antes muy distintos interlocutores: entorno familiar, laboral, religioso, los amigos… y aún en estas categorías es posible la variación (no hablaré con mis compis de trabajo igual cuando estamos en una reunión formal que cuando estamos de cena los jueves, for instance).
Pero a mí me gusta quebrar un poquito estas reglas, en la extrañeza está lo interesante, y (siempre que no incurra en la falta de respeto o la metedura de pata), sí que me gusta deslizar palabras y expresiones coloquiales en contextos más formales o viceversa: la sonrisa –en muchos casos- está asegurada, y eso es algo que mola bastante.
Sin embargo, que alguien se ría contigo no es sinónimo de que le gustes a ese alguien o de que le caigas bien. Esta es una lección que se aprende en la vida a base de muchos palos, de muchas incongruencias y bochornos. Afortunadamente, la mitad o más de la gente a la que considero amigos están en la misma onda: si no hablan diciendo chorradas al menos no pestañean al escucharlas y compartimos un código común de muletillas, anécdotas, motes para gente, chistes privados, gracietas y palabrario más o menos raroide. Muchos de ellos acaban adoptando mis expresiones, pero lo importante es que yo las mías a mi vez las he sacado (en el 90% de los casos) de otras personas! ¿No es algo maravilloso?
Lo que más ilusión me hace del caso es cuando retomo el contacto o paso tiempo con personas con las que estuve muy unido en el pasado pero que ahora tenemos menos roce, debido a las vueltas que da la vida. Ocurre así que esa gente todavía recuerda las muletillas, chistes o gracietas de aquella época de complicidad común, y los asocian a ti. Entonces despiertan palabras que llevaban dormidas en el cerebro muchísimo tiempo, que cobran vida al volver la relación. Lo artístico del tema es que te vengan con estas palabrejas tan tuyas pero a la vez tan extrañas, porque ¿cómo le digo a esta persona que YO YA NO HABLO ASÍ?
La sangre no llega al río, hay ocasiones en las que uno dice “¿Cómo podía ir yo por la vida diciendo esta cagada?”, pero las más de las veces lo que te entra es cariño y nostalgia buena al recordar –por asociación- la época a la que te retrotraen las olvidadas expresiones. Esto es precisamente lo que me ha pasado últimamente al pasar tiempo con una amiga de la época en que viví en Estados Unidos: allí éramos compañeros de trabajo y de estudios, vecinos de la misma calle y acabamos siendo amigos. Allí salíamos a una docena de carcajadas diarias el día que menos nos reíamos, ante tantísimas situaciones, personajacos y anécdotas como nos tocó torear y vivir.
Entonces, si mi amiga me viene a día de hoy imitando el tono de voz de un profesor de 5º de carrera en el que yo hacía seis años que no pensaba, o me salta con un mote en desuso para un compañero, o simplemente usa una de esas palabras (equivalente a estas de “oro” o “canela” que digo ahora) que ya he dado al olvido, primero me extraño, luego me río y finalmente me entra una ternura extraordinaria. No se trata de vivir en el pasado como el Gran Lebowski (a quien tantas frases debo, casi tantas como a Chris Elliott) ni de añorar otros tiempos con percepción distorsionada, pero el efecto es fascinante, como pueda ser el encontrarse un buen día con una caja de galletas llena de fotos antiguas o con un email correcto y cariñoso de una ex novia.
He pasado el fin de semana hablando como si estuviera en el 2003 y tuviera seis o siete años menos (gracias a Dios, no pensando así), y aunque ha sido una experiencia pintoresca, no volvería a esa época porque ya la doy por cerrada. La buena noticia es que la empatía no acaba aquí: mi amiga y yo seguimos construyendo significado en nuestra relación y no nos limitamos a las batallitas en plan nostalgia. Cada día se crean y se destruyen nuevas expresiones, ocurren anécdotas y se añade en nuestro panteón particular a nuevos “dioses” (como llamábamos entonces a los “personajes”).
Gracias al blog hoy puedo expresarme con total libertad (bien que por escrito) en un lenguaje muy cercano a la forma en que funciona mi mente cuando está pensando. Gracias a estas líneas vosotros lectores entráis en mi cerebro y yo en el vuestro, en lo que constituye un raro placer y privilegio. De vosotros aprendo mucho vía vuestros comentarios, pero ¿a qué vosotros también sacáis de aquí bastantes palabrejas? Y que dure la cosa.
-No, señora: soy británico.”
(El mundo está loco, loco, loco)
Siempre he sido consciente de que hablando digo muchas tonterías: no es casual. A ver si ahora os creéis que no me doy cuenta. No lo hago por dármelas de gracioso –bien lo sabe Dios- pero es cierto que sé el efecto que causan muchas de las cosas que digo en determinadas personas, que me gusta compartirlo con ellas, reírme y hacerles reír un poquito si puedo. A las muchísimas otras personas que no les hago gracia hablando, les hablo como si fuese catedrático, o cómico, o como si estuviera en la radio.
Teniendo siempre muy presente el decoro, los diferentes contextos y registros, etc, es posible que una misma persona hable de forma muy distinta cuando se encuentra antes muy distintos interlocutores: entorno familiar, laboral, religioso, los amigos… y aún en estas categorías es posible la variación (no hablaré con mis compis de trabajo igual cuando estamos en una reunión formal que cuando estamos de cena los jueves, for instance).
Pero a mí me gusta quebrar un poquito estas reglas, en la extrañeza está lo interesante, y (siempre que no incurra en la falta de respeto o la metedura de pata), sí que me gusta deslizar palabras y expresiones coloquiales en contextos más formales o viceversa: la sonrisa –en muchos casos- está asegurada, y eso es algo que mola bastante.
Sin embargo, que alguien se ría contigo no es sinónimo de que le gustes a ese alguien o de que le caigas bien. Esta es una lección que se aprende en la vida a base de muchos palos, de muchas incongruencias y bochornos. Afortunadamente, la mitad o más de la gente a la que considero amigos están en la misma onda: si no hablan diciendo chorradas al menos no pestañean al escucharlas y compartimos un código común de muletillas, anécdotas, motes para gente, chistes privados, gracietas y palabrario más o menos raroide. Muchos de ellos acaban adoptando mis expresiones, pero lo importante es que yo las mías a mi vez las he sacado (en el 90% de los casos) de otras personas! ¿No es algo maravilloso?
Lo que más ilusión me hace del caso es cuando retomo el contacto o paso tiempo con personas con las que estuve muy unido en el pasado pero que ahora tenemos menos roce, debido a las vueltas que da la vida. Ocurre así que esa gente todavía recuerda las muletillas, chistes o gracietas de aquella época de complicidad común, y los asocian a ti. Entonces despiertan palabras que llevaban dormidas en el cerebro muchísimo tiempo, que cobran vida al volver la relación. Lo artístico del tema es que te vengan con estas palabrejas tan tuyas pero a la vez tan extrañas, porque ¿cómo le digo a esta persona que YO YA NO HABLO ASÍ?
La sangre no llega al río, hay ocasiones en las que uno dice “¿Cómo podía ir yo por la vida diciendo esta cagada?”, pero las más de las veces lo que te entra es cariño y nostalgia buena al recordar –por asociación- la época a la que te retrotraen las olvidadas expresiones. Esto es precisamente lo que me ha pasado últimamente al pasar tiempo con una amiga de la época en que viví en Estados Unidos: allí éramos compañeros de trabajo y de estudios, vecinos de la misma calle y acabamos siendo amigos. Allí salíamos a una docena de carcajadas diarias el día que menos nos reíamos, ante tantísimas situaciones, personajacos y anécdotas como nos tocó torear y vivir.
Entonces, si mi amiga me viene a día de hoy imitando el tono de voz de un profesor de 5º de carrera en el que yo hacía seis años que no pensaba, o me salta con un mote en desuso para un compañero, o simplemente usa una de esas palabras (equivalente a estas de “oro” o “canela” que digo ahora) que ya he dado al olvido, primero me extraño, luego me río y finalmente me entra una ternura extraordinaria. No se trata de vivir en el pasado como el Gran Lebowski (a quien tantas frases debo, casi tantas como a Chris Elliott) ni de añorar otros tiempos con percepción distorsionada, pero el efecto es fascinante, como pueda ser el encontrarse un buen día con una caja de galletas llena de fotos antiguas o con un email correcto y cariñoso de una ex novia.
He pasado el fin de semana hablando como si estuviera en el 2003 y tuviera seis o siete años menos (gracias a Dios, no pensando así), y aunque ha sido una experiencia pintoresca, no volvería a esa época porque ya la doy por cerrada. La buena noticia es que la empatía no acaba aquí: mi amiga y yo seguimos construyendo significado en nuestra relación y no nos limitamos a las batallitas en plan nostalgia. Cada día se crean y se destruyen nuevas expresiones, ocurren anécdotas y se añade en nuestro panteón particular a nuevos “dioses” (como llamábamos entonces a los “personajes”).
Gracias al blog hoy puedo expresarme con total libertad (bien que por escrito) en un lenguaje muy cercano a la forma en que funciona mi mente cuando está pensando. Gracias a estas líneas vosotros lectores entráis en mi cerebro y yo en el vuestro, en lo que constituye un raro placer y privilegio. De vosotros aprendo mucho vía vuestros comentarios, pero ¿a qué vosotros también sacáis de aquí bastantes palabrejas? Y que dure la cosa.
7 comentarios:
. Cada día se crean y se destruyen nuevas expresiones
HALA, YA TENGO FRASE DE LA SEMANA. GRACIAS :- >>
BUEN POST, PORERROR. SABES QUE YO TAMBIÉN SOY DE LOS QUE ADORAN A DIOSES PARECIDOS Y EN MUCHOS CASOS IGUALES A LOS TUYOS.
CUIDESE.
Jonio! Me encantó!
"¿a qué vosotros también sacáis de aquí bastantes palabrejas?"...pues si, unas cuantas...
A Sab y a mi se puede decir que nos está pasando algo parecido, porque con esto del facebook hemos retomado el contacto con un colega del barrio y los recuerdos,expresiones y chistes están resurgiendo como amapolas en primavera...v.gr: a kein!!, importis??
Un beso fuerte.Almu.
Mola...Josemari.
niego la mayor: en mi opinion (y creo conocerte minimamente) eres de las personas que conozco que menos tonterias dice. Otra cosa es que me ria con lo que dices, pero no porque digas tonterias, sino porque a mi la descripcion de la realidad me produce risa.
A seguir asi!
k
Canela el post :)
Silvia
UN POST MUY GRANDE,HIJOMIO...
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