Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Tormenta sobre Alejandría


-“¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo. El Minotauro apenas se defendió.”
(Jorge Luis Borges)





Bien sabéis que los médicos me tienen prohibidísimos los libros largos: 200 páginas son la zona del confort, hasta 300 las miro con desconfianza, y más allá solo consumo volúmenes mediante estricta prescripción facultativa. Esta puede venir en forma de excelentes críticas, el estatus de “clásico”, o la recomendación de personas especiales. En el caso que hoy me ocupa se daban dos de tres (el clasicismo le está vedado a un autor vivo, vous comprenez), y por eso me zambullí sin pensármelo dos veces en Tormenta sobre Alejandría (2009), la última novela de Luis Manuel Ruiz, que tiene más de 400 páginas.

Vaya por delante otra advertencia: nunca leo novela histórica. El propio autor puso un disclaimer en su blog contando que no había pretendido hacer “novela histórica” (esa lacra que azota los anaqueles de nuestras librerías), sino una novela de intriga en la historia, esto es, ambientada en la Antigüedad. Me parece razonable, lo primero que se me viene a la cabeza es El nombre de la rosa (1980), que casualmente es mi libro favorito (y eso es decir algo). La novela de Umberto Eco es un referente constante en Tormenta sobre Alejandría. El otro gran referente (al menos moral) es Jorge Luis Borges, con sus cuentitos sobre bibliotecas y sobre laberintos.


¿De qué trata, pues, Tormenta sobre Alejandría? La historia es simple: en la Alejandría de los albores del siglo V d.C., una ciudad rebullente con la consolidación del cristianismo y los sustratos clásicos filosófico y pagano, que formaba parte del problemático Imperio Romano de Oriente, se suceden una serie de crímenes de filiación teológico-libresca. El encargado –a su pesar- de aclararlos es el Duque Demeas, cargo que Luis Manuel Ruiz asemeja más a un detective moderno que a un gobernador militar de la plaza, en una de las muchas licencias que el autor dice haberse tomado.

A partir de aquí se sucede una trama adictiva a la que ningún resumen podrá hacer justicia, aparte de que no tengo ningún interés en desvelar los varios misterios en los que descansa (unos más sorprendentes que otros, que hasta yo pude prever). Si se me permite el símil, la lectura de Tormenta sobre Alejandría resulta igual que montarse en una de esas atracciones tipo montaña rusa acuática: la cosa tarda un ratito en subir y parece que no es nada, pero una vez alcanza la cima no hay vuelta atrás: la caída es adrenalínica, y todo el mundo termina salpicado de gusto.



De igual modo, esta novela tiene tres partes, con la primera tardé en involucrarme (¿defecto mío al no estar acostumbrado a las obras largas?) pero poco a poco la cosa se va animando, y ya el último tercio del libro me resultó tan urgente que me lo leí casi de un tirón. La resolución de Tormenta es altamente satisfactoria, y me atrevería a decir que no deja ni un solo cabo suelto, pese a haber ido sembrando toda la historia de miguitas de pan que corrían el riesgo de quedar olvidadas. Con todo, la trama es meritoria pero la excelencia del libro no reside en ella, sino en su uso del lenguaje.

He oído y leído frecuentes alabanzas a los personajes construidos por Luis Manuel Ruiz para Tormenta sobre Alejandría, y no hay injusticia en ellas. El “óptimo Duque”, un tipo amargado que parece transplantado de la novela negra, la siempre estimulante Clea, esclava nórdica en Egipto, la hipermediática Hipatia, no tan abierta de mente como cabría suponer, el “honorable Lámaco”, anciano inteligente pero repugnante, y toda una galería de secundarios (obispo Cirilo, el director del Museo, el Venerable Hilario) de los que mi favorito ha sido el paniaguado Pólux Poncio, un aprendiz de detective tocahuevos en el mejor sentido de la palabra.


Los personajes, then, canela, pero la medalla de oro se la lleva el estilo, el lenguaje, como ya he dicho. Luis Manuel Ruiz es dado a la frase lapidaria, a la imagen y el símil, a descripciones que otro hubiera hecho naufragar pero de las que él sale victorioso dados su vasta cultura y léxico. En una docena de ocasiones he debido acudir al diccionario de la RAE mientras leía Tormenta, y eso es algo que en mi planeta supone un grandísimo elogio. La voz del narrador de la novela impone un tono entre lo descreído y lo fascinado, y no entro en más cuestiones narratológicas para no revelar ningún secreto.

Doy por hecho que la ambientación histórica (en ese mundo egipcio/griego/romano) es excelente, salvadas las morcillas que el autor ya ha confesado. En realidad da igual siempre que la obra sea buena, como cuando en los tiempos de Shakespeare salía un pavo con un letrero que ponía “Verona” y ya teniámos ambientada Romeo y Julieta. Yo no me voy a meter en si las pibas de esos años llevaban peplo o quitón, o si tal o cual cita corresponde a Crantor el Solense o a Diógenes Laercio. Y sin embargo, el debate intelectual que presta armazón a toda la novela, hace que Tormenta se pueda disfrutar a distintos niveles intelectuales, lo mismo que El nombre de la rosa, que es su modelo. Aquí también hay una bibilioteca (la de Alejandría), libros prohibidos, herejías, discusiones teológicas, asesinatos bizarros...


¿Y Borges? Están el laberinto, la biblioteca, la bibliofilia, la erudición hereje, y un cierto deje en el estilo que, según le dé la luz, tiene regusto al argentino. Ya lo dijo Umberto Eco: “Ciego más biblioteca igual a Borges”. Una última cautela antes de exhortaros a que dejéis lo que estéis haciendo y corráis a comprar Tormenta sobre Alejandría. Sería ridículo no hablar de Ágora (2009) en relación a esta novela, tanto como basar su crítica en una comparación entre ambas. El buen Luis Manuel Ruiz tenía ya la obra pensada y bien empezada cuando supo de la existencia de la peli de Amenábar, en broma comenta que barajó el suicidio y al final optó –filosóficamente- por continuar con su novela que, ni es la vida de Hipatia ni es un panfleto anticristiano.

Pero sale Hipatia, y el autor me perdonará que yo me la imagine como Rachel Weisz en vez de pelirroja como él la pinta. Leed Tormenta sobre Alejandría sin prejuicios, pues no tiene (casi) nada que ver con Ágora, lo mismo que El día más largo (1962) no tiene nada que ver con Soldado Ryan (1998) más allá de cuatro nombres o fechas. Leed esta novela porque en una época en la que hay gente por ahí diciendo que no entiende cómo se compran, leen y atesoran libros viene de putísima madre un loco que te recuerde con tanto estilo por qué lo seguimos haciendo, igual que hace diecisiete siglos.

1 comentario:

VOLKSTURM dijo...

TORMENTA SOBRE ALEJANDRÍA,QUÉ TÍTULO TAN MILITAR PARA UN LIBRO DE INTRIGAS BIBLIOTECARIAS

 
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