Queridos amigos:
No sabéis las ganas que tenía de escribir el post de hoy. Eran directamente proporcionales a las ganas que tenía de leer a ese gran cuentista peruano llamado Julio Ramón Ribeyro (1929-1994). Ahora que no nos oye nadie, diremos que la literatura de Ribeyro es un excelente exponente del relato hispanoamericano de los años 50-70, pero que debemos contarlo en la “segunda división”. El Señor me perdone y no se vea aquí ninguna injuria hacia su persona o su obra. Antes bien, constato que su figura palidece un pelín ante la de grandes como Cortázar o Juan Rulfo, pero a lo mejor resulta que la Academia (entendida como el ámbito universitario y cultureta) no lo ha reivindicado lo suficiente.
Hace 8 años, una compañera y amiga me decía con su graciosa voz: “Tienes que leer a Ribeyro, con i griega!” La aclaración no era ociosa: al autor lo desconocía, y al precisarme la grafía ella me estaba facilitando su localización. Pero en aquellos años yo leía muchas tonterías que entonces me parecían importantísimas (como pasa siempre) y no leí a Ribeyro. Hasta el mes pasado. Se me había olvidado un dato importante: mi amiga es profesora de Lengua y Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Navarra… y esa gente entiende de libros, ¿no?
Devoro Cuentos (1999), una antología editada por mis gurús Cátedra-Letras Hispanicas. No me lo termino antes porque no quiero que se acabe el deleite. Confieso que una de las mayores fuerzas motrices que me impulsaban a finalizar el libro era el estar en disposición de escribir aquí y compartirlo con vosotros. El volumen de Cátedra reúne diecisiete cuentos de distintas épocas y procedencias, suficiente, creo, para hacerse una idea de la tesitura del escritor peruano. Algunos son de sudaca expatriado en París, onda su compatriota Bryce Echenique o Cortázar. Otros son costumbristas peruanos, alguno rayando en el juanrulfismo (si se me permite la frivolidad).
Todos, absolutamente, me parecen magistrales. Sé que está muy feo andar comparando cosas, incluso escritores, pero entended que es un recurso lícito en literatura, para hacernos una idea de por dónde nos movemos, en ningún caso para sugerir que haya sombra de plagio o que los estilos se parezcan. La voz de Ribeyro es distinta, irónica, descreída, a ratos pesimista a ratos meramente cronista objetivo. Pero él suele poner la cámara en los estratos medio-bajos de la sociedad (cuando pica hacia arriba es para exponer los vicios), siendo por tanto un maestro en pintar lo malogrado y lo mediocre.
Dos de sus cuentos más famosos, “Los gallinazos sin plumas” y “Silvio en el Rosedal” servirían ya para caracterizar el estilo y la paleta temática de Ribeyro, pero no se agota ahí la cuentística del peruano. Yo destacaría “La juventud en la otra orilla”, extenso relato parisino de inspiración entre Cortázar y Henry James que pese a tener 36 páginas devoré en apenas media hora. Otros cuentos que me han sobrecogido son “Las botellas y los hombres” y “Tristes querellas en la vieja quinta”. Son una delicia pura: te tienen en vilo, están escritos de modo virtuoso, y te dejan con una sensación de desazón e intriga propia de los buenos cuentos, sin sentir que te han tomado el pelo.
Podría citar aquí otros relatos, llamativos por su alarde de técnica pero en fin, creo que lo mejor es que cada cual se haga con sus favoritos personales. Los cuentos de Ribeyro están disponibles de modo bastante fácil, no sé si detecto un intento de rehabilitar/dar a conocer su figura para que ocupe un lugar destacado en el panteón sudamericano del siglo XX. Además de la citada Cátedra, he visto a Ribeyro en Austral-Espasa Calpe, Alfaguara y Seix-Barral. Recuerdo que en diciembre de 2009 el suplemento cultural del ABC o El País le dedicó un reportaje. Estatuas Verdes, vuestro referente cultural (siempre un paso por detrás de la actualidad), también os lo recomienda de modo especialísimo. Ya sabéis: “con i griega”.
No sabéis las ganas que tenía de escribir el post de hoy. Eran directamente proporcionales a las ganas que tenía de leer a ese gran cuentista peruano llamado Julio Ramón Ribeyro (1929-1994). Ahora que no nos oye nadie, diremos que la literatura de Ribeyro es un excelente exponente del relato hispanoamericano de los años 50-70, pero que debemos contarlo en la “segunda división”. El Señor me perdone y no se vea aquí ninguna injuria hacia su persona o su obra. Antes bien, constato que su figura palidece un pelín ante la de grandes como Cortázar o Juan Rulfo, pero a lo mejor resulta que la Academia (entendida como el ámbito universitario y cultureta) no lo ha reivindicado lo suficiente.
Hace 8 años, una compañera y amiga me decía con su graciosa voz: “Tienes que leer a Ribeyro, con i griega!” La aclaración no era ociosa: al autor lo desconocía, y al precisarme la grafía ella me estaba facilitando su localización. Pero en aquellos años yo leía muchas tonterías que entonces me parecían importantísimas (como pasa siempre) y no leí a Ribeyro. Hasta el mes pasado. Se me había olvidado un dato importante: mi amiga es profesora de Lengua y Doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Navarra… y esa gente entiende de libros, ¿no?
Devoro Cuentos (1999), una antología editada por mis gurús Cátedra-Letras Hispanicas. No me lo termino antes porque no quiero que se acabe el deleite. Confieso que una de las mayores fuerzas motrices que me impulsaban a finalizar el libro era el estar en disposición de escribir aquí y compartirlo con vosotros. El volumen de Cátedra reúne diecisiete cuentos de distintas épocas y procedencias, suficiente, creo, para hacerse una idea de la tesitura del escritor peruano. Algunos son de sudaca expatriado en París, onda su compatriota Bryce Echenique o Cortázar. Otros son costumbristas peruanos, alguno rayando en el juanrulfismo (si se me permite la frivolidad).
Todos, absolutamente, me parecen magistrales. Sé que está muy feo andar comparando cosas, incluso escritores, pero entended que es un recurso lícito en literatura, para hacernos una idea de por dónde nos movemos, en ningún caso para sugerir que haya sombra de plagio o que los estilos se parezcan. La voz de Ribeyro es distinta, irónica, descreída, a ratos pesimista a ratos meramente cronista objetivo. Pero él suele poner la cámara en los estratos medio-bajos de la sociedad (cuando pica hacia arriba es para exponer los vicios), siendo por tanto un maestro en pintar lo malogrado y lo mediocre.
Dos de sus cuentos más famosos, “Los gallinazos sin plumas” y “Silvio en el Rosedal” servirían ya para caracterizar el estilo y la paleta temática de Ribeyro, pero no se agota ahí la cuentística del peruano. Yo destacaría “La juventud en la otra orilla”, extenso relato parisino de inspiración entre Cortázar y Henry James que pese a tener 36 páginas devoré en apenas media hora. Otros cuentos que me han sobrecogido son “Las botellas y los hombres” y “Tristes querellas en la vieja quinta”. Son una delicia pura: te tienen en vilo, están escritos de modo virtuoso, y te dejan con una sensación de desazón e intriga propia de los buenos cuentos, sin sentir que te han tomado el pelo.
Podría citar aquí otros relatos, llamativos por su alarde de técnica pero en fin, creo que lo mejor es que cada cual se haga con sus favoritos personales. Los cuentos de Ribeyro están disponibles de modo bastante fácil, no sé si detecto un intento de rehabilitar/dar a conocer su figura para que ocupe un lugar destacado en el panteón sudamericano del siglo XX. Además de la citada Cátedra, he visto a Ribeyro en Austral-Espasa Calpe, Alfaguara y Seix-Barral. Recuerdo que en diciembre de 2009 el suplemento cultural del ABC o El País le dedicó un reportaje. Estatuas Verdes, vuestro referente cultural (siempre un paso por detrás de la actualidad), también os lo recomienda de modo especialísimo. Ya sabéis: “con i griega”.
1 comentario:
Muy interesante. Lo apuntaré para este verano, que tus últimas recomendaciones literarias (Bonilla,"Órbita"...) me han gustado mucho...
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