Ocurrió este viernes. Ahora se verá. Como diría Arrabal, ustedes conocen mejor que yo la historia de Marcel Proust y la magdalena. Sí, hombre, eso que cuenta al principio de su amenísima obra En busca del tiempo perdido I: Por el camino de Swann (1913), de que resulta que no se podía acordar de su infancia en Combray. Hasta que de pronto le da por comerse un bollito mojado en té y al percibir su sabor le vino en torrente todo el caudal de recuerdos que le dieron para escribir nada menos que siete novelas.
Y esto es así por la asociación de sensaciones, resulta que Marcelito no tomaba magdalenas con té desde la niñez, y al recobrar la percepción del bollo años atrás su mente desalojó los recuerdos de la pretérita época.
Hablando de todo un poco, el viernes acudí a FNAC con el sano propósito de adquirir en vinilo el disco Appetite for Destruction (1987), que recordaba haber visto en otras visitas a la tienda. Pero está más que comprobado que en temas de compras no se puede dejar nada para luego. Llego el viernes a la sección de vinilos y –claro- el disco no estaba. Luego, para darme la puntilla escuché una conversación casual entre dos jovenzuelos, él decía “¿Guns n’ Roses, no te suena el nombre?”. Ella negaba y le preguntaba “¿Cómo dices que se llaman?” “Guns n’ Roses”. Tuve que bajar la cabeza con pesadumbre.
Pero hete aquí que hubo un disco que sí vi y que no esperaba encontrarme. Su portada –que por demás, no deja indiferente a nadie- me saltó al ojo como el sustituto perfecto a lo que andaba buscando. Era nada más y nada menos que el In Utero (1993) de Nirvana. Lo compré (ya lo tengo en CD pero, ¿quién se priva?) y en cuanto llegué a mi casa me puse a escucharlo. No es que no lo hubiera vuelto a escuchar desde los noventa pero seguro que nunca repanchingado en un sofá y con unos auriculares tan buenos.
Y entonces se obró en mí –oh, milagro- un proceso semejante a lo que le ocurrió a Don Marcel con su magdalenita. De golpe y porrazo se me vino encima todo el año 1993 (tenía uno quince añitos, que está hasta feo decirlo). Me acordé de mi amigo diciendo que la música de Nirvana era “preciosa” (a mí me parecía ruido). Me acordé de las infinitas veces que fui al Virgin Megastore a escucharlo en la tienda y de cómo no lo aguantaba y dejaba los cascos en la primera canción por parecerme demasiado estridente. Me acordé de cómo me fui forzando poco a poco a soportar esa canción, en lo que llegó a convertirse en un placer culpable.
Me acordé de la primera vez que escuché la canción “Heart Shaped Box” por la radio, que pensé “¿Esto está permitido?” También de ver el videoclip en la MTV, en el programa de Beavis and Butthead. Recordé mi viaje a Londres de aquel verano y también muchas otras cosas que me ocurrieron en 1993.
Vi las últimas elecciones que ganó Felipe González, vi cómo se hablaba de crisis económica por todas partes, reviví las odiosas mañanas de 1º de BUP, volví a la habitación de otro colega que se compró el libro de las partituras de In Utero para guitarra, y cómo yo me quedaba ronco tratando de cantar “Frances Farmer Hill Have Her Revenge On Seattle”. Vi la letra de “Rape Me”, que me aprendí de memoria (y la de “Serve the Servants”, “Dumb”, “Penniroyal Tea”, etc). Vi a un niño a punto de dejar de serlo, cuya Santísima Trinidad musical de Beatles, Rolling Stones y Queen se le empezaba a tambalear.
Vi otra vez Atrapado en el tiempo (con Bill Murray), vi una clase de Lengua Española en la que me hicieron leer a Cortázar, y a Eduardo Mendoza, y a los Nueve Novísimos. Vi mis clases de Inglés de por las tardes, entre cuchicheos, comentando emocionados La lista de Schindler.
Entonces, de sopetón, aquel Aleph sonoro se paró en seco: se había terminado la Cara A del disco. ¡Bendito vinilo, que había que darle la vuelta! (como bien pregonaban los Payasos de la Tele). Me levanté, giré el disco y me dispuse a sumergirme en el resto del banquete. Ni magdalenas, ni galletas, ni leche migá. Aún me quedaba toda la Cara B del In Utero para regresar a 1993.
Y esto es así por la asociación de sensaciones, resulta que Marcelito no tomaba magdalenas con té desde la niñez, y al recobrar la percepción del bollo años atrás su mente desalojó los recuerdos de la pretérita época.
Hablando de todo un poco, el viernes acudí a FNAC con el sano propósito de adquirir en vinilo el disco Appetite for Destruction (1987), que recordaba haber visto en otras visitas a la tienda. Pero está más que comprobado que en temas de compras no se puede dejar nada para luego. Llego el viernes a la sección de vinilos y –claro- el disco no estaba. Luego, para darme la puntilla escuché una conversación casual entre dos jovenzuelos, él decía “¿Guns n’ Roses, no te suena el nombre?”. Ella negaba y le preguntaba “¿Cómo dices que se llaman?” “Guns n’ Roses”. Tuve que bajar la cabeza con pesadumbre.
Pero hete aquí que hubo un disco que sí vi y que no esperaba encontrarme. Su portada –que por demás, no deja indiferente a nadie- me saltó al ojo como el sustituto perfecto a lo que andaba buscando. Era nada más y nada menos que el In Utero (1993) de Nirvana. Lo compré (ya lo tengo en CD pero, ¿quién se priva?) y en cuanto llegué a mi casa me puse a escucharlo. No es que no lo hubiera vuelto a escuchar desde los noventa pero seguro que nunca repanchingado en un sofá y con unos auriculares tan buenos.
Y entonces se obró en mí –oh, milagro- un proceso semejante a lo que le ocurrió a Don Marcel con su magdalenita. De golpe y porrazo se me vino encima todo el año 1993 (tenía uno quince añitos, que está hasta feo decirlo). Me acordé de mi amigo diciendo que la música de Nirvana era “preciosa” (a mí me parecía ruido). Me acordé de las infinitas veces que fui al Virgin Megastore a escucharlo en la tienda y de cómo no lo aguantaba y dejaba los cascos en la primera canción por parecerme demasiado estridente. Me acordé de cómo me fui forzando poco a poco a soportar esa canción, en lo que llegó a convertirse en un placer culpable.
Me acordé de la primera vez que escuché la canción “Heart Shaped Box” por la radio, que pensé “¿Esto está permitido?” También de ver el videoclip en la MTV, en el programa de Beavis and Butthead. Recordé mi viaje a Londres de aquel verano y también muchas otras cosas que me ocurrieron en 1993.
Vi las últimas elecciones que ganó Felipe González, vi cómo se hablaba de crisis económica por todas partes, reviví las odiosas mañanas de 1º de BUP, volví a la habitación de otro colega que se compró el libro de las partituras de In Utero para guitarra, y cómo yo me quedaba ronco tratando de cantar “Frances Farmer Hill Have Her Revenge On Seattle”. Vi la letra de “Rape Me”, que me aprendí de memoria (y la de “Serve the Servants”, “Dumb”, “Penniroyal Tea”, etc). Vi a un niño a punto de dejar de serlo, cuya Santísima Trinidad musical de Beatles, Rolling Stones y Queen se le empezaba a tambalear.
Vi otra vez Atrapado en el tiempo (con Bill Murray), vi una clase de Lengua Española en la que me hicieron leer a Cortázar, y a Eduardo Mendoza, y a los Nueve Novísimos. Vi mis clases de Inglés de por las tardes, entre cuchicheos, comentando emocionados La lista de Schindler.
Entonces, de sopetón, aquel Aleph sonoro se paró en seco: se había terminado la Cara A del disco. ¡Bendito vinilo, que había que darle la vuelta! (como bien pregonaban los Payasos de la Tele). Me levanté, giré el disco y me dispuse a sumergirme en el resto del banquete. Ni magdalenas, ni galletas, ni leche migá. Aún me quedaba toda la Cara B del In Utero para regresar a 1993.
5 comentarios:
PUES NO TE QUIERO CONTAR LO QUE LE HUBIERA PASADO A DON MARCEL SI SE HUBIERA COMIDO UN MUFFIN. SEGURAMENTE HUBIERA COMPUESTO UN "IN UTERO" A PRINCIPIOS DE SIGLO XX.
POR CIERTO, EL BUEN HOMBRE CUMPLÍA AÑOS EL MISMO DÍA QUE YO...
Joputa! Iba a hablar de magdalenas en mi blog... por otra cosa, está claro, pero ya se me han quitado las ganas... ;)
Míticos esos dos discos...Qué tiempos al escuchar ese poderoso redoble de tambor de "Scentless Apprentice" mas esas poderosas guitarras capaces de derribar los muros de Jericó...Ay, se pone uno nostálgico...
de verdad que han pasado tantos años desde todo eso?? jo!, como pasa el tiempo....
Ooops, se me había pasado este post... :-( ¡Qué grande, Porerror!
Son famosas las magdalenas de Proust, ¿no? ;-)
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"Mojando magdalenas
como hacía mi amigo Marcel en ginebra,
con la g pequeña, un desayuno con fuerza."
Grupo de Expertos Solynieve, "Alegato Meridional"
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