-“Decidir aguantar en el camino…”
(Nuria Fergó)
Cuenta la leyenda que un buen día que estaba aburrido, Santiago Apóstol decidió diseminar por el Camino que lleva su nombre una jauría de pastores alemanes asesinos para alegrar a los peregrinos con sus bonitos colmillos. Y a mí me salieron al paso todos.
Pero no solo perricos encuentra uno en el Camiño, el animal más frecuente es la vaca, seguido muy de cerca de la gallina. Gallinas por las calles, ¿a quién no le hacen gracia? ¿Y las vacas? No así sus enormes cagadas del tamaño de sombreros de picador y consistencia problemática. Y así y todo lo mejor del Camino es la gente que te encuentras, personajes en un grado de densidad tal que mi colega Kike y yo llegamos a la conclusión de que para ponerte a caminar ya hay –de entrada- que tener un toque dado. Sería tedioso a la par que imposible referir aquí a todos los que me he cruzado, pero no puedo cerrar esta serie de posts sin acordarme de tres en especial.
El primero, por orden cronológico ha de ser por fuerza el Colombiano. Nunca supimos su nombre: su país de origen bastaba. Él explicaba que andaba parado (inaugurando así una estirpe muy numerosa, la de los peregrinos en paro, que les sale más a cuenta hacer el Camino que quedarse en su casa) y aunque oriundo de Colombia, no hubiese abrazado el Camiño con más espíritu si hubiera nacido en Santo Domingo de la Calzada, tanto que soñaba con hacerse hospitalero. Su entusiasmo y su buen humor eran encomiables, así como su facilidad para dispensar perlas de sabiduría, cual máquina de grageas.
De entre todos sus eslóganes, me quedo con dos: “El Camino no es una carrera, el primero ya llegó hace muchos siglos y el último aún no ha salido” y “Yo solo conozco del Camino hasta la próxima curva donde alcanzan mis ojos”. ¿Cómo olvidar sus arengas a sentir el Camino de corazón y aquellas figuritas de alambre que graciosamente confeccionaba y regalaba a todo el mundo (salvo a mis amigos y a mí, por cierto)? El Colombiano prometía continuar caminando al llegar a Santiago: en su momento nos pareció una frikada, hasta que nos topamos con…
Facundo, el Catedrático. “Yo es que ya he hecho el Camino quince veces”. ¿Perdone? Solo tuvimos la suerte de su compañía una noche, pero aquel encuentro bastó para iluminarnos: el buen hombre había hecho el Camino, todos los Caminos, hasta una quincena de veces. “También he ido a Roma, cuatro meses de ida y cuatro de vuelta. Ahora me queda el de Jerusalén”. De Facundo obtuvimos la auténtica definición de lo que era ser peregrino.
“El peregrino siempre es a pie y desde luego va y vuelve, si no, no es peregrino”. A juzgar por el elevado número de personas que nos topamos haciendo el Camino en sentido contrario me atrevo a decir que las enseñanzas de este buen hombre de barba blanca y atuendo estrafalario son más ciertas que el Evangelio. Media hora larga duró mi conversación con él, y aprendí más que leyendo cuatro guías sobre la ruta xacobea. Dios le guarde, ya que todavía no habrá llegado a su punto de partida, el Monasterio de Montserrat, a donde regresaba tras haber estado en Finisterre. “No, no, no: el Camino no termina en Santiago, hay que ir a Finisterre, si no, no es nada”.
Mi charla con Facundo viose interrumpida por el Peregrino Rockero, quien llegó pregonando MDMA y otras “drogas modernas”. Siempre con sus gafas Ray-Ban (¿quién no las lleva?) y sus camisetas de Burning o similar, el Rockero hablaba con citas de canciones de Los Rodríguez, Loquillo o Calamaro: suerte que yo sabía su idioma y le contestaba con otras perlas que él festejaba mucho. Con una cerveza (o doce) encima confesaba que él hacía el Camino por puro hedonismo: “Yo no tengo espíritu –bueno, espíritu rockero sí”.
Justo cuando parecía que su conversación se limitaba a la chufla (“Somos peregrinos rockeros. Español. Eléctrico. 24 horas.”), el nota se descolgó con unas recomendaciones literarias del copón: “Unamuno, best writer in Spain. Obstinación: Herman Hesse. Italo Calvino: mis santos cojones”, para acto seguido señalar a la copa de un árbol, en clara alusión a la obra de Calvino El barón rampante (1957), en la que sabéis que el protagonista vive subido a los árboles. Pocas veces se vieron muestras de tanta lucidez y capacidad de síntesis en una persona, rockera o no, sobria o no.
Al final entré en Santiago cojeando como un personaje de Shakespeare, pero con más huevos que una docena de fraile. Toda la gente que he conocido, siquiera brevemente, durante este Camiño me ha enriquecido: ¿cómo olvidar al buen David, aquel peregrino que iba “con lo puesto”, o al trío de jóvenes fiesteros del Bierzo, o a las dos chicas que estudiaban Psicopedagogía en Salamanca, o a las profes de instituto de Cataluña?
Y justo cuando pensaba que lo bueno se había terminado, me encuentro con que en Santiago dan comienzo las fiestas “del Apóstol” y que como premio por haber ido a verle andando el Santo me tiene reservado un pregón de Rober Bodegas (en galego: doblemente gracioso) y un concierto gratuito de Nuria Fergó. Gracias sean dadas al Hacedor por permitir que la bizarra realidad vaya siempre un paso por delante de Estatuas Verdes, aunque sea con ampollas.
(Nuria Fergó)
Cuenta la leyenda que un buen día que estaba aburrido, Santiago Apóstol decidió diseminar por el Camino que lleva su nombre una jauría de pastores alemanes asesinos para alegrar a los peregrinos con sus bonitos colmillos. Y a mí me salieron al paso todos.
Pero no solo perricos encuentra uno en el Camiño, el animal más frecuente es la vaca, seguido muy de cerca de la gallina. Gallinas por las calles, ¿a quién no le hacen gracia? ¿Y las vacas? No así sus enormes cagadas del tamaño de sombreros de picador y consistencia problemática. Y así y todo lo mejor del Camino es la gente que te encuentras, personajes en un grado de densidad tal que mi colega Kike y yo llegamos a la conclusión de que para ponerte a caminar ya hay –de entrada- que tener un toque dado. Sería tedioso a la par que imposible referir aquí a todos los que me he cruzado, pero no puedo cerrar esta serie de posts sin acordarme de tres en especial.
El primero, por orden cronológico ha de ser por fuerza el Colombiano. Nunca supimos su nombre: su país de origen bastaba. Él explicaba que andaba parado (inaugurando así una estirpe muy numerosa, la de los peregrinos en paro, que les sale más a cuenta hacer el Camino que quedarse en su casa) y aunque oriundo de Colombia, no hubiese abrazado el Camiño con más espíritu si hubiera nacido en Santo Domingo de la Calzada, tanto que soñaba con hacerse hospitalero. Su entusiasmo y su buen humor eran encomiables, así como su facilidad para dispensar perlas de sabiduría, cual máquina de grageas.
De entre todos sus eslóganes, me quedo con dos: “El Camino no es una carrera, el primero ya llegó hace muchos siglos y el último aún no ha salido” y “Yo solo conozco del Camino hasta la próxima curva donde alcanzan mis ojos”. ¿Cómo olvidar sus arengas a sentir el Camino de corazón y aquellas figuritas de alambre que graciosamente confeccionaba y regalaba a todo el mundo (salvo a mis amigos y a mí, por cierto)? El Colombiano prometía continuar caminando al llegar a Santiago: en su momento nos pareció una frikada, hasta que nos topamos con…
Facundo, el Catedrático. “Yo es que ya he hecho el Camino quince veces”. ¿Perdone? Solo tuvimos la suerte de su compañía una noche, pero aquel encuentro bastó para iluminarnos: el buen hombre había hecho el Camino, todos los Caminos, hasta una quincena de veces. “También he ido a Roma, cuatro meses de ida y cuatro de vuelta. Ahora me queda el de Jerusalén”. De Facundo obtuvimos la auténtica definición de lo que era ser peregrino.
“El peregrino siempre es a pie y desde luego va y vuelve, si no, no es peregrino”. A juzgar por el elevado número de personas que nos topamos haciendo el Camino en sentido contrario me atrevo a decir que las enseñanzas de este buen hombre de barba blanca y atuendo estrafalario son más ciertas que el Evangelio. Media hora larga duró mi conversación con él, y aprendí más que leyendo cuatro guías sobre la ruta xacobea. Dios le guarde, ya que todavía no habrá llegado a su punto de partida, el Monasterio de Montserrat, a donde regresaba tras haber estado en Finisterre. “No, no, no: el Camino no termina en Santiago, hay que ir a Finisterre, si no, no es nada”.
Mi charla con Facundo viose interrumpida por el Peregrino Rockero, quien llegó pregonando MDMA y otras “drogas modernas”. Siempre con sus gafas Ray-Ban (¿quién no las lleva?) y sus camisetas de Burning o similar, el Rockero hablaba con citas de canciones de Los Rodríguez, Loquillo o Calamaro: suerte que yo sabía su idioma y le contestaba con otras perlas que él festejaba mucho. Con una cerveza (o doce) encima confesaba que él hacía el Camino por puro hedonismo: “Yo no tengo espíritu –bueno, espíritu rockero sí”.
Justo cuando parecía que su conversación se limitaba a la chufla (“Somos peregrinos rockeros. Español. Eléctrico. 24 horas.”), el nota se descolgó con unas recomendaciones literarias del copón: “Unamuno, best writer in Spain. Obstinación: Herman Hesse. Italo Calvino: mis santos cojones”, para acto seguido señalar a la copa de un árbol, en clara alusión a la obra de Calvino El barón rampante (1957), en la que sabéis que el protagonista vive subido a los árboles. Pocas veces se vieron muestras de tanta lucidez y capacidad de síntesis en una persona, rockera o no, sobria o no.
Al final entré en Santiago cojeando como un personaje de Shakespeare, pero con más huevos que una docena de fraile. Toda la gente que he conocido, siquiera brevemente, durante este Camiño me ha enriquecido: ¿cómo olvidar al buen David, aquel peregrino que iba “con lo puesto”, o al trío de jóvenes fiesteros del Bierzo, o a las dos chicas que estudiaban Psicopedagogía en Salamanca, o a las profes de instituto de Cataluña?
Y justo cuando pensaba que lo bueno se había terminado, me encuentro con que en Santiago dan comienzo las fiestas “del Apóstol” y que como premio por haber ido a verle andando el Santo me tiene reservado un pregón de Rober Bodegas (en galego: doblemente gracioso) y un concierto gratuito de Nuria Fergó. Gracias sean dadas al Hacedor por permitir que la bizarra realidad vaya siempre un paso por delante de Estatuas Verdes, aunque sea con ampollas.
4 comentarios:
Cómo conseguirás mezclar elementos tan dispares siempre en tus posts de manera tan "endiabladamente divina"?
El último cocktel: El Barón Rampante y Nuria Fergó, toma ya!
Me quito el sombrero!
Silvia
Gracias, Silvia! Pero recuerda que no soy yo... es que la vida me lo pone por delante. ;)
yo tambien me quito el sombrero....o la gorra.
MAMÓN HE RECORDADO TANTO LEYENDO TUS 3 POST,QUE ESTA TARDE VOY A VERTE ANDANDO Y CON MI BORDÓN....
ESA MOLCHILA QUE TAN DESPRECIATIVAMENTE ARROJAS AL SUELO TIENE MÁS MUNDO RECORRIDO Y VIDA QUE MUCHOS PLANETAS....UN R.E.S.P.E.T.O!!!
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