Hay combinaciones de palabras (y por ende, conceptos) que son físicamente posibles pero que estoy seguro que Nuestro Señor Todopoderoso no las tuvo en cuenta cuando diseñó su Plan para nosotros. El concepto “error de Dios” le viene a uno automáticamente a la mente, noción que por otra parte constato que está apareciendo en mi vida más de lo que me gustaría admitir. El otro día me sorprendí diciendo una de estas frases-monstruo, que causarían afasia al propio Noam Chomsky: “He leído en El Mundo un artículo de Alaska advirtiendo a Paquirrín de que se van a reír de él en Sé lo que hicisteis”.
Podéis creerlo o no, pero esto existió el sábado pasado. Otra aberración lingüístico-conceptual me fue dado contemplarla la semana pasada: en busca de chuches me topé con una golosina del tamaño de un rotulador grueso envuelta en un llamativo papel que rezaba: “Manguera de chicle rellena de pica-pica”. Alguien menos avezado (y menos dado a las chucherías) que yo hubiese reculado ante tan claro signo del Maligno. Yo adquirí la descomunal golmajería. Donde otros ven una clara advertencia, yo una invitación.
Un compañero de trabajo sabio y cauteloso –testigo de la compra- me deja con una frase sabia y cautelosa: “La palabra manguera jamás debería figurar en el nombre de ninguna golosina”. Tampoco logró convencerme. Entonces resonaron en mi conciencia las palabras de un colega profesor de Filosofía: “En nombre del Posmodernismo se han sancionado demasiadas atrocidades. Nos dijeron que todo vale, pero es que no. Sandía con chopped, como que no”. La perspectiva de la ilusión cuando rasgué el envoltorio de la chuche obliteró por completo cualquier resquicio de cordura por mi parte.
Tampoco escarmenté cuando, fuera el papel, contemplé la chuchería desnuda en mi mano: enorme cilindro rojo de color desvaído, tal que otro compi de trabajo comentó de pasada “¿Te vas a meter un tampón en la boca?” Ni aún así. Primer mordisco y la tragedia ya estaba consumada, a mi cerebro no le dio tiempo de enviar la orden a mi mano de que se detuviera. Aquello era una soberana porquería, sin paliativos. Dulzor y acidez se mezclaron en mi paladar de forma inusitadamente torpe, la textura recordaba a aquellas gomas de borrar Milán de nuestra infancia y el conjunto proporcionaba unas sensaciones tan desagradables que parecía imposible que fueran fruto del azar.
No! Había una auténtica mente maestra del mal detrás de aquella chuche. “La palabra manguera jamás debería figurar en el nombre de ninguna chuchería”. Cuánta razón en tan pocas palabras. Cuántos atropellos en nombre del Posmodernismo. Aquella misma tarde compro en Huelva por na y menos un librito del que llevaba años detrás: Posmodernismo para principiantes (1996), de Appignanesi y Garratt.
La verdad es que este volumen me ha fascinado de siempre: se trata de una introducción de carácter divulgativo, ilustrada con viñetas y tebeítos, con textos escuetos pero rigurosos. Durante la carrera no me lo compré porque valía “un congo” y además me daba vergüenza que me vieran con esas lecturillas light, pero ahora, por dos euros y con lo mayor que soy, me suda que me vean con cualquier libro (con lo que uno ha sido…). Bromas aparte, recomiendo este libro a todo el mundo, la parte final está un pelín obsoleta, pero la exposición del tema es clara y rigurosa. Jamás se habló con tanto desparpajo de Lyotard, Derrida, Barthes, Kristeva, Fukuyama, Baudrillard, Marx, Foucault, Lacan… de manera que podría entenderlo hasta un niño de cuatro años.
Lo que me recuerda… ¡pobres infantes, consumidores target de la abominable manguera-golosina! Si aquello me pareció una porcata a mí, ¿qué a ellos? Precisamente la última frase que ha explotado en mi cabeza del descacharrante vídeo “Eso es así” es un soez piropo que suelta uno de los compadres al paso de una moza de buen ver, que le espeta: “¡Niña!... ¿Quiere shushería?” La nada inocente oferta de chucherías me retrotrae a esa canción nabokoviana (por no decir otra cosa) de Ray Davies, “Art Lover”, en la que un voyeur viejo verde tentaba a una prepúber belleza degassiana con unos caramelitos a cambio de un beso. Niña, ¿quieres chucherías? Mangueras de chicle rellenas de pica-pica no, desde luego.
Podéis creerlo o no, pero esto existió el sábado pasado. Otra aberración lingüístico-conceptual me fue dado contemplarla la semana pasada: en busca de chuches me topé con una golosina del tamaño de un rotulador grueso envuelta en un llamativo papel que rezaba: “Manguera de chicle rellena de pica-pica”. Alguien menos avezado (y menos dado a las chucherías) que yo hubiese reculado ante tan claro signo del Maligno. Yo adquirí la descomunal golmajería. Donde otros ven una clara advertencia, yo una invitación.
Un compañero de trabajo sabio y cauteloso –testigo de la compra- me deja con una frase sabia y cautelosa: “La palabra manguera jamás debería figurar en el nombre de ninguna golosina”. Tampoco logró convencerme. Entonces resonaron en mi conciencia las palabras de un colega profesor de Filosofía: “En nombre del Posmodernismo se han sancionado demasiadas atrocidades. Nos dijeron que todo vale, pero es que no. Sandía con chopped, como que no”. La perspectiva de la ilusión cuando rasgué el envoltorio de la chuche obliteró por completo cualquier resquicio de cordura por mi parte.
Tampoco escarmenté cuando, fuera el papel, contemplé la chuchería desnuda en mi mano: enorme cilindro rojo de color desvaído, tal que otro compi de trabajo comentó de pasada “¿Te vas a meter un tampón en la boca?” Ni aún así. Primer mordisco y la tragedia ya estaba consumada, a mi cerebro no le dio tiempo de enviar la orden a mi mano de que se detuviera. Aquello era una soberana porquería, sin paliativos. Dulzor y acidez se mezclaron en mi paladar de forma inusitadamente torpe, la textura recordaba a aquellas gomas de borrar Milán de nuestra infancia y el conjunto proporcionaba unas sensaciones tan desagradables que parecía imposible que fueran fruto del azar.
No! Había una auténtica mente maestra del mal detrás de aquella chuche. “La palabra manguera jamás debería figurar en el nombre de ninguna chuchería”. Cuánta razón en tan pocas palabras. Cuántos atropellos en nombre del Posmodernismo. Aquella misma tarde compro en Huelva por na y menos un librito del que llevaba años detrás: Posmodernismo para principiantes (1996), de Appignanesi y Garratt.
La verdad es que este volumen me ha fascinado de siempre: se trata de una introducción de carácter divulgativo, ilustrada con viñetas y tebeítos, con textos escuetos pero rigurosos. Durante la carrera no me lo compré porque valía “un congo” y además me daba vergüenza que me vieran con esas lecturillas light, pero ahora, por dos euros y con lo mayor que soy, me suda que me vean con cualquier libro (con lo que uno ha sido…). Bromas aparte, recomiendo este libro a todo el mundo, la parte final está un pelín obsoleta, pero la exposición del tema es clara y rigurosa. Jamás se habló con tanto desparpajo de Lyotard, Derrida, Barthes, Kristeva, Fukuyama, Baudrillard, Marx, Foucault, Lacan… de manera que podría entenderlo hasta un niño de cuatro años.
Lo que me recuerda… ¡pobres infantes, consumidores target de la abominable manguera-golosina! Si aquello me pareció una porcata a mí, ¿qué a ellos? Precisamente la última frase que ha explotado en mi cabeza del descacharrante vídeo “Eso es así” es un soez piropo que suelta uno de los compadres al paso de una moza de buen ver, que le espeta: “¡Niña!... ¿Quiere shushería?” La nada inocente oferta de chucherías me retrotrae a esa canción nabokoviana (por no decir otra cosa) de Ray Davies, “Art Lover”, en la que un voyeur viejo verde tentaba a una prepúber belleza degassiana con unos caramelitos a cambio de un beso. Niña, ¿quieres chucherías? Mangueras de chicle rellenas de pica-pica no, desde luego.
6 comentarios:
Querido Porreror:
Desde mi convalecencia, no quiero dejar de añadir un inciso a post tan agudo y bien traído. No he oído la canción de Ray Davies que mencionas, pero sí la fabulosa de Orquesta Mondragón "El hombre de los caramelos", sobre la melodía de "Satin doll" de Duke Ellington. Se trata de un homenaje al individuo del título, el famoso desconocido (qué oxímoron) que en a la salida de la escuela nos aguardaba a todos los tiernos infantes para regalarnos chucherías drogadas... o algo más. Cito a Gurruchaga: "Es elegante / lleva sombrero, / él es el hombre / de los caramelos. / Envuelto / en un abrigo gris / te espera / para hacerte feliz..." Puro material baudrillardesco.
Abrazos.
Los conceptos "caramelos" e "infancia" me llevan irremediablemente a recordar al hombre que vendía las "shusherías" (y los palodús) en la puerta de mi colegio, injustamente minusvalorada su labor educativa e injustamente llamado Gonzalo por la muchachada, ya que no se llamaba así ni por asomo...
Eso sí que era postmoderno ¿eh?
UNA COSITA?SE CONSIDERARÍA CHUCHERIA UN PAQUETE DE PIPAS,Y CUANDO DIGO PAQUETE ME REFIERO AL ENVOLTORIO....NO ES POR NADA.
DE LA PELÍCULA "SIN LÍMITE" QUIERO UN COMETARIO,YA!
Depravados...Josemari.
Sublime post. Esto es así, y punto.
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