Creo en Castilla. Castilla me ha dado mi cultura. Decidí tener una educación castellana, pero aprendí a no deshonrar nunca a mis coloristas paisanos de Despeñaperros para abajo. Leí El Lazarillo, leí El Quijote, admiré a Felipe II, me emocioné con Machado, con la Catedral de Burgos… Aprendí a no distinguir al pronunciar entre la “b” y la “v”, pese a que lo hacían los cantantes argentinos de moda….
Creo que más o menos así comenzaba la monumental película El Padrino (1971), cuya escena inicial tenía lugar en una boda. El destino y mi inquieta imaginación han querido que este fin de semana me haya acordado de este discurso, pues he tenido la suerte de asistir a otra boda, celebrada en Valladolid. Esto me ha servido para constatar una tendencia de mi mentalidad que venía latente desde hace tiempo pero que es irrefrenable: admiro Castilla, la envidio. De hecho, salvo el clima, se lo envidio todo.
Pese a lo que tres décadas de delirios autonómicos nos hayan intentado hacer creer, Andalucía no es ni Marruecos, ni Cuba, ni “la California de Europa” (Pepote, vuelve!). Andalucía, para bien o para mal, es el sur de Castilla. Claro que hay muchísimas cosas diferentes, España seca vs. España húmeda, allí saben hablar y aquí no (es bromita: en realidad ocurre al revés, pero eso lo dejo para otro post), supuesta gracia andaluza frente a sequedad castellana… lo que ustedes quieran. Pero en el fondo, gracias, venimos de lo mismo.
A mí me parece maravilloso que en Córdoba, Sevilla o Granada haya numerosísimos restos árabes/musulmanes. También los hay romanos, pero que yo sepa Canal Sur todavía no ha decretado que andaluces e italianos seamos “misma cosa”. Llamadme cafre o lo que queráis, pero yo cuando transito por Andalucía lo que veo son iglesias, conventos, palacios, etc… iguales que los castellanos. Hace poco una amiga me contaba de sus deseos de casarse en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, donde por cierto, reposan los restos-mojama del Rey Fernando III el Santo. Este buen rey (re)conquistó lo más grande en el siglo XIII, y el otro día me emocioné al ver una placa en la Plaza Mayor de Valladolid, contando que allí había sido coronado en 1217.
Treinta años después, Fernando III bajó al “extranjero”, al Valle del Guadalquivir, y la lió parda. El mismo rey. Y desde entonces, somos la misma cosa que Burgos, Zamora y Salamanca (bueno, Granada desde los Reyes Católicos, ya se sabe).
Una de las cosas que más coraje me da es que se llame “castellano” a la lengua española, y es una violencia que está ratificada a nivel político, pese a ir en contra de la base científico-académica. Menos mal que fuera de España nadie hace caso, y nuestra lengua se conoce como español (incluso en Nueva York, tengo entendido). Pese a todo, y pese a no reconocerme en el habla castellana, me gusta saber que lo que yo hablo, el latín de ahora, sí me viene del castellano. Y me emociona ver las glosas silentes y emilianenses, leer con esfuerzo el Mio Cid, El conde Lucanor, El libro de buen amor…
Por ceñirme a la cultura escrita, sigo con Manrique, La Celestina, Garcilaso, Cervantes, Calderón, Lope (el convite de la boda tuvo lugar en el pueblo de Olmedo, no os digo nada…), Góngora (y él era de Córdoba, ¿no?), Quevedo... Tampoco voy a hacer aquí un listín telefónico, pero ya sabéis, se podría seguir. Casualmente la semana pasada me dio por comprarme un par de libros de Machado, entre ellos Campos de Castilla (1912), a cuyos poemas no me acercaba desde la infancia. Machado fue el primer poeta que leí de niño, por esa razón le tengo muchísimo cariño pero también por eso creo que nunca lo llegué a entender del todo. Es una figura que, aparte su obra, me encanta porque ejemplifica perfectamente la comunión entre Castilla y Andalucía: Sevilla, Madrid, Soria, Baeza, Segovia… Y en su poesía ya se sabe: lo mismo te critica la Semana Santa sevillana que te habla de un meandro del Duero.
No me quiero ir sin desterrar de este post cualquier atisbo de tentación nacionalista, que sé que –como lectores míos que sois- sois muy malpensados. Normalmente hacéis bien, pero hoy os digo que no hay persona más alejada del nacionalismo que yo, del andalucista, del castellano, del español o del que sea. Ya lo dijo Bunbury: “los nacionalismos, qué miedo me dan”. Y además, ¿a cuánta gente conocéis que haya ido a por la camiseta del Barça a El Corte Inglés de Valladolid?
Creo que más o menos así comenzaba la monumental película El Padrino (1971), cuya escena inicial tenía lugar en una boda. El destino y mi inquieta imaginación han querido que este fin de semana me haya acordado de este discurso, pues he tenido la suerte de asistir a otra boda, celebrada en Valladolid. Esto me ha servido para constatar una tendencia de mi mentalidad que venía latente desde hace tiempo pero que es irrefrenable: admiro Castilla, la envidio. De hecho, salvo el clima, se lo envidio todo.
Pese a lo que tres décadas de delirios autonómicos nos hayan intentado hacer creer, Andalucía no es ni Marruecos, ni Cuba, ni “la California de Europa” (Pepote, vuelve!). Andalucía, para bien o para mal, es el sur de Castilla. Claro que hay muchísimas cosas diferentes, España seca vs. España húmeda, allí saben hablar y aquí no (es bromita: en realidad ocurre al revés, pero eso lo dejo para otro post), supuesta gracia andaluza frente a sequedad castellana… lo que ustedes quieran. Pero en el fondo, gracias, venimos de lo mismo.
A mí me parece maravilloso que en Córdoba, Sevilla o Granada haya numerosísimos restos árabes/musulmanes. También los hay romanos, pero que yo sepa Canal Sur todavía no ha decretado que andaluces e italianos seamos “misma cosa”. Llamadme cafre o lo que queráis, pero yo cuando transito por Andalucía lo que veo son iglesias, conventos, palacios, etc… iguales que los castellanos. Hace poco una amiga me contaba de sus deseos de casarse en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, donde por cierto, reposan los restos-mojama del Rey Fernando III el Santo. Este buen rey (re)conquistó lo más grande en el siglo XIII, y el otro día me emocioné al ver una placa en la Plaza Mayor de Valladolid, contando que allí había sido coronado en 1217.
Treinta años después, Fernando III bajó al “extranjero”, al Valle del Guadalquivir, y la lió parda. El mismo rey. Y desde entonces, somos la misma cosa que Burgos, Zamora y Salamanca (bueno, Granada desde los Reyes Católicos, ya se sabe).
Una de las cosas que más coraje me da es que se llame “castellano” a la lengua española, y es una violencia que está ratificada a nivel político, pese a ir en contra de la base científico-académica. Menos mal que fuera de España nadie hace caso, y nuestra lengua se conoce como español (incluso en Nueva York, tengo entendido). Pese a todo, y pese a no reconocerme en el habla castellana, me gusta saber que lo que yo hablo, el latín de ahora, sí me viene del castellano. Y me emociona ver las glosas silentes y emilianenses, leer con esfuerzo el Mio Cid, El conde Lucanor, El libro de buen amor…
Por ceñirme a la cultura escrita, sigo con Manrique, La Celestina, Garcilaso, Cervantes, Calderón, Lope (el convite de la boda tuvo lugar en el pueblo de Olmedo, no os digo nada…), Góngora (y él era de Córdoba, ¿no?), Quevedo... Tampoco voy a hacer aquí un listín telefónico, pero ya sabéis, se podría seguir. Casualmente la semana pasada me dio por comprarme un par de libros de Machado, entre ellos Campos de Castilla (1912), a cuyos poemas no me acercaba desde la infancia. Machado fue el primer poeta que leí de niño, por esa razón le tengo muchísimo cariño pero también por eso creo que nunca lo llegué a entender del todo. Es una figura que, aparte su obra, me encanta porque ejemplifica perfectamente la comunión entre Castilla y Andalucía: Sevilla, Madrid, Soria, Baeza, Segovia… Y en su poesía ya se sabe: lo mismo te critica la Semana Santa sevillana que te habla de un meandro del Duero.
No me quiero ir sin desterrar de este post cualquier atisbo de tentación nacionalista, que sé que –como lectores míos que sois- sois muy malpensados. Normalmente hacéis bien, pero hoy os digo que no hay persona más alejada del nacionalismo que yo, del andalucista, del castellano, del español o del que sea. Ya lo dijo Bunbury: “los nacionalismos, qué miedo me dan”. Y además, ¿a cuánta gente conocéis que haya ido a por la camiseta del Barça a El Corte Inglés de Valladolid?
11 comentarios:
QUÉ VOY A DECIR, CUANDO, PESE A HABER NACIDO Y VIVIDO SIEMPRE EN ANDALUCÍA, MIS PADRES ERAN AMBOS DE CASTILLA, Y CON ELLOS GRAN PARTE DE MÍ TAMBIÉN.
AUNQUE TU POST ME SUENA RARO. CRITICAS UNOS NACIONALISMOS QUE POR SUERTE NO EXISTEN. Y POR DIOS QUE NO EXISTAN NUNCA.
Yo al de Valladolid no, pero al de Sevilla si que fui... no tenían para poner dorsales, desde luego...¬¬
Y Campos de Castilla es mi segundo libro de poemas favorito!!!
(el primero es el de mi amado Bécquer...)
El tema de que la lengua que hablamos (nosotros los españoles) es la española y no la castellana (que la hablan los castellanos) lo tengo metidito en la cabeza desde hace tiepo gracias a las explicaciones de mi hermanita Sab...aprovecho para darle las gracias por sus lecciones de lengua y literatura...bueno y en general, ya que estamos.
Esperando tu post de si aquí o allí se habla mejor o peor...
Un beso, Almu.
"restos-mojama del Rey..."
Gracias por volver
dersp
Me ha encantado lo de la camiseta del Barça en Valladolid.
Y yo también digo "español", no "castellano".
Hay que ver que caro te vendes ultimamente, hijo!!!!
El post de hoy me ha parecido muy did�ctico, fijate t�...
Yo tambi�n espero el post de donde se habla mejor, desde tu punto de vista tiene que ser cuanto menos muy interesante.
SNQEV
Yo todavía tengo guardado un libro de lengua ESPAÑOLA (juro que lo ponía en la portada).
Qué infancia!!
plowfigm
Efectivamente, Rocío, yo siempre defendí que en el Colegio nos enseñaban "español" y no "castellano" en base al título del libro de texto... ¿Qué más pruebas necesitaba?
A MÍ ME ENSEÑARON QUE "CASTELLANO" ERA NUESTRA LENGUA, Y "ESPAÑOL" ERA EL CONJUNTO DE IDIOMAS QUE HAY EN ESPAÑA. PERO POR SUERTE NUNCA LO APRENDÍ.
Como buena riojana, y sin afán de sonar pedanta, aprovecho para invitaros a que visitéis el Monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla.
Además de ser una zona preciosa, beberse buen vino y comerse las mejores chuletillas asadas en sarmientos (que ya son suficientes razones!) es donde se conservan las Glosas Emilianenses,los textos más antiguos en español (porque efectivamente, es español!)
Saludos
Silvia
SIEMPRE SE HA LLAMADO Y SIMPRE SE LLAMARÁ CASTELLANO
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