-“Vaya poeta el Palahniuk.”
(Riggy)
Para contar una anécdota cualquiera valemos. De hecho, si lo pensáis una migaja, gran parte de nuestra vida digamos “social” se basa en articular las piezas del lenguaje para contar cosas, para narrar. Seguro que usted, señora, esta mañana le ha contado a su vecina que venía de comprar pollo en el supermercado de enfrente. Pues la Sra. Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Se entiende por donde voy, no?
Para contar una anécdota o una historia cualquiera valemos, para embellecerla y para hacerla interesante ya no tanto. Y para que esta sea digna de recogerse negro sobre blanco y perdurar en un libro, y la gente (o una biblioteca) pague por ella y se lea, y se recuerde, y se comente, y se recomiende, etc, etc… eso sí que resulta difícil, compadre. Es lo que se llama un clásico, si es que para colmo resiste la prueba del paso del tiempo y queda como referencia de significados para una comunidad cultural. Como decía Italo Calvino, “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir” (bueno, el colega se marcaba creo que 14 definiciones diferentes en su prólogo a Por qué leer los clásicos…)
Si –por conveniencia argumental- aceptamos que los clásicos son libros buenos, bien escritos, satisfactorios, habrá que suponer que tienen unas características comunes que los distinguen de los demás libros. Quien supiera aislar cuáles y describirlas o reproducirlas se podría hacer de oro (en un mundo paralelo en que los libros dieran dinero), y no ha faltado gente que lo haya intentado, entre la crítica y los autores: en eso andan algunos.
Hay otra suerte de escritores, que por falta de un término mejor llamaré “viscerales” (perdón perdón perdón...) a los que no les interesa tanto el producto acabado, ni la belleza de lo que escriben, entendida como lo que todo el mundo entiende por belleza, aunque la apliquen a cosas diferentes. Para estos, muchas veces, parece que cualquier tropelía queda justificada en un libro siempre y cuando tenga valor de choque. Ojo a la jugada. Una cosa es ser vanguardista, arriesgar, no conformarse - “casualmente” (atentos, es una ironía) muchos de los clásicos establecidos empezaron creando escándalo- y otra cosa es armarla por armarla, metiendo en un libro cosas desagradables, zafias, de horripilancias… y a quien no le gusten es un estrecho intelectual, un acomodaticio, un vendido, un square.
Ojo que se puede ser un escritor chocante y a la vez tener una solvencia intelectual. Ahí está Bret Easton Ellis para demostrarlo. Que no hace falta retratar cosas agradables para hacer buen arte, que los enanos de Velázquez también emocionan, etc. No va por la ñoñería mi crítica.
Hoy pongo el pie en el suelo y me planto. Vuelvo una y otra vez al ultraturbador libro de Chuck Palahniuk que ayer reseñé, Fantasmas (2005) y francamente, amigos, no sé a qué carta quedarme. Lo recomendaría? Pues según a qué personas, dependiendo de su sensibilidad (literaria o no). Es un libro que además de pretender resultar desagradable cubre un espectro cultural muy limitado: vivencias urbanas posmodernas de personajes semimarginales en USA. En otras palabras, léelo solo si te va el gore. Si te van “las pérgolas y el tenis” (por citar a Gil de Biedma) no se te ocurra acercarte ni a la foto de la portada.
Porque Fantasmas es horripilante, ayer no quise dar ejemplos de la trama en parte por apuro y en parte por falta de espacio, pero lo hizo el buen Riggy en un comentario a mi entrada. Policías que se follan maniquíes infantiles, pajilleros irredentos que se ven abocados a cortarse su propio intestino grueso a dentelladas para no asfixiarse en una piscina, canibalismo, incesto, asesinato, tortura… todo presioso, vamos.
Pero todo lo excluido, lo secreto, lo prohibido, provoca morbo. Lo aprendimos en Los Simpsons, que la censura era mala: Marge puede hacer que quiten de la tele Rasca & Pica, pero entonces debe hacer campaña contra el David de Miguel Ángel. O lo aceptamos todo o no podemos ir por ahí diciendo que nos va la libertad.
Con todo, el libro está bien escrito, eficientemente escrito, quiero decir que, pese a sus excesos retóricos y un abuso de los leitmotivs, los 23 relatos y otros tantos poemas en prosa más las transiciones se encuentran convenientemente engarzados, el suspense se dispensa con pericia y la caracterización de los personajes resulta bastante apta (aunque hay algún que otro monigote plano). Pero acabo el libro y me da coraje. Es bueno? Yo qué sé, y debería saberlo porque me lo he leído entero.
Me ha gustado? Me lo he leído en seis días, teniendo más de 400 páginas, ha habido momentos en que me sentía atraído hacia él como un imán… son esos los indicadores? Sin embargo el magnetismo de Fantasmas –en mi caso- era más debido a la pura curiosidad de saber qué iba a pasar y por qué se comportaban como lo hacían ciertos personajes que a un verdadero interés morboso por lo que se estaba contando. En este sentido el libro es buenísimo, si superas el asco y el horror te tiene enganchado.
En otro sentido, el de una supuesta calidad literaria intrínseca, no me parece que Fantasmas sea ninguna maravilla, solo engancha igual que te engancharía tu colega contándote una anécdota bizarra. La tramoya de figuras literarias es débil y a veces demasiado obvia, como dije algunos personajes son espantapájaros, la ideología tras el libro es pobre, y hay demasiadas trampas.
Pienso todo esto y lo confronto con un montón de gente que me urge a que me lea Guerra y paz (1865), un libro eminentemente “bueno” donde los haya. Un libro que te lo lees y seguro que es como si te hubieras comido un potaje, de lo reconfortado y nutrido que acabas. Por oposición, leer a Palahniuk es como ponerte un supositorio para ir a cajar. Me entran ganas de leer a Tolstói, Marcel Proust, a Balzac, a John Banville, gente que una de dos: o son orfebres de la lengua o tienen cosas muy importantes que contar. Lo contrario de la charcutería, vamos.
(Riggy)
Para contar una anécdota cualquiera valemos. De hecho, si lo pensáis una migaja, gran parte de nuestra vida digamos “social” se basa en articular las piezas del lenguaje para contar cosas, para narrar. Seguro que usted, señora, esta mañana le ha contado a su vecina que venía de comprar pollo en el supermercado de enfrente. Pues la Sra. Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Se entiende por donde voy, no?
Para contar una anécdota o una historia cualquiera valemos, para embellecerla y para hacerla interesante ya no tanto. Y para que esta sea digna de recogerse negro sobre blanco y perdurar en un libro, y la gente (o una biblioteca) pague por ella y se lea, y se recuerde, y se comente, y se recomiende, etc, etc… eso sí que resulta difícil, compadre. Es lo que se llama un clásico, si es que para colmo resiste la prueba del paso del tiempo y queda como referencia de significados para una comunidad cultural. Como decía Italo Calvino, “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir” (bueno, el colega se marcaba creo que 14 definiciones diferentes en su prólogo a Por qué leer los clásicos…)
Si –por conveniencia argumental- aceptamos que los clásicos son libros buenos, bien escritos, satisfactorios, habrá que suponer que tienen unas características comunes que los distinguen de los demás libros. Quien supiera aislar cuáles y describirlas o reproducirlas se podría hacer de oro (en un mundo paralelo en que los libros dieran dinero), y no ha faltado gente que lo haya intentado, entre la crítica y los autores: en eso andan algunos.
Hay otra suerte de escritores, que por falta de un término mejor llamaré “viscerales” (perdón perdón perdón...) a los que no les interesa tanto el producto acabado, ni la belleza de lo que escriben, entendida como lo que todo el mundo entiende por belleza, aunque la apliquen a cosas diferentes. Para estos, muchas veces, parece que cualquier tropelía queda justificada en un libro siempre y cuando tenga valor de choque. Ojo a la jugada. Una cosa es ser vanguardista, arriesgar, no conformarse - “casualmente” (atentos, es una ironía) muchos de los clásicos establecidos empezaron creando escándalo- y otra cosa es armarla por armarla, metiendo en un libro cosas desagradables, zafias, de horripilancias… y a quien no le gusten es un estrecho intelectual, un acomodaticio, un vendido, un square.
Ojo que se puede ser un escritor chocante y a la vez tener una solvencia intelectual. Ahí está Bret Easton Ellis para demostrarlo. Que no hace falta retratar cosas agradables para hacer buen arte, que los enanos de Velázquez también emocionan, etc. No va por la ñoñería mi crítica.
Hoy pongo el pie en el suelo y me planto. Vuelvo una y otra vez al ultraturbador libro de Chuck Palahniuk que ayer reseñé, Fantasmas (2005) y francamente, amigos, no sé a qué carta quedarme. Lo recomendaría? Pues según a qué personas, dependiendo de su sensibilidad (literaria o no). Es un libro que además de pretender resultar desagradable cubre un espectro cultural muy limitado: vivencias urbanas posmodernas de personajes semimarginales en USA. En otras palabras, léelo solo si te va el gore. Si te van “las pérgolas y el tenis” (por citar a Gil de Biedma) no se te ocurra acercarte ni a la foto de la portada.
Porque Fantasmas es horripilante, ayer no quise dar ejemplos de la trama en parte por apuro y en parte por falta de espacio, pero lo hizo el buen Riggy en un comentario a mi entrada. Policías que se follan maniquíes infantiles, pajilleros irredentos que se ven abocados a cortarse su propio intestino grueso a dentelladas para no asfixiarse en una piscina, canibalismo, incesto, asesinato, tortura… todo presioso, vamos.
Pero todo lo excluido, lo secreto, lo prohibido, provoca morbo. Lo aprendimos en Los Simpsons, que la censura era mala: Marge puede hacer que quiten de la tele Rasca & Pica, pero entonces debe hacer campaña contra el David de Miguel Ángel. O lo aceptamos todo o no podemos ir por ahí diciendo que nos va la libertad.
Con todo, el libro está bien escrito, eficientemente escrito, quiero decir que, pese a sus excesos retóricos y un abuso de los leitmotivs, los 23 relatos y otros tantos poemas en prosa más las transiciones se encuentran convenientemente engarzados, el suspense se dispensa con pericia y la caracterización de los personajes resulta bastante apta (aunque hay algún que otro monigote plano). Pero acabo el libro y me da coraje. Es bueno? Yo qué sé, y debería saberlo porque me lo he leído entero.
Me ha gustado? Me lo he leído en seis días, teniendo más de 400 páginas, ha habido momentos en que me sentía atraído hacia él como un imán… son esos los indicadores? Sin embargo el magnetismo de Fantasmas –en mi caso- era más debido a la pura curiosidad de saber qué iba a pasar y por qué se comportaban como lo hacían ciertos personajes que a un verdadero interés morboso por lo que se estaba contando. En este sentido el libro es buenísimo, si superas el asco y el horror te tiene enganchado.
En otro sentido, el de una supuesta calidad literaria intrínseca, no me parece que Fantasmas sea ninguna maravilla, solo engancha igual que te engancharía tu colega contándote una anécdota bizarra. La tramoya de figuras literarias es débil y a veces demasiado obvia, como dije algunos personajes son espantapájaros, la ideología tras el libro es pobre, y hay demasiadas trampas.
Pienso todo esto y lo confronto con un montón de gente que me urge a que me lea Guerra y paz (1865), un libro eminentemente “bueno” donde los haya. Un libro que te lo lees y seguro que es como si te hubieras comido un potaje, de lo reconfortado y nutrido que acabas. Por oposición, leer a Palahniuk es como ponerte un supositorio para ir a cajar. Me entran ganas de leer a Tolstói, Marcel Proust, a Balzac, a John Banville, gente que una de dos: o son orfebres de la lengua o tienen cosas muy importantes que contar. Lo contrario de la charcutería, vamos.
2 comentarios:
Buenas!
En mi paulatino alejamiento de la metafora cada vez leo menos novela, pero las reflexiones sobre la literatura (y mas si son tuyas) todavia me atraen.
Para cuando una entrada sobre esa subseccion de la literatura/musica (tanto de escritores/musicos como de lectores/oyentes) donde menos es mas, del eterno incomprendido (incomprension que busca con desesperacion), del que rechaza el exito social, del que parece que haber vendido 1 millon de libros seria el mayor fracaso...etc??
Un abrazo!
k
¡Qué honor ser citado antes de un post! A mí es que me impactó mucho "El club de lucha" (lo leí sin haber visto la peli) y corrí a pillarme un par de este hombre. Y no tengo más que añadir porque lo has explicado perfectamente: "engancha igual que te engancharía tu colega contándote una anécdota bizarra". El tipo se dedica a contar leyendas urbanas de forma un poco más historiada.
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