El profesor de literatura francés Pierre Bayard sacó un libro titulado Cómo hablar de los libros que no se han leído (2007). Dice que es perfectamente posible opinar –y quedar bien- sobre libros sin habérselos leído, y que no es un pecado dejarse a la mitad los libros que por la razón que sea no queremos terminar. Esto ya lo dijo hace tiempo también Juan Manuel De Prada en un artículo de ABC, pero es una opinión que en ciertos círculos parecería blasfema. Un libro puede ser aburrido -aviso- o no, depende de para quién. ¿Y semejante perogrullada, Porerror?
Pues señora, esto viene a colación de libro del que quería hablar aquí hoy, que no es el de Pierre Bayard. Y no hablo sobre el de Pierre Bayard porque no me lo he leído. Pero sin comerlo ni beberlo os he plantificado un párrafo citando a dos escritores, que es lo que hace Enrique Vila-Matas a lo largo de toda su (¿novela?) El mal de Montano (2002). Aceptamos “novela” como animal acuático aunque habría bastante que discutir al respecto. De hecho, hice un poco de investigación en Internet sobre El mal de Montano, y hay tal cantidad de ensayos y artículos de Teoría de la Literatura y Crítica literaria que desisto de transplantar aquí siquiera una versión minúscula del debate.
El mal de Montano es una novela porque su autor lo dice, y eso deberá bastarnos. Me he acercado a él de la manera que más me gusta: por recomendación de un amigo con muchísimo criterio literario. De hecho, este hombre me lo regaló por mi cumple, pero hasta hace un mes no pude hincarle el diente. Mi amigo me aseguraba que le había encantado, que sí era una novela porque tenía una cierta trama y que era un libro muy interesante. A mi me daba miedo por varias razones. La primera porque ya había leído dos obras de Vila-Matas, Bartleby y compañía (2001) e Historia abreviada de la literatura portátil (1985). Ambas me gustaron, pero me dejaron intelectualmente hecho polvo, tal es el esfuerzo que requieren.
La segunda tiene que ver con Vicente Luis Mora (poeta, prosista, crítico) y su ensayo La luz nueva (2007). En este libro –que desde aquí recomiendo a todo el mundo- se desenmascara el lamentable panorama de las letras españolas actuales: todo novelas históricas o realistas con poca o ninguna vocación experimental. Según La luz nueva, hay autores “clásicos” modernos de probada calidad pero que también han degenerado hasta plegarse a las exigencias del mercado. Uno de estos sería Vila-Matas, antaño grande (siempre según V.L. Mora) pero que lleva escribiendo el mismo libro desde el año 2001.
Mi amigo me aseguró que El mal de Montano no merecía tan ligera clasificación (el supuesto “mismo libro” de Vila-Matas sería una historia entre la novela, el ensayo y la falsa autobiografía sobre un escritor obsesionado con otros escritores, y tan rellena de citas y alusiones literarias que a su lado las obras de Borges serían las de un iletrado). Tengo que decir que El mal de Montano es exactamente eso: una historia entre la novela, etc, etc… Ahora bien, ¿es eso un problema? El libro es lo que es, realmente no cuenta mucho, pero por el camino va desgranando auténticas perlas literarias de estilo y pensamiento, y nada más por eso ya merece la pena.
Verdad es que El mal de Montano no me ha vuelto loco, pero me ha reconciliado con Vila-Matas: él hace lo que mejor sabe hacer, si a ti te interesa o no es otra historia. Sirva esto como advertencia: yo suelo ser en Estatuas Verdes deliberadamente hiperbólico cuando recomiendo algo (“lo mejor desde el chicle”, “quien no lo lea no tiene alma”, etc). No lo seré en este caso, pero no porque el libro no me haya gustado o no sea verdaderamente bueno. Me ha gustado mucho y es muy bueno, pero, ojo, no es una lecturita para pasar el rato. En una página al azar podemos encontrar referencias a Herman Melville, John Cheever, Alejandra Pizarnik, Robert Walser, Justo Navarro, Witold Gombrovicz, Fernando Pessoa, Robert Musil y Franz Kafka. Así en cada página, una culturetada, lo que pasa es que está todo admirablemente hilado.
Lo que más me ha gustado de El mal de Montano es su cuidado estilo engañosamente fácil, y su estructura postmoderna, en la que la lectura de cada nueva parte dinamita todo lo aprehendido en la anterior. Pongo un ejemplo, burdo por lo improvisado: es como si mañana yo escribiera un nuevo post diciendo que ayer escribí un post fingiendo que me había leído El mal de Montano y pasado mañana otro post en el que revelo que ni existe Enrique Vila-Matas ni yo sé escribir (ahora que lo pienso, a lo mejor son ciertas ambas cosas).
Lo que menos me ha gustado del libro es su poética o intento de teorizar asistemáticamente sobre todo lo que significa el hecho literario, la creación, la vida del autor, la desaparición de la literatura. V.L. Mora y los Nocilla dirán que es un rollo y una paja mental. A lo mejor es que secretamente ellos envidian a Vila-Matas por escribir como escribe, yo desde luego que sí.
Pues señora, esto viene a colación de libro del que quería hablar aquí hoy, que no es el de Pierre Bayard. Y no hablo sobre el de Pierre Bayard porque no me lo he leído. Pero sin comerlo ni beberlo os he plantificado un párrafo citando a dos escritores, que es lo que hace Enrique Vila-Matas a lo largo de toda su (¿novela?) El mal de Montano (2002). Aceptamos “novela” como animal acuático aunque habría bastante que discutir al respecto. De hecho, hice un poco de investigación en Internet sobre El mal de Montano, y hay tal cantidad de ensayos y artículos de Teoría de la Literatura y Crítica literaria que desisto de transplantar aquí siquiera una versión minúscula del debate.
El mal de Montano es una novela porque su autor lo dice, y eso deberá bastarnos. Me he acercado a él de la manera que más me gusta: por recomendación de un amigo con muchísimo criterio literario. De hecho, este hombre me lo regaló por mi cumple, pero hasta hace un mes no pude hincarle el diente. Mi amigo me aseguraba que le había encantado, que sí era una novela porque tenía una cierta trama y que era un libro muy interesante. A mi me daba miedo por varias razones. La primera porque ya había leído dos obras de Vila-Matas, Bartleby y compañía (2001) e Historia abreviada de la literatura portátil (1985). Ambas me gustaron, pero me dejaron intelectualmente hecho polvo, tal es el esfuerzo que requieren.
La segunda tiene que ver con Vicente Luis Mora (poeta, prosista, crítico) y su ensayo La luz nueva (2007). En este libro –que desde aquí recomiendo a todo el mundo- se desenmascara el lamentable panorama de las letras españolas actuales: todo novelas históricas o realistas con poca o ninguna vocación experimental. Según La luz nueva, hay autores “clásicos” modernos de probada calidad pero que también han degenerado hasta plegarse a las exigencias del mercado. Uno de estos sería Vila-Matas, antaño grande (siempre según V.L. Mora) pero que lleva escribiendo el mismo libro desde el año 2001.
Mi amigo me aseguró que El mal de Montano no merecía tan ligera clasificación (el supuesto “mismo libro” de Vila-Matas sería una historia entre la novela, el ensayo y la falsa autobiografía sobre un escritor obsesionado con otros escritores, y tan rellena de citas y alusiones literarias que a su lado las obras de Borges serían las de un iletrado). Tengo que decir que El mal de Montano es exactamente eso: una historia entre la novela, etc, etc… Ahora bien, ¿es eso un problema? El libro es lo que es, realmente no cuenta mucho, pero por el camino va desgranando auténticas perlas literarias de estilo y pensamiento, y nada más por eso ya merece la pena.
Verdad es que El mal de Montano no me ha vuelto loco, pero me ha reconciliado con Vila-Matas: él hace lo que mejor sabe hacer, si a ti te interesa o no es otra historia. Sirva esto como advertencia: yo suelo ser en Estatuas Verdes deliberadamente hiperbólico cuando recomiendo algo (“lo mejor desde el chicle”, “quien no lo lea no tiene alma”, etc). No lo seré en este caso, pero no porque el libro no me haya gustado o no sea verdaderamente bueno. Me ha gustado mucho y es muy bueno, pero, ojo, no es una lecturita para pasar el rato. En una página al azar podemos encontrar referencias a Herman Melville, John Cheever, Alejandra Pizarnik, Robert Walser, Justo Navarro, Witold Gombrovicz, Fernando Pessoa, Robert Musil y Franz Kafka. Así en cada página, una culturetada, lo que pasa es que está todo admirablemente hilado.
Lo que más me ha gustado de El mal de Montano es su cuidado estilo engañosamente fácil, y su estructura postmoderna, en la que la lectura de cada nueva parte dinamita todo lo aprehendido en la anterior. Pongo un ejemplo, burdo por lo improvisado: es como si mañana yo escribiera un nuevo post diciendo que ayer escribí un post fingiendo que me había leído El mal de Montano y pasado mañana otro post en el que revelo que ni existe Enrique Vila-Matas ni yo sé escribir (ahora que lo pienso, a lo mejor son ciertas ambas cosas).
Lo que menos me ha gustado del libro es su poética o intento de teorizar asistemáticamente sobre todo lo que significa el hecho literario, la creación, la vida del autor, la desaparición de la literatura. V.L. Mora y los Nocilla dirán que es un rollo y una paja mental. A lo mejor es que secretamente ellos envidian a Vila-Matas por escribir como escribe, yo desde luego que sí.
2 comentarios:
Ya estaba temblando tu post, amigo "porerror". No, que me alegro que le hayas sacado provecho al librito. A mí la verdad es que me atrapó, leyendo la primera página en La Casa del Libro, su estilo hipnótico. La ironía, las autoeyaculaciones culturalistas, la teoría literaria, la parodia de otros géneros... aunque sí puede que se esté repitiendo demasiado en libros posteriores. De todas formas recomiendo París no se acaba nunca, su libro posterior, aunque al siguiente, Doctor Pasavento, le temo un poco.
-Amigo Anónimo cuya identidad sospecho: Está claro que cada libro es un mundo, no se puede juzgar por los que le preceden y le siguen, pero una obra en conjunto sí. Dicho esto, te confieso que a mí el arranque de El mal de Montano (primeras dos o tres páginas) también me dejó con la boca abierta.
Volveré a leer a Vila-Matas, eso seguro. Solo que me daré un tiempecito.
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