Parafraseo el título de una sección de El loro de Flaubert (1984) del autor inglés Julian Barnes para darle nombre a este post. Julian Barnes, ¿mejor novelista británico vivo? Contesta razonadamente. No lo sé, no soy como esos profesores que escriben exámenes en Cambridge con poemas de Amy Winehouse, esos de los que el propio Barnes se cachondea. Solo diré que Julian Barnes es un escritor de talla grande, XXL, de esos de “hondo conocimiento del alma humana”.
Conocí a Barnes en un catálogo por correo de la editorial Penguin, de donde pillé su novela Inglaterra, Inglaterra (1998), hilarante, que a todo el mundo recomiendo. Años después lo reconocí en la carrera, listado junto a los grandes de su generación (Amis, McEwan, Ishiguro, G. Swift). Su fama entre los contemporáneos se la debe a obras como Historia del mundo en 10 capítulos y medio (1989) y, sobre todo, El loro de Flaubert. La Historia del mundo me la leí con muchísimo gusto: una estupenda reflexión acerca de la Historia, el amor, el significado, los significados de las cosas.
El loro de Flaubert –dicen que su obra maestra- me ha gustado tanto que he ido por la calle gritándolo. “¡Este libro es buenísimo!” –“Como todos los que tú te lees…”, me contestaron con sorna. Ojalá. Este está muy por encima de la media, hacedme caso. Hablamos de una obra postmoderna en su forma (estructura no lineal, humor, juego, parodia, pastiche, intertextualidad, metaficción y Su Majestad la Ironía) y su contenido, que a continuación paso a comentar.
La historia de este libro no es que sea simple o complicada: es que la historia aquí es lo de menos. Un médico inglés jubilado, estudioso amateur de Flaubert, trata de dar sentido a su propia vida reconstruyendo la vida y la obra del novelista francés a través de lecturas, visitas a los lugares flaubertianos y reflexiones filológicas. ¿Rollazo, Porerror? Tranquilos. El punto de partida del narrador es la supuesta autenticidad o no de unos loros disecados que se exhiben en sendos museos, pretendiendo ser el “loro disecado original” que inspiró a Gustave Flaubert el relato “Un corazón sencillo” (incluido en Tres cuentos, 1877).
Para ello, el narrador desenmascara las fantasmadas de los críticos literarios profesionales (usando sus mismos métodos), expone la subjetividad de las biografías ofreciendo distintas versiones de la peripecia vital de Flaubert, parodia el Diccionario de lugares comunes (publicado en 1913) escribiendo el suyo propio, revela la inconsistencia de la creación literaria a propósito del color de los ojos de la protagonista de Madame Bovary (1857). Barnes es mucho de estos jueguitos postmodernos, y sin embargo creo que su fuerte son los temas llamémoslos “de siempre”.
Creo que con la excepción de Italo Calvino, ningún escritor del siglo XX me ha llegado tan hondo cuando habla del amor como este Julian Barnes. Otro de sus temas recurrentes es la Historia y su percepción. En un momento dado, el narrador de El loro de Flaubert nos dice que la Historia es como un lechoncillo untado de pringue: muchos lo intentan atrapar, agarrar, fijar, pero siempre se escapa y encima deja a todos sus perseguidores con cara de gilipollas. Me parece una buena metáfora sobre el intento de imponer sentido al pasado desde el presente. Bueno, Barnes al coleto. Ahora habrá que leer a Flaubert, ¿no?
Conocí a Barnes en un catálogo por correo de la editorial Penguin, de donde pillé su novela Inglaterra, Inglaterra (1998), hilarante, que a todo el mundo recomiendo. Años después lo reconocí en la carrera, listado junto a los grandes de su generación (Amis, McEwan, Ishiguro, G. Swift). Su fama entre los contemporáneos se la debe a obras como Historia del mundo en 10 capítulos y medio (1989) y, sobre todo, El loro de Flaubert. La Historia del mundo me la leí con muchísimo gusto: una estupenda reflexión acerca de la Historia, el amor, el significado, los significados de las cosas.
El loro de Flaubert –dicen que su obra maestra- me ha gustado tanto que he ido por la calle gritándolo. “¡Este libro es buenísimo!” –“Como todos los que tú te lees…”, me contestaron con sorna. Ojalá. Este está muy por encima de la media, hacedme caso. Hablamos de una obra postmoderna en su forma (estructura no lineal, humor, juego, parodia, pastiche, intertextualidad, metaficción y Su Majestad la Ironía) y su contenido, que a continuación paso a comentar.
La historia de este libro no es que sea simple o complicada: es que la historia aquí es lo de menos. Un médico inglés jubilado, estudioso amateur de Flaubert, trata de dar sentido a su propia vida reconstruyendo la vida y la obra del novelista francés a través de lecturas, visitas a los lugares flaubertianos y reflexiones filológicas. ¿Rollazo, Porerror? Tranquilos. El punto de partida del narrador es la supuesta autenticidad o no de unos loros disecados que se exhiben en sendos museos, pretendiendo ser el “loro disecado original” que inspiró a Gustave Flaubert el relato “Un corazón sencillo” (incluido en Tres cuentos, 1877).
Para ello, el narrador desenmascara las fantasmadas de los críticos literarios profesionales (usando sus mismos métodos), expone la subjetividad de las biografías ofreciendo distintas versiones de la peripecia vital de Flaubert, parodia el Diccionario de lugares comunes (publicado en 1913) escribiendo el suyo propio, revela la inconsistencia de la creación literaria a propósito del color de los ojos de la protagonista de Madame Bovary (1857). Barnes es mucho de estos jueguitos postmodernos, y sin embargo creo que su fuerte son los temas llamémoslos “de siempre”.
Creo que con la excepción de Italo Calvino, ningún escritor del siglo XX me ha llegado tan hondo cuando habla del amor como este Julian Barnes. Otro de sus temas recurrentes es la Historia y su percepción. En un momento dado, el narrador de El loro de Flaubert nos dice que la Historia es como un lechoncillo untado de pringue: muchos lo intentan atrapar, agarrar, fijar, pero siempre se escapa y encima deja a todos sus perseguidores con cara de gilipollas. Me parece una buena metáfora sobre el intento de imponer sentido al pasado desde el presente. Bueno, Barnes al coleto. Ahora habrá que leer a Flaubert, ¿no?
3 comentarios:
suena muy bien lo que cuentas del libro-autor pero yo me he quedado clavada con lo que dices de Italo Calvino. He leído 3 obras suyas (el barón rampante,el caballero inexistente y las ciudades invisibles) unos cuantos años atrás y no habría sacado esa reflexión sobre su tratamiento del amor.
Venga, vale, me voy a leer al lorito, de Barnes, aunque siempre que lo he tenido entre mis manos me ha dado una pereza..., debe ser porque los loros nunca me han gustado...
María
Estimado porerror,
como siempre que escribes sobre un libro me entran unas ganas terribles de leermelo. Qué pena que mi cumpleñaos coja lejos y mi mejor amigo no me pueda regalar un gran libro:)
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