-“No hablemos más de ello. Ya nada se puede hacer. No sobre la tierra.”
(Boris Vian)
Decía uno de esos escritores que tanto os gustan (Victor Hugo, Alejandro Dumas o así) que el primero que habla después de hacer el amor dice siempre una tontería. No seré yo quien lo confirme o quien lo desmienta, solo quería hacer notar que me parece que esta cita pseudoapócrifa bien podría aplicarse a quien dice algo en un cementerio.
Hablar ante una tumba, sobre todo si impera un clima de silencio y recogimiento, es siempre un asunto innecesario. Pero hay gente que no puede evitarlo, supongo que serán los nervios, el caudal de emociones o la opresión de un silencio que por fuerza es triste. La palabra dicha –sea cual sea- es siempre inoportuna, porque te saca de tu ensimismamiento, estés rezando o simplemente recordando al difunto, pero también porque nos enfrenta con nuestra propia absurdez, con nuestra miseria.
Con ese mono que articula sonidos con la garganta y, vale, se comunica de un modo más sofisticado que los elefantes o las abejas, pero el lenguaje que ha creado no sirve para explicar -y a duras penas describir- la muerte. Hay quien, huérfano de palabra, emite una tos o un carraspeo: vanos intentos de romper ese cristal precioso que es el silencio de un cementerio. Precioso pero insoportable, porque es una prisión que nos aisla, como aquella en que metían a los malos en Superman II (1980).
Hoy, día de Todos los Santos, víspera del de los Difuntos, los telediarios se llenan de flores y de tumbas con lápidas. Vuestro corresponsal ha ido a un cementerio de verdad, no televisado, y os confirma que hay muchísima gente que honra la tradición del recuerdo triste a los antepasados en el día de hoy. Notablemente los gitanos, pero ellos le imprimen otro carácter, son menos sobrios, parece que lo viven más (si me perdonáis la falacia étnica).
Sabido es que por noviembre vuelven el Tenorio y las castañas, quizás sea hoy un buen día para el recogimiento y la reflexión contenida acerca de estos temas. O quizás sean los gitanos quienes tengan razón y esto haya que celebrarlo. Mi familia, genio y figura (nunca mejor dicho), ha sabido imprimir al día 1 de noviembre desde tiempo inmemorial un carácter cuasifestivo. Pese al recuerdo a los difuntos. No sabéis cuánto se lo agradezco, estoy seguro de que los que ya no están no lo consentirían de otra manera.
(Boris Vian)
Decía uno de esos escritores que tanto os gustan (Victor Hugo, Alejandro Dumas o así) que el primero que habla después de hacer el amor dice siempre una tontería. No seré yo quien lo confirme o quien lo desmienta, solo quería hacer notar que me parece que esta cita pseudoapócrifa bien podría aplicarse a quien dice algo en un cementerio.
Hablar ante una tumba, sobre todo si impera un clima de silencio y recogimiento, es siempre un asunto innecesario. Pero hay gente que no puede evitarlo, supongo que serán los nervios, el caudal de emociones o la opresión de un silencio que por fuerza es triste. La palabra dicha –sea cual sea- es siempre inoportuna, porque te saca de tu ensimismamiento, estés rezando o simplemente recordando al difunto, pero también porque nos enfrenta con nuestra propia absurdez, con nuestra miseria.
Con ese mono que articula sonidos con la garganta y, vale, se comunica de un modo más sofisticado que los elefantes o las abejas, pero el lenguaje que ha creado no sirve para explicar -y a duras penas describir- la muerte. Hay quien, huérfano de palabra, emite una tos o un carraspeo: vanos intentos de romper ese cristal precioso que es el silencio de un cementerio. Precioso pero insoportable, porque es una prisión que nos aisla, como aquella en que metían a los malos en Superman II (1980).
Hoy, día de Todos los Santos, víspera del de los Difuntos, los telediarios se llenan de flores y de tumbas con lápidas. Vuestro corresponsal ha ido a un cementerio de verdad, no televisado, y os confirma que hay muchísima gente que honra la tradición del recuerdo triste a los antepasados en el día de hoy. Notablemente los gitanos, pero ellos le imprimen otro carácter, son menos sobrios, parece que lo viven más (si me perdonáis la falacia étnica).
Sabido es que por noviembre vuelven el Tenorio y las castañas, quizás sea hoy un buen día para el recogimiento y la reflexión contenida acerca de estos temas. O quizás sean los gitanos quienes tengan razón y esto haya que celebrarlo. Mi familia, genio y figura (nunca mejor dicho), ha sabido imprimir al día 1 de noviembre desde tiempo inmemorial un carácter cuasifestivo. Pese al recuerdo a los difuntos. No sabéis cuánto se lo agradezco, estoy seguro de que los que ya no están no lo consentirían de otra manera.
2 comentarios:
HABLARLE A UNA TUMBA ES DECIR EN VOZ ALTA LO MISMO QUE ESTÁS PENSANDO. UNA COSA, PARA MÍ, TIENE TANTO SENTIDO COMO LA OTRA. O TAN POCO, SEGÚN EL CASO.
EN MI CASA NUNCA HA HABIDO COSTUMBRE DE HACER NADA ESPECIAL EL 1 DE NOVIEMBRE, MÁS ALLÁ DE LA PRECEPTIVA MISA DE UN DÍA FESTIVO. BUENO, ÉSTA ERA ALGO MÁS QUE PRECEPTIVA.
DE UNA MANERA U OTRA PARA MÍ SIGUE SIENDO EXTRAÑO. NO DEJA DE SER CURIOSO QUE ALGO DUELA, SEPAS QUE VA A DOLER SIEMPRE, Y QUIERAS QUE SIGA SIENDO ASÍ. UN ABRAZO.
CUIDENSE.
Decía mi amado Proust en su colosal obra En busca del tiempo perdido, que la costumbre convierte en habitable cualquier morada. Me pregunto si la tumba de uno llega a serlo. Habitable, digo. La mia quiero que esté limpita y llena de flores, por fa. Boris Vian...Tengo que leerlo, supongo que la cita es de Escupiré sobre vuestras tumbas, no sé. Yo me he comprado recientemente La espuma de los días (precioso título) y La hierba roja, pero aún no les he metido mano ( u ojo). Pendiente. Víctor Hugo sí me encanta, lo siento. Los miserables me marcó, ese final, con esos versos sobre la lápida desgastada en la que toman el sol y se calientan los lagartos...pura poesía.No todos somos sólo urbanos, es verdad que a algunos(moi) nos encanta buscar gallipatos y escuchar a las currucas.
Publicar un comentario