
Hace unos diítas que el buen Migue soltó en un comentario una cosa en la que tengo que darle la razón. Él dijo, a propósito de El caballero oscuro, que no era creíble perder la cabeza por Maggie Gyllenhaal. Es cruel decirlo, pero es así. Y sin embargo, qué buena actriz es la chavala, ¿no? Seguramente los chinos la hubieran puesto a ella doblando a Jessica Alba o a Megan Fox.
Salgo de ver en el cine ese divertimento músico-vocal titulado Mamma Mia! (2008) y, tranquilos, no voy a hacer la crítica, pero esto me ha decidido por fin a escribir un post que tenía pendiente desde hace casi diez meses. Se trata de hablar en términos laudatorios de otra actriz no guapa, de hecho me resulta repulsiva (lo siento) pero que actuando es lo mejor desde el chicle. Me refiero a Meryl Streep, en mi humilde opinión la mejor actriz del mundo, si definimos actriz como una señora que cobra por hacernos creer que es otras personas. Y Meryl lo es, la hijaputa, es una persona diferente cada vez.
En Mamma Mia! la peli es ella, desde luego, y lo mejor no es su vis cómica, que no es una novedad, sino su expresión corporal (vale, aceptamos “baile”) y su manera de interpretar las canciones. No es Madonna, claro, -aunque deben andar por la misma edad- ni faltona que le hace. La buena señora ha tenido catorce nominaciones a los Oscars, habiendo ganado dos, y realmente me parece muy poco para esta especie de nueva Katherine Hepburn. Cuando se muera –Dios la conserve muchos años- ya veréis cómo todo será lloverle homenajes.

Como tampoco voy a escribir aquí su carrera sino solo a dar unos apuntes de mis vivencias con sus pelis, quisiera empezar en un orden autobiográfico, no cronológico. La primera vez que oí hablar de ella fue en Esta casa es una ruina (1986), en la cual una banda de rock travesti se había llamado como ella. Luego la he ido viendo en algunas películas y, sin ser fan suyo, debo decir que me ha dejado absolutamente fascinado. Creo que en Las horas (2002) me conquistó, haciendo de Clarissa Vaughan, esa nueva Sra. Dalloway. Su papel de ama de casa insatisfecha en Los puentes de Madison (1995) tampoco es manco, tanto que por una vez me hace soportable una peli de Clint Eastwood.
Si queremos liarla parda con sus dramones, capítulo aparte merecen Memorias de África (1985) –haciendo de la inaguantable esnob Karen Blixen-, La mujer del teniente francés (1981) donde interpretaba dos postmodernos papeles y, sobre todo, La decisión de Sophie (1982): amigos, eso sí que es llorar. Por esta ganó un Oscar, y creo que el otro fue por Kramer contra Kramer (1979) que confieso que no he visto, pero estoy deseando.

También sale por ahí en Manhattan (1979), en Julia (1977), en El cazador (1978), joder, si es que esta mujer lleva más de 30 años en el candelabro… No he visto algunas de sus películas más conocidas, ya digo, pero lo que he visto me basta para dedicarle tantísimos elogios. Lo que más me gusta es su versatilidad, la capacidad que tiene para hacerte creer en cada caso que es la persona que está interpretando. Ya puede ser un dramón sobre los nazis que una comediota de mucha risa. Cómo está ese papel en La muerte os sienta tan bien (1992), o esos más recientes en Secretos compartidos (2005) –la psicóloga/suegra- o El diablo viste de Prada (2006).
Esta última peli, con su impresionante papel de Miranda Priestley (el trasunto de la despótica directora de Vogue USA Anna Wintour) fue en realidad la que me sugirió la idea para este post, que hasta ahora no le he pagado a la señora Streep. Engáñenos más, por favor, hágase usted pasar por más gente.
Salgo de ver en el cine ese divertimento músico-vocal titulado Mamma Mia! (2008) y, tranquilos, no voy a hacer la crítica, pero esto me ha decidido por fin a escribir un post que tenía pendiente desde hace casi diez meses. Se trata de hablar en términos laudatorios de otra actriz no guapa, de hecho me resulta repulsiva (lo siento) pero que actuando es lo mejor desde el chicle. Me refiero a Meryl Streep, en mi humilde opinión la mejor actriz del mundo, si definimos actriz como una señora que cobra por hacernos creer que es otras personas. Y Meryl lo es, la hijaputa, es una persona diferente cada vez.
En Mamma Mia! la peli es ella, desde luego, y lo mejor no es su vis cómica, que no es una novedad, sino su expresión corporal (vale, aceptamos “baile”) y su manera de interpretar las canciones. No es Madonna, claro, -aunque deben andar por la misma edad- ni faltona que le hace. La buena señora ha tenido catorce nominaciones a los Oscars, habiendo ganado dos, y realmente me parece muy poco para esta especie de nueva Katherine Hepburn. Cuando se muera –Dios la conserve muchos años- ya veréis cómo todo será lloverle homenajes.

Como tampoco voy a escribir aquí su carrera sino solo a dar unos apuntes de mis vivencias con sus pelis, quisiera empezar en un orden autobiográfico, no cronológico. La primera vez que oí hablar de ella fue en Esta casa es una ruina (1986), en la cual una banda de rock travesti se había llamado como ella. Luego la he ido viendo en algunas películas y, sin ser fan suyo, debo decir que me ha dejado absolutamente fascinado. Creo que en Las horas (2002) me conquistó, haciendo de Clarissa Vaughan, esa nueva Sra. Dalloway. Su papel de ama de casa insatisfecha en Los puentes de Madison (1995) tampoco es manco, tanto que por una vez me hace soportable una peli de Clint Eastwood.
Si queremos liarla parda con sus dramones, capítulo aparte merecen Memorias de África (1985) –haciendo de la inaguantable esnob Karen Blixen-, La mujer del teniente francés (1981) donde interpretaba dos postmodernos papeles y, sobre todo, La decisión de Sophie (1982): amigos, eso sí que es llorar. Por esta ganó un Oscar, y creo que el otro fue por Kramer contra Kramer (1979) que confieso que no he visto, pero estoy deseando.

También sale por ahí en Manhattan (1979), en Julia (1977), en El cazador (1978), joder, si es que esta mujer lleva más de 30 años en el candelabro… No he visto algunas de sus películas más conocidas, ya digo, pero lo que he visto me basta para dedicarle tantísimos elogios. Lo que más me gusta es su versatilidad, la capacidad que tiene para hacerte creer en cada caso que es la persona que está interpretando. Ya puede ser un dramón sobre los nazis que una comediota de mucha risa. Cómo está ese papel en La muerte os sienta tan bien (1992), o esos más recientes en Secretos compartidos (2005) –la psicóloga/suegra- o El diablo viste de Prada (2006).
Esta última peli, con su impresionante papel de Miranda Priestley (el trasunto de la despótica directora de Vogue USA Anna Wintour) fue en realidad la que me sugirió la idea para este post, que hasta ahora no le he pagado a la señora Streep. Engáñenos más, por favor, hágase usted pasar por más gente.