“Desaparecía, volvía a asomarse… y daba un gritito antes de marcharse”
-Canción infantil
Ya el buen Grillo Solitario nos dejó una gran verdad sin él saberlo hace unas semanas en su post “Flora y fauna”, en el que podía verse un corto protagonizado por dos canis sevillanos (especie única). Aparte de las muchas perlas que decían los actores, lo que más me fascinó de aquel vídeo fue cómo decían las cosas, y las decían a gritos. “Morir, dormir, no más” –decía el príncipe Hamlet, igualando así ambas acciones. Hablar, gritar, podríamos decir nosotros ahora, porque constato con consternación que la distinción entre ambos verbos ya va camino de desaparecer.
Veo en la peli Hollywood: Departamento de homicidios (2003) un homenaje a la escena final de Un tranvía llamado deseo (1947). Aquí Josh Hartnett hace de Kowalski, quien al final de la obra grita desgarradoramente el nombre de su mujer: “¡Estelaaaaaaaaaaa!”. Este grito o chillido (según se prefiera) comporta una enormísima carga dramática, y resulta tan eficaz porque el volumen elevado de la voz se opone al volumen normal de la conversación. ¿Pero qué ocurre cuando todo el mundo habla a gritos todo el tiempo? Mi madre diría que es porque andamos medio sordos por culpa de los iPods. Lo único cierto es que la gente grita, grita todo el tiempo cada vez más. Y yo cada vez lo aguanto menos.
Llamadlo “síndrome Gran Hermano” o retórica de la faringitis, pero la gente grita y además se cree que mientras más volumen le pongan a la cosa más razón van a tener. Hay otros signos (lenguaje no verbal, lo llaman), que si erguir la postura, apretar los puños, poner cara de asco… pero la verdadera cifra de la argumentación Neanderthal reside en el altísimo tono de voz.
Sin embargo, los que gritan más para tener más razón, a falta de oratoria, ideas o argumentos, aún tratan de imponerse, de explicar algo. Mi “favorito” con diferencia, empero, es el alarido acompañado de exabrupto, lo que los puristas gustamos en llamar “el grito por el grito”. En esto, mis paisanos de Cosica son unos maestros, y en el gimnasio encontramos ya a verdaderos gourmets del chillido. Un ejemplo. Un joven está jugando al ping pong, falla un punto y exclama a más decibelios de los que me gustaría admitir: “UUUAAAOOAAEEEIRRRRGGGGGGHHHHHHHOOOWWWWWWMMMM!!!!!” Y ya está dicho todo, solo que no está dicho nada y al resto de la concurrencia continúan pitándonos los oídos. Otro grito “pata negra” es el que yo llamo el grito nervioso, proferido sin motivo aparente, solo porque hacía ya demasiado tiempo que nadie gritaba.
¡Qué agradable es un grito bien dado, verdad? Yo es que antes de las ocho de la mañana no soy persona si no escucho alguno. Y ojito, aquí no hay sexismo que valga. Las mujeres son muy principales en el arte de chillar, sus tremendos alaridos de rata (sorpresa, rabia, asco, alegría, hambre, cansancio, aburrimiento, diversión, histeria…) me resultan especialmente sabrosos. Y el grito es un arte expansivo, diríase que generoso. El que grita o la que grita no se lo guardan para sí: lo comparten con todos los presentes, conocidos o no: ahí radica su belleza.
El buen (y pedante) Jorge Luis Borges tenía un poema en que se preguntaba por qué gritan tanto los españoles. El genial poeta León Felipe -uno que por cierto era mucho de nombrar a Hamlet- le tapó la boca en otro genial poema explicando, con muchísima retranca, que los españoles gritábamos porque habíamos tenido que alzar nuestra voz para ser oídos bien en tres ocasiones. La primera, cuando nuestros compatriotas fueron a América, la descubrieron, exploraron y colonizaron. La segunda vez fue cuando el Quijote recorrió la seca llanura manchega y tuvo que hacerse oír en el páramo. La tercera vez –según León Felipe- fue por el grito de desgarro que nos provocó a los españoles la terrible lucha fratricida de la Guerra Civil.
6 comentarios:
UNO DE LOS GRITOS QUE MÁS HE GRITADO: ÉSTE.
GRACIAS POR LA REFERENCIA. Y SEPAS QUE EL CUADRO DE MUNCH ES DE MIS CUADROS FAVORITOS DE TODA LA VIDA.
Yo, cuando me asusto, doy grititos de mujer. Aquí en Gullate es impresionante. Y no sólo en el aula. Hace unos meses vi (oí) cómo una madurita empezaba a hablar con su madre ¡a cinco metros antes de llegar a la puerta de su casa! En fin. Migue.
pues que quereis que os diga. Yo los gritos los echo de menos. Los gritos te hacen sentir que estas vivo, y se lo hacen ver a los demas.
Gracias por vuestros comentarios:
-Grillo: El grito de "Immigrant Song" era algo que yo no soportaba hasta los veintitantos años, menos mal que por fin lo vi en Shrek 3 y me concordó todo.
-Migue: "Chillar como una niña" es una fantasía que todos tenemos, lo que pasa es que la sociedad nos constriñe y nos lo censura. Creo que en los pueblos se estila mucho eso de hablar (a voz en cuello) de acera a acera o a cinco metros de distancia, como tú cuentas. Me pregunto cómo harían si viviesen -un poner- en Nueva York.
-Kike: Entiendo que eches de menos el tono de voz elevado de los españoles, el silencio extranjero es congelante. Pero el grito gratuito al oído... pienso que solo pueden añorarlo desde el Colegio de Otorrinos.
A mí también me pasa que cada vez soporto menos la gente que habla muy alto. Desde que paso temporadas en el norte he descubierto que es de lo más molesto y más cuando no hay ruido de ambiente que pueda obligarnos a elevar el tono. Conste que a mí a veces me pasa, me dejo llevar, pero quiero pensar que es por cuestión de supervivencia porque si no, la gente no te escucha o crees que estás muerto por dentro, que era lo que yo pensaba de los vascos cuando los oía hablar en un tono normal mientras comían en sus casas. Porque ellos también elevan la voz si está en un bar, por ejemplo, pero a algunos andaluces parace que lo de hablar alto es gracioso y a mí me saca de quicio.
Creo que la buena de Orphangirl ha dado en el clavo en su comentario a propósito de una de las características/consecuencias de hablar gritando: la supuesta gracia que eso tiene. Me reitero, será gracioso para los otorrinolaringólogos, que se llenarán los bolsillos.
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