Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

Mostrando entradas con la etiqueta Kubrick. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Kubrick. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de abril de 2009

Magia cristiana


Imaginad a un inocente chico de 14 años, recién llegado a fan de los Beatles. Por su cumple le echan el Diccionario de los Beatles (1992) de Jordi Sierra i Fabra, durante meses –casi años- será su libro de cabecera, de ahí lo aprende todo. En ese libro aprende, por ejemplo, que existió un grupo llamado Badfinger que hacía música bonita apadrinada por los Beatles (todavía no conoce el término power pop). Aprende que Badfinger tuvieron un Top 5 con el tema de Paul McCartney “Come and Get It”, escrita para una peli de 1969 titulada The Magic Christian.

Aprende que The Magic Christian la protagonizan Peter Sellers y Ringo Starr, que en ella sale Raquel Welch semi-en-bolas blandiendo un látigo… pasan los años y el muchacho no vuelve a oír hablar de esta película: ¿la habrá soñado? El chico se hace mayor, agota a los Beatles y se hace fan de Badfinger, se compra toda su discografía por Amazon.com, ve muchas pelis de Peter Sellers, lee libros de Terry Southern, visita Londres, come perritos calientes, le ponen multas de tráfico, viaja en barco… hasta que se convierte en un joven despierto y alegre, que en el día de su trigésimo primer cumpleaños recibe como regalo algo que ya había olvidado: el DVD de la peli The Magic Christian.


Solo que en español su título es Si quieres ser millonario no malgastes el tiempo trabajando. Al chico siempre le había escamado que, habiendo de por medio nombres tan enormes (Peter Sellers, Ringo Starr, Badfinger, guión de Terry Southern y los Monty Python), esta peli no fuera más conocida. Queda con el amigo que se la regaló, con otro que es experto en criptozoología, ven la peli y entonces comprende. Comprende no la peli, claro, sino por qué no es famosa.

Atención, pregunta: ¿Cuál de estas secuencias aparecen en The Magic Christian?

a) Yul Brinner travesti haciendo un baile
b) Peter Sellers recortando un Rembrandt
c) Ringo Starr junto a una piscina de mierda

Ojalá pudiera deciros que ninguna, pero la respuesta correcta es TODAS LAS ANTERIORES. Lluvia de ideas: negros fornidos, caretas de gorrino, sacos de dormir, caza menor con artillería antiaérea, un Hamlet maricón, un guardia de tráfico comiéndose una multa, Raquel Welch fustigando a Drácula (¿o era a King Kong?)… ¿Despropósito? ¿Genialidad? Sin lugar a dudas despropósito, amigos.

Sabido es que uno aguanta lo inaguantable y en pos de una supuesta amplitud de miras culturales se justifica lo injustificable. Pero The Magic Christian, episódico bochorno ajeno con pretensiones satirizantes en lo económico y en lo social, es como si tu sobrino de 5 años te contara -a la vez- Barbarella (1968), El sentido de la vida (1983) y Casino Royale (1967).


Lo que más me turba es que detrás de todo esto se encuentra la mente de Terry Southern, guionista de Teléfono Rojo… (1964), nuevo-periodista y autor de ficción alabado hasta el ditirambo por Norman Mailer, Hunter Thompson, Kurt Vonnegut, William Burroughs, Joseph Heller o Gore Vidal. Y es que al parecer The Magic Christian era una novela suya de culto de 1959, agudísima sátira anticapitalista que se contaba entre los libros favoritos de Peter Sellers (dicen que se la regaló a Kubrick), quien no paró hasta verla llevada al cine. Del libro nada digo porque no lo conozco, pero la peli: simplemente no cuela.

Lo lamento, sacar una película sin pies ni cabeza no es una sátira anticapitalista, por mucho que en ella aparezcan carteles de Mao y billetes de banco mojados en pipí. La actuación de Sellers es mediocre, la de Ringo inexistente, y el rosario de cameos (la Welch, el Brinner, Roman Polanski, Christopher Lee, Richard Attenborough, John Cleese, Graham Chapman, John Lennon…) no basta para enderezar un guión que, por decirlo piadosamente, “hace aguas” (igual que el trasantlántico que da nombre al engendro).


Ya sabéis que yo soy muchísimo de los años sesenta, mi década, ¿eh? Además me encantan las sátiras, el pop, las comedias corales… pero no me gusta que me tomen el pelo. Casino Royale, obra maestra. ¿Qué tal, Pussycat? (1965), todavía me estoy riendo. Teléfono Rojo…, la de Dios en vinagre. Pero el Magia Cristiana me da pesadillas desde que vi la peli. Los 60, ¿eh? ¿Es que acaso todo estaba permitido?

lunes, 16 de marzo de 2009

In-movilidad


“En su evolución, el hombre ha creado la ciudad y el barullo del tráfico, pero dadme la más mínima oportunidad y ya me estoy quitando la ropa y volviendo a la selva”.
-The Kinks



In-móvil, des-móvil, a-móvil, hipo-móvil... ¿anti-móvil? Os propongo una adivinanza combinada con el análisis cultural de un spot publicitario. No sé si habréis visto un perverso anuncio de Vodafone en el que aparecen una serie de personas adorando sus teléfonos móviles como los monos de Kubrick adoraban el Mono-lito de 2001: Una odisea en el espacio (1968). En un momento dado, todos los del anuncio entran en una especie de éxtasis u orgasmo al brillarles la palma de la mano donde tenían el móvil: acaba de llegarles un mensaje.

Y el eslogan (me niego a buscarlo) dice entonces algo así: “Un sms te puede cambiar la vida... ¿te imaginas 6.000?” Todo para venderte otra de sus sempiternas promociones de “paga trillones ahora a cambio de enviar X mensajes (bueno, parece que 6.000) hasta junio”. ¿Te imaginas lo que pueden conseguir 6.000 mensajes? Wooooooooowwww!!! Ahora yo os propongo otra adivinanza.

Interior, día, un cuarto de baño de clase media. Un joven somnoliento se rasca el culo, levanta la tapa de su teléfono móvil, levanta la tapa del váter, con la otra mano introduce el PIN, se le escurre el aparato, este se cae al agua y... GOOOOOOOOL de Señor!!! La inmersión dura apenas un segundo, menos: décimas. Lo suficiente para sacar el móvil completamente empapado y tenerlo que secar con cuidadito, desmontándolo todo lo que un usuario puede desmontar un bicho de estos. Y todavía hay que dar gracias porque el agua estaba limpia, digamos... sin usar. ¿Te imaginas que se te cae el móvil al váter y te quedas sin móvil?


Envía “PUPITA” al 5555 si quieres recibir el tono de moda. Tras el correspondiente secado recompongo el armatoste y parece que funciona. Bien... Por haceros el cuento corto, a lo largo de la mañana descubro que en realidad es que no, que no funciona. Mi móvil vibra a troche y moche, el muy canalla me dice “Introduzca tarjeta SIM cuando la tiene dentro, y otras lindezas que me hacen darme cuenta: ESTOY SIN MÓVIL. La gran cosa, ¿eh?

Lo primero que me comenta mi novia: “Te habrá entrado un agobio... ¿no?” Hago un poquito de introspección y la verdad es que no, qué queréis que os diga. La verdad es que me la suda bastante. Pasado el fastidio inicial lo que más me aturde es haber perdido las cositas que tenía en la memoria. Ese corte del Fibergran del Pumares, esas sintonías de Star Wars, ese Himno Nacional, ese audio del Celebrity de Manu Chao, esas fotos de mis seres queridos y del concierto de Quique González. Y los mensajes. Montones de eseemeeses que yo guardaba, de los últimos años, algunos muy bonitos y especiales porque eran de este mes pasado. “Los mensajes se borran” -me dice mi madre para consolarme. Estos que yo guardaba no, Mamá.

Sé que no es el fin del mundo, y para colmo los números de la agenda se van a poder recuperar (estaban en la tarjeta SIM), pero no mola. Sin embargo, el hecho de andar por ahí sin móvil... ¿puedo decir que sí mola? ¡Qué narices! ¿Y cómo viviríamos antes sin teléfonos? Pues bien, vivíamos bien, señora. Entendedme, no soy el típico ser antiglobalización que reniega ahora de las tecnologías, pero sí que sufro un poquito de eso que los ingleses llaman la “correa electrónica”, que nos mantiene conectados por móvil, email, etc, 24 horas al día.


Voy por la calle tan tranquilo... ¡ay, a ver si me llaman! Que no, que voy sin móvil.... pues ¡hala, para adelante! Siento vibrar la acera bajo mis pies: ¡un mensaje! Ah, no, que es que hay una máquina taladrando el pavimento... y así sucesivamente. Y qué queréis que os diga, podría acostumbrarme. Desde aquí propongo a Samanta Villar que se atreva a pasarse 21 días sin móvil, como yo me he pasado 21 horas, le auguro que saldrá purificada. Empiezo a considerar esta remojada de mi ex-móvil como una especie de Bautismo de In-movilidad. Y no os lo voy a negar, el viernes mismo ya me estoy comprando otro teléfono... pero vamos, más que nada por no daros un disgusto.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Duquesismo


Sé que le debo un post a Keira Knightley, y desde el sábado pasado lo sé más. Pero no es este. Digo lo del sábado porque fue cuando vi su última película, una cosa tan bonita y tan bien contada que no he parado de darle vueltas en cuatro días. Realmente esta película me ha impactado. Se llama The Duchess (2008), diremos aquí La duquesa, a falta de saber cuál será su título en España, pero tampoco hay que ser Sherlock Holmes para predecirlo. Duquesas hay muchas, aquí ya se habló de una. También estaba la “Duquesa roja”. Ambas tienen en común con la que interpreta Keira Knightley el ser mujeres rebeldes.

¡Uf, no sigas, Porerror, que ya sabemos lo que viene! Mujer rebelde, activa sexualmente, deslenguada, usa a los hombres, monta a caballo, va al parlamento y les saca los colores a los hombres… al final triunfa y/o muere injustamente. ¡NORL!
Craso error, amigo. Todo el que espere ver en La duquesa un panfleto feministoide (el cartel es un primer plano de la Knightley exclusivamente) se equivoca. La peli está basada en la biografía de una mujer que existió de verdad en el siglo XVIII: Georgiana, Duquesa de Devonshire. Mujer inteligente y de buen ver que supo usar para su ventaja las constricciones que la sociedad imponía en aquella época a las de su sexo. En un momento dado alguien le pregunta que por qué las mujeres utilizan esos corsés, vestidos y tocados tan bizarros, y ella argumenta, “A lo mejor es porque es nuestra única manera de hacernos notar, mientras que los hombres tenéis a vuestra disposición todas las demás”.


Georgiana/Keira se convierte en duquesa por un matrimonio concertado (esto se sabe en el minuto 1 de película) y ya no voy a contar más para no destriparla. El matrimonio sin amor es un tema de esta peli, como lo son el papel de los respectivos esposos (hombre y mujer), los deberes de la nobleza, la hipocresía de la sociedad, el mundo afectivo y familiar del siglo XVIII o los cambios políticos y sociales que se avecinaban a finales de siglo. La protagonista de la historia es ella, sin duda, en su faceta de esposa, amante, madre, hija, mujer pública (famosa, no puta) pero su interacción con los hombres y con otras mujeres no es un grueso retrato profeminista. Hay matices, contradicciones, debilidades, en suma, elementos de humanidad, más que de género o sexo.

La peli en sí está contada con una agilidad y una economía de recursos que pasma en el cine actual. No hablo de ella cinematográficamente, no me veo capacitado. Pero narrativamente es la hostia, a pesar de estar narrada a saltos (en orden cronológico, no asustarse) y de no cubrir la vida completa de la duquesa, apenas 20 años –o a lo mejor por eso. Por no hablar del trabajo de Ralph Fiennes y Charlotte Rampling. La fotografía y la ambientación también resultan superiores, con un vestuario, una banda sonora y unos detalles cuidadísimos. No recuerdo una peli tan auténtica sobre el siglo XVIII desde aquella obra maestra de Kubrick llamada Barry Lyndon (1975).


De hecho, hay muchas cosas en común entre esta película y aquella: los trajes, las escenas que parecen sacadas de cuadros de Gainsborough o Reynolds, la música clásica (Telemann, Haydn, Haendel, Mozart…), el follisqueo, los juegos de azar dieciochescos, el mundo afectivo de la infancia y sus diversiones, el telón de fondo de la política… El siglo XVIII me encanta, modestamente lo he estudiado, y el inglés ya me parece el acabóse. Mientras en España por ejemplo teníamos a Fray Gerundio de Campazas, a José Cadalso y a la Inquisición, en Inglaterra estaban Newton, el ferrocarril, la Revolución Industrial, andaban inventando la novela y, aunque perdieron las colonias de USA, ya iban conquistando media Asia y forjando su imperio del siglo posterior.

Los personajes de La duquesa están bien conectados con la cultura de su tiempo: bailan piezas de Telemann, conversan con líderes del partido Whig -liberal- como James Fox o Charles Grey (desde el episodio de las elecciones trucadas de Blackadder III no veía nada igual), o van a ver una obra de Sheridan (La escuela del escándalo, 1777). Pero es en la esfera de lo privado, de lo íntimo –frente al mundo de las apariencias- donde me parece que brilla más esta película. La condición de la mujer oprimida (mejor digamos, “puteada”) aparece de manera objetiva, sin molestos subrayados. No tiene que salir una pava diciendo lo mal que está la cosa: hay situaciones e ideas que caen por su propio peso, y el simple hecho de mostrarlas tal y como eran hace 250 años ya constituye una denuncia.

Yo he hecho trampa porque la vi el sábado pasado en un cine de Leicester Square, en España todavía no tiene título oficial ni fecha de estreno pero cuando salga, por favor no os la perdáis.
 
click here to download hit counter code
free hit counter