Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Cuentos, cuentos, cuentos



No sé por qué pero últimamente me ha dado por leer muchos cuentos. (Sí sé por qué).

Devoro a Dave Eggers, Eloy Tizón, Horacio Quiroga, Sergi Pàmies, Phillipe Delerm, Bryce Echenique, Miguel Ángel Asturias, Hemingway… por citar solo a los que he leído en los últimos tres meses. Y no es pedantería, es que me abro a la sorpresa de la constatación: los cuentos se han convertido en algo imprescindible en mi vida. ¿No lo son en la de todos?

Aviso que yo le llamo ‘cuento’ al relato literario, qué queréis que os diga. Está claro que no me refiero al cuento de Caperucita Roja, por ejemplo. Según sesudas clasificaciones hay cuentos-narración frente a cuentos-situación (sí: esos tras lo que alguna gente se queda igual o en los que, como se dice vulgarmente, “no pasa nada”). En cualquier caso, y no obstante su diversidad, nadie les niega unas ciertas características comunes: intensidad, síntesis, esquematismo, importancia de la estructura…

Mis cuentistas preferidos son J.L. Borges, Julio Cortázar y Augusto Monterroso (aunque llamar a Borges ‘cuentista’ viene a ser como decir que Elvis Presley era simplemente “un señor con tupé”). Los cuentos que escriben no son como los cuentos populares o los antes mencionados cuentos infantiles. Algunos carecen por completo de anécdota. Pero ¡amigo!, envidio a esos autores porque saben captar un momento preciso, una luz, una textura… una idea. Muchos de mis cuentos favoritos, además, incluyen de serie una buena dosis de humor.

Algunos libros de cuentos me llaman desde sus estantes en las librerías, como a otros les llaman los pasteles. Así conocí dos libritos que me permito recomendar aquí desde el corazón o desde las tripas. El primero, de Eloy Tizón, se llama Velocidad de los jardines. No le haría justicia al estilo si menciono algunas de sus anécdotas: amoríos de instituto, un escritor que se obsesiona con una inmigrante polaca, un catedrático de universidad que celebra solo un Fin de Año… da igual. Lo importante de este libro (votado en El País como uno de los 100 mejores de los últimos 25 años) es cómo están contadas las cosas.

El otro es El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, de Phillipe Delerm (padre del cantautor Vincent Delerm). Confieso que el título me había llamado la atención, pero no lo compré hasta que una compañera de trabajo me lo recomendó. Se trata de microrrelatos (también llamados ‘historias mínimas’ y en inglés short-short stories). Aunque yo hablaría aquí de cuento-intuición o cuento-pálpito. Son impresiones –pequeños placeres- que descubrimos en lo cotidiano: leer en la playa, enterarse de una noticia en el coche, ir al cine… Lo de ‘el primer trago de cerveza’ no funciona para mí, yo habría dicho ‘el primer trago de coca-cola’ o ‘la primera patata frita del paquete’ pero claro, ahí radica la gracia: cada uno tendrá su ‘primer trago de cerveza’ particular.

Para terminar, pienso que aunque lleguen impresos en libros y disfrazados de obras literarias, la mayoría de los cuentos que leo no difieren tanto de esos otros que todos conocemos: mentiras piadosas, excusas, autoengaños, bálsamos sociales. En definitiva, cuentos que nos contamos diariamente para sobrevivir.

1 comentario:

Fran G. Matute dijo...

Yo también he tenido una especie de frenesí por el relato, sobre todo el norteamericano, que parece que se está recuperando en los últimos años (o al menos es más accesible en España o está más de moda...). Una recomendación: "Lo mejor de McSweeny's". Son dos volúmenes publicados en libro de bolsillo por Mondadori (baratos y ocupan poco espacio!). McSweeny's es la revista literaria que publica Dave Eggers. Son todos relatos escogidos de gran parte de los autores de la Next Generation. Ya digo: muy recomendable.

 
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