Antes de nada, ¡Feliz Navidad a todos! Luego toca regalar algo y no sabemos qué, puede que un libro. Y ¿por qué no regalar un buen libro? Por ejemplo este del que voy a hablaros.
Desde su estantería me llamó Finalmusik (2007) de Justo Navarro, una excelente novela que tiene algo de confesión, algo de intriga y algo de fresco postmoderno de la sociedad que nos ha tocado vivir. La trama se pone en marcha de un modo simple: un joven traductor se encuentra en Roma vertiendo al español una novela italiana superventas sobre el Frente Ruso de la 2ª Guerra Mundial. Durante sus últimos días allí, le suceden una serie de incidentes alucinatorios con algunos personajes como una limpiadora de la que se ha hecho amante, el marido de esta –ex-boxeador olímpico-, un obispo polaco-alemán caído en desgracia, una profesora de semiótica de Bolonia (¿guiño a U. Eco?), su marido, que es infiel pero íntegro en su trabajo de economista del estado, el novelista cuya obra está traduciendo… todo esto con el telón de fondo de un caluroso agosto italiano neurotizado por un ultimátum islamista.
Una vez más, lo importante no es el qué se cuenta sino el cómo se cuenta. La novela se divide en capítulos, y estos a su vez en pequeños fragmentos que alternan el monólogo interior con la tercera persona. La historia del presente (Finalmusik se desarrolla en 2004) se entrecruza con la del libro que el protagonista está traduciendo, una trilogía de novelas policíacas ambientadas en el cuerpo de voluntarios italianos que Mussolini envío a Rusia en 1941, y esto se hace con mucho arte, casi imperceptiblemente.
El misterio policiaco de antaño se superpone a otras investigaciones en la Roma actual, la del caso de un asesino en serie abatido por la policía, la de una trama de corruptelas financieras en plan Operación Malaya, la del terrorismo islamista… y así se va configurando una maraña de pasillos, despachos oficiales, habitaciones, escuchas telefónicas, agentes dobles o triples, interrogatorios, camas y controles de seguridad que envuelven la peripecia del protagonista de forma casual pero inexorable.
Mis puntos de referencia mientras leía Finalmusik han sido Kafka (versión El proceso) y el Bret Easton Ellis de Glamorama. El primero por toda la paranoia opresiva de un estado espía, acusaciones imposibles y un farragoso entramado burocrático (en realidad dos estados: el italiano y el vaticano). El segundo por la mezcla fácil del horror con lo cotidiano, la fragmentación formal del libro y la voluntad de ser el documento de una época (en Glamorama, de 1998, también había atentados islamistas) poliédrica, de apariencias y falsedades: espejos, pantallas de televisión, grabaciones, traducciones, adaptaciones cinematográficas, versiones de versiones de versiones. Ya lo avisa el dicho italiano, “Traduttore, traditore”, y aquí el narrador es un traductor. Pero también son traidores los novelistas, actores, políticos, teóricos de la semiótica, agentes secretos, funcionarios vaticanos, en lo que constituye un formidable ejercicio de ventriloquía internacional muy post 11-S.
También he pensado al leer este libro en Roberto Bolaño (otro cronista del horror por fascículos), y en lo que se dijo en este blog sobre la literatura de calidad y la dificultad que entraña leerla. Pues bien, Finalmusik es un libro de ahora, postmoderno, levemente cultureta, pero no es en absoluto difícil de leer. Para nada. Antes bien, se trata de una novela con un protagonista, unos secundarios, una trama y un espacio-tiempo muy bien delimitados, y una narración prácticamente lineal. ¿He oído bien? ¿Buena literatura y fácil de digerir? ¡Ya tardáis en leerlo!
Desde su estantería me llamó Finalmusik (2007) de Justo Navarro, una excelente novela que tiene algo de confesión, algo de intriga y algo de fresco postmoderno de la sociedad que nos ha tocado vivir. La trama se pone en marcha de un modo simple: un joven traductor se encuentra en Roma vertiendo al español una novela italiana superventas sobre el Frente Ruso de la 2ª Guerra Mundial. Durante sus últimos días allí, le suceden una serie de incidentes alucinatorios con algunos personajes como una limpiadora de la que se ha hecho amante, el marido de esta –ex-boxeador olímpico-, un obispo polaco-alemán caído en desgracia, una profesora de semiótica de Bolonia (¿guiño a U. Eco?), su marido, que es infiel pero íntegro en su trabajo de economista del estado, el novelista cuya obra está traduciendo… todo esto con el telón de fondo de un caluroso agosto italiano neurotizado por un ultimátum islamista.
Una vez más, lo importante no es el qué se cuenta sino el cómo se cuenta. La novela se divide en capítulos, y estos a su vez en pequeños fragmentos que alternan el monólogo interior con la tercera persona. La historia del presente (Finalmusik se desarrolla en 2004) se entrecruza con la del libro que el protagonista está traduciendo, una trilogía de novelas policíacas ambientadas en el cuerpo de voluntarios italianos que Mussolini envío a Rusia en 1941, y esto se hace con mucho arte, casi imperceptiblemente.
El misterio policiaco de antaño se superpone a otras investigaciones en la Roma actual, la del caso de un asesino en serie abatido por la policía, la de una trama de corruptelas financieras en plan Operación Malaya, la del terrorismo islamista… y así se va configurando una maraña de pasillos, despachos oficiales, habitaciones, escuchas telefónicas, agentes dobles o triples, interrogatorios, camas y controles de seguridad que envuelven la peripecia del protagonista de forma casual pero inexorable.
Mis puntos de referencia mientras leía Finalmusik han sido Kafka (versión El proceso) y el Bret Easton Ellis de Glamorama. El primero por toda la paranoia opresiva de un estado espía, acusaciones imposibles y un farragoso entramado burocrático (en realidad dos estados: el italiano y el vaticano). El segundo por la mezcla fácil del horror con lo cotidiano, la fragmentación formal del libro y la voluntad de ser el documento de una época (en Glamorama, de 1998, también había atentados islamistas) poliédrica, de apariencias y falsedades: espejos, pantallas de televisión, grabaciones, traducciones, adaptaciones cinematográficas, versiones de versiones de versiones. Ya lo avisa el dicho italiano, “Traduttore, traditore”, y aquí el narrador es un traductor. Pero también son traidores los novelistas, actores, políticos, teóricos de la semiótica, agentes secretos, funcionarios vaticanos, en lo que constituye un formidable ejercicio de ventriloquía internacional muy post 11-S.
También he pensado al leer este libro en Roberto Bolaño (otro cronista del horror por fascículos), y en lo que se dijo en este blog sobre la literatura de calidad y la dificultad que entraña leerla. Pues bien, Finalmusik es un libro de ahora, postmoderno, levemente cultureta, pero no es en absoluto difícil de leer. Para nada. Antes bien, se trata de una novela con un protagonista, unos secundarios, una trama y un espacio-tiempo muy bien delimitados, y una narración prácticamente lineal. ¿He oído bien? ¿Buena literatura y fácil de digerir? ¡Ya tardáis en leerlo!
2 comentarios:
El Perro Lunar le desea unas muy felices fiestas! Gracias por linkarnos, ya te hemos puesto nosotros por ahí.
Yo la verdad cada vez leo menos (bajo la cabeza avergonzado), pero me apunto éste porque estas fechas son propicias para pasarse por la FNAC.
¡Felices fiestas también de parte de Estatuas Verdes!
Gracias a vosotros por linkarme. Me encanta vuestro blog. Parafraseando a Barón Rojo: "mi rollo es el pop".
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