Cada vez que termino un libro de Roberto Bolaño me quedo picueto picueto picueto. En esta ocasión se trata de El gaucho insufrible (2001) pero este es el sexto libro de Bolaño que me leo en 2007. Antes vinieron Llamadas telefónicas (1997), Putas asesinas (2001), Nocturno de Chile (2000), Los detectives salvajes (1998) y La literatura nazi en América (1996). Volviendo la vista atrás, puedo decir que este ha sido mi “año Bolaño” (¡qué Gloria Fuertes me ha quedado eso, no?).
Y pensar que yo a este tipo no lo conocía –salvo de verlo en los suplementos literarios- hasta enero pasado. Su calidad fue un chivatazo de un amigo durante una barbacoa. “¿No has leído nada de Bolaño? ¡Tiene unos cuentos fantásticos!” –me dijo, entre pellizco y pellizco de carne ibérica. A mí me sonaba 2666, su descomunal novela póstuma que acaparó el aplauso unánime de la crítica en 2004. Se trata de una pentalogía que dejó inacabada, y la verdad, me da un poco de miedo, aunque prometo que algún día le meteré mano.
Pero empecé leyendo los cuentos de Bolaño, un escritor típicamente hispanoamericano que sin embargo se mueve como pez en el agua hablando de España y de Europa en general. Su prosa me fascina por lo inquietante de sus argumentos y por lo atractivo de sus personajes. El Bolaño de carne y hueso, que vivió de 1953 a 2003, fue un chileno exiliado en México, volvió a Chile en 1973 para oponerse a Pinochet, fue detenido y puesto en libertad al reconocerlo en la cárcel dos policías antiguos compañeros de colegio y pasó los últimos años de su vida viviendo en Cataluña. Su peripecia vital está muy presente en su obra, y lo mismo sitúa la acción de sus libros en México D.F. que en Barcelona, en Buenos Aires, en Israel o en Austria.
Mención aparte merece su La literatura nazi en América, diccionario apócrifo de escritores hispanoamericanos de derechas inventados. A la manera de Borges, Bolaño traza en este libro las biografías, bibliografías, críticas y valoraciones de nada menos que treinta autores inexistentes pero perfectamente posibles. Como anécdota diré que el día que lo compré en Córdoba el librero se volvió loco, porque el ordenador juraba que había un ejemplar y aquello no aparecía por ninguna parte en “Narrativa hispanoamericana”. Al final resultó que lo habían colocado en la sección de manuales de literatura.
Eso de jugar con la realidad y la ficción es muy de Bolaño, baste recordar que Javier Cercas lo introdujo como personaje en su exitosa novela Soldados de Salamina (2001), y que él mismo ha utilizado en sus cuentos y novelas a escritores reales como los chilenos Pablo de Rokha, Pablo Neruda o el mejicano Carlos Monsiváis, entre otros muchos. La cumbre de su visión cuajó en la que está considerada como su obra maestra: la fragmentaria novela Los detectives salvajes. Con este libro, Roberto Bolaño se ganó un merecido puesto en el olimpo de la literatura hispanoamericana, al ladito de Borges o Cortázar. La novela aborda la reconstrucción de la figura de una poetisa vanguardista mejicana (también apócrifa) llevada a cabo décadas después por un grupo de nuevos y zarrapastrosos escritores mejicanos (mezcla de apócrifos y personajes reales). Suena muy cultureta, lo sé, pero es mucho mejor de lo que parece.
Y a quien no tenga paciencia para leer un novelón de 600 páginas (yo mismo, salvo en vacaciones) le recomendaría empezar por una de sus varias colecciones de cuentos. Por ejemplo Llamadas telefónicas o Putas asesinas, llenos de relatos brillantes en lo técnico y desasosegantes en su contenido. Sin ser un “escritor para escritores”, hay que advertir que Bolaño no nos lo pone fácil, pero la recompensa por el pequeño esfuerzo que exige del lector supera con creces cualquier dificultad. A fin de cuentas, ¿no constituye siempre un reto la mejor literatura?
Y pensar que yo a este tipo no lo conocía –salvo de verlo en los suplementos literarios- hasta enero pasado. Su calidad fue un chivatazo de un amigo durante una barbacoa. “¿No has leído nada de Bolaño? ¡Tiene unos cuentos fantásticos!” –me dijo, entre pellizco y pellizco de carne ibérica. A mí me sonaba 2666, su descomunal novela póstuma que acaparó el aplauso unánime de la crítica en 2004. Se trata de una pentalogía que dejó inacabada, y la verdad, me da un poco de miedo, aunque prometo que algún día le meteré mano.
Pero empecé leyendo los cuentos de Bolaño, un escritor típicamente hispanoamericano que sin embargo se mueve como pez en el agua hablando de España y de Europa en general. Su prosa me fascina por lo inquietante de sus argumentos y por lo atractivo de sus personajes. El Bolaño de carne y hueso, que vivió de 1953 a 2003, fue un chileno exiliado en México, volvió a Chile en 1973 para oponerse a Pinochet, fue detenido y puesto en libertad al reconocerlo en la cárcel dos policías antiguos compañeros de colegio y pasó los últimos años de su vida viviendo en Cataluña. Su peripecia vital está muy presente en su obra, y lo mismo sitúa la acción de sus libros en México D.F. que en Barcelona, en Buenos Aires, en Israel o en Austria.
Mención aparte merece su La literatura nazi en América, diccionario apócrifo de escritores hispanoamericanos de derechas inventados. A la manera de Borges, Bolaño traza en este libro las biografías, bibliografías, críticas y valoraciones de nada menos que treinta autores inexistentes pero perfectamente posibles. Como anécdota diré que el día que lo compré en Córdoba el librero se volvió loco, porque el ordenador juraba que había un ejemplar y aquello no aparecía por ninguna parte en “Narrativa hispanoamericana”. Al final resultó que lo habían colocado en la sección de manuales de literatura.
Eso de jugar con la realidad y la ficción es muy de Bolaño, baste recordar que Javier Cercas lo introdujo como personaje en su exitosa novela Soldados de Salamina (2001), y que él mismo ha utilizado en sus cuentos y novelas a escritores reales como los chilenos Pablo de Rokha, Pablo Neruda o el mejicano Carlos Monsiváis, entre otros muchos. La cumbre de su visión cuajó en la que está considerada como su obra maestra: la fragmentaria novela Los detectives salvajes. Con este libro, Roberto Bolaño se ganó un merecido puesto en el olimpo de la literatura hispanoamericana, al ladito de Borges o Cortázar. La novela aborda la reconstrucción de la figura de una poetisa vanguardista mejicana (también apócrifa) llevada a cabo décadas después por un grupo de nuevos y zarrapastrosos escritores mejicanos (mezcla de apócrifos y personajes reales). Suena muy cultureta, lo sé, pero es mucho mejor de lo que parece.
Y a quien no tenga paciencia para leer un novelón de 600 páginas (yo mismo, salvo en vacaciones) le recomendaría empezar por una de sus varias colecciones de cuentos. Por ejemplo Llamadas telefónicas o Putas asesinas, llenos de relatos brillantes en lo técnico y desasosegantes en su contenido. Sin ser un “escritor para escritores”, hay que advertir que Bolaño no nos lo pone fácil, pero la recompensa por el pequeño esfuerzo que exige del lector supera con creces cualquier dificultad. A fin de cuentas, ¿no constituye siempre un reto la mejor literatura?
2 comentarios:
Otra muy buena a lo Gloria Fuertes sería "una vez al año, Bolaño no hace daño".
Qué gran razón tienes que gran parte de la satisfacción de la literatura es el reto intelectual. Yo no he disfrutado más leyendo que con "El Arcoiris de Gravedad" y eso que no me estaba enterando absolutamente de nada...
Vaya, me creía que esta entrada iba a ir sobre el superrrcomedianteee Chesssspiritooo!!
Pero ese es Roberto Gómez Bolaños.
Espero con ansia un futuro post sobre el Chavo del 8, Chapulín Colorado y compañía.
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