En un relativamente corto plazo de tiempo veo en DVD dos películas antiguas dispares pero comparables. Me refiero a Cómo robar un millón (1966: de William Wyler, con Audrey Hepburn y Peter O’ Toole) y La huella (1972: de Joseph L. Mankiewicz, con Laurence Olivier y Michael Caine). Dos peliculones, amigos, de ese cine del que ya no se hace. No es esto un lamento de repertorio sino una constatación objetiva: películas así ya no se hacen, en primer lugar porque seguramente ya no tendrían éxito.
Como he dicho arriba estas dos películas son diferentes pero tienen muchos términos de comparación, y por eso las traigo aquí juntas. La idea para el post se me ha ocurrido reflexionando sobre el concepto de simulacro presente en ambos filmes, pero tal vez debiera dar una pincelada sobre sus respectivas tramas, caso de que algún incauto no las haya visto (como yo hasta hoy mismo, vaya).
Cómo ganar un millón es la típica comedia llamativa de los sesenta. Actores famosos y atractivos, un guión a ratos tonto y a ratos gracioso (incluyendo diálogos amorosos absolutamente im-po-si-bles), vestuario de ensueño, glamour, cochazos… Al pertenecer al subgénero de “robos de guante blanco”, debe haber también ladrones encantadores, aristócratas, policías tontacos e impresionantes medidas de seguridad que por supuesto son facilísimas de burlar en el momento clave. La historia es simple: un famoso falsificador que pasa por coleccionista de obras de arte (en realidad las confecciona él) urde un plan para autorrobarse una pieza de las suyas antes de que sea expuesta como falsa por un perito de seguros.
En realidad el plan lo urde su hija (enter Miss Hepburn) y le encarga el robo al refinado Peter O’ Toole, quien en esta película tiene aproximadamente la misma credibilidad como ladrón que tenía David Niven en La Pantera Rosa (1963). Al final, nada es lo que parece: del engaño pasamos al delito y de este al engaño, con resultados románticos. El esquema de La huella podría antojarse parejo, pero en realidad se trata de un twist más siniestro. Si Cómo robar un millón es lineal (con varias paradas), La huella se convierte en un asunto más enrevesado, acaso espiral.
En La huella partimos de un casus belli romántico para urdir un delito que luego resulta ser un engaño que luego resulta ser un delito que luego resulta ser un engaño, que luego resulta… y así continúa el patrón entre delito y engaño, hasta llegar a un final que obviamente no voy a revelar. La historia es simple: un aristócrata y novelista detectivesco (aficionado a los juegos y a las comeduras de olla) invita al amante de su esposa para proponerle un robo del que supuestamente ambos sacarán provecho. Al tratarse de una adaptación de una obra de teatro, la película se sostiene íntegramente sobre los dos personajes principales, aquí sí que la peli son Michael Caine (el cockney, el gañán de stock italiano) y Laurence Olivier (el perverso gentleman de pura raza anglosajona).
Con ser pelis de una cierta época (últimos años 60 y primeros 70), las dos tratan –cada una a su modo- de transgredir un poquito lo que se estilaba por aquel entonces. Cómo robar un millón presenta exteriores reales filmados en Paris, lo cual es muy de agradecer. No se trata de la nouvelle vague, pero tampoco es ya una peli de Hitchcock, si sabéis a lo que me refiero. Tampoco la pareja protagonista va más allá de castos besos, pero he querido ver en esta historia ciertos puntitos de riesgo que me han molado: niña pija irremisiblemente atraída por un canalla (y el padre no dice nada), Audrey Hepburn en deshabillé, la idea de que a lo mejor el crimen sí compensa…
La huella es más oscura, más sucia, más violenta. Desde el lenguaje hasta las situaciones planteadas, pasando por los movimientos de la cámara. Tras su crudeza se oculta una excelente crítica social para quien la quiera ver. Hay un subtexto aquí de lucha de clases, explicitado en los parlamentos sobre todo de Michael Caine. Cómo robar un millón también puede ser analizada en plan marxista, pero en ningún momento cuestiona el orden establecido. La huella además presenta un cuadro de moral sexual mucho más franco: adulterio, impotencia, perversiones sugeridas… Sin embargo, no nos engañemos; el guión, con todos sus trucos y giros inesperados, resulta de una construcción tan mecánica que al final acaba pareciendo hasta naïf.
Al final, lo que más me ha llamado la atención de estas dos películas es el hecho de que sean pelis sobre delitos, robos, falsificaciones, asesinatos… pero que tengan el tema común del engaño mediante el simulacro. En ninguna de las dos películas nada es lo que parece hasta el final, y el simulacro aparece como leit-motif, sea en los Van Goghs falsos que pinta el padre de Audrey Hepburn, en los siniestros autómatas que atesora Laurence Olivier, en los disfraces que se ponen la Hepburn y Michael Caine para cometer un delito, en las identidades supuestas, en las medias verdades, en las representaciones teatrales.
En la era postmoderna, nos recuerda Jean Baudrillard (1929-2007), el simulacro precede a la realidad (Cultura y simulacro, 1978). En otras palabras, no hay diferencia entre el mapa y el territorio. En el caso de Cómo robar un millón y La huella tenemos dos excelentes ejemplos de esto, con crímenes que en realidad no lo son, o que si lo llegan a ser es solo por el hecho de que se han planificado como tales. Precisamente, el mismo Baudrillard tiene otro libro (El crimen perfecto, 1996) en el que dice que si no fuera por las apariencias, el mundo (la realidad) sería un crimen perfecto. Interesante, ¿eh? ¡Corred a alquilarlas!
Como he dicho arriba estas dos películas son diferentes pero tienen muchos términos de comparación, y por eso las traigo aquí juntas. La idea para el post se me ha ocurrido reflexionando sobre el concepto de simulacro presente en ambos filmes, pero tal vez debiera dar una pincelada sobre sus respectivas tramas, caso de que algún incauto no las haya visto (como yo hasta hoy mismo, vaya).
Cómo ganar un millón es la típica comedia llamativa de los sesenta. Actores famosos y atractivos, un guión a ratos tonto y a ratos gracioso (incluyendo diálogos amorosos absolutamente im-po-si-bles), vestuario de ensueño, glamour, cochazos… Al pertenecer al subgénero de “robos de guante blanco”, debe haber también ladrones encantadores, aristócratas, policías tontacos e impresionantes medidas de seguridad que por supuesto son facilísimas de burlar en el momento clave. La historia es simple: un famoso falsificador que pasa por coleccionista de obras de arte (en realidad las confecciona él) urde un plan para autorrobarse una pieza de las suyas antes de que sea expuesta como falsa por un perito de seguros.
En realidad el plan lo urde su hija (enter Miss Hepburn) y le encarga el robo al refinado Peter O’ Toole, quien en esta película tiene aproximadamente la misma credibilidad como ladrón que tenía David Niven en La Pantera Rosa (1963). Al final, nada es lo que parece: del engaño pasamos al delito y de este al engaño, con resultados románticos. El esquema de La huella podría antojarse parejo, pero en realidad se trata de un twist más siniestro. Si Cómo robar un millón es lineal (con varias paradas), La huella se convierte en un asunto más enrevesado, acaso espiral.
En La huella partimos de un casus belli romántico para urdir un delito que luego resulta ser un engaño que luego resulta ser un delito que luego resulta ser un engaño, que luego resulta… y así continúa el patrón entre delito y engaño, hasta llegar a un final que obviamente no voy a revelar. La historia es simple: un aristócrata y novelista detectivesco (aficionado a los juegos y a las comeduras de olla) invita al amante de su esposa para proponerle un robo del que supuestamente ambos sacarán provecho. Al tratarse de una adaptación de una obra de teatro, la película se sostiene íntegramente sobre los dos personajes principales, aquí sí que la peli son Michael Caine (el cockney, el gañán de stock italiano) y Laurence Olivier (el perverso gentleman de pura raza anglosajona).
Con ser pelis de una cierta época (últimos años 60 y primeros 70), las dos tratan –cada una a su modo- de transgredir un poquito lo que se estilaba por aquel entonces. Cómo robar un millón presenta exteriores reales filmados en Paris, lo cual es muy de agradecer. No se trata de la nouvelle vague, pero tampoco es ya una peli de Hitchcock, si sabéis a lo que me refiero. Tampoco la pareja protagonista va más allá de castos besos, pero he querido ver en esta historia ciertos puntitos de riesgo que me han molado: niña pija irremisiblemente atraída por un canalla (y el padre no dice nada), Audrey Hepburn en deshabillé, la idea de que a lo mejor el crimen sí compensa…
La huella es más oscura, más sucia, más violenta. Desde el lenguaje hasta las situaciones planteadas, pasando por los movimientos de la cámara. Tras su crudeza se oculta una excelente crítica social para quien la quiera ver. Hay un subtexto aquí de lucha de clases, explicitado en los parlamentos sobre todo de Michael Caine. Cómo robar un millón también puede ser analizada en plan marxista, pero en ningún momento cuestiona el orden establecido. La huella además presenta un cuadro de moral sexual mucho más franco: adulterio, impotencia, perversiones sugeridas… Sin embargo, no nos engañemos; el guión, con todos sus trucos y giros inesperados, resulta de una construcción tan mecánica que al final acaba pareciendo hasta naïf.
Al final, lo que más me ha llamado la atención de estas dos películas es el hecho de que sean pelis sobre delitos, robos, falsificaciones, asesinatos… pero que tengan el tema común del engaño mediante el simulacro. En ninguna de las dos películas nada es lo que parece hasta el final, y el simulacro aparece como leit-motif, sea en los Van Goghs falsos que pinta el padre de Audrey Hepburn, en los siniestros autómatas que atesora Laurence Olivier, en los disfraces que se ponen la Hepburn y Michael Caine para cometer un delito, en las identidades supuestas, en las medias verdades, en las representaciones teatrales.
En la era postmoderna, nos recuerda Jean Baudrillard (1929-2007), el simulacro precede a la realidad (Cultura y simulacro, 1978). En otras palabras, no hay diferencia entre el mapa y el territorio. En el caso de Cómo robar un millón y La huella tenemos dos excelentes ejemplos de esto, con crímenes que en realidad no lo son, o que si lo llegan a ser es solo por el hecho de que se han planificado como tales. Precisamente, el mismo Baudrillard tiene otro libro (El crimen perfecto, 1996) en el que dice que si no fuera por las apariencias, el mundo (la realidad) sería un crimen perfecto. Interesante, ¿eh? ¡Corred a alquilarlas!
4 comentarios:
Soy fan de Audrey Hepburn, para qué negarlo. Aun así, he de reconocer que no supe de la existencia de Cómo robar un millón hasta que alguien la puso en mis manos. ;-) Me gustan especialmente las situaciones naïve que surgen entre la pareja protagonista: ¿es común enamorarse de un ladrón que entra a robar en tu casa? Según parece, raro no es. ;-)
La huella no la he visto, pero intuyo que puede molarme bastante.
Empezaré confesando que no he visto "Cómo robar un millón", pero por tus ilustrativos comentarios me hago una idea de qué tipo de película es...
Respecto de "La Huella", me hace gracia pensar que ahora que están tan de moda los twist endings (tipo "Memento" y "Los Otros"), no se recuerde nunca esta película, que verdaderamente es una de las pioneras... aunque, pa tí y pa mí, yo la primera vez que la ví me cosqué del temario rápidamente... ¿verdad?... Eran otros tiempos, y la gente era más impresionable...
Otra película de espectacular twist end, y con Michael Caine además, es "El Truco Final" (C. Nolan)... con esa gran actuación de David Bowie en el papel de Nikola Tesla... ¿la has visto, porerror?
Preciosa entrada, porerror sobre sin duda dos grandes películas. Cómo me gustan estas películas que tienen unos años pasados. Y Audrey Hepburn, tan elegante siempre. Toda una señora, no como las actrices de hoy, a las que sólo les importa parecer sexis.
"La Huella" la vi hace muchos años, cuando aún no vivía en España. Me acuerdo de poco, pero el final me sorprendió. La otra no la he visto, pero la apunto para verla.
Con afecto,
Topuno
-No he visto El truco final, Fran G Matute, pero me han hablado muy bien de ella. Y si además sale David Bowie... (desde La última tentación de Cristo no se vio nada igual, ¿eh?). Yo en su día vi El ilusionista, que no es muy intelectual, pero está un rato entretenida.
-A los que no habéis visto una de las dos pelis vedla porque os molará seguro. Respecto a Audrey Hepburn, yo también soy fan (ayer sin ir más lejos me compré por 5 pavos Dos en la carretera).
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