Esta noche soy testigo de la bizarría en grado superlativo. En la segunda cadena de TVE contemplo a un anciano calvo y espasmódico con la camisa mal abrochada y me quieren hacer creer que se trata de Neil Young actuando en el Rock In Rio (in Madrid). Neil, el mismo de Buffalo Springfield. El mismo que aparece en las portaditas de tantos discos que ahora duermen en mi cuarto. Pero no he venido a hablaros de eso.
He venido a preveniros contra un engendro de película que me ha sido dado contemplar esta noche en el cine, y me duele decir esto porque la idea de verla ha sido mía. Soy muy fan de las “comediotas”, que es como mi novia llama a las comedias malas estadounidenses. A mí me gustan todas. Casi siempre versan sobre tema institutero, tema universitario o tema de relaciones. Ha habido en este género gloriosos clásicos como la nunca bien ponderada Juegos de amor en la universidad (1985), El club de los cinco (1985) o Algo pasa con Mary (1998), por poner un ejemplo de cada subgénero.
Otro subgénero que me priva es el de las “pelis con boda”. ¿Cómo estaba ese El padre de la novia (1950, con Spencer Tracy: no la versión del subnormal Steve Martin)? ¿O aquella imborrable Alta sociedad (1956), con Frank Sinatra, Grace Kelly, Bing Crosby y Louis Armstrong? Luego vino la memorable no-boda de El graduado (1967), la de El Padrino II (1972), y ya modernamente Cuatro bodas y un funeral (1994), La boda de mi mejor amigo (1997), Very Bad Things (1998), American Pie 3: Menuda boda (2003) o Mi gran boda griega (2002). Muchas bodas no fallidas acabaron en pupita, como las de La recluta Benjamin (1980) o la de Y entonces llegó ella (2004).
Pero en mis años de devorador de comediotas o de pelis con boda no recuerdo una cosa tan espantosa como esta de La boda de mi novia (Made of Honor, 2008) que he visto esta noche. Protagonizada por el –me cuentan- médico guapete de Anatomía de Grey, la historia es simple. Un mujeriego empedernido, noctámbulo, crápula, adicto al Starbucks y todos los vicios, se vuelve loco por su mejor amiga al enterarse de que esta va a casarse con un escocés, y decide por todos los medios A) reventar la boda y B) (re)conquistarla (por ese orden).
Los fieles lectores de Estatuas Verdes sabéis que nunca escribo de una peli, un libro o un disco para hablar mal de ellos. Si algún producto cultural me parece malo simplemente lo ignoro. Pero he decidido traer este filme o lo que sea aquí esta noche no por sus dudosas cualidades cinematográficas sino por su bochornoso uso de un recurso cómico que aborrezco: el topicazo. ¿Os acordáis de Manolito Royo en el Un, Dos, Tres imitando personajes con acentos regionales andaluz, catalán, gallego…? Pues a eso me refiero. Estas cosas siempre me han dado vergüenza ajena.
Os confesaré que siempre que en la misma habitación coincidimos un mejicano/argentino, otra persona y yo tiemblo de estrés temiendo que en algún momento salte el otro con alguna gracia tipo “che, pibe”, “ándele, manito” o así. No puedo, no puedo, no puedo. Todavía tengo pesadillas por las noches con esas revistas de Telecinco producidas por José Luis Moreno en las que indefectiblemente aparecía un personaje vestido de escocés, con su kilt, su bigote naranja y su gaita, confundiendo “pollo” con “polla” y diciendo inconveniencias mil.
Pues eso, amigos, es lo que ocurre en La boda de mi novia. Para empezar, a algún genio del doblaje se le ocurrió que ya que el novio de la novia es escocés, él y toda su familia (que en la V.O. hablan con acento escocés por oposición al neoyorquino de los demás protas) en la versión española debían hablar koun un aksenchou kei nou deihara dudas dei kei eiran dei Eiscousia. Algo así como le hicieron a la pobrecica Audrey Tautou con el acento franchute en El Código Da Vinci (2006). Y de ahí para arriba.
El resto, una sucesión de tópicos escoceses en la que no he echado ninguno en falta: el monstruo del Lago Ness, confundir Escocia con Inglaterra, decir que comen intestinos de oveja, el whisky, los castillos, las gaitas, los juegos de las Highlands, Robert Burns, el gaélico escocés, las falditas masculinas sin nada debajo, la canción “Scotland the Brave”, el tartán, las palabras “bonny lass” (chica guapa), “aye” (sí) y “bairn” (niño), los apellidos que comienzan por Mc… Ahora que lo pienso no han hecho mención a la proverbial tacañería escocesa. Por el contrario, el joven escocés es rico y pertenece a la nobleza igual que todos los británicos: algo que ya nos enseñaron pelis como Rafi, un rey de peso (1991) o Garfield 2 (2006).
Estáis avisados.
He venido a preveniros contra un engendro de película que me ha sido dado contemplar esta noche en el cine, y me duele decir esto porque la idea de verla ha sido mía. Soy muy fan de las “comediotas”, que es como mi novia llama a las comedias malas estadounidenses. A mí me gustan todas. Casi siempre versan sobre tema institutero, tema universitario o tema de relaciones. Ha habido en este género gloriosos clásicos como la nunca bien ponderada Juegos de amor en la universidad (1985), El club de los cinco (1985) o Algo pasa con Mary (1998), por poner un ejemplo de cada subgénero.
Otro subgénero que me priva es el de las “pelis con boda”. ¿Cómo estaba ese El padre de la novia (1950, con Spencer Tracy: no la versión del subnormal Steve Martin)? ¿O aquella imborrable Alta sociedad (1956), con Frank Sinatra, Grace Kelly, Bing Crosby y Louis Armstrong? Luego vino la memorable no-boda de El graduado (1967), la de El Padrino II (1972), y ya modernamente Cuatro bodas y un funeral (1994), La boda de mi mejor amigo (1997), Very Bad Things (1998), American Pie 3: Menuda boda (2003) o Mi gran boda griega (2002). Muchas bodas no fallidas acabaron en pupita, como las de La recluta Benjamin (1980) o la de Y entonces llegó ella (2004).
Pero en mis años de devorador de comediotas o de pelis con boda no recuerdo una cosa tan espantosa como esta de La boda de mi novia (Made of Honor, 2008) que he visto esta noche. Protagonizada por el –me cuentan- médico guapete de Anatomía de Grey, la historia es simple. Un mujeriego empedernido, noctámbulo, crápula, adicto al Starbucks y todos los vicios, se vuelve loco por su mejor amiga al enterarse de que esta va a casarse con un escocés, y decide por todos los medios A) reventar la boda y B) (re)conquistarla (por ese orden).
Los fieles lectores de Estatuas Verdes sabéis que nunca escribo de una peli, un libro o un disco para hablar mal de ellos. Si algún producto cultural me parece malo simplemente lo ignoro. Pero he decidido traer este filme o lo que sea aquí esta noche no por sus dudosas cualidades cinematográficas sino por su bochornoso uso de un recurso cómico que aborrezco: el topicazo. ¿Os acordáis de Manolito Royo en el Un, Dos, Tres imitando personajes con acentos regionales andaluz, catalán, gallego…? Pues a eso me refiero. Estas cosas siempre me han dado vergüenza ajena.
Os confesaré que siempre que en la misma habitación coincidimos un mejicano/argentino, otra persona y yo tiemblo de estrés temiendo que en algún momento salte el otro con alguna gracia tipo “che, pibe”, “ándele, manito” o así. No puedo, no puedo, no puedo. Todavía tengo pesadillas por las noches con esas revistas de Telecinco producidas por José Luis Moreno en las que indefectiblemente aparecía un personaje vestido de escocés, con su kilt, su bigote naranja y su gaita, confundiendo “pollo” con “polla” y diciendo inconveniencias mil.
Pues eso, amigos, es lo que ocurre en La boda de mi novia. Para empezar, a algún genio del doblaje se le ocurrió que ya que el novio de la novia es escocés, él y toda su familia (que en la V.O. hablan con acento escocés por oposición al neoyorquino de los demás protas) en la versión española debían hablar koun un aksenchou kei nou deihara dudas dei kei eiran dei Eiscousia. Algo así como le hicieron a la pobrecica Audrey Tautou con el acento franchute en El Código Da Vinci (2006). Y de ahí para arriba.
El resto, una sucesión de tópicos escoceses en la que no he echado ninguno en falta: el monstruo del Lago Ness, confundir Escocia con Inglaterra, decir que comen intestinos de oveja, el whisky, los castillos, las gaitas, los juegos de las Highlands, Robert Burns, el gaélico escocés, las falditas masculinas sin nada debajo, la canción “Scotland the Brave”, el tartán, las palabras “bonny lass” (chica guapa), “aye” (sí) y “bairn” (niño), los apellidos que comienzan por Mc… Ahora que lo pienso no han hecho mención a la proverbial tacañería escocesa. Por el contrario, el joven escocés es rico y pertenece a la nobleza igual que todos los británicos: algo que ya nos enseñaron pelis como Rafi, un rey de peso (1991) o Garfield 2 (2006).
Estáis avisados.
4 comentarios:
dios... otro doblaje como el de Tatou en ECDV no por favor...
una peli más que tachar de la lista, la verdad es que no me suelen gustar este tipo. Mi Gran Boda Griega fui a verla al cine y...>__<
1) Como tú, soy fan de las comediotas y de todo lo que no huela a intenso.
2) Existe una película, para mí entre las cinco o seis (o diez, da igual) más maravillosas del cine, que se llama Historias de Philadelphia. Los protagonistas son Katherine Hepburn, Cary Grant y mi amado James Stewart. No sé a quién se le ocurrió hacer Alta sociedad, remake en el que tenemos que asistir a la bochornosa escena en la que el Sinatra besa a un esperpento que podría ser su madre. Es lo que pasó entre Rocky III y Yo hice a Roque III. De verdad, no te pierdas Historias de Filadelfia (más fácil de escribir, coño). Migue.
Hola estatua verde,
las comediotas... eres tú muy exigente y está bieen. Pero es el producto de consumo estrella de muchas tardes de sábado, las de domingo lo es el drama familar desolador, y ambas sí son como esa mierda que se te mete entre las uñas en verano, pero parte de nosotros mismos indefectiblementes.
Coño, y ayudan a pasar tardes de arrumacos con las respectivas, que los arrumacos también son necesarios en nuestro rebaño.
Me quedo con las comediotas en que sale Jennifer Anniston, esa chica no guapa que a todos nos pone y que ellas imitan. No es su cara, no es su cuerpo, es esa puta sensualidad que tan bien sabe medir con su lenguaje no verbal.
Felicidades por tu sementalidad escritora, escribes muy a menudo, pero la intensidad-calidad no suele bajar, en mi modesta opinión.
Cheers.
Lo que más me gusta del título original de esta comediota no es su juego de palabras (que también), sino esa "u" de "Honour" que tan ignorada es en inglés americano como indispensable en el británico. Este tópico ortográfico tampoco podía faltar. ;-)
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