Ya la demanda popular era imparable, y hasta el otro día desde los comentarios el Grillo se preguntaba por qué no abordaba el tema de Bea la Fea and the power of the flower. La razón es muy sencilla, tenía previsto escribir sobre La familia Mata y como comprenderéis, no es plan hablar de televisión dos días seguidos. O eso, o es que no soporto la serie Yo soy Bea.
A lo mejor por eso no se iba a escapar sin su correspondiente post. Juro que –sin ver el famoso capítulo de la transformación- me he estado empapando de sus crónicas en la prensa y he visto por YouTube los instantes cruciales. Lo cierto es que andaba cavilando algo inteligente que decir, pero no se me ocurre nada. Mi primer instinto al contemplar tan televisivo y esperado momento (¿Cuántos capítulos lleva ya esa serie? ¿Dos millones?) ha sido el sentir que se trataba de una broma. En efecto, ve uno las imágenes y se da cuenta de que el personaje de Bea, la pupitesca pero eficiente secretaria de la revista Bulevar 21, se ha transformado de fea en… otro tipo de fea.
Más petarda, más fashionista, pero, en palabras del buen Miqui Nadal, “más fea que mandar a una abuela por droga”. Ojito al dato, vaya por delante que a mí no me gustaba la antigua Bea y me sigue sin gustar esta (la actriz Ruth Núñez) pero, visto lo visto… ¿tan mal estaba aquella? Objetivamente yo no la veía tan fea y sí, tenía aparato en los dientes, el peinado no le favorecía mucho y seguro que no se depilaba el sobaco pero de ahí a hacer girar todo un kilométrico culebrón en torno a su fealdad… me parece muy heavy.
Por supuesto que Yo soy Bea no es una idea original, sino una adaptación de aquella gloriosísima novela colombiana que fue Betty la fea. Aquello sí que era obra maestra, amigos. Y además hablaban en colombiano, con lo que la risa estaba asegurada (vaya este comentario desde el respeto). No soy muy fan yo del culebrón sudamericano, género del que sin gustarme admiro enormemente su importancia en la cultura popular. En mi vida sólo he visto tres de estos seriales: Agujetas de color de rosa (1994), Betty la fea (1999-2001) y Pasión de gavilanes (2003); casualmente las tres contaban con magistrales sintonías musicales, sin duda lo que me atrajo de ellas en un principio.
De las tres fue Betty la fea –digámoslo- la mejor, y prueba de ello han sido las incontables adaptaciones internacionales que ha tenido (ayer mismo en Sé lo que hicisteis les hicieron un divertido repaso). La más sonada fue la norteamericana, titulada Ugly Betty (2006) y para la que al parecer puso el dinero Salma Hayek. Ahora que acaba la Bea de Telecinco (o al menos ya se le ve la punta) la Betty yanqui nos la trae Cuatro, y nos la están vendiendo como si fuese la gran cosa (inciso cruel: la gran cosa sí que va a ser ver a esa pobre mujer que hace de Betty pareciendo guapa al final de la serie: yo no me lo creo).
¿Por qué le doy tanta importancia a la belleza de las actrices/personajes? Porque eso es precisamente lo que hacen estas series, Betty la fea y su internacional progenie. No vayamos a engañarnos, lo que estas series preconizan no es un nuevo tipo de mujer o un desprecio por el aspecto físico, ni la abolición de lo que las feministas denominan “la tiranía de la belleza”. Tout au contraire! Al final la moraleja es siempre la misma: “sí, sí, muy lista y muy capacitada la chica, pero para que su premio sea completo debe acabar volviéndose guapa, si no, no tendrá éxito del todo”. Si no, no vale. Esto no es El príncipe de Zamunda (1988) donde a una persona se la quiere por lo que es. Aquí el galán de turno no se casa con la chica hasta que no aparece como guapa.
Y sí, he dicho bien, el premio es para la chica, no para el galán. O sea que al final resulta que si no eres guapa no mola. En mi opinión, la serie española tiene dos méritos. El primero, haber rescatado a Fedra Lorente, aquella sempiterna “Bombi” del Un, Dos, Tres (en su mejor papel desde Amanece que no es poco, 1988). El segundo, hacer que la supuesta guapa siga siendo bastante feilla. ¿Habrá aquí un astuto comentario postfeminista cargado de ironía? Larga es la tradición de la frase “Que se mueran los feos” (canción de Los Sirex, novela de Boris Vian), pero a lo mejor tocaba ahora pedir que se muriesen los guapos. En principio yo no estoy a favor de que se muera nadie, pero si no… difícilmente vamos a abolir la antigua falacia moral belleza=bondad.
A lo mejor por eso no se iba a escapar sin su correspondiente post. Juro que –sin ver el famoso capítulo de la transformación- me he estado empapando de sus crónicas en la prensa y he visto por YouTube los instantes cruciales. Lo cierto es que andaba cavilando algo inteligente que decir, pero no se me ocurre nada. Mi primer instinto al contemplar tan televisivo y esperado momento (¿Cuántos capítulos lleva ya esa serie? ¿Dos millones?) ha sido el sentir que se trataba de una broma. En efecto, ve uno las imágenes y se da cuenta de que el personaje de Bea, la pupitesca pero eficiente secretaria de la revista Bulevar 21, se ha transformado de fea en… otro tipo de fea.
Más petarda, más fashionista, pero, en palabras del buen Miqui Nadal, “más fea que mandar a una abuela por droga”. Ojito al dato, vaya por delante que a mí no me gustaba la antigua Bea y me sigue sin gustar esta (la actriz Ruth Núñez) pero, visto lo visto… ¿tan mal estaba aquella? Objetivamente yo no la veía tan fea y sí, tenía aparato en los dientes, el peinado no le favorecía mucho y seguro que no se depilaba el sobaco pero de ahí a hacer girar todo un kilométrico culebrón en torno a su fealdad… me parece muy heavy.
Por supuesto que Yo soy Bea no es una idea original, sino una adaptación de aquella gloriosísima novela colombiana que fue Betty la fea. Aquello sí que era obra maestra, amigos. Y además hablaban en colombiano, con lo que la risa estaba asegurada (vaya este comentario desde el respeto). No soy muy fan yo del culebrón sudamericano, género del que sin gustarme admiro enormemente su importancia en la cultura popular. En mi vida sólo he visto tres de estos seriales: Agujetas de color de rosa (1994), Betty la fea (1999-2001) y Pasión de gavilanes (2003); casualmente las tres contaban con magistrales sintonías musicales, sin duda lo que me atrajo de ellas en un principio.
De las tres fue Betty la fea –digámoslo- la mejor, y prueba de ello han sido las incontables adaptaciones internacionales que ha tenido (ayer mismo en Sé lo que hicisteis les hicieron un divertido repaso). La más sonada fue la norteamericana, titulada Ugly Betty (2006) y para la que al parecer puso el dinero Salma Hayek. Ahora que acaba la Bea de Telecinco (o al menos ya se le ve la punta) la Betty yanqui nos la trae Cuatro, y nos la están vendiendo como si fuese la gran cosa (inciso cruel: la gran cosa sí que va a ser ver a esa pobre mujer que hace de Betty pareciendo guapa al final de la serie: yo no me lo creo).
¿Por qué le doy tanta importancia a la belleza de las actrices/personajes? Porque eso es precisamente lo que hacen estas series, Betty la fea y su internacional progenie. No vayamos a engañarnos, lo que estas series preconizan no es un nuevo tipo de mujer o un desprecio por el aspecto físico, ni la abolición de lo que las feministas denominan “la tiranía de la belleza”. Tout au contraire! Al final la moraleja es siempre la misma: “sí, sí, muy lista y muy capacitada la chica, pero para que su premio sea completo debe acabar volviéndose guapa, si no, no tendrá éxito del todo”. Si no, no vale. Esto no es El príncipe de Zamunda (1988) donde a una persona se la quiere por lo que es. Aquí el galán de turno no se casa con la chica hasta que no aparece como guapa.
Y sí, he dicho bien, el premio es para la chica, no para el galán. O sea que al final resulta que si no eres guapa no mola. En mi opinión, la serie española tiene dos méritos. El primero, haber rescatado a Fedra Lorente, aquella sempiterna “Bombi” del Un, Dos, Tres (en su mejor papel desde Amanece que no es poco, 1988). El segundo, hacer que la supuesta guapa siga siendo bastante feilla. ¿Habrá aquí un astuto comentario postfeminista cargado de ironía? Larga es la tradición de la frase “Que se mueran los feos” (canción de Los Sirex, novela de Boris Vian), pero a lo mejor tocaba ahora pedir que se muriesen los guapos. En principio yo no estoy a favor de que se muera nadie, pero si no… difícilmente vamos a abolir la antigua falacia moral belleza=bondad.
6 comentarios:
Ah, Pasión de Gavilanes. Estando de vacaciones me grababan los capítulos. Qué maravillosas sobremesas veraniegas. Lo de la música, muy bueno: recuerdo que tenía tres cancioncillas que repetían hasta la saciedad. Aunque yo la veía por las chatis: Ana Lucía Domínguez, Natasha Klauss...¡ay mamasita! Migue.
A MÍ TANTO BETTY LA FEA COMO LA BEA ÉSTA ME DABAN VERGÜENZA AJENA. AHORA, EL "MÉRITO" DE BEA HA SIDO LO QUE VIENE A DECRI PORERROR: QUE NI FEA ERA FEA, NI MUCHO MENOS GUAPA ES GUAPA.
Tantos "doce meses doce causas" de los progres éstos de Telecinco, y ahí lo tienes: para que te hagan caso, buenorra (o intentarlo, porque a Bea le queda un rato para estarlo). Y de Cuatro ni te digo. Más progres y además de Betty, Supermodelo.
in lugar a dudas quelo mejor de esta, por lo demas anodina teleserie , y por lo que debemos estarle realmente agradecidos, es por la resurreción , cual ave, Fenix, de La Lorente.Un pedazo de la Historia de la Televisión de este país.
Ay mi Fedra... me pongo y también nostalgico.
Perdón
Del tema Bea guapa vs fea paso de comentar porque todo se ha dicho ya, tan solo que a mi me hubiese gustado que después de chorrocientos capítulos vendiendo la belleza interior, la inteligencia y bla, bla, bla, dejasen a Bea con el primer look.
Te quieren vender una historia de superación personal, trabajo y esfuerzo y al final la chica no es feliz hasta que no vienen un grupito de -------- (califíquese como se pueda a la pandillita que le hizo el cambio)y te dejan fashion, fashion. Amos hombre!!
Ofú, no sé si seré el único superficial de los que leen tu blog, pero yo Pasión de Gavilanes no la veía precisamente por la música.
No te digo ná y te lo digo tó.
¡VIVA COLOMBIA, CARAJO!
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