Me leo de una sentada Un tal Lucas (1979) de Julio Cortázar, uno de mis escritores favoritos. Literalmente lo de la sentada, porque me lo he zampado esta tarde sentado sobre un cruce de piernas estilo indio. Acompañado de Coca-Cola Zero, chicles rellenos Trident y de fondo una radio con locutores soltando estupideces.
No se encuentra este libro entre los más conocidos de Cortázar, la verdad es que tiene tantos importantes que no todos pueden ser tan populares. Yo tuve la suerte de rastrear varios de sus cuentos en unas grabaciones que me pasó un amigo. Me explico, en la grabación de unas conferencias que dio Cortázar en Cuba, allí escuché varios textos leídos por él mismo que me hicieron darme cuenta inmediatamente de que nos encontrábamos ante un nuevo filón de oro puro. Me informé, vi que provenían de este Un tal Lucas y no tardé en comprármelo.
El libro lo componen tres series de cuentos cortos (cuarenta y ocho en total), dos de ellas giran en torno al susodicho Lucas, una especie de everyman burgués y por tanto risible (en el izquierdoso mundo de Cortázar, el que daba las conferencias en Cuba). Pero más allá de ideologías, la obra demuestra cumplidamente la absoluta maestría del argentino en el relato corto, y no es un tópico. El referente más cercano que encuentro es el volumen Historia de cronopios y de famas (1962), uno de mis libros favoritos de todos los tiempos (ver lista del blog). Me reconforta el hecho de que la comparación también se establece en la contraportada de Un tal Lucas. A caballo entre el surrealismo y el humor absurdo, los minicuentos de este libro no se quedan en el puro divertimento lúdico y estético.
No se encuentra este libro entre los más conocidos de Cortázar, la verdad es que tiene tantos importantes que no todos pueden ser tan populares. Yo tuve la suerte de rastrear varios de sus cuentos en unas grabaciones que me pasó un amigo. Me explico, en la grabación de unas conferencias que dio Cortázar en Cuba, allí escuché varios textos leídos por él mismo que me hicieron darme cuenta inmediatamente de que nos encontrábamos ante un nuevo filón de oro puro. Me informé, vi que provenían de este Un tal Lucas y no tardé en comprármelo.
El libro lo componen tres series de cuentos cortos (cuarenta y ocho en total), dos de ellas giran en torno al susodicho Lucas, una especie de everyman burgués y por tanto risible (en el izquierdoso mundo de Cortázar, el que daba las conferencias en Cuba). Pero más allá de ideologías, la obra demuestra cumplidamente la absoluta maestría del argentino en el relato corto, y no es un tópico. El referente más cercano que encuentro es el volumen Historia de cronopios y de famas (1962), uno de mis libros favoritos de todos los tiempos (ver lista del blog). Me reconforta el hecho de que la comparación también se establece en la contraportada de Un tal Lucas. A caballo entre el surrealismo y el humor absurdo, los minicuentos de este libro no se quedan en el puro divertimento lúdico y estético.
En efecto, nos encontramos aquí con literatura comprometida del más alto nivel, pero del tipo que a mí me gusta: nada de turras ni de soflamas ideológicas sino verdades como puños (en alto) coladas de rondón cuando menos te lo esperabas. El humor se encuentra omnipresente, y en este sentido Un tal Lucas también me trae ecos de los libros del guatemalteco, humorista y comprometido Augusto Monterroso. Sí, muy de Monterroso, y además resulta que donde Historias de cronopios… se quedaba en un mundo absurdo y autoreferente, Un tal Lucas se impregna del signo de los tiempos (años 70) y entra a fajarse con muchas de la ideas de la época: crítica literaria, filosofías (post)estructuralistas, cultura de vanguardia.
En los cuentos de este volumen lo mismo salen a relucir Freud que Sausurre que Jackson Pollock que Stockhausen, pero lo hacen no en plan borgiano (= cultureta) sino como payasetes de un guiñol, en paradigma con las señoronas burguesas, un pianista de veintiséis dedos o una viejita de barrio periférico dispuesta a coger el autobús (perdón, el colectivo). La voluntad postmodernista de Un tal Lucas queda patente en casi todos los cuentos, con frecuentísimas intrusiones autoriales (o sea, el autor interrumpe la narración y habla al lector, recordándole que está leyendo un libro), intertextualidad (da igual un tema de jazz que un soneto de Bécquer o Quevedo), metaficción (reflexión escrita sobre el propio proceso de escritura). No en vano uno de los cuentos se lo dedica Cortázar a John Barth, el más importante novelista norteamericano de los años 60 y 70.
Del contenido temático del libro en sí bástenos nombrar la anécdota disparatada de algunos de sus cuentos: instrucciones para escribir un soneto reversible, sobre cómo hacerse echar a patadas de un concierto de música clásica, pastiche de reseñas literarias, reflexiones sobre el lenguaje, historias eróticas, retratos de familias burguesas… Del personaje Julio Cortázar sí quisiera todavía decir un par de cosas.
Pocos autores tan mediáticos y tan culturetoides como este señor, y sin embargo, pocos dinamitan más su aura de inaccesibilidad una vez nos adentramos en su obra. Un amigo y yo llamamos “rayuelistas” a los culturetas filohispanoamericanos; hace poco a BMW le dio por anunciar sus coches con un texto de Cronopios y de famas (como ahora les ha dado por Kerouac); yo me sigo descojonando cada vez que vuelvo a oír que el frenillo de Cortázar (hablaba con la “egge”) era porque había nacido en Bruselas y vivido mucho tiempo en París (y el gangoso de los chistes de Arévalo, ¿de dónde sería oriundo, según esta teoría fónica?). Pero como digo, si despojamos al autor de toda esta hojarasca ridícula, tenemos a uno de los dos o tres grandes en español del siglo XX. Recomiendo su lectura porque.
5 comentarios:
Por lo que cuentas, ese libro parece una mezcla de R. Gómez de la Serna y D. Barthelme...
A todo esto... ¿a tanto llega J. Barth? Es para ponerme a leerlo...
Solo dos cositas: el anuncio del reloj era de Seat (León). Te lo digo porque como eres muy perfeccionista sé que no te vas a enfadar, ...¿verdad?. La otra cosita es que a ver si me prestas algo de este hombre ;-).
-Fran G Matute: ¡Ja, ja, ja! Ramón y Barthelme... sí, supongo que son buenos ingredientes aunque yo añadiría a Stalin, por lo comunisto.
En cuanto a Barth, entre tú y yo, es el postmoderno por anotonomasia, y en su día fue el que más prestigio tuvo. Yo prefiero veinte veces a Nabokov, Vonnegut o Pynchon, de todas maneras. Pero vamos, que conociendo tus gustos, sí, léete algo de Barth.
-Ana: Gracias por la fe de erratas, no solo no me enfado sino que no lo voy a cambiar en el post para que así quede más bonito el blog, con tu apunte y todo. Seat León: What else?
¡Hola! Siento incorporarme tarde a la tertulia... :-( Yo he leído varias cositas (no entero: soy un desastre...) del Historia de cronopios y de famas: me gustan especialmente "Instrucciones para llorar" y "Correos y telecomunicaciones".
A John Barth lo leí durante la Carrera. En concreto, me zampé (muy a gusto) el Lost in the Funhouse. Fran G. Matute, al igual que Porerror, te animo a que te lances (creo que te gustará). ;-)
Yo sigo a Cortázar desde la facultad, y siempre me ha marcado mucho su concepto de lo mágico, y cómo puede insertarse en nuestro mundillo cotidiano. Llevaba tiempo sin leer nada, hasta que en un viaje de vuelta del Algarve portugués, me quedé totlamente hipnotizado escuchando la grabación de la que habla porerror.¡Una pasada!
Junto a vuestras aportaciones, que me pareen muy acertadas, no puedo dejar de citar a Francisco Kafka, en relación con el autor porteño.
Por cierto, tomo nota de los autores que habéis citado para pillarme algo de ellos, seguro que todos muy buenos y muy posmodernistas, je, je,je.... No, en serio, tomo nota.
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