
Me había acostumbrado a restarle cuatro años a mi edad para calcular la tuya, lo hacía sin pensarlo. Tenía asumido que había cuatro años justos (en realidad unos días más) que tú no habías vivido y yo sí. Y te perdiste un montón de cosas: el Mundial de Argentina, las Olimpiadas de Moscú, el golpe de Tejero… los Payasos de la Tele, Parchís… menos mal que llegaste a tiempo para conocer a Naranjito en el ’82.
Pero tú en realidad de esas cosas no entendías, nunca te importaron. En la familia ya había un encargado de las tonterías, que era yo. Por eso soy tan experto en chorradas, me acuerdo del 23-F (¿se acuerda alguien?), de la 1ª victoria del PSOE, al poco de nacer tú, de Martes y Trece, de Fraga, de Pedrito Ruiz, de Espinete… Tú solo te ocupabas de las cosas importantes de la vida: comer, dormir, descomer, llorar, sonreír… Durante años, para ti un baño y un helado hacían un día y suponían la felicidad. Para el resto de la familia, tu felicidad suponía la nuestra.
Porque a ti te gustaba la playa yo la soporté durante 30 años, hasta el punto de que ya no sé si me gusta o he acabado por acostumbrarme: me ha pasado como con Julio Iglesias, con el gato Doraemon, con tantas cosas. Yo no quería ir a la playa, y me inflé de chistar, pero claro, tus ojos agradecidos siempre transmitían el mensaje exacto, y en el caso de la playa eran inequívocos. Nunca olvidaré tus sonrisas y tus carcajadas con tan solo ver el mar de lejos.
Este año, la playa sin ti se me ha hecho especialmente dura, aunque espero que nadie lo haya notado. Por fuera lo he rodeado de millones de cosas: lecturas, el cine, los helados, el curso de vela, reuniones familiares, excursiones -¡cómo no!- a Portugal, incluso he bajado a la arena por voluntad propia. Pero por dentro he rabiado sabiendo que este verano no tenía el cometido de empujar tu carrito hasta la orilla, este año no ha habido enfados con el ayuntamiento por haber reducido la longitud del caminito de acceso para minusválidos.
Este año no te has bañado en el mar, no has formado parte de las estadísticas de la Junta de Andalucía. Este año nuestra madre y yo hemos vagado por el piso buscándote en vano, echándote de menos, siempre a punto de acudir a tu cuarto para sintonizar mejor en tu radio esa emisora portuguesa que solías escuchar.
Hoy he pasado por aquel sitio al que solía llevarte tu padre a ver volar las gaviotas, ¿te acuerdas? Ellas chillaban y tú te reías, salvo que hoy no había gaviotas. Hoy me he puesto a pensar en todo lo que –pese a tus limitaciones- había yo aprendido de ti, y me he dado cuenta de que a partir de ahora me toca caminar solo. ¿Qué he de responder cuando me pregunten si soy hijo único? ¿Qué he de poner en esa casilla que dice “Número de hermanos”?
Me he dado cuenta también de que ya no me valen las cuentas de antes, las de los cuatro años. De que tú llegaste hasta los 27 y ahí se paró tu reloj, igual que el reloj de la cocina del piso de la playa, que se ha estropeado (aunque tú no lo sepas). De que ya hay otros seis meses de esta puta vida en los que tú no figuras, y que esto no ha hecho más que empezar…
Me asomo al balcón, donde a ti te poníamos a observar la luna, pero no hay luna: no ha salido, porque tú tampoco has salido a saludarla, Merceditas.