Vivencias polimórficas de un treintañero perplejo.

lunes, 31 de marzo de 2008

Sólo el penitente pasará



“Indiana, Indiana, Indiana, Indiana… no sabes decir otra cosa, ya me tienes hasta la banana”
(Hombres G)

“Claro: ¡Alejandreta! En la ruta de los peregrinos…”
(Henry Jones, Sr.)


He querido esperar a que el telediario de Antena 3 diera el pistoletazo de salida acerca de la nueva película de Indiana Jones (un poco por respeto) antes de hablar aquí de ella. Pero este fin de semana mi indianismo ha alcanzado ya niveles insoportables. Por ejemplo el viernes le puse a un colega sin previo aviso un sms que decía “Solo el penitente pasará”. Ayer me vestí con una camiseta de Indiana Jones que me trajo mi novia de Londres. El tema de Hombres G no os digo cuántas veces ha sonado en mi coche porque me da vergüenza.

Mi conclusión es clara: después de casi 20 años sin Indy, la peña está lista. Mi colega el del mensaje no tardó ni dos minutos en contestarme con otro sms solo para iniciados: “Claro, Alejandreta”. La semana pasada, otro colega y yo mantuvimos una conversación similar:
Solo el penitente pasará. El penitente se arrodilla: ¡arrodíllate!

He de reconocer que a mí Indiana Jones me cogió pequeño: recuerdo haber hecho una hora de cola en 1984 en un cine que ya no existe para ver Indiana Jones y el templo maldito, para en el último momento volverme a mi casa acojonado. ¿El motivo? Mis primitas mayores, que ya la habían visto, me contaron que en aquella peli salía un señor que le arrancaba a la gente los corazones a pelo, y como que no. Lo del “sorbete de sesos de mono” tampoco me simpatizaba demasiado.

Con el tiempo vi la peli, que me encantó, al igual que En busca del arca perdida (1981). Para colmo Indiana Jones tenía un atractivo añadido. No solo salía un señor con látigo y con pistola dando jarilla y una trama pseudohistórica, también había nazis. El acabóse, vaya. Para mí el culmen de la saga llegó con Indiana Jones y la última cruzada. Irónicamente, ya en su época esta peli marcó un distanciamiento con las otras, en cuanto que se dijo que Harrison Ford ya estaba mayor para el papel (corría el Año del Señor de 1989).

La última cruzada incluía todo lo mejor de Indiana Jones, y no solo nazis sino el Afrika Korps. Recuerdo que Sean Connery derribaba un Messerschmitt Bf 109 azuzándole una bandada de gaviotas (¡Ah, si el Principito hubiese conocido esta técnica de combate aéreo…!), y que salía un super zeppelín hipermolón. Esta peli tuvo en mí un efecto hipnótico, y pienso que en toda mi generación, si no no se explica que conozcamos muchos de sus diálogos de memoria. En aquellos tiempos yo estaba a tope con el PC (yo no sé si tenía 10 megas de memoria, procesador 486 y un monitor VGA), y puedo decir sin dudarlo que la aventura gráfica de Indiana Jones y la última cruzada ha sido el único juego al que he estado enganchado en mi vida.

En el juego estaba la peli entera (¡fantasía!): había que ir a Venecia, romper el suelo de la iglesia y meterse por las catacumbas, luego volar en el zepelín, ir al castillo aquel nazi en Alemania… debo confesar que jamás logré terminarlo, pero un colega mío sí, y una sola vez me fue dado contemplar hasta la última pantalla en su casa. Luego salió aquel otro, Indiana Jones y el destino de la Atlántida (1992), pero nunca nada ya fue igual. De un lado, este juego no tenía la referencialidad externa de una peli que lo apoyase, de otro uno ya iba dejando atrás la niñez para adentrarse en el complejo mundo adolescente, mucho más peligroso que esas serpientes que tanto miedo dan a Indy.


Ahora se anuncia (para el 22 de mayo) el estreno de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal y la estoy esperando –por hacer el chiste- como agua de mayo. Nunca será demasiado pronto para que se estrene una nueva peli de Indiana Jones. Porque sé que no va a defraudar: si no fuera a estar bien, quiero creer que los implicados (Spielberg, Lucas, Ford) no se jugarían de ese modo su prestigio. Por si fuera poco sale Cate Blanchett. En esta ocasión, los nazis son sustituidos por “robots ateos y comunistas” de más allá del Telón de Acero, pero si algo nos enseñó la peli de coña Top Secret (1984) es que nazis y comunistas son totalmente intercambiables.

domingo, 30 de marzo de 2008

Jack Black


Últimamente veo un par de pelis de Jack Black y no ceso de admirarme del talento que despliega este hombre. A mí me parece muy gracioso, pero sé que pertenece a un tipo de cómico un tanto dado a la histrionada y a la gracia poco sutil. Soy consciente de que para algunas personas esto puede resultar cargante, estilo Jim Carrey. Bien, pues que esas personas lo critiquen en sus respectivos blogs, porque aquí lo vamos a alabar.

Conocimos a Jack Black en esa fantástica peli Alta fidelidad (2000), haciendo de Barry: intransigente friki de la música tras el mostrador de una tienda de discos. Mucho se ha nombrado esta peli en Estatuas (y más aún la novela en que está basada), solo puedo seguir recomendando ambas, especialmente a las chicas que quieran saber cómo funciona la mente de un varón enamorado.

Miembro del Frat Pack (esa generación de actores de comedia americanos que se está comiendo la taquilla desde hace quince años) al igual que Ben Stiller,Will Ferrell, Vince Vaughn, Owen y Luke Wilson y Steve Carell, es preciso admitir que tal vez Black no se haya caracterizado por acercarse al humor inteligente del modo en que lo han hecho otros de sus congéneres. Sin embargo, su estilo de comedia gamberro y bastante centrado en su físico no puede ser calificado de estúpido ni sinsentido. Detrás de las payasadas de Jack Black subyace siempre una corriente de ironía. Traducción: creo que todo su humor funciona a dos niveles, uno obvio más grueso y caricaturesco y otro más refinado y profundo.

La música es y ha sido un componente clave en la carrera de este hombre, que antes que actor o humorista se considera músico. Black canta y toca la guitarra, lo que ha mostrado en varias pelis (Alta fidelidad, Escuela de rock -2003-, Super Nacho -2006-, Vacaciones -2006-) y sobre todo en Tenacious D: Dando la nota (2006), acerca del dúo musical que integra y con el que lleva editados dos álbumes. También ha actuado en un videoclip de Beck y en tres de los Foo Fighters, y ha colaborado cantando en discos de Dave Grohl y Queens of the Stone Age.

Las pelis que he visto estos días han sido Escuela de rock, absoluto disparate que sin embargo encierra lecciones educativas (me ha dicho un pajarito que la proyectan en algunos institutos) y Vacaciones, producto poco hecho a medio camino entre la comedia romántica y el melodrama, pero que la presencia de Black eleva varios enteros. Me gusta esa vehemencia que el actor le pone a todos sus papeles, me recuerda un poco a mí mismo cuando habla de lo que le apasiona. Da igual que esté explicando a una clase de niños quiénes fueron Led Zeppelin o que le esté tarareando a Kate Winslet en un videoclub la banda sonora de Carros de Fuego.

Ojito al trío actoral: Jack Black, Robert Downey, Jr. (con la carica pintada) y Ben Stiller


Este año se nos avecinan dos pelis de Jack Black que ya están terminadas y que prometen ser sendos bombazos. Me estoy refiriendo a Be Kind Rewind (2008), del paranoiérrimo Michel Gondry (el de ¡Olvídate de mí! -2004- y La ciencia del sueño -2006-) y a Tropic Thunder (2008), último largometraje de Ben Stiller. Esta última (un grupo de actores que ruedan una peli sobre Vietnam acaban en la selva metidos en una guerra de verdad) se está configurando en mi imaginario personal como una firme candidata a lo más grande del año, al ser una especie de cruce entre la parodia de Zoolander y la épica de Apocalypse Now.

Seguiremos atentos a la carrera cinematográfica de Jack Black, a su música, a sus apariciones en Los Simpsons, seguiremos viéndolo crecer y seguiremos recordando a aquel gamberrucio que tanto nos hizo reír en Amor ciego (2001) o Tres idiotas y una bruja (2001). ¡Oscar honorífico ya!

sábado, 29 de marzo de 2008

¡Ah, la dulce flauta!


Un ídolo de muchos lectores de Estatuas Verdes, Dion Dimucci, cantaba aquello de “¿Por qué tengo que ser un adolescente enamorado?” (ver lista de “Las 10 canciones más bonitas del mundo”). Pues bien, recientes acontecimientos me han hecho plantearme una cuestión comparable: “¿Por qué tuve que ser un adolescente flautista?”

El viernes pasado un amigo me dijo “Deberías escribir en tu blog sobre la absurdez de la flauta dulce y las clases de música. A mí solo me sirvieron para pringar a toda la clase de salivazos” (con la excusa de limpiar la flauta, se entiende). Cuando íbamos al cole, mucho antes de la época de las mochilas con ruedecitas, debíamos llevar pesadas maletas de hasta 6 kilos rebosantes de material escolar. Pensemos: seis clases diarias, eso hace seis libros más seis cuadernos, estuche, merienda… y eso si no había gimnasia o natación (en mi cole sí, amigos, y no: no era bonito), con las consabidas mudas de ropa. Lo suyo era preparar la mochila la noche antes de acuerdo con las asignaturas pero yo tenía un amigo que todos los días se traía todo el material.

Para colmo, ciertas clases especiales requerían material especial, de dibujo, pintura, marquetería (aquella segueta diabólica), o ir cargando con tubos de cartón, paneles enormes, maquetas varias… y para guinda, la flauta dulce. El nombre de este instrumento siempre me fascinó, me parece genial para ser un artefacto que vas a estar metiéndote en la boca y chupando. Pero de dulce, nada. La mía era amarilla (las había también blancucias o color marrón, heredadas de hermanos), de una sola pieza, y venía en un plasticoso estuche donde figuraba la marca: Hohner. Había quien las tenía desmontables, de dos piezas, pero lo que sí traían todas era esa especie de palillo o baqueta con la punta de esponja sintética para enjugar las babas (salvo mi mencionado colega, que limpiaba la suya por un método más expeditivo).



Y ¿qué decir del repertorio? El primer año, tras un barniz teórico sobre las notas, los acordes, los ritmos (de qué si no pensabais que iba a saber yo lo que era un compás ternario), y de hartarse de pintar pentagramas, empezaba uno soplando melodías sencillas. Sospecho que mi profesor de entonces se empollaba la teoría y que en realidad sabía de música aproximadamente lo mismo que yo o que usted, señora. Con deciros que también nos enseñaba dibujo técnico… Pero al curso siguiente la cosa cambiaba. Nos cogió uno que era un fenómeno, músico profesional, organista de prestigio y bastante más exigente. De repente, renombradas piezas como “Que llueva que llueva” u “Hoy es domingo de pipiripingo” no podían ser interpretadas ya para salir del paso.

Había que tocar y tocar bien, si se quería sacar buena nota. Estaba el “Canon a dos voces”, “Soy de Santurce”, “Tanto reloj de oro”… recuerdo que a mí no se me daba mal, y que siempre me iba a las páginas del final del libro a tocar una pieza titulada “Ron, ron, ron” que me encantaba y nunca dimos en clase (todavía la recuerdo, ¿eh?, me la sé de memoria). De vez en cuando había que tocar por parejas, incluso por tríos. Mi mejor amigo de entonces y yo quedábamos y ensayábamos como Dios nos daba entender. Lo más seguro es que acabásemos divagando, como aquella tarde que en mi casa nos dio por sacar de oído la melodía de “You’re the One That I Want” de Grease.

Tampoco fui ajeno a interpretar la música soplando por el agujero de la nariz (¿cochinada? ¿innovación?), pero ya digo que en octavo de EGB se me acabaron las tonterías y hube de ponerme las pilas para tocar bien. Suerte que tenía una vecina que tenía la carrera de piano y ella me enseñaba por las tardes a clavar las cancioncillas de la flauta para tocarlas perfectamente. Además mi profe tenía una particularidad: a todo el mundo le ponía un 6 pero una vez que te catalogaba de bueno ya no había vuelta atrás. Una vez me puso un 10 (gracias al buenhacer de mi vecina, que me tenía aleccionado) y ya todo fueron meros dieces durante ese año y el siguiente.

Es verdad que el tiempo ha pasado y de aquella joven promesa de la flauta de plástico ya tan solo queda el recuerdo. No sé tocar ningún instrumento, y mis amigos y compañeros de clase solo saben de música lo que han aprendido a posteriori. Mucha gente opina que es una tontería hacer a los niños tocar la flauta dulce pero yo en realidad no veo dónde está el problema. Es una sandez, de acuerdo, no sirve para nada, correcto, pero seamos serios: ¿es que algo de lo que se estudia en el colegio te sirve luego para algo en la vida? A mí solo se me ocurre leer, escribir y hacer cuentas. Lo demás (mis bellas vidrieras con papel celofán, mis estructuras con piezas de panel cortadas y pintadas, mis copias de cuadros impresionistas, circuitos eléctricos, lecciones de Biología, Latín o hacer el pino sobre una colchoneta verde) no es que sirva para nada… pero todo ayuda, ¿no?

jueves, 27 de marzo de 2008

El compás ternario de Don Martin


¿Aceptamos “Martin Scorsese” como “Mejor director de cine de los últimos 40 años?” Imaginad esto: unos matones de barrio entran en unos recreativos y apalizan a un tipo partiéndole tacos de billar en la cocorota. De fondo suena “Be my Baby” en la dulce voz de las Ronettes. O esto otro: la mafia entra en casa de un nota y le parten en la cabeza un cuadro mientras escuchamos los melosos acordes de “Baby Blue”, el tema de Badfinger. No estoy loco, a lo mejor lo está Scorsese: os he descrito dos escenas de Malas calles (1972) e Infiltrados (2006), respectivamente.

Violencia a raudales (tratada con gran esteticismo) y música de la mejor que ha dado el rock son dos marcas de la casa para el señor Scorsese, y hoy especialmente quiero incidir en la música. The Cadillacs, The Rolling Stones (¡casi siempre!), The Shirelles, Nat King Cole, Frank Sinatra, Louis Prima, Bo Diddley, The Crystals, B.B. King, Van Morrison… lo mismo le da el blues, que el rock and roll, que el doo-wop, que el soul, que Tin Pan Alley o el Brill Building. Viendo sus pelis y especialmente el cariñoso uso que hace de las canciones (hay muchas películas con un montón de canciones, pero este hombre las integra en su obra como nadie) uno no puede dejar de darse cuenta de que nos encontramos ante un verdadero amante de la música.

Lo digo en el sentido más tierno, tampoco había que ser Colombo para saber que era un musiquero tras sus recientes documentales sobre Bob Dylan o los Rolling Stones. El pasado cumpleaños me ha traído muchos regalos, y uno que ocupa un lugar destacado ha sido el DVD de la película de Martin Scorsese El último vals (1978).

El último vals es también una película musical/documental pues cronica el concierto de despedida como grupo de The Band, que tuvo lugar en 1976 en el mítico Winterland Ballroom de San Francisco. La particularidad de este concierto es que, al ser de despedida, The Band se rodearon sobre el escenario de una lista de colaboraciones de lujo. Bob Dylan, Neil Young, Van Morrison, Eric Clapton, Joni Mitchell, Muddy Waters, Emmylou Harris, Dr. John o Neil Diamond subieron a cantar con The Band, y además hay varios temas de su propio repertorio, que el grupo interpreta en un ambiente de exaltación eufórica.

Se da la circunstancia de que pese a ser fan de Scorsese y de muchos de los artistas que aparecen yo jamás había visto esta peli hasta que hace varios meses un colega me invitó a su casa a verla, con su pedazo de cañón de vídeo y sus megaaltavoces. Solo puedo decir que quedé tan fascinado que al poco tiempo repetimos la experiencia, y desde entonces conseguir esta película se convirtió en una prioridad para mí. Infructuosos viajes a El Corte Inglés, Media Markt y FNAC (donde una empleada creyó tenerla en su casa y se ofreció a regalármela, pero al final era que no) me convencieron de que aquello no era fácil de encontrar. Gracias a Dios me la han conseguido en Londres, en una tienda de segunda mano de Charing Cross Road muy guay donde otras veces he comprado pelis de Russ Meyer o libros sobre The Kinks.

Ayer volví a zamparme entera El último vals (llevaba con la idea de este post desde hace semanas, pero quería primero tenerla y verla tranquilo) y volví a quedarme de piedra. Muchas de las cosas que aparecen son ahora básicas en el vocabulario del cine documental de rock, pero es importante pensar que en aquel momento eran pioneras. Entrevistas absurdas entre canción y canción, tomas desde la espalda del grupo en que se ve al público, iluminación espectacular, escenografía decadente… todo lo hemos visto ya, pero cosas como el Unplugged In New York (1994) de Nirvana o el I Am Trying to Break Your Heart (2002) sobre Wilco no hubieran sido posibles sin El último vals.

Y ¿qué hablar de las actuaciones en sí? Sería un tópico decir aquí que son “seminales” o “electrizantes”, pero lo voy a decir. Resulta curioso comprobar cómo The Band transitan por todos los estilos en esta gran celebración de la música popular norteamericana: rock and roll puro, blues, R&B, country, bluegrass, folk, cajun, pop… al final cada vez me convenzo más de que toda la música es lo mismo: diversión.


No quiero entrar en una tediosa descripción de la película, solo quería terminar contando que también vi un documental sobre cómo-se-hizo, y esto me abrió bastante los ojos. El bueno de Scorsese no se limitó a plantar una cámara ahí y a grabar lo que pasaba: concibió una obra cinematográfica en toda regla, rodada en 35mm con varias cámaras y con un diseño de escenografía, iluminación y fotografía, por no hablar de un guión y un story board que meten miedo, donde está reflejado al milímetro quién hace qué en cada momento del concierto. Scorsese dirige, como dice David Trueba del oficio de director de cine, “es un capataz dirigiendo a una cuadrilla”.

La peli es la leche, pero siendo de Scorsese solo eché en falta (por buscarle un fallo) una cosa. Eché en falta que le abrieran a alguien la mollera a cámara lenta mientras sonaba, por ejemplo, “Forever Young” de Dylan.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Rafael Azcona, in memoriam


Como reza el tópico periodístico, “la actualidad manda”, y el post de hoy no podía sino estar dedicado al recuerdo de una de las mayores figuras de la cultura española del siglo XX. Me refiero al escritor Rafael Azcona, guionista de cine y autor de prosa que pasará a la historia por haber retratado mejor que nadie una cierta época de España y por haberlo hecho de una cierta manera, que da la casualidad que es la que más me mola.

Hoy me he desayunado con una esquela en el periódico pagada por la SGAE que rezaba así: RAFAEL AZCONA. AUTOR. Desde que tengo uso de razón llevo escuchando en mi casa el nombre de Azcona siempre acompañado de un tono de reverencia. A diferencia de lo que me ocurrió con El principito, esto no me causó rechazo. En el caso de Azcona, hay un detalle que lo hizo eternamente querido en mi corazón: tenía sentido del humor. Aquí no voy a glosar su vida ni su obra (para eso están los obituarios y Wikipedia) pero sí trataré de explicar qué impacto me han producido sus guiones.

Cuando hablé la primera vez sobre David Trueba le atribuí erróneamente la autoría única del guión de La niña de tus ojos (1998), que en realidad está hecho junto a Azcona. Lo que sí dije es que Don Rafael me parecía un gran writer español, y que el Trueba shico lo admiraba y seguía modestamente, hasta realizó un documental sobre él para Canal Plus que no he tenido la suerte de ver. La memoria de Rafael Azcona quedará indisolublemente ligada a la del Trueba grande, Fernando, (incluida la oscarizada Belle Époque de 1992), pero si hay un nombre al que el de Azcona se asociará eternamente con letras de oro -y perdón por la cursilada- es el de Luis García Berlanga. Azcona llamó a Berlanga “mi hermano” al recoger el premio Goya (honorífico) en 1998, uno de los seis que consiguió en su carrera.

Berlanga en mi casa es Dios, directamente. Ni Billy Wilder, ni John Ford ni gaitas. Ya recordaréis que en mi lista de favoritas de Estatuas hay dos pelis suyas, por cierto ninguna con guión del fallecido riojano que hoy nos ocupa. Pero Azcona sí hizo para el valenciano, entre otros, los guiones de Plácido (1961) y El verdugo (1963), y con eso ya se podía haber retirado per secula seculorum. Por si fuera poco, luego parió la trilogía de La escopeta nacional (1978-82) y La vaquilla (1985), tomándole una vez más el pulso a una época de España y dejándola retratada de modo tan certero como en su día hicieran Valle-Inclán o Goya.


Hoy me decía un cinéfilo compañero de trabajo que Azcona representaba el 60% del cine español (por decir algo), y también he leído en ABC el comentario de que el guionista se había hecho imprescindible desde el trabajo y la modestia, nunca desde la vanidad o la impertinencia. Qué gran ejemplo para la España de ahora, y qué lejos queda. ¿Habéis visto la noticia de su fallecimiento en el telediario de Antena 3? Yo tampoco, porque no la han echado. Sí sé, en cambio, lo que opina el señor Lopera (presidente del Real Betis) acerca del botellazo o monedazo que lamentablemente sufrió el otro día uno de esos futbolistas. Pues eso.

Aparte de las mencionadas, dos de las pelis de Azcona que más me impactaron fueron ¡Ay, Carmela! (1990) y La lengua de las mariposas (1999). Ambas basadas en sendas obras literarias (él, que era de por sí literato, solo tardíamente reconocido), ambas ambientadas en la Guerra Civil española. Confieso sin rubor que con estas dos películas me harté de llorar en Estados Unidos, no os lo digo por exhibicionismo, es para que veáis hasta qué punto me llega la obra de este hombre. Me iba a un aula vacía de la universidad donde estaba (todas con pantalla y proyector), sacaba una españolada de la biblioteca y me la zampaba yo solo. Vi pelis de Summers, de Medem, de Fernando Trueba… y estas dos que he dicho. No sé si sería la nostalgia o qué, pero recuerdo ambos visionados con enorme emoción. Y paro ya que parezco Unamuno, ¡cojones!

Otros hitos ineludibles a la hora de hablar de Rafael Azcona son para mí El pisito (1959) –adaptación de la novela homónima del propio Azcona- y El cochecito (1960). Las dos pelis fueron dirigidas por el italiano Marco Ferreri, que vio un filón en España y se vino a hacer cine con los Azcona, López Vázquez, Pepe Isbert y demás. Si no las conocéis, os animo a que las busquéis y veáis, y luego hablamos de neorrealismo. Y lo basto es que son graciosas, con ese humor negro preñadito de mala leche que era la marca de la casa en Don Rafael.



No quiero dejar de mencionar dos películas que no se encuentran entre las más famosas del guionista pero que a mí me molaron especialmente. Una es La corte de Faraón (1985), sobre una troupe de cómicos que interpretaban la picantota zarzuela del mismo título y sobre todo Soldadito español (1988). Esta era la historia de un chaval normal que no quería hacer la mili, con la mala suerte de que su padre y toda su familia eran militares. Reíros cuanto queráis, pero hubo una época en que la mayoría de los chavales españoles crecíamos angustiados con el tema del servicio militar, y esta película se convirtió en cierto modo en mi Biblia secreta.

Por último, es justo decir que este año veremos en el cine la obra póstuma de Rafael Azcona: el guión de Los girasoles ciegos, adaptación también de una novela homónima de Alberto Méndez (1994), que ha sido un fenómeno literario. Que levante la mano a quien yo no le haya recomendado/prestado/regalado este libro en los últimos nueve meses. La historia se desarrolla en la Guerra Civil, territorio en el que Azcona era especialista, pero me da un poco de miedo porque el libro es muy poético y muy mesurado, y temo que el director José Luis Cuerda (insigne miembro de la plataforma PAZ) lo haya trocado en un panfleto progre y anticatólico.

En fin, esperemos que prevalezca el espíritu de Azcona, ese que supo radiografiar la realidad social, política y cultural de un país desgarrado y plagado de contradicciones que para bien o para mal es el nuestro. Descanse en paz, y perdón por un post tan largo pero es que lo de Rafael Azcona es superior a mí.

martes, 25 de marzo de 2008

Gemelas Olsen, fundamentales


En aquella divertidísima película Monjas a la carrera (1990), Eric Idle (el Monty Python que, crucificado, le silbaba al lado brillante de la vida) y Robbie Coltrane se escondían en un colegio de monjas para eludir a la mafia. Este último se veía obligado a explicar en clase de Religión el Misterio de la Santísima Trinidad, y decía: “chavales, Dios es como un trébol... pequeño, verde y con tres hojitas”.

De un modo paralelo, en mi cabeza las gemelas Olsen, pareja mítica, conforman un binomio inseparable, son un nuevo Misterio de la Dualidad. Mary Kate y Ashley, una y dos a la vez, su identidad se resuelve en la de la pequeñina Michelle Tanner, la bebé de Padres forzosos (1987-1995). De hecho, cuando yo veía de chico los créditos de esta serie y salía la imagen con el rótulo Mary Kate Ashley Olsen recuerdo que pensaba “qué nombre más largo tiene esa niña” (al parecer los productores no querían que se supiese que el papel lo hacían dos personas).

No pasó mucho antes de que nos enterásemos (en un Lecturas o un Diez Minutos quizás) de que la niña de Padres forzosos era en realidad dos. Con el tiempo también descubrimos que John Stamos, el actor que encarnaba a Tío Jesse, se estaba encarnando a la petona Rebecca Romijn, pero ese es otro tema.

Las simpáticas gemelitas Olsen, niñas-para-comérselas, gozaron de una inmensa popularidad televisiva en USA merced a Padres forzosos. Su encaje en posteriores producciones resultó menos brillante, cuando a los 9 años su serie fue cancelada y aparecieron sucesivamente en Cosas de gemelas (Two of a Kind, 1998-1999), donde hacían de gemelas traviesas y Dos en Malibú (So Little Time, 2001-2004), donde hacían de gemelas traviesas. También hicieron cantidad de telefilmes, como Perdidas en Navidad (1992), en el que hacían de gemelas traviesas, Papá de película (1998) o Pasaporte a París (1999), donde interpretaban el papel de gemelas traviesas y de gemelas traviesas, respectivamente.

La transición de la niñez prodigio a la adolescencia y no digamos la edad adulta fue siempre problemática. Ahí esta si no, para atestiguarlo, nuestro Joselito (el niño de la voz de oro y el tabique de plata). Este pasó de cantar cual ruiseñor y acabó emulando a Arthur Rimbaud, no precisamente escribiendo poesía parnasiana sino traficando con armas en África. Pero no, las gemelas Olsen no han terminado (de momento) de juguetes rotos, simplemente se han hecho mayores. Han dado el salto a la gran pantalla (Muévete, esto es Nueva York, 2004) con regulera fortuna, y continúan forrándose con sus líneas prendas de vestir y accesorios, que se venden en Wal-Mart.



Cuando estuve en América tenía una amiga que con 22 años se compró una mochila “de la colección” de Mary Kate y Ashley Olsen, y todos se burlaban de ella, menos yo, claro. Las gemelas han ido madurando, y han pasado de iconos infantojuveniles a abanderadas de ese look bohemio-chic que exhiben también otras pin-ups como Kate Moss o Sienna Miller. De hecho, tengo que confesar que la idea para este post la he sacado del blog de una lectora argentina, que las tiene sacralizadas. Leyendo su última entrada me he enterado de que la editorial Penguin les va a publicar a las hermanitas un libro sobre moda, por título Influence.

A pesar del humor y la ironía que he empleado al hablar de ellas tengo que confesar que las gemelas Olsen me molan, tal vez sacan mi lado más bizarro, el que se siente fascinado por unos personajes que lo mismo te interpretan una telecomedia que te promocionan una línea de camisetas o te hacen un vídeo de aerobic. Para mí lo más problemático es y seguirá siendo percibir a las Olsen como mujeres adultas (por más que tengan 22 años). Tíos más jóvenes, que no vieron Padres forzosos, me dicen que “están muy buenas”. ¡Por Diosss!!! ¡Asaltacunas! ¡¿No os dais cuenta de que estamos hablando de Michelle Tanner?!

lunes, 24 de marzo de 2008

"When I grow up to be a man"


“Me parece que soy de la quinta que vio el Mundial 78”
(Andrés Calamaro)

“Somos los del Cola-Cao” –me dijo una chica hace una semana cuando le expresé mi fascinación ante el hecho de que nos gustasen las mismas referencias culturales. Supongo que no dijo “los de la Nocilla” porque claro, la untable crema de chocolate es ahora el marchamo en España de toda una generación literaria.

Por referencias culturales no me refiero a El Quijote ni a Velázquez, sino a La Hora Chanante, Aterriza como puedas, el festival de Benicàssim, Astrud, los Transformers, los G.I. Joes, el Spectrum… No es que yo me pensara que era el único que se ponía chapas o se sabía de memoria el testimonio chanante de Galliano, pero me ha impactado de veras encontrarme recientemente con mogollón de peña con los mismos puntos cardinales.

En un episodio de Los Simpsons Homer preguntaba ante un jurado: “¿Es que acaso robar es un crimen?”, y yo pregunto “¿es que llevar camisetas de los Decepticons te convierte en friki?”. Lo que me resulta más curioso es constatar que para tanta gente entre los 25 y los 35 años de edad lo más grande siguen siendo las cositas de la infancia. Ya en su día hablé de Espinete y de los clicks, pero cada vez más reflexiono y pienso que vivimos en una infancia perpetua. Conozco a señores profesionales muy serios (abogados, profesores, farmacéuticos, informáticos) que tienen en sus estanterías muñequitos G.I. Joe, minúsculos robots Optimus Prime o naves espaciales LEGO de La Guerra de las Galaxias.

Y todo sin sacarlo de sus cajitas, ¿eh? (lo que en inglés se llama mint condition), no se vayan a estropear. El otro día me contaba alguien “tengo en mi casa el Commodore 64, y funciona, ¿eh? Con todos los cartuchos de juegos y los joysticks intactos”, y lo decía como el que te cuenta que guarda un incunable de la Biblia políglota complutense. Y lo malo no es eso, lo malo es que yo le comprendí perfectamente.

La única respuesta que se me ocurre a la pregunta de por qué este anhelo de infancia perpetua es que tuvimos una niñez muy feliz, en la mayoría de los casos que conozco sin pasar estrecheces, y eso ha dejado un poso de sensaciones entrañables al que nos aferramos. ¡Qué narices volver al útero materno! Volver a tener diez años y atacar al Halcón Milenario con un AT-AT.

Quien no haya entendido la última frase puede entrar en una de las siguientes categorías: a) tiene menos de veinticinco años o más de cuarenta, b) vivió en la Luna entre 1977 y 1983, c) carece de lo que los filósofos han dado en denominar “alma”. Pienso de verdad que es posible combinar una plena madurez y funcionalidad adulta con el gusto por los dibujos animados, la memorabilia retro, las frikadas y los recuerdos infantiles. Claro, esto lo digo porque nadie me vio probarme el casco de Boba Fett que tiene mi primo -mayor que yo- en su habitación (sí, justo al lado del letrero luminoso de Los Goonies).

Bueno, me voy a acostarme que mañana me tengo que levantar temprano para trabajar. Antes de terminar os cuento que hoy 24 de marzo por fin toma verdadero significado el subtítulo de Estatuas Verdes. ¿Sabéis?, hoy he cumplido treinta años.

domingo, 23 de marzo de 2008

"Yo maté a El Principito"


Decía el otro día Juan Manuel De Prada en el ABC que el periodo entreguerras mundiales había sido la época de los impostores. Con todos esos nobles de imperios desintegrados, tantos refugiados, aquellos trenes…

No digo yo que no, pero me da la sensación de que en estos tiempos que corren tampoco les vamos a la zaga. ¿Ejemplos? El Ministro de Sanidad Bernat Soria falsificando su currículum (¡Roldán, vuelve!), el auge del Pressing Catch, Rodolfo Chikilicuatre en Eurovisión… Mirando atrás un par de años tenemos a los chicos de “Amo a Laura” o a aquel supuesto piano man que dijo aparecer amnésico en las costas de Escocia.

La mención a las costas de Escocia siempre nos retrotrae a Jorge Luis Borges, igual que la impostura. Él dio vida, por ejemplo, a Pierre Menard (“autor de El Quijote”), a detectives asesinos y a “El impostor inverosímil Tom Castro”, cuento que por cierto vi citado en la prensa la semana pasada también a propósito de Bernat Soria y el Chikilicuatre.

Pero no es del escritor argentino de quien quiero hablar hoy sino de otro, francés: Antoine de Saint Exupéry. Este tiene inmortal fama asegurada como autor del mítico cuento-alegoría-paparrucha titulado El principito (1943). Esta obra, que ha pasado de clásico infantil a biblia del Buen Rollo, posee un magnetismo innegable. Y si no que se lo pregunten a los que se ganan la vida vendiendo merchandising del pajizo muchacho de ojos de búho. No hay que ser Sherlock Holmes (el mejor descubridor de impostores) para darse cuenta de que a mí este libro no me simpatiza demasiado. Dejad de gritarme.

Supongo que sería porque de chiquitito me lo metieron con calzador: mis padres me lo contaban antes de que supiera leer, en el cole nos lo leyeron íntegro en voz alta, Antoine de Saint Exupéry en los billetes de 50 francos, en mi casa había ejemplares en español, en francés, en italiano, en portugués… El Principito cuida de su rosa, El Principito ocho cuartos, Le Petit Prince ve una boa digiriendo a un elefante y se piensa que es un sombrero, O Principezinho vuela por los aires, etc… Lo único que me ha llegado al alma de ese libro es cuando The Little Prince habla con un borracho que le cuenta “Bebo para olvidar”. “¿Para olvidar qué?”. “Para olvidar que bebo” (¡ni André Breton, oiga!).

Luftwaffe Automotive contra...

El autor, A. de Saint Exupéry era aviador, y cuenta sus peripecias en Vuelo nocturno (1931), otro libro bastante infumable. Lo malo es que pilotaba un avión-correo sobre la Patagonia, y tal vez no sean ni el aparato ni el contexto más emocionantes. Durante la Segunda Guerra Mundial voló para la Francia libre una cascarria de P-38 Lightning en el teatro del Mediterráneo, y hasta ahora siempre se había dicho que desapareció en una misión el 31 de julio de 1944.

Pero hete aquí que el 16 de marzo pasado la prensa se desayunaba con la historia de un aviador alemán, Horst Rippert, que a los ochenta y ocho años anunciaba “Yo derribé a Antoine de Saint Exupéry el 31 de julio de 1944”. 64 años después –contando con que la noticia sea cierta- viene el pavo y cuenta que ese día iba a los mandos de su caza Messerschmitt Bf 109 y que derribó a un P-38 sobre la zona en que desapareció el avión de Exupéry. Yo, qué queréis que os diga, casi prefiero que no sea verdad, y que nos encontremos ante un Bernat Soria del combate aéreo.

Ya puestos, prefería el final misterioso, el que perdía al escritor-piloto en una bruma de incertidumbre, confiriéndole un halo mítico. Ahora resulta que la muerte del autor de El Principito fue un derribo más, pero ¿a qué viene soltarlo ahora? ¿Es que pretende alcanzar la fama?

...el Chiquitino Fantasmada

Y es aquí donde viene a cuento el título del post. ¡Qué triste claim to fame, no? Vaya manera de asegurarse el entrar en la Historia. Para eso, mejor estar calladitos. Me imagino a Horst Rippert recorriendo escaparates de librerías con sus nietecillos, que irán diciéndole “Abuelito, ¡léenos Der kleine Prinz!”, y el andoba pensando “¡madre, madre, madre!... A ver cuándo suelto yo mi bomba, y no me refiero a ese armatoste de 500 kilos que cargaba en el Messerschmitt”.

¿Qué será lo próximo? ¿Yo corrompí a Caperucita? ¿Yo organicé una parrillada con los Tres Cerditos? ¿Yo fui el frutero de la Madrastra de Blancanieves?

sábado, 15 de marzo de 2008

El encuentro casual


El encuentro casual da más alegría que la cita. Partimos de la base de que la persona a la que nos encontramos nos agrada, la queríamos ver. A veces el encuentro lo hemos imaginado en nuestra cabeza, tiene algo de premeditado, sin perder su secreto. Estaba a punto de llamarte, ¿sabes? Precisamente iba pensando en ti. Lo gracioso del tema es que nueve de cada diez veces es verdad, si no, ¿a qué decirlo?

Para que se den las condiciones idóneas del encuentro casual ha de hacer buen tiempo. No logro imaginarme cómo será en, digamos, Inglaterra. Pero en estos países mediterráneos sabremos disfrutar del solecito, de una brisa reparadora si fuese necesaria. Imposible el encuentro bajo la lluvia: eso es propio de amantes o de enemigos. En caso de estar lloviendo y ver de lejos al amigo, siempre cambiamos de acera, de vida. Pero cuando hace sol todo es distinto: ¡Qué pasa, cuánto tiempo!

Los estudiosos de la coincidencia no se ponen de acuerdo, pero podemos esbozar grosso modo dos tipos de encuentros fortuitos, según el sujeto encontrado. Primero está el encuentro del viejo amigo, o del amigo que hace tantísimo que no se veía. Este da mucha alegría, cierto, pero sabe a poco, sobre todo si hay prisa. Si hay tiempo, el encuentro suele dar paso a un agradable corolario, el café. Si no, ese café pasará a engrosar las listas de los cafés del limbo, esos que nunca tomaremos (A ver si otro día…).

Para períodos de más de un año sin verse todos los expertos señalan que es preciso sentarse. Como esto no suele ser posible (ni pensarlo en medio de la calle, o en el hipermercado), la mayoría de encuentros devienen meros saludos seguidos de un par de frases incómodas. Lo que nos produce incomodidad es la situación, no la persona. Una verdadera pena.

Si el encuentro se produce con un conocido o amigo al que solemos frecuentar, la cosa cambia. La cosa toma un cariz cotidiano, festivo casi. Llega al jolgorio si es alguien al que vimos por ejemplo ayer, o hace solo un rato. ¿Otra vez por aquí? ¡Tú es que me estás persiguiendo! Este tipo de encuentros, si son con vecinos no cuentan; por lo fácil resultan demasiado poco azarosos. Lo mejor es encontrarse a un amigo, una tarde de sol con media hora libre. Iba a Correos. Te acompaño. Voy a pelarme. Pues mira, yo también voy y así hago la gracia.

Uno de los dos verá al otro ya desde cien metros de distancia, y hará aspavientos, quedando indefectiblemente como un imbécil para el resto de los mortales. ¡Eeeeeeh! Inútil todo. Hasta que no estemos al lado, el conocido no mudará el semblante, con sorpresa. Hay que andar prevenidos por la vida, porque a veces puede darse el caso opuesto. Va uno por la calle tan tranquilo y de repente le tocan en el hombro: ¿No saludas?

Los dos se pondrán al día de la última semana, un mes a lo sumo, y concertarán otras quedadas más fructíferas pero –repito- nunca más placenteras. Es muy probable que uno de los dos desvíe su camino (en realidad no tenía ganas de hacer la gestión para la que estaba en la calle) y que acompañe al otro. Jamás fue tan preciso ir con escolta. Es muy probable que el que iba a la barbería termine en la oficina de Correos, o que el que se dirigía a visitar a su madre pase por una óptica, videoclub o librería, sin tenerlo programado.

Y he aquí la fuente del placer, comprendemos, del encuentro inesperado. Lo que de emocionante tiene la sorpresa, el desvío, el saltarse los planes. Por unos instantes (cinco minutos te acompaño nada más, que me están esperando), dejarse llevar y caminar, como reza la frase inglesa, “con los zapatos del otro”.


Por circunstancias ajenas mi voluntad es muy posible que en unos días no pueda escribir nada. Lo más probable es que vuelva el Domingo de Resurrección, gracias por vuestra fidelidad.

viernes, 14 de marzo de 2008

Ingredientes


la primavera

se instala

en el culto jardín del rectorado

por manos todavía adolescentes

y roza con sus rosas

manchadas de bolígrafo y de tiza

el rostro ciego del poeta

transustanciándose en un olor agrio

a naranjas

Homero


o semen

(Ángel Gónzález)

Una compañera/amiga me dijo ayer al terminar la jornada laboral: “Deja por una vez la puta cultureta, tanto cine y tanta literatura, y vente a tomarte unas cervezas”. Le hice caso y por eso anoche no hubo ningún post.

Debido a esto ayer pude probar varias cosas que están muy ricas pero cuyas recetas se encuentran altamente disputadas: paella, flamenquín y caipirinha. Míticos son ya los debates en mi grupo de amigos acerca de qué deben o no deben llevar estos productos para ser considerados “auténticos”. ¿Flamenquín con queso? ¡Injuria! Cuando queráis os lo demuestro con el libro Cocinando en Córdoba: La cocina tradicional de los hogares cordobeses (2002). “La caipirinha lleva ron miel”. Seguimos. “La auténtica paella es de carne sola, mi familia es de Valencia”, “Pues yo viví en Valencia”, etc. He conocido a italianos que se ponían igual de nazis respecto de la pasta carbonara y así, debe ser algo universal.

La prensa diaria, ese semillero de bizarradas, nos ofrece nuevos ingredientes para condimentar estas discusiones culinarias: ayer nos enteramos de que “El semen de caballa, la médula de atún y el ajo negro, son algunos de los nuevos ingredientes que se han dado a conocer en esta segunda edición de BCNVanguardia en Barcelona por parte de los cocineros más vanguardistas” (Cadena Ser).

No sé a qué sabe el semen de caballa, he aquí un producto que no pienso probar. Pero abundando en el mundo del sabor (y no me refiero a Marlboro), ayer supimos también que la DEA norteamericana había decomisado varios kilos de cocaína con sabores a caramelo, canela y varios tipos de frutas. Se me ocurre el chiste fácil de que aquella recomendación de las abuelas “niño, ten cuidadín a ver si te van a echar droga en los caramelos” ahora tendrá que ser al revés: “niño, a ver si te van a poner caramelo en la droga”. Y ahora que drogarse es pecado y sabemos que la coca es un veneno se me ocurre también que se va a tener que poner al día el mítico estribillo del Payaso chanante: “Es veneno, pero huele a canela… pero es veneno, pero huele a canela…”.

No sé a qué sabe la cocaína de frutas, he aquí otro producto que tampoco pienso probar. Unos que sí parece que no le harían ascos a estas golosinas son los rockeros de los que se hace eco El País de ayer, los “músicos urbanitas que se dejan arrebatar por el viejo country”. Continúa mi idilio con los redactores de este periódico, ¡yo quiero escribir como ellos! “Su vida es urbana y su música el resultado de cruzar a los chicos listos con los que dejaron el colegio para trabajar en la granja con papá...”, dice el artículo, y luego sigue con cosas como que “Norah Jones lleva el concepto del campo hasta el mismísimo hilo musical de IKEA. Y no sigo, porque reproduciría el texto íntegro, que no tiene desperdicio.

Y todo este quilombo lo montan para desayunarse con que la música con raíces está de moda en USA, incluido las clases urbanas, y que el de Wilco vive en Chicago –cosa que hasta Elvis Presley comentó en el blog Auditorio Ryman-, donde también reside Neko Case, y que al de los White Stripes también le gusta el country. Pero la guinda, el postre de este menú lo dejan para el final: que Sunday Drivers son unos Wilco de Toledo, y que Miren Iza (la del grupo Tulsa) parece que ha dejado el caballo aparcado a la puerta de Bershka.

Perdonad que me haya quedado un post tan caleidoscópico, ¿de dónde se le habrá ocurrido a Porerror mezclar la caballa, las drogas, la música country y el sabor de las cosas? Lo confesaré: vengo de escuchar la canción “Not So Sweet Martha Lorraine” de Country Joe and the Fish en una habitación cerrada.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Pecadores de la Pradera


-Pero, venerables hermanos –intervino entonces Abbone-, no estamos aquí para discutir si los franciscanos son pobres, sino si lo fue o no Nuestro Señor…
(Umberto Eco, El nombre de la rosa, 1980)

-Ha dicho el Santo Padre que el aborto es de asesinos, es curioso que lo diga alguien que no tiene hijos…
(Antonio Martínez Ares, Los Miserables, 1992)

-¿Padre, no estudiar es pecado?
(Alumno de 7º de EGB, 1991)


“Ha dicho el Santo Padre que ser rico es un pecado, es curioso que lo diga alguien que está tan forrado…”. Tal vez así podríamos parafrasear la última del Vaticano, homenajeando a una gran comparsa del Carnaval de Cádiz. La última del Vaticano, la última del Papa… ¿o es la última de los medios de comunicación?

Ayer nos desayunábamos con la noticia (yo en Cadena Dial, luego lo leí en El País) de que, según la Iglesia de Roma, “los mandamientos dejaban de ser diez”. Y la noticia de El País, el periódico más prestigioso de España, comenzaba así: “Si Moisés bajara hoy del Monte Sinaí, no tendría suficiente con dos tablillas para plasmar los mandamientos divinos. Necesitaría al menos una más para incluir los nuevos pecados señalados por el Vaticano”. También decía que la lista de pecados mortales, que son siete, debía ser ampliada. Esto lo firmaba una tal Laura Lucchini, que seguro que suspendía la Religión (como la chica de la canción de Hombres G). Ya puestos, ¿por qué no haber escrito… Si Charlton Heston bajara hoy del Monte Sinaí…?

Confundir los 10 Mandamientos con los 7 Pecados Capitales o los pecados en general puede parecer pecata minuta (valga el chiste), pero para entender el calado del disparate sepamos cuál era exacta y objetivamente la noticia. Un alto cargo de la jerarquía vaticana, el obispo Gianfranco Girotti, dijo en L’Osservatore Romano que hay “nuevas formas del pecado social”, las más llamativas “consumir drogas, acumular excesiva riqueza, dañar el medioambiente y hacer experimentos genéticos dudosos”. Hubiera sido demasiado fácil (y nada morboso) haber dicho “La Iglesia pone al día la lista de los pecados” o “La Iglesia señala varios pecados propios de los nuevos tiempos” pero, claro, eso no vende tanto como titular “Los mandamientos pasan de diez”. (¡Apocalipsis!).

En el colegio, cuando queríamos perder tiempo en clase de Religión siempre quedaba el recurso de preguntar lo que era o no era pecado. Había dos temas estrella: los estudios y otro muy propio de niños de trece o catorce años que por obvio no voy a citar. En realidad todos sabíamos perfectamente lo que se consideraba pecado, ya estaba en cada uno pecar o no pero sin engañarse. A mí me decían los curas “pecado es hacer algo malo, a sabiendas y disfrutando”, luego debe haber un criterio que todas las personas inteligentes tienen. ¿Contaminar es pecado? No hace falta que me lo diga un cura. Si hace mal a la mayoría de la gente, pues está claro que sí. ¿Drogarse es pecado? ¿Ahora va a tener que venir un obispo a revelarlo? ¿Es que lo redactores del grupo PRISA lo desconocían? Y más importante aún… ¿van a dejar de hacerlo ahora que ya lo saben?

Creo que esto proviene de un concepto infantil y absurdo del pecado, como un superego o una moral superior que todo el mundo tiene muy presente aunque diga vivir al margen de ella. ¡Uy, que papá nos castiga! ¿No pasa usted de religión? ¡Pues haga lo que le dé la gana, y construya su escala de valores sin preocuparse de la moral católica, que no le incumbe! Lo curioso (en mi opinión) no es que el Santo Padre diga que el aborto es pecado, o drogarse, o saltarse a la torera la bioética, sino que no lo dijera, coño, ese es su trabajo.

Algo que sí me resulta fascinante es lo de “acumular riquezas”, que eso sea pecado. Entiendo que la Iglesia -cuya doctrina no es inventada en una noche, se supone que emana de las enseñanzas de Cristo- se estará refiriendo a la avaricia (no precisamente un pecado nuevo), a la acumulación injusta de riquezas cuya consecuencia es el sufrimiento de los demás. Por que si no, sinceramente creo que al Vaticano se le ha ido la perola. Yo (que soy católico) me suelo reír de la gente que ingenuamente dice “los curas deberían repartir todo el dinero que tienen” o “¿para qué tanto oro en las iglesias?”, pero me pongo en el contexto histórico y veo cómo la Iglesia, salvo en contadísimas ocasiones, no le ha dado precisamente la espalda a los ricos.

Con todo, lo que más me ha llamado la atención de esta noticia es que los que pasan de la religión y del catolicismo se escandalicen tanto por estas manifestaciones. ¿Por qué son siempre los ateos o los que se declaran “no católicos” los que más pendientes viven de lo que dice el Vaticano?

martes, 11 de marzo de 2008

En bandeja de plata


Dicen que en cierta ocasión alguien preguntó a Jorge Luis Borges su opinión sobre Antonio Machado y el argentino replicó sorprendido ¡Ah, pero Manuel tenía un hermano? Pues a mí me pasa igual, ¡Ah, pero David Trueba tiene un hermano que hace películas? Por lo visto sí, y por lo visto, hace quince años le dieron un Oscar (ahora que está tan de moda darle Oscars a los españoles). Y en su discurso de recogida el pavo no se acordó de su madre ni de su abuela ni de los cómicos de España, sino que se marcó un momentazo de ateísmo à la John Lennon: “I don’t believe in God”.

Como no creo en Dios, soltó, …gracias, señor Wilder. Con este original agradecimiento (por lo menos tampoco sacó a relucir a la Virgen de los Desamparados, etc), Fernando Trueba quiso rendir homenaje a uno de los grandes de verdad del cine. Debo confesar que Billy Wilder, sí, como el que más, pero que nunca he entendido la chochera de los cinéfilos con él. Tampoco con John Ford, pero ese es otro tema. Mis amigos los que saben de cine tienen todos a Wilder en un pedestal, y yo, ahora que lo pienso soy un fan suyo en rebeldía.

He puesto Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot, 1959) en mi lista de favoritas del blog, y también me flipan Cinco tumbas al Cairo (1943), Perdición (1944), Días sin huella (1945), El gran carnaval (1951), Sabrina (1954), La tentación vive arriba (1955), Testigo de cargo (1957), El apartamento (1960), Uno, dos, tres (1961), Bésame, tonto (1964), La vida privada de Sherlock Holmes (1970) y ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre? (1972). ¿Os doy jaqueca?... pues me dejo varias de sus obras clave, que no he visto.

Y también me dejo otra que sí he visto, pero que no me ha flipado. Me refiero a Irma la Dulce (1963), absurda historia de una prostituta buena y un poli tonto que sin querer se convierte en su chulo, y la protege, todo ello encharcado en un sentido del humor caduco ya para 1963, y “ambientado” en un París de guardarropía. Creo que esta peli (que odio) es la causa del bloqueo mental que hace que míticamente cuando escucho el nombre de Billy Wilder yo no me confiese su fan devoto. Pero a partir de hoy diré que sí.

Hace un par de meses una amiga me dijo Porerror, ¿has visto En bandeja de plata? Pues te la doy, porque yo tengo dos veces el DVD por error. Y me la regaló. No estaba seguro, pero cuando la tuve comprobé que era The Fortune Cookie (1966) de Billy Wilder, que nunca había visto. ¡Madre mía! Creo que esta película sola hubiese bastado para encaramar a Wilder a lo más alto del Olimpo de la comedia. Sé que soy un admirador de última hora, pero es que entendedme: yo no había visto ese prodigio.

El título En bandeja de plata (y también “La galleta de la fortuna”) hace referencia a la engañosa facilidad con que un avispado leguleyo pretende sangrar a una compañía de seguros una suma astronómica a cuenta de un incidente de su cuñado que él pretende convertir en descalabro. Ya Perdición trataba del engaño a una compañía de seguros, este es un subgénero de la peli detectivesca que me chifla. (¿Para cuando una historia en la que pierdan las aseguradoras –esos buitres que nos cobran trillones por tener miedo?).

Pero aquí el tono es otro, cómico, con una comicidad total que no me es fácil de asimilar a nada de lo que conocía. Más reposada que la de los Hermanos Marx (aunque Walter Matthau ganó aquí el Oscar por interpretar al abogado más caradura desde J. Cheever Loophole –“Triquiñuelas”). Tan inteligente como la de Lubitsch, más elaborada que la de Chaplin, pero igual de humana, y también en gran medida visual.

No entiendo de cine y por eso apenas hablo de él, pero intuyo que en esta peli resulta clave, además del guión, el uso de la cámara. Los encuadres, los movimientos, lo que se muestra y lo que se queda fuera. Es una peli de cámaras (el damnificado es cámara de TV y tiene encima a una agencia de detectives que le filman para desenmascararlo). Son importantes los interiores y también el “glorioso blanco y negro” en que está rodada. Y en fin, me ha reconciliado con un director que para mi gusto no es perfecto, pero ya dejó él claro en Con faldas y a lo loco que nadie lo es.

lunes, 10 de marzo de 2008

Adictos a Amy


¡No veas cómo estamos con Amy Winehouse! Conduzco de noche escuchando su CD Back to Black (2006) a todo trapo y me invade una sensación indescriptible de subidona. Cada canción es como un vaso de agua cuando tienes sed, Amy interpreta (en el más amplio sentido) variados papeles y todos los borda: yonqui impenitente (“Rehab”), adúltera con baja autoestima (“You Know I’m No Good”), viuda desgarrada (“Back to Black”), despechada (“Tears Dry on their Own”), abnegada esposa de militar (“Some Unholy War”)… así el disco entero. La escucho y vuelvo a la Motown, al soul sureño, a Aretha soltando lo más grande por esa boca en los estudios de la Atlantic allá por 1967…

Pero no soy yo solo. La semana pasada nos desayunamos con la noticia de que el Back to Black estaba back on top, número uno de la lista británica ¡y también de la española! Me comentan que el insistente uso del tema “Rehab” en el programa de Cuatro Fama ha tenido mucho que ver, bienvenido sea. La gente está como loca con esa canción, como si fuera nueva, teniendo como tiene año y medio ya. Continúan los signos. El otro día anduve en FNAC y había una parroquia hipnotizada delante de un monitor en el que estaban poniendo el concierto en DVD de Amy I Told I Was Trouble (2007). El disco Frank (2003) también se está vendiendo en España como churros.

Tengo una amiga que la semana pasada se compró los (hasta ahora) dos discos de esta mujer, y ahora es la megafan. Otros compañeros de trabajo ya me han pedido que se los grabe, y es que –como dirían los periodistas- esta chica levanta pasiones. Pero ojito, niña Amy será más o menos atractiva (cada vez menos, la pobre, está hecha una pena) pero con lo que más conquista es con su voz. Esto la gente sin alma no lo puede comprender, y como muestra va una anécdota.

El viernes vino en El País un reportaje oportunista sobre “drogas y rock and roll” (Pete Doherty, Keith Richards y los sospechosos habituales) ilustrado con una gran foto de Amy Winehouse sobre el escenario. Yo tuve a bien recortarla y la he puesto de adorno en mi puesto de trabajo. Bueno, pues no tardaron ni una hora un comité de compañeros en venir a buscarme sosteniendo otra foto del periódico, pero de la neumática Beyoncé. Clamaban “¡Vuelve del lado oscuroooo! ¿Cómo pones a ese adefesio existiendo Beyoncé?” Vamos a ver, lo mío con Amy Winehouse es estrictamente musical, ¿estamos?

Con Amy me acuesto, con Amy me levanto, la Virgen María y el Espíritu Santo. Hace tres semanas salí de juerga. Estuve de botellona en el piso de un colega: escuchamos el Back to Black. Fuimos a un bar y nos lo pusieron dos veces seguidas. Nos montamos en el coche de una amiga camino de casa y nos plantifica… ¡el Back to Black en mp3! Y yo encantado, ¿eh? No lo digo en plan pesadilla sino que me alegro de que para variar pueda ir de fiestuki y me guste la música (como el disco solo dura 38 minutejos entra muy bien).

Amy forever! Ganó 5 de los 6 Grammys a los que estaba nominada, su nombre se baraja para el tema central de la próxima peli de James Bond, ha reeditado el Back to Black con temas extras (entre ellos “Addicted” –un título muy suyo, ¿no?), ha versionado a The Zutons, Sam Cooke, The Teddybears, y más relevantemente a gente como Toots & the Maytals o Clement Dodd. Precisamente la dirección reggae de estas últimas canciones hace pensar que su nuevo álbum vaya a tirar para Jamaica igual que el primero tiró para el jazz y el segundo para el soul de Memphis y Detroit.


…Y si estáis hasta el moño de la Winehouse, meted en YouTube “amy winehouse look”, que os saldrá un peluquero de la agencia Ford explicando cómo haceros su famoso peinado.

domingo, 9 de marzo de 2008

La gran fiesta de la democracia


No sé si será porque estoy viendo en Antena 3 la peli Vampiros (2000) de John Carpenter o qué, pero lo cierto es que otra vez vuelvo a desoír el consejo de Franco y a meterme en política. Voy a hablar de la elecciones.

Las jornadas electorales desde siempre me han fascinado. Cuando era chiquitito me hacía ilusión ir con toda la familia al colegio electoral, y luego esperé con ansia que me llegara la primera vez. Como cuando cumplí los 18 había habido unas elecciones tres semanas antes, pues me tuve que joder un tiempo más antes de perder la virginidad electoral y no pude experimentar esos magníficos “orgasmos democráticos” de los que arrobado habla Zerolo. Con el tiempo me he hecho más cínico, pero nunca he dejado de ir a votar, salvo quizás en algún absurdo referéndum que no aportaba nada.

Pero si hay algo que me mola de las elecciones es el circo que las rodea. Ya sabéis, amigos, que yo soy a las noticias bizarras lo que el personaje de James Woods a los vampiros: un cazador. Para comenzar, me encanta el lenguaje periodístico: lo considero el pesebre del cliché, el gran vivero de la frase vacua. Tal vez solo en materia de fútbol alcancen los periodistas más altas cotas de ridiculez y pomposidad en la expresión.

Repasemos algunos tópicos: “hoy 9 de marzo, treinta y cinco millones de españoles estábamos convocados a una nueva cita con las urnas para elegir democráticamente a nuestros representantes”. O este otro: “hoy se celebra en España la gran fiesta de la democracia”. ¿Qué fiesta, señores? Eso es como cuando de chicos íbamos a misa y nos decían que era una fiesta… pues la gente se aburría a tope. También resulta increíble la siguiente frase: “la normalidad ha sido la tónica dominante durante toda la jornada”. Por un día, en lugar de Schweppes o Nordic Mist, la tónica es Normalidad. Todas estas frases, por manidas arrancarán sonrisas, pero os aseguro que mis periodistas no me defraudan, y que hoy las he escuchado en TVE 1, Antena 3, Telecinco, Cuatro…

Pero para tópicos y fantasmadas electorales, ninguno le llega a la suela del zetapé, digo del zapato al clásico “todos han ganado”. “La primera ganadora ha sido la propia democracia”, pero luego vienen los demás. Hoy ha ganado el PSOE, por descontado porque van a gobernar el país y son los más votados, pero es que también ha ganado el PP, porque es el partido que más ha subido en votos, en escaños y en porcentaje de votos. Los nacionalistas porque serán clave a la hora de pactar. Rosa Díez ha ganado por pasar del cero que tenía al infinito (un escaño). Nafarroa Bai ha ganado por tener el nombre más molón, y en fin, así todos. El único que con un par ha salido y ha admitido perder ha sido el de IU, Gaspar Llamazares. Pobrecito, creo que no le habrá votado ni el Sabina.

Capítulo aparte merecen las incidencias. En una jornada marcada por la tónica de la normalidad (salvo en Euskadi, donde la jornada -claro está- ha estado salpicada de incidentes), si no hay noticias pues se inventan. Comienza el desfile: los líderes votando y todos diciendo lo mimmo (“es la gran fiesta de la democracia”), monjas votando, “Pepita, que con sus 103 años acude a votar”, el jubilado que se presenta papeleta en mano una hora antes de que abran, uno con un dorsal de la maratón de Bilbao, otro que se iba a escalar y llegó a pie de urna con el arnés y todos los arreos… este año parece que la tendencia la han marcado los perros. Deben ser reminiscencias del doberman de Álvarez Cascos, pero hemos visto a muchos votando con su chucho en la mano, incluido uno que acto seguido se marchaba a la caza del conejo (mire Vd. qué interesante).


Para mí el paroxismo (el orgasmo: Zerolo dixit) ha sido el momento Chejov que nos ha ofrecido el telediario de Antena 3 Televisión: Corrió la voz de que por el colegio electoral se había visto pasear a un nuevo personaje: la dama del perrito. Era una señora muy pija que acababa de votar perrete en brazos, y al preguntarle cómo había sido ir a votar con su perro, la mujer ha dicho: “Es mi hijo de cuatro patas, porque es español como yo”. Si César Millán levantara la cabeza…

sábado, 8 de marzo de 2008

Hablemos de Starbucks


Hablemos del Starbucks. La cadena estadounidense Starbucks de cafeterías se está convirtiendo en una franquicia tan imponente como pudo serlo McDonald’s o en España Telepizza. Siempre me refiero a mis impresiones, ya que no manejo datos. En mi ciudad los hay a pares, hemos pasado en cuatro años de no haber ninguno a tener creo que son seis, es de coña, hay una calle donde directamente tenemos dos. Recientemente he visitado varias ciudades de Portugal y lo que más me ha chocado ha sido la ausencia de estos locales. Ignoro si la cadena no tiene implantación en el país vecino (donde el café –bebida y establecimiento- es una auténtica religión, por algo tuvieron a Brasil de colonia) pero en cualquier caso si es que no los hay, los portugueses no saben la que se les viene encima.

En Estados Unidos los hay por todas partes, y también en Inglaterra, donde hay veces que te da la risa y vas por la calle contando cafeterías Starbucks. Y están siempre llenos, oiga. ¿Qué ofrecen? En mi ciudad siempre están llenos de gente y se ve que han tenido éxito para expandirse tanto. Hubo quien ejerció de Casandra y antes de que abriera el primero profetizó que la fórmula jamás tendría éxito, que aquí estábamos acostumbrados al cafelito y la media tostá, que nuestra cultura era otra… probablemente fuera el mismo abuelo que esta tarde estaba a mi lado en una mesa de un Starbucks comentando con toda familiaridad ¡Qué rico está este muffin! ¿Tiene arándanos?

¿Qué ofrecen? Café desvirtuado y a muy alto precio, pero entonces no tiene sentido tanto éxito. Como franquicia, la compañía ejerce una poderosa influencia en el cliente, machacándole su imagen corporativa y tratando de hacerla atractiva. Esto se consigue a base de un personal de exquisita educación y simpatía, versado en idiomas (para ese público guiri) y solícito en los detalles. Esto en sí mismo ya es un mirlo blanco en la hostelería de mi ciudad (sospecho que en toda España), donde los camareros mientras más profesionales más déspotas, bordes, estúpidos, vagos y prepotentes son. También se esmeran en crear un espacio agradable, un oasis de paz y tranquilidad en el ajetreo diario. Te ponen tu musiquita, casi siempre jazz o recopilaciones de altísima calidad (Frank Sinatra, canciones italianas, Bob Dylan, los Beach Boys, Ray Charles…), disponen de cómodos butacones donde te puedes quedar cuanto te apetezca.

Me da que ahí radica la clave del éxito (al menos en mi caso). Verdad que el café no es de primera (más bien son bebidas divertidas más o menos basadas en el café: frapuccino, moccaccino, caramel macchiato…, zumos e infusiones exóticas), pero los tamaños son imponentes. Al estar tan poco cargadas y ser más como batidos con nata, siropes, etc… las bebidas del Starbucks vienen en tamaños más propios de refrescos de hamburguesería que de tazas de café. Esto hace también que los precios sean elevadísimos (hoy me han preguntado ¿A dónde vas?, y yo he dicho Al Starbucks, y he tenido que escuchar ¿Tú sabes que allí el café cuesta 3 euros?), de 2,70 no baja el cafelito más simple, y si nos ponemos en una de esas fantasías de medio litro con hielo picado, nata, chocolate y sirope la broma se pone ya en cerca de cinco euros.

La comida está muy rica, y es verdad que está estereotipada, pero todo lo familiar que resulta para los anglosajones lo resulta exótico para nosotros. Hay muffins (magdalenas, gracias), cookies (¿lo dejamos en galletas?), cheesecake, carrot cake, cinnamon rolls, brownies… todo riquísimo y también carísimo. Vamos, que un homenaje de merienda en un Starbucks de ocho euros no baja, y a fin de cuentas te estás tomando un café con leche y una magdalena. Eso sí, bastante grandes, y ¡qué bien presentados, señora! Te puedes ir luego a tu mesita y ponerte a leer o a escribir que es lo que yo hago, y pasarte toda la tarde allí con tu consumición. Y si vas con amigos y hay tertulias, ya es el acabóse.


El Starbucks es entonces el lugar ideal para conversar cómodo (hay quien se espatarra o se quita los zapatos), con música agradable que además ellos te venden, y ese es para mí como dije antes el secreto de su éxito. En USA tenía amigas que hicieron de su cotilleo reposado en el Starbucks un ritual los domingos, y alguna vez tuve el privilegio de ser invitado. Para los guiris de mi ciudad (estudiantes yanquis y Erasmus o turistas) supone un genial refugio pecatorum que además les recuerda a su país de origen sin la cutrería del McDonald’s. Yo me he pasado en uno hoy más de tres horas, y al marcharme me he encontrado con una amiga norteamericana que también llevaba allí un buen rato leyendo sola. A mi lado había todo el tiempo animadas tertulias de adolescentes y universitarios más o menos pijos (el bolsillo pesa, amigos) y una reunión de jubiletas que admirados por aquello comentaban la similitud de pasarse toda la tarde en un Starbucks y las viejas tertulias de café estilo La colmena (1946). Solo que antes te la pasabas con un vaso de agua y un soneto y ahora es con un frapuccino caramel venti y un portátil conectado wifimente a Internet.

Conocimos la marca Starbucks en la saga de Austin Powers, en cuyas pelis la guarida del Dr. Maligno se encontraba en la sede central de la empresa de cafeterías, sita en Seattle, Washington, USA. Puede que se perciba a ciertas franquicias como heraldos de un supuesto Imperio del Mal globalizador (South Park también los ha criticado), hay gente que rechaza estas cadenas tan homogéneas por principio. Y, ojo, no es mi intención hacerles publicidad, yo solo digo que está claro que para tomarte un café bebido que te despierte no sirven, ahora… para relajarte un buen rato enfrascado en una buena novela sorbiendo algo dulce y calentito… (¡qué gay me ha quedado esta última frase, no?).

viernes, 7 de marzo de 2008

La cabaña del Turmo


20 de abril del noventa, hola chata, ¿cómo estás? Hablemos de letras de canciones y hablemos bien. Esto lo digo porque hay veces que no se escuchan tan bien.

¿Os acordáis de tan famosa canción de Celtas Cortos? Pues sin ir más lejos esta tarde en el trabajo he tenido un debate con mis compis sobre qué decía la letra, llegado el momento crucial de ¿Recuerdas aquella noche en la cabaña de…? Una dijo “Turbo”, otro “tubos”, yo dije “Turmo”… A lo mejor decía “en la cabaña me tumbo”. Lo cierto es que me he documentado para escribir esta entrada y en diez de las diez webs consultadas aparece “la cabaña del Turmo” como la opción ganadora. Quién el Turmo sea o deje de ser, o si no se trata siquiera de una persona, eso ya lo dejamos para los misterios de las letras de canciones (luego os resuelvo uno).

Pulula por las noches de Antena 3 un animado programa llamado Al pie de la letra que está haciendo las delicias de todos aquellos que añoraban el Karaoke de Telecinco con su especie de presentador/cantante con melenita guapera. Al pie de la letra es la adaptación del formato The Singing Bee y si no se trata solamente de un burdo karaoke es porque el programa intenta darle un giro inesperado a la cosa esta de cantar: de repente la música se para y, cual juego de las sillas musicales, los concursantes han de andar vivos para cantar lo que seguía, sin letreros que los guíen. Hay veces que sí les dan las palabras de la letra pero desordenadas, y, en fin, no me hagáis mucho caso porque la mecánica del juego se me escapa un poco a estas horas de la noche.

Tampoco llegué nunca a entender Furor, otro engendro de cante, caras guapas y gracejadas, y bien que disfrutaba viéndolo. Pero Al pie de la letra es algo más, es un espacio que Antena 3 ha puesto para colarse en nuestras casas a la hora de la cena y lavarnos el cerebro. El programa se emite diariamente (Irene la de Filosofía bien apuntó en un comentario que el día del debate incluso hubo un “especial” con celebrities), y en su nómina cuenta con unos cuantos concursantes reciclados de las postreras ediciones de Operación Triunfo. ¡Pa lo que han quedao!

Ayer o anteayer el programa contó con el morbete añadido de ser temático: todas las canciones del concurso tenían la particularidad de pertenecer a la tan sobada “Edad de oro del pop español”, por otro nombre la “Movida”. Desfilaron ante nuestros oídos, en lugar de la acostumbrada mezcolanza de éxitos estivales, coplas-dramón y baladas de otoño, en lugar de eso, digo, desfilaron las más granadas canciones españolas de los ochenta en el recuerdo. No faltaron por supuesto “La chica de ayer” de Nacha Pop (¿seguirán ingresando royalties por ella? Se van a hacer un palacio de oro si cobran cada vez que suena…), “A quién le importa” de Alaska y Dinarama (¿le importa a alguien, de verdad?) o esa de Tino Casal que dice “Stop mi hada, estrella invitada”. Por cierto, que como estrellas invitadas en esta ocasión el programa contaba con los cantantes Roser, David Civera, Natalia OT, La Terremoto de Alcorcón (te odio, Ana, NO se parece a Amy Winehouse –lo malo es que sí), Paz Padilla (?) y el alto del Dúo Sacapuntas (???).

Hablo de estas canciones con un poco de desdén porque se repiten mucho, pero en el fondo me encantan. Para que veáis, hace diez días estuve en casa de una amiga tomando café y jugando en la Play Station 2 al Singstar (edición especial “La edad de oro del pop español”). Traducción: más de dos horas desgañitándome con un micrófono frente a los vídeos de Gabinete Caligari, Danza Invisible, Modestia Aparte, Los Rebeldes, Duncan Dhu, La Frontera, La Guardia, Los Nikis... Ni Joaquín Luqui, oiga. Lo peor no fue eso, lo peor es que mis dos contrincantes cantaban las canciones y se las sabían todas mejor que yo. Es que a mí, en cuanto me sacan de Elvis…


Al principio os hablé de las misteriosas letras del pop español. ¿Alguien entendió “Eloise”? Me refiero a la versión de Tino Casal, no a la de Barry Ryan. ¿Alguien fue alguna vez capaz de comprender la letra de “Eungenio Salvador Dalí” de Mecano? Para mí, una de las más frustrantes en cuanto a desafío lírico siempre ha sido “Lobo hombre en París” de La Unión, tema que por cierto, inexplicablemente no viene en el repertorio del Singstar. Cuántas veces –Dios mío- no me habré descojonado yo cantando eso de “sorprendido espiando/ el lobo escapa aullando/ y es mordido por el mago del Siam”. Haced la prueba, mientras más alcohol en sangre más gracia hace.

Pues bueno, resulta que el otro día me da por comprar un libro de Boris Vian al azar, uno de relatos titulado El lobo-hombre (1952) y me encuentro con que la primera historia (la que da título al libro) trata sobre un lobo (“su nombre Denis”) que espía a las parejas mientras hacen guarreridas y “es mordido por el mago del Siam”, que por cierto no es la actual Tailandia sino una versión del juego de los bolos (o eso explica el anarquista y jazzístico Vian). Me quedé de piedra. ¡De pronto todo tenía sentido! La letra de la canción, la historia, ¡todo! Con la luna llena el lobo se convierte en hombre al ser mordido por un hombre y se va a París, donde conoce a una chica que “mientras está cenando, junto a él se ha sentado”, etc, etc. Todo está en el cuento de Boris Vian. Ahora va a resultar que La Unión eran unos eruditos de tres pares de cojones, citando en su exitazo de 1984 a un vanguardista autor francés, en vez de unos paranoicos que escribieron lo primero que se les vino a la mente.

Y pensar esto me hizo preguntarme, con desasosiego: ¿mira que si la absurda letra de “Sabor de amor” está sacada en realidad de un poema de Rubén Darío?

miércoles, 5 de marzo de 2008

Saber perder


Hace cuatro años un primo mío me contaba que se iba a presentar a las oposiciones de profesor de Latín, sin haberse preparado el temario. Me caiga el autor que me caiga me da igual, me explicó, sobre todos diré lo mismo: demuestra un hondo conocimiento del alma humana. Ignoro si le cayó Séneca o Plauto, pero el tío y sus cojones aprobaron con plaza. La frasecita me ha traumado desde entonces, y he encontrado un autor que, sin ser mi favorito (hice trampa), demuestra un hondo conocimiento del alma humana.

Citando a Astrud, “tú lo llamarás literatura, pero yo lo llamo mentalismo”. Me resulta increíble que David Trueba tenga una intuición tan fina a la hora de escrutar y (re)presentar los sentimientos. En su día expresé mis dudas acerca de si este escritor sería tan eficaz desnudando emocionalmente a las mujeres como lo es con los hombres, y un lector anónimo me contestó que no. Continúo sin saberlo porque, a pesar de las diarias exhortaciones que se me hacen desde los medios de comunicación, todavía no me he cambiado de sexo. No sé si en su última novela Saber perder (2008) el Trueba shico logra una radiografía convincente de las féminas pero la novedad es que por primera vez lo intenta.

Saber perder es la nueva obra de David Trueba, uno de los personajes "Oro" de Estatuas Verdes. Es una novela de 520 páginas, que me he leído a velocidad récord por ser vos quien sois. A otro autor le hubiese dicho tururú, pero me intrigaba averiguar si Trueba era capaz de sostener en una obra de largo aliento (como cursimente se llama a los novelones) las muchas virtudes que ya dejó ver en sus dos primeros libros. Mi veredicto es claro: no estamos ante una obra maestra, ni siquiera ante una novela digna de pasar a la historia de la literatura, y sin embargo, recomiendo a todo el mundo su lectura pues pienso que en ella se encuentran muchísimas cosas de valor: acaso un espejo donde mirarnos nosotros mismos.

Las dos anteriores entregas de David Trueba rondaban las doscientas páginas, y quizás la longitud de esta última sea un lastre a la hora de acometerla. Por otro lado, es innegable que Trueba posee la maestría a la hora de narrar, el don de contar historias y hacerlas interesantes. Domina con precisión los mecanismos del suspense, de la presentación de la trama, de la caracterización de los personajes. Su lenguaje es coloquial sin resultar callejero y su estilo fresquito, pero eso hace también que como escritor no alcance más que la nota de notable (por oposición a sobresaliente).

No hay aquí grandes hallazgos del lenguaje, Trueba no es Eloy Tizón ni Roberto Bolaño, ni falta que le hace. Él hila con oficio una dignísima novela que es la historia entrelazada de cuatro personajes cuyo denominador común es el experimentar una pérdida. El “perder” del título revela la polisemia de la novela: perder un partido de fútbol, perder a un ser querido, perder la cabeza, perder dinero, la dignidad, la propia vida. Y aún así no diría yo que estos cuatro protagonistas sean prototípicos perdedores, son más bien gente normal que en un momento dado pierde. Siga jugando.

Me da la impresión de que el background cinematográfico del autor como guionista y director pesa mucho sobre su producción literaria. Me aventuro a decir que no me extrañaría que Saber perder hubiese nacido en la mente del escritor como un guión para una película que se le fue de las manos. La historia y su planificación son muy de cine, el modo de presentar a los personajes también. Las secuencias se suceden a la maniera de Expiación, de modo espiral; hay pequeños saltos adelante y atrás en el tiempo con la misma escena presentada desde distintos puntos de vista. La historia del delantero argentino Ariel, la adolescente Sylvia, su padre Lorenzo y el anciano Leandro representan una interesante tranche de vie de la España post 11-M. Si en este país hubiese televisión de calidad y mercado para consumirla (como en Gran Bretaña, Francia o USA), pienso que Saber perder hubiera dado para una cojonuda miniserie de cuatro capítulos.

Como me ha chivado la lectora Ana en un comentario, Trueba dice en las entrevistas que el argumento de esta novela sería insoportable de no ser por su carga de humor. De acuerdo con él en que el humor es vital en el arte y en la vida, pero David, hijo mío, no me parece a mí que esta sea tu novela más humorística. Las otras dos eran un desgüeve perpetuo, esta la has llenado de desgracias y te has pretendido ir de filósofo. Y te ha salido bien, no perfecto pero sí muy bien. Saber perder es tu mejor novela, pero te ha quedado un pelín cruda por dentro. A ver si con la próxima te sales, porque está claro que vas a más como escritor.

¡Y que este hombre no esté en un consejo de sabios o algo!
 
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