
“Las palabras hacen trampa/ nunca creo en lo que nombran las palabras”
(Fito Páez)
Nunca había hecho algo así en Estatuas Verdes, pero hoy me siento impelido (compelled: ¿se dice así en vuestro idioma?). Llevaba varias semanas tratando de darle forma a un tema y ha sido al leer el último post de Daniel Ruiz García cuando me he dado cuenta de lo que de verdad quería hacer. Nada más lejos de mi intención que refutar tus ideas; aunque quisiera, hoy no tengo fuerzas para eso. Pero en cierto modo sí quiero contestarte, Daniel, con una carta abierta. Lo que me mueve es el objeto de tu post, la palabra, las palabras: injuriar a la palabra.
La palabra es un engaño que puede ser hermoso, es como una planta carnívora, como un pez venenoso de atractivos colores. Por eso fascina tanto y es tan poderosa, pero de igual modo nos atrapa y nos puede dejar en el sitio, si no tenemos cuidado. Yo también, querido Daniel, me gano la vida gracias a la palabra (mientras no se demuestre lo contrario). De lo que no cabe duda es de que todo lo que he conseguido en la vida ha sido a través de la palabra, de las palabras, de mi parla o mi soltura al redactar, también mis fracasos, que mi tiempo y mi dinero me han costado. Por eso sé de lo que hablo.

La palabra –el lenguaje- es un bonito invento que nos hemos dado los seres humanos, extremadamente útil, hay quien te dirá que tan innato que de ahí surgen todos nuestros pensamientos posteriores, lo cual siempre he considerado una soberana gilipollez. Pero la mayoría de la gente lo cree así, ergo… Tú sabes que la principal capacidad de la palabra humana es que nos permite mentir, decir lo que no es, y eso es lo que nos distingue de los animales. La palabra, “la bella, la traidora” (que diría Javier Krahe) es eso que nos permite decir cosas como “unicornio” o “el actual rey de Francia” y quedarnos tan tranquilos.
Pero bien mirada, la palabra no es nada, no lleva implícita la esencia de la cosa, es solo una maldita imagen acústica tras un concepto, y dicen que un signo. Ya no se puede creer en Platón, ni en tantos que vieron en la palabra la verdadera verdad de las cosas. La palabra engaña, miente, hasta cuando pretendemos que diga la verdad. Las palabras, para empezar, ¡de qué cojones estamos hablando? Sonidos, fonemas, letras, me niego a diseccionarlas una vez más bajo un microscopio absurdo de teorías, de eso ya tuve bastante en mi sospechosa formación universitaria.

En español existe la “palabra de honor”, pero también es sabido que “las palabras se las lleva el viento”. La retórica de las palabras nos ha llevado a las mayores aberraciones, no hace falta remontarse a Auschwitz o al Gulag, basta con abrir cualquier mañana un diario cualquiera de nuestra prensa, y de eso sabes tú más que yo, Daniel. A diario hay ejércitos de personas encargadas de maquillar las palabras, de crear unas nuevas, miembras, de intentar que otras desaparezcan, pero ellas se ríen, en nuestros cerebros, no en los diccionarios, desde luego, no es allí donde viven. Ni en las circulares de los políticos, ni en los libros de estilo. Viven en nuestras mentes, y si acaso, de modo fugaz, en nuestros labios.
Dice el buen Fito Páez que las palabras “son el arma con la que te doy consuelo” y también “el cuchillo que te hundo en el pellejo”. Yo hasta hace poco creía de verdad en la inocencia del lenguaje, pensaba que las hijadeputas eran no las palabras sino las personas que las pronunciaban, pero ya no estoy seguro. Ahora me inclino más a pensar que hay algo intrínsecamente malo, mágico pero malo en las simples palabras. Lo que es seguro es que en ellas no podemos confiar. De ahí refranes como “del dicho al hecho media un trecho” o “haz lo que bien digo y no lo que mal hago”. Las palabras hacen muchísimo daño.

Yo te puedo decir A y estoy pensando B, pero es que a lo mejor a otro sobre el mismo tema le acabo de decir C y en mi fuero interno yo sé que es D. Vale, el engaño está en la voluntad de la persona, pero son las palabritas las que te lo sirven en bandeja de plata, con su bonito envoltorio. Cuídate de las palabras, querido Daniel, de todas, también de estas mías. No des nada por sentado y escruta siempre cualquier mensaje que te llegue en forma de lenguaje. A lo mejor un color, un perfume o una melodía no son tan mentirosos, no sabría decirte porque no entiendo de esos temas.
El drama de las personas a las que, como nosotros, las palabras nos dan de comer es que andamos atrapados en su puta telaraña, estamos presos, yo ahora muerdo la mano que me alimenta pero no hay desgarro posible de este entramado, hasta para cagarme en ellas he de valerme de palabras. A veces soy consciente de esto (es como asomarse a un abismo muy frío) y me entran auténticas ganas de llorar. Soy un soldado de la red mafiosa de las palabras, un simple peón en su juego. Tú a lo mejor has llegado a lugarteniente, Daniel, pero no te confíes. En cualquier momento, como en una película de Coppola, la palabra más querida te puede dar un balazo por la espalda. Cuídate.
(Fito Páez)
Nunca había hecho algo así en Estatuas Verdes, pero hoy me siento impelido (compelled: ¿se dice así en vuestro idioma?). Llevaba varias semanas tratando de darle forma a un tema y ha sido al leer el último post de Daniel Ruiz García cuando me he dado cuenta de lo que de verdad quería hacer. Nada más lejos de mi intención que refutar tus ideas; aunque quisiera, hoy no tengo fuerzas para eso. Pero en cierto modo sí quiero contestarte, Daniel, con una carta abierta. Lo que me mueve es el objeto de tu post, la palabra, las palabras: injuriar a la palabra.
La palabra es un engaño que puede ser hermoso, es como una planta carnívora, como un pez venenoso de atractivos colores. Por eso fascina tanto y es tan poderosa, pero de igual modo nos atrapa y nos puede dejar en el sitio, si no tenemos cuidado. Yo también, querido Daniel, me gano la vida gracias a la palabra (mientras no se demuestre lo contrario). De lo que no cabe duda es de que todo lo que he conseguido en la vida ha sido a través de la palabra, de las palabras, de mi parla o mi soltura al redactar, también mis fracasos, que mi tiempo y mi dinero me han costado. Por eso sé de lo que hablo.

La palabra –el lenguaje- es un bonito invento que nos hemos dado los seres humanos, extremadamente útil, hay quien te dirá que tan innato que de ahí surgen todos nuestros pensamientos posteriores, lo cual siempre he considerado una soberana gilipollez. Pero la mayoría de la gente lo cree así, ergo… Tú sabes que la principal capacidad de la palabra humana es que nos permite mentir, decir lo que no es, y eso es lo que nos distingue de los animales. La palabra, “la bella, la traidora” (que diría Javier Krahe) es eso que nos permite decir cosas como “unicornio” o “el actual rey de Francia” y quedarnos tan tranquilos.
Pero bien mirada, la palabra no es nada, no lleva implícita la esencia de la cosa, es solo una maldita imagen acústica tras un concepto, y dicen que un signo. Ya no se puede creer en Platón, ni en tantos que vieron en la palabra la verdadera verdad de las cosas. La palabra engaña, miente, hasta cuando pretendemos que diga la verdad. Las palabras, para empezar, ¡de qué cojones estamos hablando? Sonidos, fonemas, letras, me niego a diseccionarlas una vez más bajo un microscopio absurdo de teorías, de eso ya tuve bastante en mi sospechosa formación universitaria.

En español existe la “palabra de honor”, pero también es sabido que “las palabras se las lleva el viento”. La retórica de las palabras nos ha llevado a las mayores aberraciones, no hace falta remontarse a Auschwitz o al Gulag, basta con abrir cualquier mañana un diario cualquiera de nuestra prensa, y de eso sabes tú más que yo, Daniel. A diario hay ejércitos de personas encargadas de maquillar las palabras, de crear unas nuevas, miembras, de intentar que otras desaparezcan, pero ellas se ríen, en nuestros cerebros, no en los diccionarios, desde luego, no es allí donde viven. Ni en las circulares de los políticos, ni en los libros de estilo. Viven en nuestras mentes, y si acaso, de modo fugaz, en nuestros labios.
Dice el buen Fito Páez que las palabras “son el arma con la que te doy consuelo” y también “el cuchillo que te hundo en el pellejo”. Yo hasta hace poco creía de verdad en la inocencia del lenguaje, pensaba que las hijadeputas eran no las palabras sino las personas que las pronunciaban, pero ya no estoy seguro. Ahora me inclino más a pensar que hay algo intrínsecamente malo, mágico pero malo en las simples palabras. Lo que es seguro es que en ellas no podemos confiar. De ahí refranes como “del dicho al hecho media un trecho” o “haz lo que bien digo y no lo que mal hago”. Las palabras hacen muchísimo daño.

Yo te puedo decir A y estoy pensando B, pero es que a lo mejor a otro sobre el mismo tema le acabo de decir C y en mi fuero interno yo sé que es D. Vale, el engaño está en la voluntad de la persona, pero son las palabritas las que te lo sirven en bandeja de plata, con su bonito envoltorio. Cuídate de las palabras, querido Daniel, de todas, también de estas mías. No des nada por sentado y escruta siempre cualquier mensaje que te llegue en forma de lenguaje. A lo mejor un color, un perfume o una melodía no son tan mentirosos, no sabría decirte porque no entiendo de esos temas.
El drama de las personas a las que, como nosotros, las palabras nos dan de comer es que andamos atrapados en su puta telaraña, estamos presos, yo ahora muerdo la mano que me alimenta pero no hay desgarro posible de este entramado, hasta para cagarme en ellas he de valerme de palabras. A veces soy consciente de esto (es como asomarse a un abismo muy frío) y me entran auténticas ganas de llorar. Soy un soldado de la red mafiosa de las palabras, un simple peón en su juego. Tú a lo mejor has llegado a lugarteniente, Daniel, pero no te confíes. En cualquier momento, como en una película de Coppola, la palabra más querida te puede dar un balazo por la espalda. Cuídate.